martes, 11 de junio de 2019

Jesús Manuel Camúñez. Ciudad

Ciudad

Por Jesús Manuel Camúñez

Testigo mudo. Ciudad callada ante tantas y tristes arrugas de la periferia; orillas donde se sufren los dolores del pueblo; pueblo marginado en la suciedad de la pobreza, ahí donde se vive lo mismo en un jonuco de cartón o en bellas residencias de las que parecen lunares desentonantes a la gris realidad…
Tú, y nadie más, sabe la verdad. Qué importa que hoy sea tú día de gala, otro aniversario donde va a pararse el cuello algún funcionario público diciendo unas cuantas palabras en tu honor, palabras que llevarán un mensaje de vanidad y ego a quién las pronuncia, publicidad política en favor de algún líder. Tú sí has de recordar cuando estos humildes pies llegaron a tus calles: también otoño como ahora.
Venía seguro de que encontraría la felicidad que tanto anhelaba, tal como dijo el catrín aquel: “Allá no se parece por nada, hay de todo, servicios de los que desees, camarada, felicidades que aquí en tú triste rancho te son prohibidas por falta de comunicación y autoridades competentes”. Pobre iluso. Cuándo te ibas a imaginar que simplemente para encontrar un trabajo tendrías que vértelas negras, simplemente para tener una vivienda se necesita mucho colmillo para no caer con los tiburones usureros y chupasangre que son los arrendadores. Como Chihuahua no hay dos, compa, me dijo un pachuco, y si no tienes casa nomás dime y te echo un aliviane, al fin y al cabo ya tienes jale de planta, como quiera te meto el hombro con una palanca, por una feria te hace un paro con el Infonavit.
Chihuahua, para qué te cuento si eres testigo de todas estas canalladas. Un año dando vueltas y vueltas, una que otra feria para gastos y nada de casa, no había millones, olvídate. Si ya de antes había mirado que afuera de las casas del mentado Infonavit hay puros carros más o menos pasaderos, qué iba a comprar casa un pobre desarrapado como yo que con lo único que contaba era con un trabajo de vendedor de libros. Tú mejor que nadie sabes cómo me sentía con un traje de pingüino, con el pescuezo apretado por la corbata, camine y camine calles enteras tocando puertas, con la esperanza de que alguien me recibiera y me hiciera una compra y sacar cuando menos para la comida y el cuartucho donde vivía.
Te acuerdas del día en que, ya cansado por tanto que me jorobaba el usurero de la vecindad, me uní a la comitiva que traía el líder de aquella colonia. Sí, creo que has de recordar, fue un mes de marzo, cuando con sus palabras lavacocos nos dijo a todos los ahí reunidos:
Los ideales de la Revolución hay que rescatarlos, y como al gobierno esto le vale, yo y mi señora estamos decididos a luchar por ustedes y con ustedes, porque dichos ideales se cumplan al pie de la letra. Es por eso y por mucho más que vamos a tomar la tierra que nos pertenece, esa tierra por la que lucharon nuestros antepasados y que hoy en día está en poder de unos cuantos caciques, los cuales con la complacencia de nuestros gobernantes son unos viles vampiros del proletariado, un proletariado compuesto por nosotros los desprotegidos.
Bonito discurso, verdá de Dios. La mera neta me subió los ánimos y, cual debe, me lancé a la lucha por un terrenito donde poder fincar el patrimonio de mi familia, al igual que muchos otros. Si haces memoria te has de acordar que fui uno de los primeros en recibir su lote y toda la cosa, fui el segundo del mentado líder: le ayudaba en la medición de los terrenos y también apuntaba en un cuaderno los nombres de gentes que no tuvieran donde vivir, total, un relajo de poca madre. Todos nos instalamos en aquellos gatuñales, andábamos con la cabeza en las nubes felices de la vida por ser dueños de un pedazo de tierra, de una tierra que siempre ha sido nuestra, al menos eso se dice.
—Mira, mujer, aquí vamos a levantar la sala, acá mero la cocina, enseguida el cuarto de la niña y luego el de nosotros: será la casa más bonita, pa que no le andes.
Diciendo y haciendo, para luego levantamos un cuarto de cartón por mientras; según eso de esa forma ya teníamos amparado el terrenito, pobres tontos: quién iba a pensar que los dichosos lotes eran nada menos que de un ex gobernador del Estado y de dos o tres políticos de pacotilla. Para qué te cuento cómo nos fue.
Una mañana llegó un corbatudo con lentes negros dijo que era licenciado y venía de parte de la justicia, nos dijo que el mentado líder era un engañabobos y lo único que buscaba era hacer dinero con nosotros y mejor que nos fuéramos con las chivas a otro rumbo y dejáramos de buscarnos problemas con la señora autoridad. No le hicimos caso. El líder cuando supo todo eso, hizo la bilis de su vida.
—Pos que gacho es el gobierno —dijo mi señora cuando llegó una troca y cargó con todos nuestros muebles, digo, lo que alcanzamos a sacar del cuartito de cartón.
Porque de veras que sí vino el gobierno: soldados, judiciales, policías y máquinas de las que se usan para hacer carreteras. Yo creo que a ti también te ha de haber dolido cuando empezaron a tumbar los tristes jonucos. Allí nos tenían a todos viendo, encorajinados; las viejas y los escuincles llore y llore. En un ratito nos dejaban los terrenitos planos, las viviendas desgarradas como si hubiera pasado un ventarrón o caído una culebra. Qué triste fue cuando como a bichos raros fueron y nos tiraron allá por un arroyo, lejos de ti, lejos unos de otros también, para que así batalláramos más para juntarnos y hacerla de cuento otra vez.
Pero mejor hablemos de otras cosas que con todo esto ya me quiere llegar la tristeza. Al fin y al cabo de todos modos salimos con nuestro pedazo de tierra y aquí estamos dándole lata al señor. Yo me acuerdo que para los de allá de mi tierra, los mentados serranos como nos nombran aquí en la ciudad, un aniversario de este porte se festejaba en grande, con bastante barbacoa y música para llenar a la gente, bonitas canciones, verdá de Dios. Y fíjate bien: antes de que se viniera la guarachada, los maestros de la escuela, que eran los más leídos, nos contaban la historia del pueblo, de cómo había nacido, quién lo fundó, y un chorro de cosas. Con decirte que hasta mentaban quién había estrenado el panteón, figúrate nomás.
Lo malo era cuando al señor presidente se le ocurría quitarle el micrófono al profesor y empezaba con su cantaleta de siempre queriéndose parar el cuello con el trabajo del pueblo, pobre loco, tanto tiempo que duró en la silla y nunca hizo nada, ni siquiera un salón dónde bailar cuando lloviera o para que la gente viera cine bajo techo; de perdido hubiera construido una plaza con tanto dinero que se clavó. Centros donde pueda divertirse la prole, así como los que tú tienes, aunque son pocos ya de perdida son algo. Claro que debiera haber más museos, parques, canchas de juego y que todas esas casas antiguas que adornan tus calles y fueron orgullo de tus antepasados se conservaran bonitas, orgullo de tus antiguos arquitectos que lucharon por vestirse de gala, muchas de esas construcciones fueron destruidas para levantar edificios de concreto que no son comparables a tus viejas vestiduras. 
Mira tus habitantes, todos presurosos, nadie pone atención a nadie, todos van hundidos en su pozo, agujero negro que los vuelve ciegos, no miran a su alrededor. Todos bajo la presión de sus problemas, ni siquiera pueden entender la cruz que traen a cuestas, por ejemplo el transporte: esos camiones destartalados que a mañana y tarde nos llevan como ganado, todos hechos bola hasta reventar. Y lo demás. Ese pozo de negrura no permite a nuestra mente luchar por una mejora en la vida cotidiana. Inmersos cada quién en lo suyo, ni en cuenta te tomamos, ciudad, deambulamos por ti por tus calles, solo por inercia, solo cuando la necesidad nos grita prestamos un poquito de atención desganada a los problemas, mil cosas se podían nombrar pero parece que no es conveniente pasar mucho tiempo fuera del pozo, el pozo negro.
Octubre 1986




Jesús Manuel Camúñez Ochoa nació el 8 septiembre 1955 en Cahuizore, Municipio de Ocampo, Chihuahua. Estuidió en la Escuela Secundaria Abraham González, en Saláices, Chihuahua. Participó como cuentero en el Encuentro Internacional de Cuenta Cuentos en Guadalajara, en 1989, en la Tercera Feria Internacional del Libro de Guadalajara, FIL. Participó en Yucatán en 1990 como cuentero en el Segundo Encuentro de Asnacc (Asociación Nacional de Cuenta Cuentos), en el Aniversario de la Fundación de la Ciudad de Mérida, Yucatán. Se dedica a dar conferencias y espectáculos de Cuentero en Valle de Allende Chihuahua, donde actualmente radica. Como cuentista, ha publicado relatos y cuentos en la revista literaria Azar y en los suplementos Letras al margen, de El Heraldo de Chihuahua y en Aura y ProLogos, del periódico Novedades de Chihuahua.

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