Ella me mira desde algún lugar inaccesible
Por Sergio Torres
Ella me mira desde algún lugar inaccesible, desde una luna de plata que se asoma, lúdica, debajo de sus párpados. Es un juego completamente suyo. Yo no sé qué quiere, ni cuándo ni cómo lo quiere, pero disfruto cuando entre sus caprichos me invita a jugar a estar juntos, a caminar el mismo camino, aunque sea solo por nueve semanas y media.
Ella me mira vestida de besos ebrios, de madrugadas extendidas, de los excesos cotidianos que hacen su vida.
Ella me mira tendido en su lecho como campo de amapolas, trémulo, tímido, tántrico, ríspido, enervante, analgésico, expuesto, dispuesto, salvaje y joven, aunque yo me sienta un hombre hecho y derecho, demasiado joven para sus muchos años de oficio.
La casa de la Malena fue durante muchos años el santuario de lo prohibido, a donde todo el mundo de las fantasías adolescentes concurría. Escuchabas historias desde la primaria, compañeros que se asomaban sobre las bardas bajas; fiestas que no terminaban sino siete, once, trece días después; la visita de celebridades locales e internacionales. Y ahí sigue, la casa y la Malena, célebre como siempre, hecha un mar de pasiones.
Yo fui una vez a esa casa, tendría unos diez años, cuando andaba vendiendo carne machaca en bolsas de cuarto y de medio. Me abrió la puerta un mujerón de ojos verdes y mirada salvaje. ¿A cuánto la bolsa, plebe?, me dijo, no recuerdo ni qué le contesté, pero poco a poco fueron saliendo las demás muchachas y se acabaron todo lo que llevaba. Olían a perfume, maquillaje, alcohol, tabaco y aventura. Dejaban asomar a propósito o por descuido un muslo aquí, un seno allá. Esa venta fue la mejor del día. Cuando volví a casa me dijeron que no volviera a la casa de la Malena a ofrecer la carne. No tenía sentido ¡fueron mis mejores clientes!
A las semanas, esos ojos verdes me encontraron de nuevo en la Plazuela 27 de Septiembre, lugar único en México que celebra la consumación de la Independencia Nacional, y me reclamaron que no hubiera vuelto. Entonces concretamos una cita, yo iría el sábado a las 12 y ellas comprarían todo lo que llevara. Así se dijo, así se hizo. Hasta que algún chismoso le dijo a mi mamá que yo me andaba juntando con las muchachas de en que la Malena y salí cintareado, coscorroneado y llevado en vilo de las orejas.
Santas mujeres que ejercen con valentía un oficio en el que exponen el físico y la reputación constantemente. Yo no me pondría en su lugar.
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