lunes, 6 de octubre de 2014

Mario Lugo




Redes


Por Mario Lugo


Cinco días por semana llego a casa del trabajo por la tarde. A esa hora mi nieta de tres años está bañada y cambiada. Está lista para que su mamá pase por ella.

Volverá al día siguiente muy de mañana. Nada que ver los amaneceres con sus ojitos chinos y adormilados, su pelo completamente desarreglado, si los comparo con su arreglo y atuendo de las tardes. Fresca y sonriente, su carita resplandeciente de alegría.

Se sabe hermosa porque se lo hacemos saber cuando la miramos. ¿Quién es esta niña maravillosa? Y esa ropa tan elegante ¿quién te la compró mi chiquita? Me la compró mi mami, contesta. Mi vestidito es rojo, como mis zapatitos.

―¿Y esos brochecillos en tu cabeza?

―Son rojos también ―concluye dándose una media vuelta con las manitas en la cintura. Luego una más ahora hacia el otro lado.

Ayer llegué absorto en mis cosas y mientras revisaba mi máquina no me di cuenta que ya la niña había bajado las escaleras y llegó frente a mí. Estaba tan hermosa como siempre, pero yo me encontraba ensimismado en una lectura y había tardado mi demostración de amor.

―Hey abuelito, mírame, ¡estoy aquí! ―exclamó mientras se daba su media vuelta para que la contemplara. Esperaba oír mis palabras de cariño y sorpresa de todos los días. No la hice esperar.

―Pero ¿quién es esta preciosidad? Que niña más hermosa.

―Ay abuelito, soy yo ―me dijo con coquetería mientras su sonrisa traía el sol en un día nublado.

―¡Es cierto! Ven, dame un abrazo.

Se me ocurre que acudimos frente a los demás día a día, minuto a minuto, para que sepan que estamos aquí. Para que nuestra existencia sea validada en el contacto con los demás. Nos gusta ser queridos, aceptados. El amor y la atención amigable sin duda nos hace disfrutar más la breve vida. La convierte a veces en un dulce sueño.

Por eso y más concurrimos a las redes (aunque no son el único recurso), entre muchas otras razones. Publicamos nuestra foto, la foto del platillo que disfrutaremos, la foto de objetos que nos gustan, el lugar a donde asistimos con nuestros seres queridos, compartimos alegrías, penas y frustraciones. Comunicamos ideas, chistes, pensamientos sueltos, preocupaciones. Todo es lanzado a ese río de locura, aprendizaje y consuelo de las redes.

Nos presentamos ante los demás y decimos: ¡Hey mírame, estoy aquí!










Mario Lugo estudió letras españolas en la Universidad Autónoma de Chihuahua. Es autor de los libros Empezar a morir, El amor entre las ruinas, Fuentes Mares en tonos intermedios y Detén mis trémulas manos. Desde los años ochentas del siglo pasado escribe una columna de reseñas literarias llamada Armario, publicada en periódicos y revistas de Chihuahua.

1 comentario:

  1. Aquí va el relato de un hombre ensimismado y su nieta que llega al estudio como sol, arco iris, aire nuevo. También llegan algunas reflexiones.

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