martes, 21 de octubre de 2014

Rubén Rey editor y cuentista

50 sombras de Lucas



Por Rubén Rey



Lucas no estaba bien, y de eso estaba pero si bien consciente. Siendo maestro de educación media, se veía atrapado en el cuadro tan típico y atroz de los profesores que aparecen en las novelas baratas: cartitas de las estudiantes más avanzadas hormonalmente (una que otra también avanzada académicamente, hasta eso), indirectas en los pasillos y, bendito siglo XXI: uno que otro mensaje muy privado por WhatsApp o al inbox de su cuenta personal de Facebook –¡vaya usted a saber de dónde contactaban dicha cuenta las muy abusonas! –.

Era extranjero y sí, una y otra vez confirmaba los preceptos de etólogos de renombre –siendo Desmond Morris su predilecto–. El interior mocoso y latente del ser humano, el montón de genes sin chiste; busca y añora la mezcla a como dé lugar. Así la cosa, entre más raro el gen en cuestión, más atractivo sería para las hembras del homo sapiens atrapadas en una región determinada.

Él lo sabía y no se cansaba de confirmarlo una y otra vez. Siendo un profesor joven, procuraba no abusar de los múltiples canales de comunicación para no exponerse en evidencia –las estudiantes son jóvenes, no estúpidas–.

Algo había cambiado de su juventud para acá. Si él era sutil, el protocolo no lo era, o no existía. Ya no se trataba de ir a un café o al cine antes para mostrar algo interés en la susodicha en cuestión. "Vírgenes y putas todas", pensaba mientras preparaba sus clases sentado en la silla de la cafetería de su elección –con acceso a internet, a huevo–.

Siendo un poco estrictos con el profesor Lucas, había algunas allegadas que lograban despertar su interés. Por lo regular se fijaba en su manera de escribir y su manera de expresarse. Eran pocas las que se valieran de momentos exactos para vociferar improperios, pues a esa edad las groserías son moda. A nadie le gustan las modas salvo a la comunidad hipster, la cual ama odiarlas.

Así pues, a esas toscas musas las citaba –casi forzaba– en lugares públicos muy poco concurridos, fuera por la hora o por lo impopular del sitio. Los parques pequeños de los barrios desconocidos eran sus favoritos. Procuraba ir vestido casual, sin llegar a lo corriente. Notaba que eso les fascinaba a sus favoritas selectas: conocer a un hombre sin corbata, sin traje ni zapatos boleados o aliento a café, al cual estaban acostumbradas a ver todos los días entre semana.

Le gustaba indagar; pasearse dentro de la cabeza de esos pequeños monstruos precoces y con cuerpo en formación. Generalmente, las elegía bien. No le daban respuestas estúpidas de "es que me gustó mucho, profe" o necedades de ese estilo. No. La mayoría tenía una mentecilla bastante estilizada, juguetonamente sofisticada. Unas deseaban conocerlo fuera de las paredes rígidas del instituto; conocer a la persona, al hombre.

Otras eran auténticas encarnaciones de la perversidad, aunque en un empaque muy limitado, pero con potencial. Una quería verlo escribir recostado, desnudo, al más puro estilo romántico de serie gringa. Otra buscaba beber un licor de verdad, y Lucas era conocido por cargar con gran disimulo una anforita en la escuela conteniendo los vinos más finos (no necesitas de hielos ni refresco cuando llevas contigo tantito Curvoisier). Otras tantas, quizás menos extravagantes, querían experimentarse en una persona más sofisticada que el típico tío borracho de Tecate que, apenas hiciera efecto el frío líquido ámbar en sus entrañas, comenzaba con su retahíla de insinuaciones e intentos de fricción.

Era difícil describir cada yacimiento, cada juego en sábanas. Teniendo a una mujer tan joven a tu merced, nunca terminará de quedarte claro si te la estás cogiendo o les estás haciendo el amor. No te puedes guiar por nada para juzgar sus momentos, pues a falta de criterio y experiencia muchas se limitan a imitar las reacciones de la docena de videos que hubieran visto previo a la reunión, aunque sea para tener idea.

Y noción era lo que menos tenían. Él podía verlo a través de sus gestos tan impostados y sobreactuados. Relajaban cada secreto de su cuerpo menos el alma, y eso saltaba a la vista más allá del sudor o las horas –Lucas no las dejaba escapar tan fácilmente–.

A final de cuentas, ambos salían ganando a cambio de unos segundos de incomodidad y, en un par de ocasiones, unos hilillos de sangre. Nada escandaloso ni meritorio a un castigo divino o siquiera terrenal. Sus subscriptoras eran tan cambiantes como el cuerpo que ostentaban: en ratos, volvían a ser infantes confundidas entre tanto arrebato, mordidas y embestidas ya no tan rítmicas. Luego volvían a ser mujeres –o casi–, y pasaban de víctimas a depredadoras. Gemían. Ahogaban chillidos. Gritaban. Lloraban.

Luego, a petición de la clienta, Lucas a veces se ponía a escribir respecto al reciente acto. Ella lo veía como ve un animal curioso y recientemente herido –con la edad, los tamaños en el cuerpo cambian–. Después él leía en voz alta las letras nada insípidas, nada forzadas, casi inspiradas. Finalmente, repetía el acto; no el de escribir, sino el carnal. Si pudiera hartarla con su piel, mejor. Ganaban en creces aunque fuera una sola tarde.

A petición de otra, correspondieron sorbos para cada quien del vino tan mítico del que tanto se rumoraba en los pasillos de la escuela. Las leyendas eran ciertas, y sabían primero a Torres 10. Luego, a besos. Luego, a semen. Ni cómo negarlo: la habilidad con la boca no se limita al consumo y tolerancia ante las bebidas embriagantes.

Al final del día y en la soledad de su departamento, él dormía con suma tranquilidad. No era la consciencia la que le cobrara las cuentas, sino su misma inteligencia, la cual lo mordía de vez en cuando. "Te van a meter al bote", "¿sí sabías que con el internet está bien pelada dar con la dirección de alguien, verdad? Alguien que haya desvirgado a tu hija, hermana o novia...", "solo los trogloditas y bestias se muestran insensibles ante los años jóvenes".

Lucas estaba completamente convencido de que él no estaba bien. Luego, dormía.






Rubén Rey es licenciado en ciencias de la comunicación, egresado de la Universidad Regional del Norte. Sus andanzas lo han llevado a través de World Wildlife Fund, la Asociación Municipal de Muay-Thai y el Instituto Estatal Electoral. Ha sido locutor, corrector de estilo, articulista y escritor. Actualmente trabaja de editor en la revista Exprés y en http://www.chihuahuaexpres.com.mx/principal/

4 comentarios:

  1. Pudiéramos decir que este relato es casi costumbrista, si no fuera porque el gran estilo hiperrealista de Rey es expresionista, dadá y surrealista todo junto.

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  3. Y cuando dormía, sudaba, soñaba desasosegadamente con su cuerpo tendido a la orilla de un lago, donde un enorme sapo viscoso se le metía en la boca y lo ahogaba hasta casi morir de asco y de angustia. Una especie de ahogo posmoderno, dantesco, nihilista. Cuando medio despertaba estaba Dorgo siempre ahí, a su lado, tratando toda clase de fórmula rupestre para estilizar la desgracia del amo. Entonces se sentía todo. Se sentía pintor y trazaba con unas manchas el paisaje oscuro del lago. En medio del letargo también era rey.
    Pero al acabarse el efecto alucinógeno de los brebajes de su escudero, Lucas Tañeda Ouroborus quedaba nuevamente hundido en el sopor vegetal de su pesadilla, soñando que se le metían a la boca los sapos que, en realidad, se le estaban saliendo del alma.

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  4. pero que final, ya veo que a mas de uno le gustó el cine de los setentas que les recomendé, pero Kriatura, más efectivo que ese final es esto
    http://lozanet.com/wp-content/uploads/2014/01/1779309_10151898279446034_2125489328_n.jpg

    no pierda su tiempo.
    Y tú no me obligues a venir por aquí, deja de atacarme y andar publicando mentiras de mi persona en tus periódicos de segunda.

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