Ahora mismo siento cómo mi sistema límbico falla y mi
cerebro sufre una sobrecarga
Por Kevin Erives
Ahora por mis venas y arterias no corría sangre, sino
lava ardiente. Se había cerrado la caja de mi cabeza y cada vez me oprimía más.
Desde que leí aquel mensaje que me cruzó los ojos como un fuetazo.
Ya estoy harta de ti, te ofendes por todo, lloras por
todo, ya estoy cansada de tener que soportarte, ¡No te sabes controlar!
Y no fue necesariamente eso lo que terminó de activar mi
estado de locura demente y violenta, sino aquella leyenda inhóspita, cruel y
aguda como una navaja.
Esta persona ya no está disponible.
¡Así de fácil se desentiende uno de las relaciones
humanas en la posmodernidad! En otro siglo, antes de la Gran Pandemia, no
hubiera sido yo el único en armar un escándalo por esto. Al menos le habría
podido expresar a ella lo que sentía, aunque fuera como un bebé que llora
porque demanda atención. Pero no. Se me ha negado la satisfacción de esta
necesidad básica y elemental.
Es por este motivo que me he visto obligado a escribir
estas quejas, quejas que el autor insistirá en que se trata de un cuento y no
de su vida personal.
Ahora mismo siento cómo mi sistema límbico falla y mi
cerebro sufre una sobrecarga, la electricidad en mi cabeza experimenta
cortocircuitos, y mis neurotransmisores son deficientes. Todo esto no es otra
forma de decir, jugándole al psiquiatra, que se me ha botado la chaveta, que me
falta un tornillo, que sufro de la maldición Uchiha emosensible, que he entrado
en modo Berserk (espero que estas referencias de ánime no causen al
lector desinterés). Es increíble cómo toda mi personalidad, todo lo que soy,
toda mi esencia, toda emoción que experimento en estos momentos, es casi
completamente ajena a lo que normalmente soy. Ahora solo pienso en el odio, en
el odio que me consume, que pronto hará estallar mi corazón.
Tú, tun, tun, tun,
Tú, tun, tun, tun.
Esto parecerá un recurso barato, como que simplemente
estoy citando a Poe (¡Qué falta de originalidad!) pero yo no lo pienso así,
pues, verán, ahora mismo mi cabeza está siendo aplastada por una tonelada de
acero, una real masa de hierro muy sólida comprime mis neuronas y mis ideas.
Ahora mismo estoy siendo poseído por un hechicero vudú que controla mis
emocionas. Un brujo sumamente sádico, que exige sangre, vísceras y muerte
Muerte, muerte, muerte
sangre y vísceras
eterno dolor
tortura infernal.
Ese es el comando del hechicero, eso es lo que él desea,
y eso es también lo que yo idealizo, pero lucho, ¡Oh Dios! ¡Tú sabes cuánto
lucho! ¡Cuánto daría por quitar este atroz sufrimiento, destruir este malsano
desprecio! Destruir, destruir, destruir, repite el cuervo de Mormont, ¿O
es este otro hurto a la obra de Edgar Allan Poe? ¡Oh! ¡Pero nadie me creerá! Sé
que cuando vuelva a mi estado normal, tendré que lidiar con el juicio de mi
arranque. ¿Mi arranque? ¡Que se me arranque de la existencia! ¿Este soy yo? Si
este soy yo, entonces no me pertenezco.
Tú, tún, tún, tún.
Tú, tún, tún, tún.
¡Ay de mí. Maldito! ¡Todos somos Segismundo! No es como
la iglesia dice, no es que haya pecado de nacimiento, ¡Es que el nacer es el
pecado mismo! Ahora anhelo lo que las plumas poéticas de Bojórquez, el
sinaloense en tiempos del narco (que por tanto sabe de violencia) o del
paradójico de Paz, que conoce los crímenes contra la humanidad del PRI en
tiempos de comunistas, ¡En mi cerebro resuenan la Casida del Odio y los versos
de Acabar con Todo!
Estoy seguro de que, si pudiese entrar a mi mente, se
escucharía Hammer Smashed Face de Cannibal Corpse como banda
sonora, o quizá un atronador silencio, un silencio más atronador que el del
espacio sideral, o de más allá del muro del sueño y de la muerte (que son lo
contrario y la misma cosa).
¡Maldito sea el internet! ¡Maldita sea mi cibernovia!
Externo mi frustración, pues desde que esa condenada pandemia ha caído, no he
podido verla más que un puñado de veces, aunque llamarla cibernovia es un
halago, pues ni en whatsapp me contesta los mensajes, creo que videollamadas
hemos tenido aún menos (y no me hagan hablar de las veces que hemos cogido).
Definitivamente el verdadero meollo de este cuento no es
lo que está pasando ahora mismo (pues para eso haría falta un
electroencefalograma) en el plano físico, sino el infierno personal que sólo
Dostoyevski, y tal vez el Team Silent, podrían describir. Antes de tomar
aquella espada de madera, en mi cabeza ya había descendido al mismo infierno
(sí, sé que esto es un lugar común, pero también un paradigma eterno y
universal), me había burlado del Diablo y lo había torturado, y en el féretro
de Dios ya había escupido.
No tengo idea de cuántas gargantas en mi mente me he
rajado, cuántos galones de gasolina en mis enemigos he incendiado, ¡O qué tan
espeso es el bosque del suicidio que veo frente a mí! Un bosque de Aokigahara
más enorme y frondoso que cualquier noruego, mucho más que el de Chapultepec.
Me imagino cenando, maravillado, en mi propio bosque de seres empalados,
sollozando y gimoteando, ¡Algo que al mismo Vlad Tepes pondría orgulloso!
Pero en realidad solo tomé la espada de madera de mi
hermano y la estrellé contra el armario y la pared, grité casi hasta perder la
razón que la odiaba, y mis padres al escucharme corrieron a traerme la
pastilla. Un poco de valproato, mi padre llorando y una plática emotiva fueron
más que suficientes para darle a toda esta cruenta imaginación una bien
merecida despedida. Y mi sistema límbico vuelve a la normalidad. Pero todos los
demás creen que este soy yo, aunque solo me pase una vez al mes, y usualmente
sea un chico muy calmado y sonriente. Pero ya está todo bien, ya me desbloqueó.
Creo que mañana saldremos de nuevo, solo me tocará una pequeña regañadita y ya
nos podremos volver a amar. Ahora tendré que soportar la larga y solitaria
noche, e ignorar la triste y fría luna.
Kevin Erives es estudiante de historia en la UACH, enfocado en la historia militar, social y política del norte de México y sur de Estados Unidos. Es autor del cuento A través del túnel carmesí, que aparecerá en la revista de la UAA Horizonte Histórico, así como del poemario Sentenciado a vivir, poemas de la cuarentena. Publica sus textos en el blog de Facebook Tinta tu madre, tertulia creativa, con el seudónimo de Víktor Villa, y dirige la página de Facebook de Historia de la Ciencia, que se encarga de la divulgación científica con perspectiva humanística.
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