viernes, 12 de febrero de 2021

Zerk Maury. Tierra de prodigios rotos

 

Foto Pedro Chacón

Tierra de prodigios rotos

 

 

Por Zerk Maury

 

 

Llegué como muchos miles,

millones,

con la esperanza de habitar esta tierra

que no me fue prometida.

 

Amar a Juárez es negarse,

atenerse a ser odiado,

resistir.

 

Hay libros escritos

sobre la locura de esta gente:

la ciudad ha preferido amputar

a sus hijos adoptivos.

No quiere sentir la herida

ni mirar la cicatriz.

 

Hemos aprendido ser prisioneros.

Indigentes.

Invisibles.

Dementes.

Libres.

 

Pero hay dolor,

en las calles fluyen lágrimas,

sangre que palpita.

Nunca es ajena del pecado,

impune circula la droga

y frágil la inocencia.

Se sacrifican sueños,

por un plato de comida en la maquila.

 

Chihuahuita, torreonero, veracruchango

nombran a quienes hemos visto aquí nacer a nuestros hijos,

a quienes hemos llorado la muerte de los padres,

a los amigos que encontramos cuando lo creímos todo perdido.

 

Pese a ello, en Juárez y en El Paso tengo mis amores,

y no olvido el orgullo de mi tierra de origen.

El juarense se indigna, se compadece del connacional repatriado,

pero aborrece con sinceridad al mexicano que, ya sin fuerza,

en esta frontera se ha estancado.

Arrimados, impuros, nos llaman

por revelar ese secreto a voces, por todos sabido

que lo más bonito de Juárez es El Paso.

 

Amo esta ciudad partida en dos,

tierra donde alguna vez hubo gente cálida y hospitalaria,

el río bravo seco nos divide,

el pueblo manso ya no está.

 

En Juárez la gente vive de recuerdos

añora lugares que no existieron,

tumbas de arena, cantinas, prostíbulos derruidos,

se mueren ignorantes de su propia historia.

 

Posturas radicales en los habitantes del límite

cargadas van de rencor, de falso arraigo:

 

esa que sostiene que el tiempo pasado fue mejor

y aquella que no tolera la crítica,

a cambio segrega, margina, ridiculiza

y resuelve todo con un "regrésate a tu tierra".

 

En Juárez no puedes decir que la ciudad es fea,

la gente te responde con un “entonces vete a la chingada”,

la gente de Juárez es hospitalaria, todos lo afirman.

 

Yo no nací en Juárez, como muchos, pero amo esta ciudad,

y como los amantes he padecido la ignominia.

Hoy la gente me llama señor,

sin tener un feudo, solo es que me he hecho viejo

ni siquiera tengo un lugar donde morirme.

Señor por el rostro que aparenta cierta edad,

señor solo por el cuerpo ya perdido de encanto.

La batalla cotidiana derrotó mi energía.

Hablo pero mi voz ya no es la misma,

y la mirada es ahora una caja donde posan alacranes.

 

Hay a cada paso hacia El Paso, punzadas,

una tormenta de rencores

hay este dolor de estar desde lejos tan cerca,

en la patria perdida.

 

A mí no me preocupa que te vayas, me dice la ciudad,

a mí me enfurece que regreses prepotente,

con el idioma mutilado, sintiéndote del primer mundo,

después de haber sido violentado y cuando ya no eres el mismo.

 

Ustedes perdonen por hablar así

de esta salida de emergencia

a la que algunos recurrimos

para huir de un país gangrenado,

pero de aquí alguna vez voló un águila encendida en llamas,

envenenada por la carne de una víbora.

 

Hoy me arde el corazón,

recordé aquel niño que nunca quiso ser heroico

y murió por accidente, cayendo de una azotea,

de un castillo sin rey.

 

Ese niño con un arma en las manos

que se sumó a un ejército invisible

y perdió toda ilusión en su destino.

 

A nosotros,

los no nacidos en esta tierra,

cuando vamos fuera,

nos dicen los de Juárez

y lo aceptamos con orgullo,

aunque nos llamen traficantes,

asesinos, desgraciados,

porque a este lugar sin sombra

debemos lo que somos,

y en lo que sé,

a esta ciudad le nombraron

epicentro del dolor.

 

Este es el colmo del amor:

hoy más que nunca

debo quedarme aquí

con la sensación de no estar vivo,

tal vez padeciendo el síndrome de Estocolmo,

de cierta forma. Esta es mi ciudad,

y mis ojos verán resurgir sus campos.

 

Inédita lluvia cae sobre mí. 






Zerk Maury es autor de los libros Zero Borderland y El Recreo.

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