Noche fría
Por Dora Carrera
Allá por 1997, en la colonial ciudad de Durango, el 27 de noviembre después de un día laboral no tenía yo ganas de regresar a casa. Me gustaba mi nuevo trabajo y también mis compañeros. En especial me gustaba Ramsés, un joven de 27 años quien estudiaba en la Escuela de Leyes. Yo tenía treinta.
Mi familia era muy conservadora y por eso yo misma me conservaba casi encerrada en mi casa, nunca salía con amigas ni tenía novio. A esa edad aún era yo virgen, casta y pura.
Me enamoré de Ramsés. Mi compañero de trabajo era muy alegre, siempre me hacía reír. Cuando trabajábamos éramos increíblemente éxitos, ambos. Muchas veces salíamos fuera de la ciudad por asuntos de la empresa, pasábamos día y noche juntos: me fui enamorando más y más.
Recuerdo que una tarde mi amiga Florencia y yo fuimos a cenar y a escuchar mariachis en un romántico lugar llamado La Terraza. Una hora después llegaron otros compañeros y también venía Ramsés. Reímos, tomamos y disfrutamos el momento, fue una velada feliz.
Cuando quise regresar a mi casa, no sabía para qué rumbo ir. Entonces Ramsés se ofreció a acompañarme. Cuando nos quedamos solos empezamos a caminar juntos, subimos a su troca y nos dirigimos al más hermoso mirador de la ciudad.
En cuanto nos estacionamos nos abrazamos muy fuerte y nos desembocamos en besos de pasión hasta que nuestros cuerpos estuvieron totalmente fundidos una en el otro. Me dijo:
―¿Cómo que va a ser tu primera vez? Y conmigo, que soy un hombre que mucho he corrido.
Sin importarnos nada, ni mi virginidad ni la noche ni el frío, nos quitamos mutuamente todas las prendas de la ropa y entonces fueron las estrellas y la noche fría los únicos testigos de mi pasión de aquel día feliz.
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