50 sombras de Lucas
Por Rubén Rey
Lucas no estaba bien, y de eso estaba pero si
bien consciente. Siendo maestro de educación media, se veía atrapado en el
cuadro tan típico y atroz de los profesores que aparecen en las novelas
baratas: cartitas de las estudiantes más avanzadas hormonalmente (una que otra
también avanzada académicamente, hasta eso), indirectas en los pasillos y,
bendito siglo XXI: uno que otro mensaje muy privado por WhatsApp o al inbox de
su cuenta personal de Facebook –¡vaya usted a saber de dónde contactaban dicha
cuenta las muy abusonas! –.
Era extranjero y sí, una y otra vez
confirmaba los preceptos de etólogos de renombre –siendo Desmond Morris su
predilecto–. El interior mocoso y latente del ser humano, el montón de genes
sin chiste; busca y añora la mezcla a como dé lugar. Así la cosa, entre más raro el gen en cuestión, más atractivo
sería para las hembras del homo sapiens atrapadas en una región determinada.
Él lo sabía y no se cansaba de confirmarlo
una y otra vez. Siendo un profesor joven, procuraba no abusar de los múltiples
canales de comunicación para no exponerse en evidencia –las estudiantes son
jóvenes, no estúpidas–.
Algo había cambiado de su juventud para acá. Si
él era sutil, el protocolo no lo era, o no existía. Ya no se trataba de ir a un
café o al cine antes para mostrar algo interés en la susodicha en cuestión.
"Vírgenes y putas todas", pensaba mientras preparaba sus clases
sentado en la silla de la cafetería de su elección –con acceso a internet, a
huevo–.
Siendo un poco estrictos con el profesor
Lucas, había algunas allegadas que lograban despertar su interés. Por lo
regular se fijaba en su manera de escribir y su manera de expresarse. Eran pocas
las que se valieran de momentos exactos para vociferar improperios, pues a esa
edad las groserías son moda. A nadie le gustan las modas salvo a la comunidad
hipster, la cual ama odiarlas.
Así pues, a esas toscas musas las citaba –casi
forzaba– en lugares públicos muy poco concurridos, fuera por la hora o por lo
impopular del sitio. Los parques pequeños de los barrios desconocidos eran sus
favoritos. Procuraba ir vestido casual, sin llegar a lo corriente. Notaba que
eso les fascinaba a sus favoritas selectas: conocer a un hombre sin corbata,
sin traje ni zapatos boleados o aliento a café, al cual estaban acostumbradas a
ver todos los días entre semana.
Le gustaba indagar; pasearse dentro de la
cabeza de esos pequeños monstruos precoces y con cuerpo en formación. Generalmente,
las elegía bien. No le daban respuestas estúpidas de "es que me gustó
mucho, profe" o necedades de ese estilo. No. La mayoría tenía una
mentecilla bastante estilizada, juguetonamente sofisticada. Unas deseaban
conocerlo fuera de las paredes rígidas del instituto; conocer a la persona, al
hombre.
Otras eran auténticas encarnaciones de la
perversidad, aunque en un empaque muy limitado, pero con potencial. Una quería
verlo escribir recostado, desnudo, al más puro estilo romántico de serie
gringa. Otra buscaba beber un licor de verdad, y Lucas era conocido por cargar
con gran disimulo una anforita en la escuela conteniendo los vinos más finos
(no necesitas de hielos ni refresco cuando llevas contigo tantito Curvoisier).
Otras tantas, quizás menos extravagantes, querían experimentarse en una persona
más sofisticada que el típico tío borracho de Tecate que, apenas hiciera efecto
el frío líquido ámbar en sus entrañas, comenzaba con su retahíla de
insinuaciones e intentos de fricción.
Era difícil describir cada yacimiento, cada
juego en sábanas. Teniendo a una mujer tan joven a tu merced, nunca terminará
de quedarte claro si te la estás cogiendo o les estás haciendo el amor. No te
puedes guiar por nada para juzgar sus momentos, pues a falta de criterio y
experiencia muchas se limitan a imitar las reacciones de la docena de videos
que hubieran visto previo a la reunión, aunque sea para tener idea.
Y noción era lo que menos tenían. Él podía
verlo a través de sus gestos tan impostados y sobreactuados. Relajaban cada secreto
de su cuerpo menos el alma, y eso saltaba a la vista más allá del sudor o las
horas –Lucas no las dejaba escapar tan fácilmente–.
A final de cuentas, ambos salían ganando a
cambio de unos segundos de incomodidad y, en un par de ocasiones, unos hilillos
de sangre. Nada escandaloso ni meritorio a un castigo divino o siquiera
terrenal. Sus subscriptoras eran tan cambiantes como el cuerpo que ostentaban:
en ratos, volvían a ser infantes confundidas entre tanto arrebato, mordidas y
embestidas ya no tan rítmicas. Luego volvían a ser mujeres –o casi–, y pasaban
de víctimas a depredadoras. Gemían. Ahogaban chillidos. Gritaban. Lloraban.
Luego, a petición de la clienta, Lucas a
veces se ponía a escribir respecto al reciente acto. Ella lo veía como ve un
animal curioso y recientemente herido –con la edad, los tamaños en el cuerpo
cambian–. Después él leía en voz alta las letras nada insípidas, nada forzadas,
casi inspiradas. Finalmente, repetía el acto; no el de escribir, sino el
carnal. Si pudiera hartarla con su piel, mejor. Ganaban en creces aunque fuera
una sola tarde.
A petición de otra, correspondieron sorbos
para cada quien del vino tan mítico del que tanto se rumoraba en los pasillos
de la escuela. Las leyendas eran ciertas, y sabían primero a Torres 10. Luego,
a besos. Luego, a semen. Ni cómo negarlo: la habilidad con la boca no se limita
al consumo y tolerancia ante las bebidas embriagantes.
Al final del día y en la soledad de su
departamento, él dormía con suma tranquilidad. No era la consciencia la que le
cobrara las cuentas, sino su misma inteligencia, la cual lo mordía de vez en
cuando. "Te van a meter al bote", "¿sí sabías que con el
internet está bien pelada dar con la dirección de alguien, verdad? Alguien que
haya desvirgado a tu hija, hermana o novia...", "solo los trogloditas
y bestias se muestran insensibles ante los años jóvenes".
Lucas estaba completamente convencido de que
él no estaba bien. Luego, dormía.
Rubén Rey es
licenciado en ciencias de la comunicación, egresado de la Universidad Regional
del Norte. Sus andanzas lo han llevado a través de World Wildlife Fund, la
Asociación Municipal de Muay-Thai y el Instituto Estatal Electoral. Ha sido
locutor, corrector de estilo, articulista y escritor. Actualmente trabaja de
editor en la revista Exprés y en http://www.chihuahuaexpres.com.mx/principal/
Pudiéramos decir que este relato es casi costumbrista, si no fuera porque el gran estilo hiperrealista de Rey es expresionista, dadá y surrealista todo junto.
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ResponderEliminarY cuando dormía, sudaba, soñaba desasosegadamente con su cuerpo tendido a la orilla de un lago, donde un enorme sapo viscoso se le metía en la boca y lo ahogaba hasta casi morir de asco y de angustia. Una especie de ahogo posmoderno, dantesco, nihilista. Cuando medio despertaba estaba Dorgo siempre ahí, a su lado, tratando toda clase de fórmula rupestre para estilizar la desgracia del amo. Entonces se sentía todo. Se sentía pintor y trazaba con unas manchas el paisaje oscuro del lago. En medio del letargo también era rey.
ResponderEliminarPero al acabarse el efecto alucinógeno de los brebajes de su escudero, Lucas Tañeda Ouroborus quedaba nuevamente hundido en el sopor vegetal de su pesadilla, soñando que se le metían a la boca los sapos que, en realidad, se le estaban saliendo del alma.
pero que final, ya veo que a mas de uno le gustó el cine de los setentas que les recomendé, pero Kriatura, más efectivo que ese final es esto
ResponderEliminarhttp://lozanet.com/wp-content/uploads/2014/01/1779309_10151898279446034_2125489328_n.jpg
no pierda su tiempo.
Y tú no me obligues a venir por aquí, deja de atacarme y andar publicando mentiras de mi persona en tus periódicos de segunda.