lunes, 9 de septiembre de 2019

Cuquita Sandoval Olivas. Soy: La mujer

Soy: La mujer

Por Cuquita Sandoval Olivas

Soy el eco del silencio, mi voz resuena en las montañas, en el agua cristalina que queda atrapada en el subsuelo y en la que corre por riachuelos como si quisiera purificar las afrentas e injusticias que en mí se han cometido a lo largo del tiempo.
Mi grito resuena en las cascadas y queda ahogado en la quietud de los lagos; otras veces atraviesa llanuras, sierras, desiertos, océanos y queda  a merced del viento; cuando se esconde en alguna nube que se cruza, el grito se convierte en torrente de lágrimas que riegan los campos, permitiendo  que germinen y  florezcan  los colores.
Soy hija de la tierra, el barro moldeó mi cuerpo, y de acuerdo a las santas escrituras, fui hecha a imagen y semejanza del todopoderoso. Recibí el nombre de: mujer.
Ni compañero se llama: el hombre. Supuestamente debía caminar a mi lado, su complexión le permite protegerme, ¡No castrarme, ultrajarme, lacerarme y apagar mi voz!
Se me atribuye el haber inducido a Adán para que cometiera el pecado original; que por mi culpa se haya perdido el Paraíso Terrenal. Como consecuencia recibí el castigo de parir con dolor a mis hijos, abriendo mis caderas y regando con mí sangre su camino a la vida. 
La historia se ha encargado de opacar mi silueta, como si fuese un escrito que solamente puede ser realzado y visto desde alguna perspectiva; se conoce de madres de reyes y mujeres de alta sociedad, nada de la mujer de cuna humilde.
Remonto mi pensamiento a la cuna de la civilización, donde muy poco peso político, económico y social tuvo mi existencia; sin embargo, quiero hacer visible mi presencia y emerjo a través del pensamiento e intelecto de aquellas mujeres que tuvieron la fortuna de recibir y acrecentar el conocimiento. Me llamé Hipatia y fui filósofa y una de las más grandes matemáticas neoplatónicas.
Reencarné en Juana de Arco, y aunque solo viví 19 años, me llamé visionaria al recibir luces de Dios, guiando al ejército francés en su guerra de 100 años contra Inglaterra; recibiendo como premio, cuatro siglos más tarde, la beatificación en la Catedral de Notre Dame.
Luego mi voz se dejó escuchar a través de la pluma magistral de Sor Juana Inés de la Cruz. Para saciar mi sed de conocimiento en el siglo XVII, debí ocultar mi apariencia femenina, cortando mis cabellos, ¡jamás mis ideas!, convirtiéndome en la primera feminista defensora de los derechos de las mujeres. Basta recordar un extracto de mi poema: “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis” …me gané el título de la Décima Musa y el Ave Fénix de América.
Mi voz, mi rostro ha tenido diferentes matices, culturas y colores, siempre buscando la equidad, el respeto, la tolerancia, valores fundamentales para sobrevivir en un mundo manipulado por el poder, el androcentrismo.
Soy el rostro de las primeras sufragistas, que fueron golpeadas, mancilladas y encarceladas por exigir un trato igualitario y el derecho de votar y ser votadas.
Soy la faz de esas mujeres que en pleno siglo XXI, su cuerpo sigue siendo flagelado y mutilado por la ablación genital.
Soy el grito ahogado a través de la vestimenta llamada burka, que esconde los miedos y torturas que ha sido sometida la mujer por el solo hecho de serlo.
Soy todas las mujeres de Ciudad Juárez, mujeres desaparecidas cuyo único delito es el no poder defenderse.
Soy la mujer fuerte y decidida de la etnia tarahumara.
Soy el ama de casa, la hija, la amiga, la hermana; la profesionista, la artesana.
La que lucha día a día, hombro con hombro, por una vida plena, más justa, más humana.
Soy la mujer que vende su cuerpo, que lleva comida a casa a cambio de que mancillen su cuerpo y compartir la cama.
Soy la mujer herida, golpeada, maltratada, humillada.
La que solamente se le ha permitido desarrollarse en el ámbito privado, quien ha sido considerada inferior para ocupar cargos públicos; la violentada en su cuerpo, sus ideas, su persona.
Estoy consciente de mi constitución femenina, pero también de la fuerza y motor que me impulsa para crecer. Cito a Simone de Beauvoir cuando dice: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviera la complicidad de sus oprimidos”.
Hoy, permito que la luz del discernimiento y del conocimiento ilumine mi actuar y pensamiento; retomo un fragmento del poema Desiderata de Max Ehrmann: “Soy una criatura del universo, al igual que los árboles y las estrellas, tengo derecho a existir”.
Hoy, ¡me reconozco mujer!




Cuquita Sandoval Olivas es doctora en educación. Ha publicado los libros Anhelos, sueños y esperanzas (2010), Una rosa sin espinas (2011) y Dulce (2018). Su obra aparece en varias antologías. Es columnista  de El sol de Parral y escribe el blog de literatura

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