Muñeca
Por Almudena Cosgaya
Noche del mal que llegas sin piedad solo te pido mi alma no te
lleves a la eternidad.
Olvidada en una vieja habitación,
húmeda y lúgubre se encuentra una joven, cuya sonrisa no volverá adornar su
rostro marchito, su nombre es Betty.
Quién podría pensar que una joven
tan alegre terminaría de aquella manera sombría. Pocos se acuerdan de
ella pero no le importa, el aullido lejano de los perros ya no eriza más su
piel. Está sentada en una mecedora, vieja y destartalada, que rechina a cada
segundo. El sonido ya no la molesta, se ha vuelto una arcaica melodía.
El rostro taciturno y ojeroso no es
más que el resultado de su voluntad, que desaparece con cada rechinido. Sus
ojos opacos miran hacia la ventana deseosos de salir de aquel encierro, aquella
pesadilla; pero nadie irá a su rescate, no existe ese valiente caballero.
El tortuoso ruido y la oscura
habitación la arrojan al valle sin regreso de sus recuerdos. Está deseosa de
terminar todo aquello, la pesadilla que la tortura desde aquel día. Acorralada
entre gritos y gemidos, que no hacen otra cosa que saturar su mente, solo puede
rezar para que Dios le ayude soportar aquel martirio.
Hace unos años fue diagnosticada con
una enfermedad, que la dejó inmóvil y muda; pero eso no es más que una excusa. Una
lágrima escasa y dolorosa recorre su rostro, su corazón pierde la fuerza.
En la penumbra una mirada fría se
posa sobre Betty, a todas horas, mientras que poco a poco absorbe su vida. Una
hermosa muñeca de porcelana descansa sobre una mesa frente a ella, mirándola con
ojos de maldad pura e infinita y al mismo tiempo de ternura. Su voz dulce y
escalofriante solo puede ser escuchada por Betty.
Cansada de la tortura, se pregunta
¿por qué soporto esto? Aguantando que el mal se posesionara de ella,
volviéndose ella misma una muñeca viviente. Aquella desalentadora verdad la
hace desafiar todo diagnóstico médico y logra ponerse de pie.
―Maldita ―escucha a sus adentros cuando camina lenta y sin titubeos
hacia ella, la causante de todo, y quien no la ha dejado vivir desde que
llegara a su vida.
Finalmente la toma entre sus manos y
una súplica retumba en su cabeza.
―No lo
hagas. Si me voy, tú te vas.
Pero ya nada le importa y no hace
caso. Tan pronto la destruye, ella se destruye.
La luz de la luna ilumina la habitación.
Tirada en el suelo, a Betty poco a poco comienza a faltarle el aire, su corazón
deja de latir y su vista comienza hacerse borrosa mientras en su cabeza la
última imagen que ve es el rostro de su muñeca.
Eran las tres de la mañana cuando
Betty falleció y hasta ahora se dice que ronda en cada muñequita de
porcelana. Todas son dulces y elegantes, pero la suya es una ternura de
doble cara. Pobre de aquel que en ella no ve el peligro, cuidado cuando una
sonrisa se enmarque en su inmóvil rostro cuando te mire.
Almudena Cosgaya descubrió
su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual
fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios
cuentos, al darse cuenta que en algunos de sus relatos de fanfic había creado
un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa
narrativa, actualmente tiene terminada una novela, que se encuentra en proceso
de corrección.
Al principio la ternura y el cuidado, luego el cansancio de los suyos y el abandono de todos; ese parece el destino de aquellos a los que alguna feroz dolencia tiene postrados, como sucede en este relato de Almudena.
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