martes, 18 de junio de 2019

Mónica Torres Torija. El oficio literario

El oficio literario

Por Mónica Torres Torija

En el  mundo de la literatura, el escritor es el artífice de la palabra, el orfebre que trabaja con el cincel de su pluma para hacer emerger del material precioso que es el caudal lingüístico, la joya que celebre la belleza de la creación artística.
En el ejercicio de la escritura convergen la técnica, la inspiración, el goce y el placer, el talento y una especie de conjuro que hace posible que en el espacio textual emerja la magia de la poesía o la ficción, que entona la música orquestada por el escritor que como un canto de sirena, seduce, atrapa y condena al lector a ser partícipe solidario de la melodía que produce el fenómeno literario.
En tanto lectora asidua y apasionada de la literatura, igualmente me conmueve el poder vislumbrar las voces ocultas que hay detrás de los discursos erigidos en el poema o en el relato, como regocijarme en los laberintos de la poesía y de la ficción al que me convocan los escritores cuando se produce el sortilegio en el momento en que me apropio de los textos, o son ellos los que me trasladan e incorporan en el espacio lírico y en el universo de la ficción.
En esta celebración que hoy los amantes de las letras queremos hacer de esos demiurgos que contemplan el mundo y lo recrean en el espacio literario, el dar cauce a algunas voces que en el oficio literario han dado muestras de talento y genialidad artística, nos permitirá el abordar críticamente la compleja naturaleza del acto creador en el oficio de la escritura.
El pensamiento de los escritores que quiero compartir con ustedes corresponde a figuras que han ejercido un protagonismo decisivo en la literatura contemporánea. Han sido fieles seguidores de una tradición clásica, han promovido e instaurado nuevas formas arraigadas en la posmodernidad y han experimentado, estrujado, reinventado el poder comunicativo de la palabra y la capacidad de provocar y sugerir significados a través del discurso literario.
Unos en el ejercicio de la poesía, como José Emilio Pacheco, quien explora y cuestiona las posibilidades infinitas del texto literario,  una vez que ha sido terminado el proceso creador y se convierte en algo independiente como lo expresa en el poema En defensa del anonimato:

Es decir, lanzamos
una botella al mar, que está repleto
de basura y botellas con mensajes.
Nunca sabremos
a quién ni adónde la llevarán las mareas.

Pacheco, resistiéndose a figurar en la farándula literaria, tiene que reconocer que el poema condensa en parte lo que escritor proyecta de sí y de su visión del mundo. La otra mitad lo otorga el lector, y es en este lugar donde ocurre el encuentro entre escritor poeta y lector que se produce la poesía, lo que causa el asombro y la maravilla de este encantamiento.

Llamo poesía a ese lugar del encuentro
con la experiencia ajena. El lector, la lectora
harán, o no, el poema que tan solo he esbozado.
No leemos a otros: nos leemos en ellos.
Me parece un milagro
que alguien que desconozco pueda verse en mí espejo.

Francisco Umbral, a raíz de una experiencia dolorosa por la pérdida de un hijo, encuentra en el acto escritural una purga para el dolor y para reencontrarse con el mundo. Es en Mortal y rosa donde la tristeza y el dolor lo conducen a ingerir la pócima que brinda el acto creador de la escritura para poder reinventarse, recuperarse o incluso desaparecer. Es profundamente cautivador cómo un texto narrativo se erige como una metanovela, donde la fábula contiene los detonadores para poder dilucidar los alcances de la palabra y del oficio del escritor.

Dicen los modernos lingüistas que no hablamos una lengua, sino que la lengua habla a través de nosotros. Es el río del idioma lo que se pone en movimiento cuando me siento a la máquina. El mundo se expresa a través de mí. Solo somos dueños de aquellas sensaciones que no tratamos de racionalizar. Que el curso de las cosas me lleve, que la lengua universal hable por mí.

El hechizo que se produce en el acto de escribir no solo incorpora la contemplación de quien escribe, el mundo habla a través de la lengua, ese “río del idioma” que logra erigir una vez y que utiliza al escritor como su demiurgo para que termine el conjuro de la escritura.
Isabel Allende es un personaje de las letras hispanoamericanas que ha encontrado en la literatura una forma de existir y recuperar la memoria. El oficio comprometido del escritor conlleva no solo a una tarea personal de recuperarse a sí mismo a través de la memoria y el recuerdo, sino también a una tarea colectiva, al ser portavoz de una mirada, un discurso que permita reconstruir el mundo que en ocasiones tiende a desmoronarse.

La escritura es para mí un intento desesperado de preservar la memoria. Soy una eterna vagabunda. Por los caminos quedan los recuerdos como desgarrados trozos de mi vestido. De tanto andar se me han desprendido las raíces primitivas. Escribo para que no me derrote el olvido y para nutrir las desnudas raíces que ahora llevo expuestas al aire.

La escritura entonces se convierte en un oficio literario que permite recuperar la identidad perdida, de preservar en la memoria, la verdad que no debe ser olvidada, para anclar las raíces de la existencia en un terreno fértil que sobreviva a los embates de los tiempos posmodernos.
José Jiménez Lozano, escritor español es uno de los personajes que más ha tratado en el ámbito literario de revelar los secretos ocultos del acto creador. El oficio literario es para él una razón de ser, de existir, que conjuga la belleza, una manera de sucumbir ante ella y de recuperar la naturaleza inherente en el hombre.

La respuesta de José Jiménez Lozano, por escueta y rotunda, es apabullante: “porque sí”, “porque es hermoso, apasionante; porque es vida”. La escritura es, por tanto, una rendición ante la belleza y, como él ha dicho en más de una ocasión, se dedica a ella porque “no sabe hacer otra cosa”, porque es “una forma de vivir, de ser hombre”.

Algo es importante señalar: la manera en cómo se define en función de su oficio literario. Se considera escribidor y no escritor, esa figura que siempre se ve rodeada del oropel y quizá de cierta cursilería. El compromiso de Jiménez Lozano apunta más a la vocación de plasmar la vida del hombre, no importando sucumbir en el intento ni dejándose condicionar por las modas o los cánones impuestos de la tradición literaria.

Siempre he tenido claras tres cosas: la una, que no quería ser escritor, sino escribir, que no es lo mismo,; la segunda, que debía ser yo el que decidiera lo que escribiese; aunque luego, en último término, no lo decida yo sino que se me impone en mis adentros, pero, desde luego, nada desde mis afueras. Y la tercera, (…) que no tenía por qué mirar a ninguna parte de las corrientes y los usos.

Almudena Grandes es una escritora que ha destacado en la escena cultural española por romper tabús y tratar de recuperar la historia reciente a través de la memoria. Reconoce que en su formación como escritora el ingrediente esencial ha sido la lectura, lo que nos recuerda que siempre el escritor es un eterno aprendiz que tiene que escuchar de los maestros que la tradición ha instaurado y también reconocer que para construir un discurso propio hay que identificar las diferentes voces y registros que se pueden contener en el texto narrativo.

Y el origen de mi trayectoria literaria, como creo que siempre ocurre, fue el de una niña apasionada por la lectura que en un determinado momento decidió atravesar el espejo. Considero que la función del lector y del escritor es especular, que ambos son las dos caras del mismo espejo.

Para Mario Vargas Llosa la función del escritor, y en particular del novelista que configura el mundo a través del relato, es de ir a contracorriente. La voz del escritor se deriva de una mirada crítica que se rebela con lo que la realidad le ofrece y, por ende, trata de crear un mundo que posibilite la esperanza de una realidad más placentera.

Creo que el novelista es ante todo aquel que no está satisfecho con la realidad, aquel hombre que tiene con el mundo una relación viciada, un hombre que por alguna razón, en determinado momento de su vida, ha sentido que surgía entre él y la realidad una especie de desacuerdo, de incompatibilidad.

La inspiración es otro tópico interesante en la labor creadora del oficio literario. Los clásicos nos dirían que estamos a la espera de la llegada de las musas para que con su hálito divino haga posible que surja el hechizo mágico de la creación. A este respecto, Gonzalo Torrente Ballester considera que la musa se encuentra en el alma del escritor, y que se conjuga con la serie de estímulos del mundo exterior, lo que logra que emerja la inspiración que propicia el acto de escribir.

Hay un estímulo interno o externo que de pronto pone en juego todo un sistema de imágenes. Estas imágenes están dentro del creador organizadas, y el estímulo las despierta (…) Siempre es un estímulo externo o interno, absolutamente imprevisible, el que pone en juego los sistemas de imágenes: es lo que llaman inspiración.

Para nuestro bien amado García Márquez, figura emblemática de las letras hispanoamericanas, la inspiración adquiere otro matiz. Se convierte en una especie de encantamiento que seduce al escritor, quien tiene que aportar el talento y la dedicación para que, como mencionaba al principio, pueda cincelar como diestro orfebre la creación de la belleza contenida en el texto literario.

Yo no la concibo como un estado de gracia ni como un soplo divino, sino como una reconciliación con el tema a fuerza de tenacidad y dominio.  Cuando se quiere escribir algo, se establece una especie de tensión recíproca entre uno y el tema, de modo que uno atiza al tema y el tema lo atiza a uno.  Hay un momento en que todos los obstáculos se derrumban, todos los conflictos se apartan, y a uno se le ocurren cosas que no había soñado, y, entonces, no hay en la vida nada mejor que escribir. Esto es lo que yo llamaría inspiración.

Para Augusto Monterroso, el oficio literario tiene que partir de un primer cuestionamiento de reconsiderar en qué consiste esta actividad creadora. Reconoce la importancia de la imaginación, esa inspiración que dota de quimeras al mundo figurado, pero también el uso de la palabra, de poder manejarlas, manipularlas, estrujarlas, ajustarlas, requiere de un dominio que solo puede derivarse de un aprendizaje constante de las posibilidades expresivas.

El oficio de escritor es complicado; requiere no solo de la imaginación, porque la imaginación está libre para lo que se nos ocurra, pero si queremos convertirla en obra de arte, como es la literatura, ya el problema comienza por el oficio. Es decir, por el estudio del lenguaje, de la gramática, de saber combinar las palabras de la mejor manera posible, porque no se trata solo de aprender a redactar.

Uno quisiera encontrar cierta fórmula probada para lograr la magia creadora del relato. Cada autor tiene su receta, su sazón con que aderezar el poder de la imaginación, el genio creador y la habilidad para construir su propio discurso. Juan Marsé, novelista español consagrado en el mundo de las letras hispánicas, considera que para lograr el acierto en la ficción, se necesitan tres cosas:

…tener una buena historia que contar; saber contarla –lo que significa oficio– y algo muy especial: tener ganas de contarla. A veces, cuando un novelista no tiene nada que decir, pone énfasis en el cómo, complica la historia, la estructura y el lenguaje. Pero si la historia posee fuerza, aunque a veces no esté genialmente escrita, interesa. (…) El secreto está en dar vida. Conseguir la complicidad del lector es muy importante. Y para atraparlo, cualquier procedimiento es bueno. En definitiva, la literatura de ficción es una mentira bien contada, pero si mediante ella consigues que te crean lo que cuentas, el objetivo está cumplido.

Sergio Pitol, es un intelectual mexicano que ha sorprendido por la complejidad e intensidad de sus relatos y por la clarividencia mostrada en torno a sus reflexiones sobre el oficio literario. Reconoce al igual que Monterroso el poder de la imaginación, pero también el cúmulo de experiencias que van formando la aprehensión del mundo y que son las que construyen el puente dialógico con la cultura contenido en los libros.

Soy hijo de todo lo visto y lo soñado, de lo que amo y aborrezco, pero aún más ampliamente de la lectura, de la más prestigiosa a la casi deleznable. Algunos vasos comunicantes no fácilmente perceptibles transmiten lo que soy yo a mi lenguaje y lo que el lenguaje es a mí.

El someter la palabra, en tanto lenguaje, a los designios del escritor, permite construir la dimensión de lo literario. Si nos quedamos atrapados en la técnica, al orden riguroso de la preceptiva o de la norma, no se alcanzará lo genuino del acto creador. El detonador principal para producir la magia genuina del texto literario está depositado en la gran pasión interna por muy irracional que esta pueda parecer.

…la literatura genuina surge de la parte irracional del individuo. La creación literaria jamás debe confundirse con la redacción. La redacción apunta al orden y la literatura a la locura. Para redactar bien basta respetar las reglas gramaticales y lograr claridad en el mensaje; en cambio para hacer un texto literario debe partirse de una gran pasión interna.

Hay otros escritores que transitan por una especie de culturalismo y que hacen del oficio literario una forma de vida imbuida de bohemia  y de dandismo, pero no ello menos válida la postura que se asume. Javier Marías, uno de los escritores españoles contemporáneos más reconocidos, no siente tapujo alguno para expresar que lo que lo mueve a escribir puede ser la simple razón de no someterse a ninguna burocracia oficial que le diga qué hacer o para quién escribir.

Escribo novelas porque la ficción tiene la facultad de enseñarnos lo que no conocemos y lo que no se da (…) Y porque lo imaginario ayuda mucho a comprender lo que sí nos ocurre, eso que suele llamarse "lo real".

También la escritura de la ficción permite al escritor a revelar el enigma de lo cotidiano, de lo que nos acontece y a lo que nos confronta el mundo vertiginoso en el que estamos inmersos.

Vladimir Nabokov, célebre escritor posmoderno, polémico y renovador del hecho literario, considera que el autor asume un reto titánico para poder vislumbrar las grandes paradojas de la existencia, haciendo que el mundo vibre y se funda en el relato. Debe propiciar que el mundo no solamente sea reflejado, proyectado, sino también que surja como una efervescencia mágica que logre controlar el caos de mundo.

El arte de escribir es una actividad fútil si no supone ante todo el arte de ver el mundo como el sustrato potencial de la ficción. Puede que la materia de este mundo sea bastante real, pero no existe en absoluto como un todo fijo y aceptado: es el caos; y a este caos le dice el autor: '¡Anda!', dejando que el mundo vibre y se funda.

Ana María Matute ha sido una escritora con cierto encanto en su estilo y en la mirada con que ha contemplado el mundo. Prueba de ello son la serie de relatos que ante un ángulo cruel e inocente,  plasma el realismo unas veces atroz, de la realidad española de posguerra. Sin embargo, con alma de niña, no pierde el candor para como Alicia en el país de las maravillas, querer mirar ante el espejo y descubrir las otras realidades que hay detrás de él.

Esta es una de las razones que me impulsan a escribir, a adentrarme en el bosque de las palabras, tratando de revelar la belleza de todo lo que hay, de todo lo fantástico y mágico que no vemos, pero que es necesario descubrir.

Son las palabras, las que se convierten en el motor de su existencia, en la tabla de salvación que le permitió sobrevivir al mundo devastador de la Guerra Civil Española y las que le permitieron reconocer que la belleza del mundo no se ha extinguido. Por eso escribe, para de nueva cuenta participar en el conjuro y hacer que la magia flote en el aire.

La palabra es lo que nos salva. Pero no la poseemos sin más, para utilizarla como un instrumento; si la tenemos es porque la consagramos a la búsqueda sin fin de una palabra distinta, no común, laboriosa y exaltadamente perseguida, pero que tan simple, tan sencilla resulta cuando la hemos hallado.

Ana María Matute reconoce que a lo largo de su trayectoria literaria que contiene una copiosa producción narrativa, su viaje por el mundo de las letras ha sido una constante búsqueda de una especie de vellocino de oro que le permite vencer cualquier quimera ante la vida. Y consciente del impacto de la ficción en el lector, pretende brindar al lector, compartir con él, esa fuerza vital que le permita transitar con menos desasosiego por la vida.

Escribir es para mí la persecución de esa palabra mágica, de la palabra que nos ayude a alcanzar la plenitud; ella es la cifra de mi anhelo: que esa palabra pueda llegar a alguien que la reciba como recibiría el viento un velero en calma sorda y desolada, una palabra que acaso le conduzca hacia la playa, una playa que a veces puede llamarse infancia desaparecida, que puede llamarse vida, o futuro, o recuerdo.

Jiménez Lozano nos invita a reconocer en la lectura una necesidad vital para el hombre, más que una simple afición o divertimento. Nos permite interactuar con el mundo. De ahí que también Vargas Llosa, reconozca en otros libros, en otros autores, a los grandes maestros que han forjado a la figura del escribidor.

Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia.

Entonces, ¿cuál es el sentido de la literatura y de que aquellos que ejercen el oficio literario? La literatura, continúa Vargas Llosa, es algo que  nos ayuda a entender la vida, a servir como brújula en el laberinto de la vida por el que transitamos. Nos ayuda a soportar con cierto estoicismo los reveses y avatares de la existencia y  nos permite descifrar el enigma que ésta encierra.
La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Las mentiras verdaderas, como las llama Vargas Llosa, suelen ser las verdades a través de las cuales el lector se transforma. Se convierte la literatura en una especie de hechicería que nos brinda la posibilidad de la ilusión, nos instaura un espíritu de inconformidad y de rebeldía que nos permite reconocer la gran hazaña del hombre al sortear las vicisitudes constantes de las relaciones humanas. He ahí el sortilegio del que hablaba líneas atrás, del conjuro pronunciado en el oficio literario.
Para cerrar esta reflexión del oficio literario, quisiera mencionar por último a Clarice Lispector, una escritora cuyo acto escritural se convirtió en una “forma de existir”, y para quien el ejercicio de la palabra le permitió dar rienda suelta a los demonios internos, y que pese a que la envicia al no poder liberarse de esta orfebrería literaria, la conduce inevitablemente por un camino de salvación que la libera y hace que su vida se prolongue en el tiempo.

Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra, como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba.

Los dejo con el último mensaje, con la evocación del gran Flaubert para quien la única forma de soportar la existencia es aturdirse en la literatura como en una orgía perpetua.
Enero 2013



Mónica Torres Torija González es licenciada en letras españolas Por el ITESM campus Monterrey, con maestría en educación por la UACH. Ha cursado diplomados, entre otros: el Curso de Investigación Lingüística y Literaria, el Curso Superior de Filología Española, Curso Iberoamericano para profesores en la especialidad de Lengua y Literatura Española, Seminario de Propedéutica para la investigación en Teoría de la Literatura, realizados todos estos en la ciudad de Madrid y de Málaga en España. También ha realizado el Diplomado en Dirección de Centros Educativos, cursado en el IIDEAC en México, D.F. Asidua lectora, apasionada de la ficción narrativa y el universo poético, se considera un personaje que deambula por las aulas tratando de ir avivando el fuego que enciende y aviva el espíritu crítico de los jóvenes que con actitud ingenua y poco llena de osadía, consideran que su formación intelectual se debe al mundo de las letras.

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