jueves, 12 de septiembre de 2019

Elvira Catalina Gutiérrez. Árbol de la Luna

Árbol de la Luna

Por Elvira Catalina Gutiérrez

Fue el día más triste de su vida para el doctor Alfonso Salomón. Una carrera exitosa, disfrutaba salvar vidas, y ese día la que más amaba empezó a ponerse fría y su cuerpo cada vez más rígido, petrificándose. Como una piedra tuvo que depositarla en el fondo de la tierra. Al tiempo en que Luna se esfumó de su cuerpo, Alfonso Salomón se quedó atrapado en el de él, en espacios diferentes, caminando por lugares diferentes. Los corazones latían en tiempos y espacios a años luz uno del otro.
Después del funeral, se metió a la regadera y el agua caliente caía a la par con sus lágrimas, llenas de amor e impotencia. Porque si él amaba hasta el infinito, hasta allá o más era su dolor. De pronto, al cerrar los ojos, sintió el hálito de su sonrisa, se la contestó con una descarga eléctrica que recorrió el torrente sanguíneo hasta las células más recónditas del alma. El peso de su mirada parecía avivarse más que nunca. Ese baño quedó suspendido en el espacio. El día más triste de su vida. La va encontrar como se encuentra una aguja en un pajar, un alma obsesiva encuentra más de lo que quiere.
Su lucidez intelectual le abría caminos, oportunidades, becas, trabajos, universidades. Un joven amado, de sangre liviana, como dicen. Fue correspondido. Amor a primera vista. Acababa de terminar su doctorado en el extranjero, regresaba victorioso a su patria con una invitación para trabajar en la Universidad Autónoma de México. El primer día impartiendo sus clases de biología la vio; sentada en la primera fila, distraída y sola, escribía en su cuaderno. Con aspiraciones bien altas, quería ser bióloga, igual que él; venía desde su pequeño pueblo a buscar el conocimiento. Alfonso Salomón se enamoró de Luna su más destacada alumna ¡Tantos planes! Perderla de esa manera, no era justo, como tampoco lo fue esconder su amor. Aunque a este mundo si algo le falta es precisamente justicia.
Temprano se fue a la Universidad. En la noche había estado pensando cómo explicaría a sus alumnos la influencia de la genética en la longevidad de las personas y cómo deberían contrarrestar esta variante para aumentar la esperanza de vida. Parecía más difícil manipular las condiciones políticas, sociales y culturales, que el ADN. La tecnología y la medicina podían ya brindar más años a las personas, los órganos sintéticos eran una realidad, al menos para los más pudientes. Los obstáculos más difíciles eran los culturales y políticos, la burocracia entorpece los adelantos científicos. El mundo no está preparado para que sus habitantes duren más de cien años, el sistema tiene que hacer muchos cambios.
A pesar de todo, al día siguiente llegó de buen humor a dar su clase.
―Mira, el doctor esta sonriendo, qué raro, ya ves que jamás se ríe.
―Dice que su sentido del humor es muy peculiar, en realidad todo él es peculiar.
―Debe ser. A mí me da risa la seriedad de su cara cuando contamos chistes; el otro día no podía parar de reír de verlo, me daba más risa que los albures de los muchachos.
―Hola, buenos días, vamos a empezar a trabajar ―dijo Alfonso Salomón con su penetrante mirada―. Se le dificultaba tolerar en algunos cierto aire de mediocridad, parecían adolescentes de secundaria. Pero se consolaba pensando que cada cabeza es un mundo y la vida acomoda a cada quien.
―¿Qué esperan de esta clase? ¿De qué manera han pensado utilizar los conocimientos que están adquiriendo y van a adquirir? ¿Tienen claras sus metas, sus objetivos, sus proyectos? Fueron algunas preguntas, todas enfocadas a lo mismo.
―Dicen que se gana muy bien ―contestó uno.
―Quiero un buen trabajo ―dijo otro.
―Quisiera buscar la manera de vivir más tiempo.
―Es interesante.
―Está de moda esta carrera.
Fueron algunas de las respuestas de los estudiantes.
―Veo que algunos no tienen claro su propósito esencial y de compromiso con la vida y la humanidad.
―Profesor, ¿podemos tener la clase libre hoy?  Tendremos una fiesta para celebrar el inicio del semestre.
―Salgan, la próxima clase me entregan los resultados de su experimento con las semillas de chile, no olviden seguir los pasos del método científico. Tendremos examen de la célula, capítulo tres de su libro.
Al timbre, salieron corriendo. La mayoría felices planeando como pasarían un buen rato. Se acercaron Estefanía y Luis, dos jóvenes que siempre estaban atentos y curiosos.
―Nos gusta mucho su clase, pero creo que algunos no lo entienden bien. Dicen que usted va muy rápido.
―Gracias, muchachos, pero a estas alturas, si ya tomaron la decisión de estudiar esta carrera, deben tener claros muchos objetivos.
―Hemos estado pensando en la razón existencial de adquirir estos conocimientos. Preguntas básicas, para qué, por qué, cómo, cuándo, donde… Tenemos varias hipótesis, pero cómo pudiéramos hacer los procedimientos de experimentación para la viabilidad de la transmutación.
―Eso y más, hay mucho que hacer con los recientes descubrimientos de biología molecular y las células. Estamos a poco de con ellas encontrar la clave para transmutar de un lugar a otro un ser vivo. Las barreras más difíciles de cambiar serán las políticas, es más difícil pasar todos los trámites burocráticos que trasmutar un cuerpo. Pudiéramos pasarlo de un país a otro sin pasaporte, y tal vez hasta de una época a otra. Es paradójico que pudiera ser más sencillo viajar en el tiempo que en un aeroplano. Es más sencillo transmutar un cuerpo que sacar una visa. Esto representa un grave problema para muchos intereses políticos y económicos. Parece que todavía nos falta madurez para eso, algo así como la inmadurez de algunos de sus compañeros para estar en la universidad, con la responsabilidad del conocimiento. No sé cuánto falte para dar este salto evolutivo. La ciencia y la tecnología van un paso delante de la cultura,  y dos o tres pasos todavía más en el plano filosófico y espiritual.
Los jóvenes estaban muy interesados, pero de pronto el doctor Salomón cortó la plática y se despidió.
Quería encontrar en alguien lo que vio aquel día en Luna, pero ninguna era ella. Podían ser más inteligentes, bonitas, interesantes, pero ninguna era ella, no era su cuerpo, ni su olor. No viajaba en el túnel de la intimidad con nadie como con ella, temía no volver a sentir nunca esa conexión espiritual. Y se aferraba en descubrir sustancialmente el alma para afanosamente encontrarla en algún lugar.
Alfonso Salomón, antes de llegar a su casa, se detuvo a cenar un pan y café,  como todos los días desde que estaba solo. En cada respiro la recordaba, sin embargo tenía un propósito todavía en este mundo y no podía retirarse. En un momento había pensado en el suicidio, pero su espíritu investigador lo tenía siempre en suspenso con el siguiente paso. Trabajaba día y noche. Se emocionaba de encontrarle explicación a las cosas que no tienen sentido. La extrañaba con ansia, con pasión, con miedo, con ternura y con todos los sentimientos posibles de su corazón.
Los fines de semana dormía y en esos sueños de poder encontraba esperanza y atrapaba ideas que intentaba llevar a cabo durante el trabajo de la semana en el laboratorio. El dolor, su investigación, la tesis del doctorado y los sueños de los fines de semana lo hacían sentir como si hubiera sido una larga y eterna vida, la que tenía por delante. La necesitaba tanto. En las noches se despertaba sudando, en las madrugadas entraba íntimamente en sus sueños, eso le daba esperanza, pero no alcanzaba a traspasar y quedarse en esa dimensión en donde se encontraba con ella. Se despertaba y ya no la tenía más en sus brazos. Sin embargo, esas sensaciones que había en su inconsciente, en ese mundo onírico, en ese insólito, a veces inhóspito, lugar de búsqueda al que de pronto visitaba su alma pero no su cuerpo. Como conectar con esos sueños casi reales en los que claramente escuchaba su voz.
De vez en cuando visitaba su tumba, porque lo poco que quedara bajo la putrefacta  y solitaria tierra, era sagrado para él. Ella no era esos huesos descomponiéndose cada día. No. Era mucho más, era la mujer que en las madrugadas entraba a su cama, lo abrazaba, besaba, y en desnudas aventuras se hacían uno solo. Pasaban los fines de semana juntos hasta que él despertaba y ella salía por la ventana como una estrella fugaz, a un lugar donde no podía alcanzarla. Eso era real, tenía que haber forma de viajar a ese lugar. De trasladarse y tener más conciencia y poder vivir en ese mundo. Sabía que al descubrir la existencia del alma como un órgano más de su cuerpo, daría el primer paso.
Llegó a su casa, vio que algunas plantas de su jardín necesitaban agua, las regó. Una nueva flor, las perfumadas gardenias sonrieron. Luego en la cocina sintió su olor, los guisos,  té verde con canela y especias, cada rincón con su magia. Si hubiera sabido lo pronto que se iría, se hubiera casado con ella desde el primer día que la vio, sin importar el qué dirán; tanto tiempo perdido escondiendo su relación que a la vista de muchos era prohibida, pero el hubiera no existe. ¿Y si sí?
―Doctor Alfonso Salomón, lo esperan en el patio, es un señor güerito ―le dijo el conserje.
Trajeron un paquete de Alemania, era una potranca con el nombre de Luna. En la primera impresión, la coincidencia le pareció incomoda; no podía pasar inadvertida. Lo tomó como señal. Un agujero negro del destino. Una cuartada del azar, reencarnación y cuanta cosa extraña tenía sentido en la mente más pragmática.
En Europa se están haciendo investigaciones utilizando la sangre de yeguas preñadas, su plasma contiene el santo grial de la trasportación de un lugar a otro.
Matías Nicanor, un alemán que fue su compañero en la Universidad Johann Wolfgang Goethe de Frankfurt, Alemania. Ellos realizaban las mismas investigaciones citoplásmicas para la teletrasportación. Llegó temprano a su laboratorio de la UNAM con una potranquita de tres meses que había quedado huérfana al caerle un rayo a su mamá. Saludó con mucho gusto a su amigo alemán y le dijo:
―Guten tag, lieber Freund ¿Qué voy hacer con esto? Me parece inhumano experimentar con un ser vivo, y más con un caballo. Desde niño siempre me han parecido de mucho respeto. No quiero tenerla aquí en las instalaciones de la Universidad ―dijo. Apenas toleraba los experimentos con ratones, pero ahora este tierno ser era diferente, volteó a verlo y sus ojos se cristalizaron de ternura.
―¿Te comenté que los niños que la tuvieron le pusieron Luna? Curiosos. Como constantemente se les perdía, ellos creían que por algún lado se brincaba la cerca. Al ver varias veces el aviso de se busca, noté el reflejo luminiscente en diferentes partes de su cuerpo y me contacté con los dueños para comprarla; les propuse un buen precio y ellos, al pensar que de igual manera corrían un riesgo porque a la Luna le daba por escapar constantemente, me la vendieron. Los niños lloraron inconsolables por ella, les propuse conservar su nombre y darle los mejores cuidados. No he rendido cuentas al gobierno alemán de nada de las investigaciones, haremos todo en secreto.
―Estoy de acuerdo, es lo más conveniente.
―El rayo que le cayó a la madre cuando estaba pariendo a Luna, es una de las variables ante tanto cambio  energético en la sangre y las mutaciones en el ADN que están haciendo posible la constante e incontrolada transportación de Luna. Esto es un tesoro científico.
―Por lo que me cuentas, no podemos a arriesgarnos a que nos descubran las autoridades de la universidad, tenemos que salir pronto de aquí. Vamos ahora mismo a llevarla a un lugar más seguro.
―No te preocupes por los gastos ―dijo Matías―, todo lo que se ofrezca para protegerla y estar en un lugar seguro. También voy a trasferir mi laboratorio de Alemania para acá.
―Iremos a Chihuahua. Primero a la granja de mis padres, pero luego nos iremos a un lugar más escondido y seguro. Ahora mismo partimos para allá
―¿Qué te parece si intentamos movernos con una inyección que traigo preparada con la sangre de Luna? No te garantizo nada, porque es muy pequeña todavía y requiere entrenamiento, pero si quieres nos arriesgamos, y pudiéramos estar donde tú dices en los próximos minutos.
―No debemos arriesgarnos, ni modo, haremos dos escalas ya que son poco más de 600 kilómetros,  es un viaje largo  y más cuando tenemos la posibilidad de hacerlo en segundos y no en más de 20 horas. Lo haremos a la manera tradicional, deja conseguir un tráiler para caballos.
Durante el viaje, Alfonso y Matías tuvieron tiempo de ir conversando y platicando entre alemán y español. Alfonso tenía un buen alemán y Matías un buen español. Las coincidencias no se deben pasar inadvertidas. Luna, la esposa de Salomón, murió en un trágico accidente al caerle un rayo; en cambio Luna, la potranca, nació cuando su madre moría al caerle un rayo, y después unos niños alemanes le ponen un nombre en español, el mismo que tenía ella. Las coincidencias son increíbles. A Matías, sin conocer nada de lo que había pasado aquel compañero mexicano con quién estudió 10 años atrás, se le ocurre pensar en él para esconder y continuar juntos sus investigaciones sobre la teletrasportación. El azar los llevaría mucho más lejos todavía. La verdad es que la ciencia  necesita también de supersticiones y halitos mágicos para prender.
Durante la noche, Alfonso Salomón y Matías Nicanor no pudieron  dormir dándole vueltas a todo lo que estaban pasando, no podían arriesgarse a que sus gobiernos descubrieran algo. Alfonso tenía que inventar algo en su trabajo, avisó que no iría unas semanas, pero la realidad es que necesitaba mucho más que eso, meses, años tal vez. Matías Nicanor le propuso que renunciara, que él contaba con los suficientes recursos financieros, su vida económica ahora estaba asegurada. Trivialidades de este tipo fueron sus pláticas durante el viaje, hasta que llegaron al pueblo de Alfonso Salomón. Sus padres, ya ancianos, salieron gustosos y amorosos a recibir a su hijo. Ellos vivían con su hermana Catalina, poeta, maestra y entrenadora de caballos, quien se integró al equipo de los científicos y que inmediatamente flechó al alemán. A un lado de la casa había un corral entre huizaches, árboles que predominaban en el paisaje del desierto chihuahuense, y ahí durmieron con la yegua, la primera noche.
Pasaron unos días en casa de los padres de Alfonso Salomón; la potranca también disfrutaba el olor de las flores de los huizaches y los cuidados de Catalina. Hicieron arreglos para trasladar el laboratorio y todo lo necesario a una cueva en la que la vivió hacia más de 50 años su bisabuela. La Cueva del Cuerudo, en las profundidades de bosque de pinos y encinos. Aquellos terrenos pertenecían a unos parientes lejanos, negociaría con ellos la compra y que no se acercaran los narcotraficantes que trabajaban en la siembra en esos lugares de la sierra.
En las noches se escuchaban los gemidos de placer de su hermana y su amigo, que hacían eco entre las paredes de roca de la cueva que habitaban. Alfonso se levantaba y se refugiaba en la yegua, la montaba desnudo pero ella era un ser espiritual diferente y no comprendía los orgasmos que él necesitaba. ¿Qué haces, qué te pasa, Alfonso?
Desesperado hacia algún viaje en la yegua, buscaba alguna mujer en otra época, le gustaba especialmente viajar al pasado, estuvo con cientos, desde europeas medievales, geishas, orgias romanas, reinas egipcias en la época de los faraones, también fueron sus amantes sumisas esposas griegas. A todas las amaba y disfrutaba, descubría otras culturas y épocas con ellas y aunque nutria su mente y su cuerpo, no tenían la vagina con el elixir que  movía su alma. Montaba de nuevo a Luna y regresaba a su cueva con la alegre pareja de a lado que habían decidido vivir felices.
Como el tiempo es relativo, un día se despertó Alfonso y ya habían pasado 13 años. Listo para ir más allá con los experimentos científicos. Corrió al laboratorio. Matías que siempre era más madrugador que él, ya tenía rato trabajando; también había alimentado a los caballos. Habían estado realizando viajes en el tiempo siempre sobre el espacio de la tierra,  eran cortos para no correr el riesgo no regresar.
Luna había tenido ya dos crías con las mismas habilidades que ella. Cada día era maravilloso a lado de aquel ser que había cruzado el atlántico para viajar por las galaxias a su lado. La investigación científica transcurría al galope entre formulas físicas, magia y aventuras. Con conocimientos únicos en el mundo sobre las células, el paisaje se desintegraba y se rearmaba. Los científicos y expertos jinetes sobre el lomo de sus caballos recorrían parajes ancestrales de otras civilizaciones.
Ese día fue cuestión de tiempo, si tan solo pudiera regresar unos minutos, tal vez una hora, una pequeña modificación en el tiempo era todo lo que necesitaba. Cambiaría el ritmo de la historia, de las cosas, de la vida, de su vida.
No podía creer lo que estaba pasando, era como una caricatura, como un cuento de hadas, como aquel donde unos caballitos mágicos viajan a otro mundo subiendo por un arcoíris. Desde su laboratorio se formó un buckle, salieron a galope, se abría ante ellos felices un bosque que se iba creando a medida que avanzaban. Corrieron media hora, se detuvieron  frente a un riachuelo. Tomaron agua. Alfonso viajaba en Luna, Catalina en Galleta y Matías en Mani. Habían logrado salir de la tierra, entraron a una nueva dimensión en otro planeta. Bajaron de los caballos, los abrazaron con el agradecimiento que se merecían por llevarlos a tan inalcanzables lugares del universo, del tiempo. Un pequeño pinzón para unir la sangre de ambos y una visualización sincronizada era suficiente para regresar de nuevo al laboratorio. Entre biología, telepatía, espiritismo, y compañerismo. De todo un poco para tan extravagantes viajes.
Montó de nuevo a la Luna y ahora ya sin galopar, sino al pasito, observando todo a su alrededor. Aunque parecía un reflejo de la tierra, los colores eran más brillantes, las sensaciones más expandidas, los pensamientos más claros y la comunicación con los caballos era más intensa que nunca. Caminaron por el bosque, se detuvieron frente una cueva.
El plasma estaba funcionado más allá de lo que esperaban. Alfonso Salomón, Luna, Matías Nicanor,  Mani, Catalina y Galleta por fin lograron pasar ese anhelado túnel. Los nexos químicos, biológicos y espirituales que hacían que la combinación de la sangre equina en la humana tuviera la intensidad de un solo espíritu. Los jinetes viajeros no sabían dónde estaban esta vez, se habían aventurado más allá de su conciencia. Tenían que explorar fuera de la dimensión cósmica en que lo habían estado haciendo. Era un lugar extraordinario, con tonos de verde y otros colores que jamás había visto. Iban por un camino y vieron varias personas caminando. Decidieron separarse para investigar más y verse en el mismo lugar en una hora.
Alfonso Salomón vio una mujer con vestido azul seguida de un gato, de inmediato capturó su atención, la Luna corrió al instante de ver el pensamiento de su amigo y se detuvo junto a la muchacha del vestido azul. Ella sonrió y se acercó acariciar a Luna.
―Jamás había visto un caballo blanco tan hermoso! ¿De dónde son?
―No querrás saber, mejor dime tú ¿cómo se llama este lugar?
―Este pueblo se llama Estelviate, ¿cómo se llama tu caballo?
―No es mío, en realidad es una yegua y se pertenece a si misma, somos compañeros de trabajo en igualdad de condiciones.
―No me has dicho de dónde vienes.
―De Chihuahua
―Jamás había escuchado del lugar, pero a ti estoy segura que te conozco de algún lado.
―A mi me da la misma impresión. ¿De casualidad sabrás por aquí de algún lugar para comer?
―Bueno, tienes suerte, la única persona que atiende extranjeros y les da de comer es mi madre.
―Vengo con unos compañeros, ¿nos pudieras llevar? Y de paso decirme tu nombre.
―Claro, soy Vollmond.
Ella subió al caballo sin siquiera saber que está utilizando un lenguaje telepático con el extranjero, pero a medida que cabalgaban hacían conciencia de que ya se conocían. Ambos pudieron recordar todo. Bajaron del caballo y junto a un arroyo y bajo la sombra de un árbol de flores amarillas como de terciopelo, muy parecidas a la de los huizaches, se reencontraron. Finalmente encontró el alma que buscaba, en otro lugar, espacio y tiempo: era la misma, era Luna en otro planeta. Y ahora si todos vivieron felices para siempre.



Elvira Catalina Gutiérrez. Licenciada en letras españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Tiene maestrías en educación y en periodismo. Es profesora de literatura en secundaria y trabaja en radio con un programa cultural. Es autora de un libro sobre el tema Juana de Ibarbourou y otro sobre educación literaria para niños, ambos inéditos. Durante varios años escribió periódicamente en la revista Exprés.

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