La escuela de la
Zapata
Por Heriberto Ramírez
Cuando abrí la puerta sus
caras se iluminaron con un gesto auténtico de aprecio, un aplauso generalizado
brotó de sus pequeñas manos, me había ausentado por tres días del salón de
clases para recuperarme de un resfrío severo. Un nudo se detuvo unos instantes
en mi garganta, no acostumbrado a estas muestras de afecto, quizás hasta una
lágrima intentó asomarse.
Estábamos apilados en
un pequeño salón de clases, teníamos Lalo y yo bajo nuestra responsabilidad
tres grupos en ese solo salón, cuarto, quinto y sexto. Se trataba de una escuela
recién fundada, ubicada en una colonia de paracaidistas. Como no tenían
maestros, buscaron voluntarios y sin dudarlo nos ocupamos del asunto. Recién
habíamos regresado de un curso de nivelación pedagógica en Guadalajara, después
de terminar la preparatoria, donde habíamos adquirido los rudimentos básicos,
así que estábamos deseosos de ponerlos en práctica. A ese pequeño salón
concurrían personas a vernos desde las ventanas dar clases, entre ellas, alguna
señorita con la intención de ponernos nerviosos.
Poco a poco la escuela
se iba construyendo; en alguna ocasión me tocó ayudar en el vaciado de cemento
en los techos. Dábamos todas las asignaturas, incluida educación física; eran
niños y niñas inquietos, con la transparencia propia de su edad, sed de
aprender y disfrutar la vida, sin darle importancia a las limitaciones materiales
de su entorno. Esa grata experiencia me permitió apreciar el valor de la
educación, dejó en mí una huella imborrable.
Heriberto Ramírez Luján, filósofo mexicano, redacta la lógica
con precisión de cirujano. En sus ensayos y libros de filosofía y también en
sus textos literarios. Sobrio y elegante profesor, el estoicismo es divisa de
su estética. Y de su gran estilo.
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