Árbol de la Luna
Por Elvira Catalina Gutiérrez
Fue el día más triste
de su vida para el doctor Alfonso Salomón. Una carrera exitosa, disfrutaba
salvar vidas, y ese día la que más amaba empezó a ponerse fría y su cuerpo cada
vez más rígido, petrificándose. Como una piedra tuvo que depositarla en el
fondo de la tierra. Al tiempo en que Luna se esfumó de su cuerpo, Alfonso
Salomón se quedó atrapado en el de él, en espacios diferentes, caminando por
lugares diferentes. Los corazones latían en tiempos y espacios a años luz uno
del otro.
Después del funeral,
se metió a la regadera y el agua caliente caía a la par con sus lágrimas,
llenas de amor e impotencia. Porque si él amaba hasta el infinito, hasta allá o
más era su dolor. De pronto, al cerrar los ojos, sintió el hálito de su
sonrisa, se la contestó con una descarga eléctrica que recorrió el torrente
sanguíneo hasta las células más recónditas del alma. El peso de su mirada
parecía avivarse más que nunca. Ese baño quedó suspendido en el espacio. El día
más triste de su vida. La va encontrar como se encuentra una aguja en un pajar,
un alma obsesiva encuentra más de lo que quiere.
Su lucidez intelectual
le abría caminos, oportunidades, becas, trabajos, universidades. Un joven
amado, de sangre liviana, como dicen. Fue correspondido. Amor a primera vista.
Acababa de terminar su doctorado en el extranjero, regresaba victorioso a su
patria con una invitación para trabajar en la Universidad Autónoma de México.
El primer día impartiendo sus clases de biología la vio; sentada en la primera
fila, distraída y sola, escribía en su cuaderno. Con aspiraciones bien altas, quería
ser bióloga, igual que él; venía desde su pequeño pueblo a buscar el
conocimiento. Alfonso Salomón se enamoró de Luna su más destacada alumna
¡Tantos planes! Perderla de esa manera, no era justo, como tampoco lo fue
esconder su amor. Aunque a este mundo si algo le falta es precisamente
justicia.
Temprano se fue a la
Universidad. En la noche había estado pensando cómo explicaría a sus alumnos la
influencia de la genética en la longevidad de las personas y cómo deberían
contrarrestar esta variante para aumentar la esperanza de vida. Parecía más
difícil manipular las condiciones políticas, sociales y culturales, que el ADN.
La tecnología y la medicina podían ya brindar más años a las personas, los
órganos sintéticos eran una realidad, al menos para los más pudientes. Los
obstáculos más difíciles eran los culturales y políticos, la burocracia
entorpece los adelantos científicos. El mundo no está preparado para que sus
habitantes duren más de cien años, el sistema tiene que hacer muchos cambios.
A pesar de todo, al
día siguiente llegó de buen humor a dar su clase.
―Mira, el doctor esta
sonriendo, qué raro, ya ves que jamás se ríe.
―Dice que su sentido
del humor es muy peculiar, en realidad todo él es peculiar.
―Debe ser. A mí me da
risa la seriedad de su cara cuando contamos chistes; el otro día no podía parar
de reír de verlo, me daba más risa que los albures de los muchachos.
―Hola, buenos días,
vamos a empezar a trabajar ―dijo Alfonso Salomón con su penetrante mirada―. Se
le dificultaba tolerar en algunos cierto aire de mediocridad, parecían adolescentes
de secundaria. Pero se consolaba pensando que cada cabeza es un mundo y la vida
acomoda a cada quien.
―¿Qué esperan de esta
clase? ¿De qué manera han pensado utilizar los conocimientos que están
adquiriendo y van a adquirir? ¿Tienen claras sus metas, sus objetivos, sus
proyectos? Fueron algunas preguntas, todas enfocadas a lo mismo.
―Dicen que se gana muy
bien ―contestó uno.
―Quiero un buen
trabajo ―dijo otro.
―Quisiera buscar la
manera de vivir más tiempo.
―Es interesante.
―Está de moda esta
carrera.
Fueron algunas de las
respuestas de los estudiantes.
―Veo que algunos no
tienen claro su propósito esencial y de compromiso con la vida y la humanidad.
―Profesor, ¿podemos
tener la clase libre hoy? Tendremos una
fiesta para celebrar el inicio del semestre.
―Salgan, la próxima
clase me entregan los resultados de su experimento con las semillas de chile,
no olviden seguir los pasos del método científico. Tendremos examen de la
célula, capítulo tres de su libro.
Al timbre, salieron
corriendo. La mayoría felices planeando como pasarían un buen rato. Se
acercaron Estefanía y Luis, dos jóvenes que siempre estaban atentos y curiosos.
―Nos gusta mucho su
clase, pero creo que algunos no lo entienden bien. Dicen que usted va muy
rápido.
―Gracias, muchachos,
pero a estas alturas, si ya tomaron la decisión de estudiar esta carrera, deben
tener claros muchos objetivos.
―Hemos estado pensando
en la razón existencial de adquirir estos conocimientos. Preguntas básicas,
para qué, por qué, cómo, cuándo, donde… Tenemos varias hipótesis, pero cómo
pudiéramos hacer los procedimientos de experimentación para la viabilidad de la
transmutación.
―Eso y más, hay mucho
que hacer con los recientes descubrimientos de biología molecular y las
células. Estamos a poco de con ellas encontrar la clave para transmutar de un lugar
a otro un ser vivo. Las barreras más difíciles de cambiar serán las políticas,
es más difícil pasar todos los trámites burocráticos que trasmutar un cuerpo.
Pudiéramos pasarlo de un país a otro sin pasaporte, y tal vez hasta de una
época a otra. Es paradójico que pudiera ser más sencillo viajar en el tiempo
que en un aeroplano. Es más sencillo transmutar un cuerpo que sacar una visa.
Esto representa un grave problema para muchos intereses políticos y económicos.
Parece que todavía nos falta madurez para eso, algo así como la inmadurez de algunos
de sus compañeros para estar en la universidad, con la responsabilidad del conocimiento.
No sé cuánto falte para dar este salto evolutivo. La ciencia y la tecnología
van un paso delante de la cultura, y dos
o tres pasos todavía más en el plano filosófico y espiritual.
Los jóvenes estaban
muy interesados, pero de pronto el doctor Salomón cortó la plática y se
despidió.
Quería encontrar en
alguien lo que vio aquel día en Luna, pero ninguna era ella. Podían ser más
inteligentes, bonitas, interesantes, pero ninguna era ella, no era su cuerpo, ni
su olor. No viajaba en el túnel de la intimidad con nadie como con ella, temía
no volver a sentir nunca esa conexión espiritual. Y se aferraba en descubrir
sustancialmente el alma para afanosamente encontrarla en algún lugar.
Alfonso Salomón, antes
de llegar a su casa, se detuvo a cenar un pan y café, como todos los días desde que estaba solo. En
cada respiro la recordaba, sin embargo tenía un propósito todavía en este mundo
y no podía retirarse. En un momento había pensado en el suicidio, pero su
espíritu investigador lo tenía siempre en suspenso con el siguiente paso.
Trabajaba día y noche. Se emocionaba de encontrarle explicación a las cosas que
no tienen sentido. La extrañaba con ansia, con pasión, con miedo, con ternura y
con todos los sentimientos posibles de su corazón.
Los fines de semana
dormía y en esos sueños de poder encontraba esperanza y atrapaba ideas que
intentaba llevar a cabo durante el trabajo de la semana en el laboratorio. El
dolor, su investigación, la tesis del doctorado y los sueños de los fines de
semana lo hacían sentir como si hubiera sido una larga y eterna vida, la que
tenía por delante. La necesitaba tanto. En las noches se despertaba sudando, en
las madrugadas entraba íntimamente en sus sueños, eso le daba esperanza, pero
no alcanzaba a traspasar y quedarse en esa dimensión en donde se encontraba con
ella. Se despertaba y ya no la tenía más en sus brazos. Sin embargo, esas
sensaciones que había en su inconsciente, en ese mundo onírico, en ese insólito,
a veces inhóspito, lugar de búsqueda al que de pronto visitaba su alma pero no
su cuerpo. Como conectar con esos sueños casi reales en los que claramente
escuchaba su voz.
De vez en cuando
visitaba su tumba, porque lo poco que quedara bajo la putrefacta y solitaria tierra, era sagrado para él. Ella
no era esos huesos descomponiéndose cada día. No. Era mucho más, era la mujer que
en las madrugadas entraba a su cama, lo abrazaba, besaba, y en desnudas
aventuras se hacían uno solo. Pasaban los fines de semana juntos hasta que él
despertaba y ella salía por la ventana como una estrella fugaz, a un lugar
donde no podía alcanzarla. Eso era real, tenía que haber forma de viajar a ese
lugar. De trasladarse y tener más conciencia y poder vivir en ese mundo. Sabía
que al descubrir la existencia del alma como un órgano más de su cuerpo, daría
el primer paso.
Llegó a su casa, vio
que algunas plantas de su jardín necesitaban agua, las regó. Una nueva flor,
las perfumadas gardenias sonrieron. Luego en la cocina sintió su olor, los
guisos, té verde con canela y especias,
cada rincón con su magia. Si hubiera sabido lo pronto que se iría, se hubiera
casado con ella desde el primer día que la vio, sin importar el qué dirán;
tanto tiempo perdido escondiendo su relación que a la vista de muchos era
prohibida, pero el hubiera no existe. ¿Y si sí?
―Doctor Alfonso
Salomón, lo esperan en el patio, es un señor güerito ―le dijo el conserje.
Trajeron un paquete de
Alemania, era una potranca con el nombre de Luna. En la primera impresión, la
coincidencia le pareció incomoda; no podía pasar inadvertida. Lo tomó como
señal. Un agujero negro del destino. Una cuartada del azar, reencarnación y
cuanta cosa extraña tenía sentido en la mente más pragmática.
En Europa se están
haciendo investigaciones utilizando la sangre de yeguas preñadas, su plasma
contiene el santo grial de la trasportación de un lugar a otro.
Matías Nicanor, un alemán
que fue su compañero en la Universidad Johann Wolfgang Goethe de Frankfurt,
Alemania. Ellos realizaban las mismas investigaciones citoplásmicas para la
teletrasportación. Llegó temprano a su laboratorio de la UNAM con una potranquita
de tres meses que había quedado huérfana al caerle un rayo a su mamá. Saludó
con mucho gusto a su amigo alemán y le dijo:
―Guten tag, lieber
Freund ¿Qué voy hacer con esto? Me parece inhumano experimentar con un ser
vivo, y más con un caballo. Desde niño siempre me han parecido de mucho
respeto. No quiero tenerla aquí en las instalaciones de la Universidad ―dijo. Apenas
toleraba los experimentos con ratones, pero ahora este tierno ser era
diferente, volteó a verlo y sus ojos se cristalizaron de ternura.
―¿Te comenté que los
niños que la tuvieron le pusieron Luna? Curiosos. Como constantemente se les
perdía, ellos creían que por algún lado se brincaba la cerca. Al ver varias
veces el aviso de se busca, noté el
reflejo luminiscente en diferentes partes de su cuerpo y me contacté con los
dueños para comprarla; les propuse un buen precio y ellos, al pensar que de
igual manera corrían un riesgo porque a la Luna le daba por escapar
constantemente, me la vendieron. Los niños lloraron inconsolables por ella, les
propuse conservar su nombre y darle los mejores cuidados. No he rendido cuentas
al gobierno alemán de nada de las investigaciones, haremos todo en secreto.
―Estoy de acuerdo, es
lo más conveniente.
―El rayo que le cayó a
la madre cuando estaba pariendo a Luna, es una de las variables ante tanto
cambio energético en la sangre y las
mutaciones en el ADN que están haciendo posible la constante e incontrolada
transportación de Luna. Esto es un tesoro científico.
―Por lo que me cuentas,
no podemos a arriesgarnos a que nos descubran las autoridades de la
universidad, tenemos que salir pronto de aquí. Vamos ahora mismo a llevarla a
un lugar más seguro.
―No te preocupes por
los gastos ―dijo Matías―, todo lo que se ofrezca para protegerla y estar en un
lugar seguro. También voy a trasferir mi laboratorio de Alemania para acá.
―Iremos a Chihuahua. Primero
a la granja de mis padres, pero luego nos iremos a un lugar más escondido y
seguro. Ahora mismo partimos para allá
―¿Qué te parece si
intentamos movernos con una inyección que traigo preparada con la sangre de
Luna? No te garantizo nada, porque es muy pequeña todavía y requiere entrenamiento,
pero si quieres nos arriesgamos, y pudiéramos estar donde tú dices en los
próximos minutos.
―No debemos
arriesgarnos, ni modo, haremos dos escalas ya que son poco más de 600
kilómetros, es un viaje largo y más cuando tenemos la posibilidad de
hacerlo en segundos y no en más de 20 horas. Lo haremos a la manera
tradicional, deja conseguir un tráiler para caballos.
Durante el viaje,
Alfonso y Matías tuvieron tiempo de ir conversando y platicando entre alemán y
español. Alfonso tenía un buen alemán y Matías un buen español. Las
coincidencias no se deben pasar inadvertidas. Luna, la esposa de Salomón, murió
en un trágico accidente al caerle un rayo; en cambio Luna, la potranca, nació
cuando su madre moría al caerle un rayo, y después unos niños alemanes le ponen
un nombre en español, el mismo que tenía ella. Las coincidencias son increíbles.
A Matías, sin conocer nada de lo que había pasado aquel compañero mexicano con
quién estudió 10 años atrás, se le ocurre pensar en él para esconder y
continuar juntos sus investigaciones sobre la teletrasportación. El azar los
llevaría mucho más lejos todavía. La verdad es que la ciencia necesita también de supersticiones y halitos
mágicos para prender.
Durante la noche,
Alfonso Salomón y Matías Nicanor no pudieron
dormir dándole vueltas a todo lo que estaban pasando, no podían
arriesgarse a que sus gobiernos descubrieran algo. Alfonso tenía que inventar
algo en su trabajo, avisó que no iría unas semanas, pero la realidad es que
necesitaba mucho más que eso, meses, años tal vez. Matías Nicanor le propuso
que renunciara, que él contaba con los suficientes recursos financieros, su
vida económica ahora estaba asegurada. Trivialidades de este tipo fueron sus
pláticas durante el viaje, hasta que llegaron al pueblo de Alfonso Salomón. Sus
padres, ya ancianos, salieron gustosos y amorosos a recibir a su hijo. Ellos
vivían con su hermana Catalina, poeta, maestra y entrenadora de caballos, quien
se integró al equipo de los científicos y que inmediatamente flechó al alemán.
A un lado de la casa había un corral entre huizaches, árboles que predominaban
en el paisaje del desierto chihuahuense, y ahí durmieron con la yegua, la
primera noche.
Pasaron unos días en
casa de los padres de Alfonso Salomón; la potranca también disfrutaba el olor
de las flores de los huizaches y los cuidados de Catalina. Hicieron arreglos
para trasladar el laboratorio y todo lo necesario a una cueva en la que la
vivió hacia más de 50 años su bisabuela. La Cueva del Cuerudo, en las
profundidades de bosque de pinos y encinos. Aquellos terrenos pertenecían a
unos parientes lejanos, negociaría con ellos la compra y que no se acercaran
los narcotraficantes que trabajaban en la siembra en esos lugares de la sierra.
En las noches se escuchaban
los gemidos de placer de su hermana y su amigo, que hacían eco entre las
paredes de roca de la cueva que habitaban. Alfonso se levantaba y se refugiaba
en la yegua, la montaba desnudo pero ella era un ser espiritual diferente y no
comprendía los orgasmos que él necesitaba. ¿Qué haces, qué te pasa, Alfonso?
Desesperado hacia
algún viaje en la yegua, buscaba alguna mujer en otra época, le gustaba
especialmente viajar al pasado, estuvo con cientos, desde europeas medievales, geishas,
orgias romanas, reinas egipcias en la época de los faraones, también fueron sus
amantes sumisas esposas griegas. A todas las amaba y disfrutaba, descubría
otras culturas y épocas con ellas y aunque nutria su mente y su cuerpo, no
tenían la vagina con el elixir que movía
su alma. Montaba de nuevo a Luna y regresaba a su cueva con la alegre pareja de
a lado que habían decidido vivir felices.
Como el tiempo es
relativo, un día se despertó Alfonso y ya habían pasado 13 años. Listo para ir
más allá con los experimentos científicos. Corrió al laboratorio. Matías que
siempre era más madrugador que él, ya tenía rato trabajando; también había
alimentado a los caballos. Habían estado realizando viajes en el tiempo siempre
sobre el espacio de la tierra, eran
cortos para no correr el riesgo no regresar.
Luna había tenido ya
dos crías con las mismas habilidades que ella. Cada día era maravilloso a lado
de aquel ser que había cruzado el atlántico para viajar por las galaxias a su
lado. La investigación científica transcurría al galope entre formulas físicas,
magia y aventuras. Con conocimientos únicos en el mundo sobre las células, el
paisaje se desintegraba y se rearmaba. Los científicos y expertos jinetes sobre
el lomo de sus caballos recorrían parajes ancestrales de otras civilizaciones.
Ese día fue cuestión
de tiempo, si tan solo pudiera regresar unos minutos, tal vez una hora, una
pequeña modificación en el tiempo era todo lo que necesitaba. Cambiaría el
ritmo de la historia, de las cosas, de la vida, de su vida.
No podía creer lo que
estaba pasando, era como una caricatura, como un cuento de hadas, como aquel
donde unos caballitos mágicos viajan a otro mundo subiendo por un arcoíris.
Desde su laboratorio se formó un buckle, salieron a galope, se abría ante ellos
felices un bosque que se iba creando a medida que avanzaban. Corrieron media
hora, se detuvieron frente a un
riachuelo. Tomaron agua. Alfonso viajaba en Luna, Catalina en Galleta y Matías
en Mani. Habían logrado salir de la tierra, entraron a una nueva dimensión en
otro planeta. Bajaron de los caballos, los abrazaron con el agradecimiento que
se merecían por llevarlos a tan inalcanzables lugares del universo, del tiempo.
Un pequeño pinzón para unir la sangre de ambos y una visualización sincronizada
era suficiente para regresar de nuevo al laboratorio. Entre biología,
telepatía, espiritismo, y compañerismo. De todo un poco para tan extravagantes
viajes.
Montó de nuevo a la Luna
y ahora ya sin galopar, sino al pasito, observando todo a su alrededor. Aunque
parecía un reflejo de la tierra, los colores eran más brillantes, las
sensaciones más expandidas, los pensamientos más claros y la comunicación con
los caballos era más intensa que nunca. Caminaron por el bosque, se detuvieron
frente una cueva.
El plasma estaba
funcionado más allá de lo que esperaban. Alfonso Salomón, Luna, Matías
Nicanor, Mani, Catalina y Galleta por
fin lograron pasar ese anhelado túnel. Los nexos químicos, biológicos y
espirituales que hacían que la combinación de la sangre equina en la humana
tuviera la intensidad de un solo espíritu. Los jinetes viajeros no sabían dónde
estaban esta vez, se habían aventurado más allá de su conciencia. Tenían que
explorar fuera de la dimensión cósmica en que lo habían estado haciendo. Era un
lugar extraordinario, con tonos de verde y otros colores que jamás había visto.
Iban por un camino y vieron varias personas caminando. Decidieron separarse
para investigar más y verse en el mismo lugar en una hora.
Alfonso Salomón vio
una mujer con vestido azul seguida de un gato, de inmediato capturó su
atención, la Luna corrió al instante de ver el pensamiento de su amigo y se
detuvo junto a la muchacha del vestido azul. Ella sonrió y se acercó acariciar
a Luna.
―Jamás había visto un
caballo blanco tan hermoso! ¿De dónde son?
―No querrás saber,
mejor dime tú ¿cómo se llama este lugar?
―Este pueblo se llama
Estelviate, ¿cómo se llama tu caballo?
―No es mío, en
realidad es una yegua y se pertenece a si misma, somos compañeros de trabajo en
igualdad de condiciones.
―No me has dicho de
dónde vienes.
―De Chihuahua
―Jamás había escuchado
del lugar, pero a ti estoy segura que te conozco de algún lado.
―A mi me da la misma
impresión. ¿De casualidad sabrás por aquí de algún lugar para comer?
―Bueno, tienes suerte,
la única persona que atiende extranjeros y les da de comer es mi madre.
―Vengo con unos
compañeros, ¿nos pudieras llevar? Y de paso decirme tu nombre.
―Claro, soy Vollmond.
Ella subió al caballo
sin siquiera saber que está utilizando un lenguaje telepático con el extranjero,
pero a medida que cabalgaban hacían conciencia de que ya se conocían. Ambos
pudieron recordar todo. Bajaron del caballo y junto a un arroyo y bajo la
sombra de un árbol de flores amarillas como de terciopelo, muy parecidas a la
de los huizaches, se reencontraron. Finalmente encontró el alma que buscaba, en
otro lugar, espacio y tiempo: era la misma, era Luna en otro planeta. Y ahora
si todos vivieron felices para siempre.
Elvira Catalina Gutiérrez. Licenciada en letras
españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de
Chihuahua. Tiene maestrías en educación y en periodismo. Es profesora de
literatura en secundaria y trabaja en radio con un programa cultural. Es autora
de un libro sobre el tema Juana de Ibarbourou y otro sobre educación literaria
para niños, ambos inéditos. Durante varios años escribió periódicamente en la
revista Exprés.
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