Soy: La mujer
Soy el eco del silencio,
mi voz resuena en las montañas, en el agua cristalina que queda atrapada en el
subsuelo y en la que corre por riachuelos como si quisiera purificar las afrentas
e injusticias que en mí se han cometido a lo largo del tiempo.
Mi grito resuena
en las cascadas y queda ahogado en la quietud de los lagos; otras veces
atraviesa llanuras, sierras, desiertos, océanos y queda a merced del viento; cuando se esconde en
alguna nube que se cruza, el grito se convierte en torrente de lágrimas que
riegan los campos, permitiendo que
germinen y florezcan los colores.
Soy hija de la
tierra, el barro moldeó mi cuerpo, y de acuerdo a las santas escrituras, fui
hecha a imagen y semejanza del todopoderoso. Recibí el nombre de: mujer.
Ni compañero se
llama: el hombre. Supuestamente debía caminar a mi lado, su complexión le
permite protegerme, ¡No castrarme, ultrajarme, lacerarme y apagar mi voz!
Se me atribuye el
haber inducido a Adán para que cometiera el pecado original; que por mi culpa
se haya perdido el Paraíso Terrenal. Como consecuencia recibí el castigo de
parir con dolor a mis hijos, abriendo mis caderas y regando con mí sangre su
camino a la vida.
La historia se ha encargado
de opacar mi silueta, como si fuese un escrito que solamente puede ser realzado
y visto desde alguna perspectiva; se conoce de madres de reyes y mujeres de
alta sociedad, nada de la mujer de cuna humilde.
Remonto mi
pensamiento a la cuna de la civilización, donde muy poco peso político,
económico y social tuvo mi existencia; sin embargo, quiero hacer visible mi
presencia y emerjo a través del pensamiento e intelecto de aquellas mujeres que
tuvieron la fortuna de recibir y acrecentar el conocimiento. Me llamé Hipatia y
fui filósofa y una de las más grandes matemáticas neoplatónicas.
Reencarné en Juana
de Arco, y aunque solo viví 19 años, me llamé visionaria al recibir luces de Dios,
guiando al ejército francés en su guerra de 100 años contra Inglaterra;
recibiendo como premio, cuatro siglos más tarde, la beatificación en la Catedral
de Notre Dame.
Luego mi voz se
dejó escuchar a través de la pluma magistral de Sor Juana Inés de la Cruz. Para
saciar mi sed de conocimiento en el siglo XVII, debí ocultar mi apariencia femenina,
cortando mis cabellos, ¡jamás mis ideas!, convirtiéndome en la primera
feminista defensora de los derechos de las mujeres. Basta recordar un extracto
de mi poema: “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois
la ocasión de lo mismo que culpáis” …me gané el título de la Décima Musa y el
Ave Fénix de América.
Mi voz, mi rostro
ha tenido diferentes matices, culturas y colores, siempre buscando la equidad,
el respeto, la tolerancia, valores fundamentales para sobrevivir en un mundo manipulado
por el poder, el androcentrismo.
Soy el rostro de
las primeras sufragistas, que fueron golpeadas, mancilladas y encarceladas por
exigir un trato igualitario y el derecho de votar y ser votadas.
Soy la faz de esas
mujeres que en pleno siglo XXI, su cuerpo sigue siendo flagelado y mutilado por
la ablación genital.
Soy el grito
ahogado a través de la vestimenta llamada burka,
que esconde los miedos y torturas que ha sido sometida la mujer por el solo
hecho de serlo.
Soy todas las mujeres
de Ciudad Juárez, mujeres desaparecidas cuyo único delito es el no poder defenderse.
Soy la mujer
fuerte y decidida de la etnia tarahumara.
Soy el ama de
casa, la hija, la amiga, la hermana; la profesionista, la artesana.
La que lucha día a
día, hombro con hombro, por una vida plena, más justa, más humana.
Soy la mujer que
vende su cuerpo, que lleva comida a casa a cambio de que mancillen su cuerpo y compartir
la cama.
Soy la mujer herida,
golpeada, maltratada, humillada.
La que solamente
se le ha permitido desarrollarse en el ámbito privado, quien ha sido
considerada inferior para ocupar cargos públicos; la violentada en su cuerpo,
sus ideas, su persona.
Estoy consciente
de mi constitución femenina, pero también de la fuerza y motor que me impulsa
para crecer. Cito a Simone de Beauvoir cuando dice: “El opresor no sería tan fuerte
si no tuviera la complicidad de sus oprimidos”.
Hoy, permito que
la luz del discernimiento y del conocimiento ilumine mi actuar y pensamiento;
retomo un fragmento del poema Desiderata
de Max Ehrmann: “Soy una criatura del universo, al igual que los árboles y las
estrellas, tengo derecho a existir”.
Hoy, ¡me reconozco
mujer!
Cuquita Sandoval
Olivas es doctora en educación. Ha publicado los libros Anhelos, sueños y
esperanzas (2010), Una rosa sin espinas (2011) y Dulce (2018). Su obra aparece
en varias antologías. Es columnista de
El sol de Parral y escribe el blog de literatura
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