Por Mario Lugo
Cinco días por semana llego a casa del trabajo por la tarde. A esa hora
mi nieta de tres años está bañada y cambiada. Está lista para que su mamá pase
por ella.
Volverá al día siguiente muy de mañana. Nada que ver los amaneceres con
sus ojitos chinos y adormilados, su pelo completamente desarreglado, si los
comparo con su arreglo y atuendo de las tardes. Fresca y sonriente, su carita resplandeciente
de alegría.
Se sabe hermosa porque se lo hacemos saber cuando la miramos. ¿Quién es
esta niña maravillosa? Y esa ropa tan elegante ¿quién te la compró mi chiquita?
Me la compró mi mami, contesta. Mi vestidito es rojo, como mis zapatitos.
―¿Y esos brochecillos en tu cabeza?
―Son rojos también ―concluye dándose una media vuelta con las manitas en
la cintura. Luego una más ahora hacia el otro lado.
Ayer llegué absorto en mis cosas y mientras revisaba mi máquina no me di
cuenta que ya la niña había bajado las escaleras y llegó frente a mí. Estaba
tan hermosa como siempre, pero yo me encontraba ensimismado en una lectura y
había tardado mi demostración de amor.
―Hey abuelito, mírame, ¡estoy aquí! ―exclamó mientras se daba su media
vuelta para que la contemplara. Esperaba oír mis palabras de cariño y sorpresa
de todos los días. No la hice esperar.
―Pero ¿quién es esta preciosidad? Que niña más hermosa.
―Ay abuelito, soy yo ―me dijo con coquetería mientras su sonrisa traía el
sol en un día nublado.
―¡Es cierto! Ven, dame un abrazo.
Se me ocurre que acudimos frente a los demás día a día, minuto a minuto,
para que sepan que estamos aquí. Para que nuestra existencia sea validada en el
contacto con los demás. Nos gusta ser queridos, aceptados. El amor y la
atención amigable sin duda nos hace disfrutar más la breve vida. La convierte a
veces en un dulce sueño.
Por eso y más concurrimos a las redes (aunque no son el único recurso),
entre muchas otras razones. Publicamos nuestra foto, la foto del platillo que
disfrutaremos, la foto de objetos que nos gustan, el lugar a donde asistimos
con nuestros seres queridos, compartimos alegrías, penas y frustraciones.
Comunicamos ideas, chistes, pensamientos sueltos, preocupaciones. Todo es lanzado
a ese río de locura, aprendizaje y consuelo de las redes.
Nos presentamos ante los demás y decimos: ¡Hey mírame, estoy aquí!
Mario Lugo
estudió letras españolas en la Universidad Autónoma de Chihuahua. Es autor de
los libros Empezar a morir, El amor entre
las ruinas, Fuentes Mares en tonos intermedios y Detén mis trémulas manos. Desde los años ochentas del siglo pasado
escribe una columna de reseñas literarias llamada Armario, publicada en periódicos y revistas de Chihuahua.
Aquí va el relato de un hombre ensimismado y su nieta que llega al estudio como sol, arco iris, aire nuevo. También llegan algunas reflexiones.
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