Como querer a un dios
Por Sergio Torres
Un día desperté, tomé el teléfono y le envié un mensaje al
objeto de mis querencias:
¿Vamos a desayunar?
Me levanté, tendí la cama, recogí los trastes sucios,
ordené la sala- cocina- comedor- lavandería- estudio, lavé los trastes. Revisé
los cubos de basura y colecté su contenido en una bolsa grande. Barrí el polvo
del departamento, preparé la ropa sucia para lavarla mientras llenaba una
cubeta con agua para trapear; puse las sillas en una recámara mientras trapeaba.
Para que fuera más rápido el secado, encendí el ventilado, en bajo.
Cambié de habitación, abrí las ventanas y amarré las
cortinas para dejar entrar la luz y el calor del sol.
Con el trapeador atrapaba el polvo mientras esparcía un
relajante aroma a lavanda, el piso adquiría un brillo instantáneo de limpieza y
frescor con un aroma que perdura.
Revisé el teléfono.
Sin respuesta.
Como la ropa ya había terminado su paseo depurativo en la
lavadora, la cambié de máquina, vacaciones cálidas en la secadora, 90 minutos
de vueltas alrededor de una fuente de calor... algo como nosotros en
dimensiones superlativas.
Mientras seguía esperando una respuesta, tomé una ducha.
Preparé ropa y tomé camino al baño, doce pasos entre el
perfume almizclado a humanidad y el sintético aroma a limpio del jabón, el
desodorante y los demás afeites de la civilización occidental.
Tomé el baño como de costumbre, sin prisas ni pausas, como
cantando una canción "cabeza, cuello, hombros, pies" y todos los
puntos intermedios; minutos de introspección y autorreconocimiento, de
discurrir eternidades en diez minutos o menos.
Limpio y fresco, volví mis doce pasos a la recámara, revisé
de nuevo el teléfono, aún sin respuesta.
Decidí practicar mi caligrafía en el ínter de recibir
respuesta y esperar la campanilla de aviso del final de ciclo de la secadora,
dejar que la superficie del papel se llene de trazos suaves o firmes, redondos,
curvos, rectos, meditados, bruscos, prolongados, breves.
Dibujar letras hermosas y también algunos intentos no tan
bellos, singularidades en el intento de uniformidad del blanco y negro del
papel y la tinta, deleite de hacedor, goce unívoco de recreador. ¡Cling! suena
la campana de la secadora.
Decido ir a desayunar solo. Cuando la mesera trae mi plato,
llega un mensaje:
Sí, vamos.
Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.
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