El
blues del ventilador
Por Miguel
Ramírez Ochoa
Con
prisas, el hombre acelera su ansiedad sin rescatar el quid, su quehacer prioritario. El entorno citadino se torna fútil y
vacuo en discrepancia de los que no hacen de él su morada y pertenencia. Lo más
grotesco es observar el desenfado con el que se desenvuelven los entes al
compás de sus indoctas pasiones.
Os invitamos a pasar a uno de los cuartos de encierro, en donde se
celebra la falta de ecuanimidad de uno que otro ser en desatino (y en desgaste,
algo excitante).
Keith Richards, el rebelde impenitente, fuma plácidamente recostado en
un sillón restirable, tocando un blues de calleja; la guitarra eléctrica, el
amplificador, la botella y la cajetilla de pitillos sin filtro no se han desprendido
de su humanidad, han estado con él por mucho tiempo.
Esa tarde ningún espectro se manifiesta, únicamente los que él alcanza
a esculpir con cada bocanada humeante exhalada por efecto del cigarro.
“Los declives en mi persona son solo situaciones inversas, sin mayor
problemática que la política misma. Como ser mordiente, sin amores expectantes
al otro lado del continente, me pacifico, como un can lamiéndose. ¡Auh! Soy
toda festividad singular en este antro golpeteante, mini antro y cuarto diseñado
a mi modo, sin que intruso alguno ose interrumpirme. Going to a go-go!”
—¡Keith, ábreme! –se escuchó en el exterior.
—¡Bill Wyman! ¡Ensimoso, metiche! ¿A qué vienes?
—¡A descompensar tu alergia! –se oyó.
Y como si se tratara de una tolvanera pascual, la puerta cedió al
menor empuje.
—¡Por fin, Keith! ¡Aquí estoy!
—La comida se acabó, ¡vete!
—Comí en el camino. ¿Sigues suicidándote?
—Te invito un trago del mejor suicidio, si no, vuélvete o te devuelvo.
El testigo selecto del
reencuentro amistoso fue un viejo ventilador, cuyas aspas, girando
incansablemente, semejaban los acordes acompasados tocados por Keith en uno de
tantos sitios de alboroto rollingstoniano. El motor del ventilador no
protestaba, seguía firme como soldado, en su cometido; pero al contrario del
militar, este artefacto sí refrescaba y aliviaba a cuantos se le pusieran
enfrente. Ahí estaba, proyectándose como fiel solución, intentando decir: “Olvida la ortografía, esa inicua no merece
atenderse por hoy”.
—¿Trajiste tu bajo eléctrico, Bill?
—Sabes que llegué solo.
—No importa, la seriedad de la tarde me anima para sobrevivir en este
mundo aciago. Además tengo mi guitarra.
Bill seguía sirviéndose claros destilados, mientras Keith refrescaba
su memoria musical en el blues negroide, al lado de su magistral compañera. Las
aspas del ventilador no dejaban de chirriar.
—Cuántos recuerdos guardo del superfluo ayer, Bill, quisiera plantarme
en ellos por siempre.
—Ya lo haces, y sin Mick Jagger a tu lado.
—Lástima de la ausencia potencial de Charlie Watts y su bataca.
Hay muchas sombras que no han sido desfasadas por los rayos del
atardecer, se arraigan nativamente en el ser, pretendiendo realzarse como
corazas. Siguiendo hacia abajo, el hombre toca su instrumento, en tanto que el
ventilador roza el aspa en el fierro de su sinrazón, cual vieja cinta en caduco
carrete: la tonada “sesentera” ‘No
expectations’, contenida en el álbum Beggars
Banquet, comienza a ser tocada.
Las aspas del ventilador no dejan
de chirriar, cuales himnos africanos sin demora alguna para el aquelarre.
Miguel Ramírez Ochoa especialista en latín,
articulista en El Heraldo de Chihuahua a partir de abril de 1989 y autor de los
libros Sendero estival y la
novela En busca de un año, tiene un diplomado
en paleografía por la
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Hoy trabaja de corrector
de estilo en el Instituto de Cultura del Municipio de Chihuahua.
Este excelente contador de historias se fue varios años de Chihuahua y acaba de regresar, como ha sucedido con otros grandes artistas de Chihuahua: Espinosa, Aragón, Gardea, Fuentes Mares, Libertad Villarreal, Humberto Payán Fierro y otros muchos… extrañan a la familia, al desierto, el cariño de algún amor que dejaron pendiente.
ResponderEliminar