Un libro o
compendio de libros reunidos en el tomo
El árbol de la aurora, de Héctor Contreras López
Por Luis Kimball
Héctor
Contreras López reunió en El árbol de la aurora (esa diosa guerrera) una
serie de poemas de alta concentración, pues aquella educación que dará pie a
las ciencias y a la libertad en las artes nos permite mirar al horizonte,
privilegio antiguamente concedido solo a los dioses; se atreve a buscar por sí
misma las respuestas al cosmos, a los secretos de la vida, como si nos pudiesen
pertenecer. El numen de cada poema está ahí desde el principio, pero no todos
sus elementos, sino que van apareciendo y cobrando relevancia en nodos nuevos y
subsecuentes, desarrollando en cada estrofa una evolución del concepto:
Enséñame/ a
despertar/ como tú,/ bajo el rocío/ de todas las madrugadas.
Dime cómo/
andar/ lentamente/ a su tiempo,/ bañado de colores/ de la primavera.
Dame/ la
clave/ de tu reposo, de tu ancla,/ de tu mirar/ al cielo/ sin descanso (p. 11; Árbol de la vida).
De inicio,
usará la formula renacentista, haciendo cada vez el verso más largo, un poco
salmódico, y reconfigurando las genealogías deicas para nombrar lo humano, por
donde correrá la actualidad del resto de libro o compendio de libros reunidos
en el tomo, acrisolando en los versos, cada vez más narrativos, la estética de
cada poema, ese par de versos que dan un silogismo en la cadencia de su imagen,
como hallazgo de la filosofía: noticias: las nuevas antiguas verdades:
Today I have a family. / Tomorrow I don´t know.
Today I have a job. /Tomorrow I don´t know”
Today I have a room. / Tomorrow I don´t know
Today somebody is knocking/ They already know ( p. 23;
Inmigrant’s Prayer).
Imaginarán
las ganas que llevo de transcribirles medio libro: su mirada sobre las dunas de
Samalayuca, su lectura de la masacre y humillación de los Victorios en Tres
Castillos; la historia de ciertos pueblos Deni (o Dene); una buena cantidad de
cosas escritas de esa manera que nos sumerge en el libro; pero eso acabará
siendo no hacer la tarea...
“I was a rock, facing the ice foam, / I was the little branch/ of a dead
tree, drinking images/ and then, abandoning itself/ to the current” (p. 34).
Esta lectura
deja en manos reliquias de lo sagrado, elementos de naturaleza, aquellos
primeros poemas de versos cortos acrisolaron verdades que pone al cuidado del
lector, no a su consideración, para el acto reflexivo que hace bajar la cabeza
y guardar. Pero el verso se alarga y desacraliza mostrándonos una increíble
capacidad del manejo verbal, en cadencia, imagen y concepto, mientras va
consignando devenires:
Hincados
están los moros/ y sentada está la novia/ tocando una maraca de notas de oro (p. 59; Matachines del pueblo de
Jiménez).
Casi da pena
leer la ternura que consigna a momentos, como está descripción del herrero:
En casa del
herrero/ sonrisa de niño y/ mirada de cielo (p. 67).
El poema al
estilo de la ronda infantil da mucho más, balanceándose con sorpresa reveladora
al lector, y al igual que estas cancioncillas, abunda en tercetos, que ya
podrían ir decantándose a lo largo del uso popular que los estribillos dan a la
memoria.
¿Sabías que
Montevideo/ es una colección/ de banquetas, de parques/ y cementerios que un
niño/ imagina desde la ventana? (p. 99; Montevideo).
En el
apartado llamado Gramática de la respiración, da versiones libres de cantos
esquimales, traducciones de poetas sudafricanos que no tendríamos de otra
manera.
Las 180
páginas deben leerse y resulta en mucho inútil tratar de describir más.
El libro
compendia las posibilidades del autor en español y en el inglés que le es
natural, un autor profesional, con lo que tiene de agravio llamarle así a quien
escribe con arte.
Queda
comentar que en el trasfondo de las letras se reconoce, tras la mesura, al
hombre de cultura muy amplia y bien reflexionada. Se traslucen influencias,
como en cualquiera; pero la voz, el pensamiento, es claramente propio y solo
parece homenajear la naturaleza, la niñez y los lugares en su tránsito o
habitabilidad. La cultura en los poemas no se rebasa a sí misma, sino que
vuelve a nombrarnos y les concede el ser.
Lo sabrán
algunos; pero, para los que no: aquí hay un escritor muy completo, revelador,
pausado, disfrutable, al que hay que pedirle más libros.
Contreras
López, Héctor: El árbol de la aurora. Editorial Instituto Chihuahuense
de la Cultura, México, 2011.
Luis Kimball nació en Chihuahua en 1974. Vivió en Chihuahua, en Veracruz, en la ciudad de México, y ahora reside en Querétaro. Hizo estudios universitarios que no le satisficieron. Se interesa en el conocimiento y escribe desde joven, ha publicado en la revista Solar y en Manual del desierto. Es coautor del poemario Luna de hiel para tres, y autor de Puros de amor. Ha participado en la coordinación de espacios culturales y actualmente coordina el taller literario Escritura al día.
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