No compré flores el día que moriste
Por Ramón Rangel
No compré flores el día que moriste,
me resigné a apretar las manos
y gritar tu nombre entre sollozos.
Dejé de respirar por cinco segundos
para ver si así alcanzaba tu muerte.
Me quedaban las uñas y la fuerza
para buscar en la tierra tu cuerpo;
para encontrarte dormido
y decirte al oído tu nombre
para que no lo olvides,
para que no nos olvides.
Encontrarte bajo tierra
para entender que así sean las ocho,
las cuatro, las doce, tú no vas a abrir la puerta
y no vas a encontrarnos en la cena.
Nos vas a encontrar llorándote toda la vida.
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