Abandono letal
Por Miguel Ramírez Ochoa
A un sueño
volátil y en infición (Chihuahua, Chih., miércoles, octubre 25 de 1989).
—Se hará
la mejor campaña de vacunación, la cual jamás se olvidará en la mente
gubernamental de Salud –predijo la enfermera, que aleccionaba a futuros
paramédicos de conocido centro escolar.
—Je, je..., o somos conejillos de indias que soportaremos la
presión en aras de un interés dizque poblacional, elevando la reputación de
ustedes, o representamos el ejemplo encomiable jamás seguido –contestó sin
reservas un estudiante clínico.
—Puedes abandonar el sitio, si lo deseas; nuestra labor es apremiante.
—Y tú puedes callar tus fruslerías soportadas en la nada “nadante”.
Colocar “máximas” bajo el sesgo sine bonitate conspícua (*sin
virtud notable, en latín), es subrayar el tono más deplorable en un mundo sin
decoro.
Ellos, los futuros paramédicos, no fueron recibidos como los
auxiliares necesarios en aquella institución médica pública –llamada Clínica 44
del Instituto Mexicano del Seguro Social–, sino que los entes de esta se
aprovecharon de la falta de titulación de los estudiantes: “Al cabo son
simples alumnos de un colegio particular de Análisis Clínicos, Farmacología y
Rayos X; todos y cada uno tienen el expreso deber de colaborar en campaña
contra el sarampión” (la consigna
unánime en manifiesto).
A los estudiantes del penúltimo semestre de la carrera técnica no les
quedaba más remedio que cerrar la boca y soportar desdenes restrictivos, para
no complicar su titulación académica. Solo uno se levantó en protesta unitaria
sin unísono alguno: el hombre de lecturas desvanecidas. De inmediato fue
amonestado por el compañero de al lado: Francisco Muro Peraza, cuyo primer
apellido reflejaba una contención permanente.
Claudia Ledezma, la sempiterna gracia volátil de 18 años, los mismos
que él, dibujaba la más espléndida sonrisa, proyectada así: “¿Te has
sublevado? ¡Te apoyo! ¡Sólo acércate!”
“Te he visto desde este frío cubículo como quemante respuesta...
Pronto acudiré” –repelió él con la mirada.
—Váyanse pues, y no suspendan el trabajo hasta que una brigada les
lleve alimento –sentenció la enfermera en turno.
—Si las estadísticas del Seguro Social sobrepasan la media nacional,
habremos de atribuir el logro a nosotros, más que a ustedes, por un hecho: Figuramos
como los brazos ejecutores, ustedes nos enseñaron a inyectar, pero mis
compañeros y yo extraemos sangre, la procesamos, analizamos reacciones clínicas
y químicas. En sí, trabajamos más con las agujas. Y, por esta ocasión, damos
información sobre salud poblacional.
—Fíjate que no te pregunté cuál es tu labor como analista de
laboratorio, te dí, igual que a los demás, una capacitación un tanto distinta.
—Capacitación no indispensable para nosotros, más que la corretiza
que el Sistema Nacional de Salud les impone, como organismo público, para
elevar estadísticas positivas a costillas nuestras.
—Iré por el delegado estatal.
—¿Y le dirá que tiene atravesada a un “ens o ente non grato”?
Después del episodio, la jornada se desenvolvió en un móvil
extenuante, porque las brigadas sanitarias proveyeron a destiempo las
soluciones, y en cuanto a la repartición alimenticia de los paramédicos, llegó
a deshoras los cinco días en aquella bodega de Conasupo.
“¿Por qué ‘jijos’ no estás conmigo? Musa extrovertida, en mi alma
introvertida... ¡Ouh!, este depósito de víveres, acondicionado como antro
sanitario es la expresión más diluyente en mi vida. ¿Por qué nos separaron como
seres-medievales-apestados? ¿Será por mi ‘bocaza’?
Tú, en el oeste de la capital del Estado más enorme, en el Hospital
Militar, y yo, en el Parque El Platanito, en el noroeste... Sábete que te
extraño sobremanera desde esta distancia, aún soportando a mocosos chillones y
a abuelitas preguntonas, a falta de pocas madres, en el mejor sentido de la
palabra” –él, en
delirio.
“Y yo, a pesar de tus constantes desórdenes mentales y de tus sinceros
acercamientos a mí, empiezo a amarte, hombre de mi ánima. La lejanía podrá ser
breve” –arrojó
ella.
“¿Cómo hallar refugio para nuestros espíritus, si desde las almenas se
nos dispara, mujer? ¡Nos ‘cortaron’!”
“¡Mantenernos propios, sin variantes!”
“¡Solicitud, solos!
¡Espera no materializada aquí!” –clamó
para sí el paramédico.
El preciado encanto cristalizado en un encuentro entre dos, se
disolvió debido a un burocratismo federal.
Si solo acudieras
en
prestancia unísona,
mis
melodramas pararían su exposición
y destellarían su luz
envolvente...
Si esto es en serio o en broma; si el discurso narrativo es hiperrealista hasta en los más elocuentes pensamientos o solo el fluir de la conciencia surrealista sin pausa, jamás lo sabremos. Pero este autor siempre resulta misterioso y divertido.
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