Foto Pedro Chacón
Pienso en ti, constantemente. En las mañanas echo de menos tu cuerpo junto al mío. La cafetera se queda con la mitad del agua sin usar
Por Sergio Torres
Pienso en ti, constantemente. En las mañanas echo de menos tu cuerpo junto al mío. La cafetera se queda con la mitad del agua sin usar. El batido de huevo con espinacas y jamón de pavo es demasiado para uno. Pero sigo llenando la jarra de la cafetera a tope y sigo cocinando para dos. El calentador de agua trabaja mucho menos que cuando vivías conmigo, yo uso el agua bastante más fría que tú. El coach del box me nota mucho más furioso que cuando empezamos esto de dar de golpes al costal. Odiaría desatarme contra el sparring y descontrolarme hasta sangrar. Por fortuna, el peso de los guantes, el cambio de guardia, lanzar golpes y brincar sin parar cansa. Echo de menos tu cuerpo junto al mío en la bañera, en la butaca de junto cuando voy al cine, en el asiento del pasajero en el coche, tú abrazada a mí cuando manejo la moto por la ciudad. El sábado fui hasta Santo Domingo, subí las escaleras de la iglesia y vi desde ahí la ciudad, Santa Eulalia, los cerros. Escuché el rumor del viento en mis oídos, dejé que el frío entrara por las aberturas entre los botones, en las heridas que me dejó tu ausencia ¿cerrarán algún día?
Lo peor de todo es la demencia que me inunda, no sé a quién extraño: a la que eras, la que eres o a la que yo creé en mi imaginación, igual de inaccesible como las demás.
Es domingo, día de sexo y panqueques. Contra toda rutina, hoy tomé la moto y fui a El Fresno a escribir palabras que le robo al viento, a sus murmuraciones entre la hojarasca y los tallos de ocotillo, el ruido de la carretera y las nubes que galopan el claro cielo de Chihuahua.
Sí te extraño, K, y te encuentro en los ojos de M, en la sonrisa de L, en los senos de C, en la cadera de E, en el aroma almizclado de I, en la cabellera de J, en las manos hábiles de A, en la voz aterciopelada, mezcla de bourbon y seda de L. Y aquí me tienes, en domingo, visitando lugares santos y escuchando pláticas privadas en vez de comer panqueques y hacerte el amor como cuando fuimos a Mazatlán a comer pescado zarandeado y reías como una niña mientras deshacías la belleza del plato con glotonería y gozo.
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