miércoles, 31 de julio de 2024

Del renacer diario, una vuelta a la rutina. Marco Benavides

Del renacer diario, una vuelta a la rutina

 

 

Por Marco Benavides

 

 

La luz de la mañana se filtra a través de las cortinas de mi cuarto, iluminando el espacio con una suavidad que recuerda a los primeros momentos del día de antaño, cuando todo parece estar en pausa, esperando ser despertado. El sopor de dos semanas de vacaciones ahora se siente como un sueño lejano, como si los días pasados fueran una fantasía efímera. El regreso al trabajo se alza ante mí como un horizonte que debe ser conquistado, y la rutina, ese río de monotonía que fluye con la precisión de un reloj, reclama su protagonismo.

Me deslizo de la cama y siento la firmeza del suelo bajo mis pies. El aire fresco contrasta con la calidez del edredón. Me dirijo al baño con la determinación de quien se prepara para una travesía épica, cada paso resonando en la quietud del departamento como el retumbar de un tambor. Enciendo la luz y la claridad revela los restos del sueño en mi rostro.

El ritual matutino comienza con el baño, ese renacimiento diario. El agua caliente golpea mi piel con intensidad, desnudando el cansancio y la vagancia que se habían asentado en mí. Cada gota es una caricia microscópica, y el vapor se eleva es como un velo. Me lavo y me rasuro con energía, el jabón esparce su fragancia revitalizante. Cierro la llave mezcladora y salgo.

Selecciono con cuidado mi atuendo, eligiendo una camisa y unos pantalones que son a la vez formales y cómodos, una combinación que refleja el deseo de enfrentar el día con una mezcla de profesionalismo y confort. Cada prenda se coloca con precisión, como si se tratara de una armadura que me preparará para el desafío. La loción se convierte en el último toque de mi preparación, una nube de fragancia, compañera invisible durante el día.

Con el equipaje esencial en mano, me dirijo al garaje, donde mi Nissan me espera. La llave gira en el encendido, y el motor cobra vida con un ronquido suave, una sinfonía que anuncia el viaje. La luz de la mañana ilumina el camino mientras me incorporo al tráfico; la ciudad comienza a despertar a mi alrededor. Chihuahua, con sus calles que serpentean se despliega ante mis ojos en una danza.

Mientras manejo sin prisa por las calles, el entorno se transforma lentamente. Las casas, los edificios y los comercios, aún cubiertos por la bruma de la mañana, parecen saludarme con un aire de familiaridad. La calle se convierte en un tapiz cambiante, con los semáforos que alternan entre verde y rojo, y los peatones que cruzan con calma o con prisa. Cada semáforo, cada señal de tránsito es una pausa en mi viaje, una oportunidad para observar el mundo.

La música en el estéreo se convierte en acompañante para este viaje. Las notas parecen entrelazarse con mis pensamientos, creando una banda sonora personal. A medida que me acerco al centro de Chihuahua, el bullicio de la ciudad se hace palpable. Los carros y camiones aumentan en número, y el ritmo del tráfico se vuelve frenético. La vida urbana comienza a manifestarse en el flujo constante de personas y vehículos.

Antes de llegar a la oficina, me tomo un momento para disfrutar de mi pequeña tradición personal: el desayuno en la cafetería de don Pepe. Estaciono el carro en una esquina cercana y camino hasta el establecimiento, sintiendo al entrar cómo el aroma del café y los croissants recién horneados me envuelven. Me dirijo al mostrador, donde don Pepe, con su sonrisa acogedora, me prepara un capuchino acompañado de un croissant. Me acomodo en una mesa junto a la ventana, observando el ir y venir de la gente.

Observo a los transeúntes con una mezcla de curiosidad y reflexión. Algunos parecen apresurados, inmersos en sus propios mundos, mientras que otros caminan con una tranquilidad que contrasta con el caos circundante. Las calles están llenas de vibraciones, con el sonido de cláxones y conversaciones que se entrelazan en una banda sonora. La sensación de reintegración es palpable; cada sonido, cada imagen, cada aroma. Veo el reloj y la hora se acerca. Salgo.

Los edificios del centro se alzan, la arquitectura de la ciudad parece ofrecer un contraste entre lo antiguo y lo moderno, entre el pasado y el presente. La llegada al estacionamiento es un momento de alivio, una pausa en la jornada que marca el final del viaje y el comienzo de una nueva etapa en el día. Estaciono el carro con una precisión que me sorprende, a pesar de que es producto de cientos de repeticiones de la maniobra. Respiro profundamente, y salgo del vehículo.

El último tramo del regreso al trabajo es un paseo a pie por las calles que ya parecen menos intimidantes, ahora que he tenido tiempo para adaptarme al ritmo de la ciudad. Cada paso es un recordatorio de mi lugar en este entramado urbano, de la rutina que se reanuda y de la vida que continúa con su curso ininterrumpido. Al entrar en el edificio de la oficina reconozco la familiaridad de los colegas, cuyas voces y saludos se mezclan con los acostumbrados sonidos del entorno laboral. El olor del café recién hecho me recibe, marcando el regreso a la realidad con una sensación de calidez y pertenencia. Pongo mi dedo índice en el biométrico, y mi día laboral comienza.

A medida que me acomodo en mi escritorio y comienzo a abordar las tareas del día, siento una mezcla de gratitud y desafío. El viaje de regreso al trabajo, desde el despertar hasta la llegada a la oficina, ha sido un recordatorio de la belleza de la rutina, de la importancia de cada momento y de la forma en que la vida cotidiana se entrelaza con experiencias extraordinarias. La introspección sobre este regreso revela no solo el ritmo de la vida diaria, sino también la manera en que cada experiencia, por pequeña que sea, contribuye al gran tapiz de la existencia.

 

19 julio 2024

 

https://tecnomednews.com/

drbenavides@medmultilingua.com

 

 

 

 

Marco Vinicio Benavides Sánchez es médico cirujano y partero por la Universidad Autónoma de Chihuahua; título en cirugía general por la Universidad Autónoma de Coahuila; entrenamiento clínico en servicio en trasplante de órganos y tejidos en la Universität Innsbruck, el Hospital Universitario en Austria, y en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Ha trabajado en el Instituto Mexicano del Seguro Social como médico general, cirujano general y cirujano de trasplante, y también fue jefe del Departamento de Cirugía General, coordinador clínico y subdirector médico. Actualmente jubilado por años de servicio. Autor y coautor de artículos médicos en trasplante renal e inmunosupresión. Experiencia académica como profesor de cirugía en la Universidad Autónoma de Chihuahua; profesor de anatomía y fisiología en la Universidad de Durango. Actualmente, investiga sobre inteligencia artificial en medicina. Es autor y editor de la revista web Med Multilingua.

Esta imagen dice mucho

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(Meme tomado de las redes sociales)

Lección 30

Lección 30

 

 

El haikú clásico

 

Continuamos con estas notas relativas a la historia de cómo se fue conformando esta forma clásica de poesía japonesa que ya es universal. En esta ocasión transcribiremos otro fragmento del brillante estudio preliminar de la maestra Nuria Parés que aparece en el libro El haikú japonés, publicado en la Colección Literaria Servet por Ediciones Oasis, México 1966, que por cierto es el mejor libro en español de este género de poesía, según solía decir el maestro Gaspar Gumaro Orozco.

Los comienzos del régimen militar Shogunato Tokugawa con su represión, su brutal imposición de inamovilidad a las distintas clases sociales y la paz a ultranza que estableció en el país aislado del resto del mundo, no fueron tiempos propicios para que floreciera esa delicada poesía, hecha de todo y de nada, que es el haikú japonés. El género fue de mal en peor y acabó convirtiéndose en un juego de salón en el que los participantes rara vez lograban otra cosa que hilvanar en buena métrica malos versos.

A esos años corresponden poetas como Teotitoku, Teishitsu y otros cuya obra todavía está lejos de suscitar esa sucesión de imágenes o emociones que más tarde habría de ser la característica de este tipo de poesía.

Solamente en Soin (1604 – 1682), fundador de la escuela de Danrin, apuntan ya los rasgos del haikú, que poco después afirmaría el primer maestro del género: Matsuo Basho.

 

Kikaku (1660 – 1707). Buson (1715 – 1783). Issa (1763 – 1827). Shiki (1866 – 1902). Basho (1644 – 1694). Chora (1729 – 1781). Ryota (1718 – 1787). (Versiones y nota de Nuria Parés).

 

 

1

¿La mariposa

duerme toda la noche?

¿Hace otra cosa?

―Kikaku

 

2

Pueblo natal,

al acercarme toco

flor de zarzal.

―Issa

 

3

Luna de azufre,

si renazco, que sea

pino en la cumbre.

―Ryota

 

4

Ciruelo en flor,

las cortesanas compran

galas de amor.

―Buson

 

5

¿Quieres ver soledad?

Solo una hoja al árbol

le queda ya.

―Basho

 

6

Al aguacero

la bandera, ondeando,

llama en el cielo.

―Shiki

 

7

Grillo despierto

sé el guardián de mi tumba

cuando haya muerto.

Issa

 

8

¡Oro empañado!

Entre el verdor pensamos

en el pasado.

―Chora

 

JChM Taller Literario, julio 2015

El gallito de barro. Fructuoso Irigoyen Rascón

El gallito de barro

 

 

Por Fructuoso Irigoyen Rascón

 

 

Aunque la estatuilla no era una obra maestra, era muy apreciada por la familia, pues había pasado de mano en mano por lo menos por cuatro generaciones. Representaba un gallito cantando. Dentro de la vitrina, donde compartía el lugar con algunas piezas de la mejor vajilla, de lejos el gallito parecía una figura de porcelana, más de cerca se podía uno dar cuenta que era de cerámica artesanal ‒barro diría la tía Elisa. Su cresta estaba pintada de rojo, muy rojo para una cresta de gallo; su pico de naranja, muy anaranjado para un pico de gallo. Los ojos eran dos puntos negros un tanto asimétricos, pues el izquierdo se había descarapelado un poco y ya no era completamente circular sino solo una media luna. Lo mejor logrado era la cabeza, que no dejaba dudas de que el artesano quiso representar al animal cantando. El cuerpo, que alguna vez fue de color blanco, ahora estaba como percudido, el surco bajo el ala marcado por suciedad acumulada, y las plumas de la cola, que una vez habían tenido matices tornasolados, se veían grisáceas. Y olvidábamos las patas, eran mal hechonas y estaban pintadas del mismo color que el pico. Con todos sus méritos y defectos el gallito cantador era pues una verdadera reliquia familiar.

Con el gallito venía un relato ahora leyenda familiar.

Se decía que el antepasado que primero lo tuvo se lo había ganado en las Ferias de Santa Rita, específicamente en un puesto de tiro con rifle. Desde el mostrador, sobre el cual había varios rifles y que era desde donde disparaban los concursantes, estos intentaban acertar con el corcho que salía volando y que casi nunca daban en el blanco, ya que la punta del cañon del rifle había sido mañosamente limada para desviar el corcho que por tal artimaña se iba siempre hacia abajo. De alguna manera el antepasado en cuestión se figuró como apuntar con precisión y logró derribar el susodicho gallito. Se dice que el dependiente, después de envolver cuidadosamente en papel de china la estatuilla, al entregar el trofeo a aquel casi mítico antepasado le puso en la mano también un billete de veinte pesos para que no siguiera tirando, pues de seguir haciéndolo y cosechando trofeos ciertamente llevaría su negocio a la ruina.

Nunca en muchos de esos años había vuelto el gallito a visitar el suelo. Pero hoy por obra y gracia de Juanito ‒Johnny le decían, tenía solo 8 años y meses‒, miembro de la quinta generación en línea desde el antepasado que se lo había ganado en el puesto de la feria, el gallito había dejado la vitrina y caído a plomo en el piso de cemento. Se hizo mil pedazos.

Gabriel, tío de Juanito y el más artísticamente dotado de su generación, se abocó a examinar los residuos. Tomó en una mano el pico del gallito en la otra una de las patas. Los demás lo miraban con varias expresiones reflejadas en sus rostros: curiosidad, displicencia, reto. Si alguien podía reconstruir el gallito y pegar con goma la esparcida pedacería era Gabriel, pero el pretendido restaurador dijo con un gesto de frustración ‒corriendo el riesgo de decepcionarlos a todos:

—¡Imposible!

Johnny lloraba en un rincón de la estancia, ahí cerca. «Me van a matar», pensaba.

Conforme a que esto pasaba, otros parientes, miembros de la tercera y cuarta generaciones, iban llegando como acostumbraban hacerlo cada tarde. Alguno de ellos tuvo un pensamiento homicida sintónico con el de Juanito. Afortunadamente lo golpeó solo con la mirada. Otro sentenció:

—¡Pinche gallo, ya le tocaba! A ver si ahora ponemos en la vitrina algo que sí valga la pena.

Parecía una competencia como las de la televisión. Mientras que uno pensaba si no en matar sí en castigar severamente al niño ‒tendencia infanticida‒; el siguiente ‒tendencia gallicida‒ celebraba el final del horroroso animal.

—No será difícil remplazarlo. Los venden, unos igualitos, en el mercado. No cuestan más de veinte pesos

—Mejor compremos uno de mejor calidad… de porcelana de a de veras.

—¡Mejor un pavorreal!

Llegó entonces Silvana, la mamá de Juanito. La ya nutrida concurrencia describió en detalle para ella lo que había sucedido: la nueva leyenda del gallito de barro. Juanito miraba a su madre aterrorizado, veía como su expresión se endurecía y le parecía que su cabeza emitía chispas de coraje.

—¡Ahora sí te lo ganaste! ¡Adiós tableta y tele! ¡Y ni un cinco de domingo por tres meses!

Mientras la audiencia meditaba y ruminaba sobre el amenazado castigo, Gabriel continuaba recogiendo y examinando los pedacitos de lo que fue el gallito familiar. Tomó la pieza más grande que quedaba que, por supuesto, correspondía al cuerpo del gallo y de ella se deslizó algo que al caer al suelo sonó como una campanita bien afinada. Todos la vieron rodar: era una moneda de oro.

Lo que hace el oro: los impulsos infanticidas y gallicidas rápidamente se trocaron en fratricidas. Que ¿quién vio la moneda primero? que tú eres pariente político y no realmente uno de nosotros. Que fue Juanito el que la sacó de su escondite. Que esto y que lo otro.

De momento nadie del grupo se puso a pensar que quizá el valor de la moneda no era tanto. Sí, era de oro, pero era una sola moneda. Pedro alargó la mano para hacerse de la moneda, Julián se la aplastó de un pisotón.

Silvana volvió a hablar:

—¡Por favor, señores! ¡Compórtense! ¿Qué no ven que acabo de sermonear a Juanito por su mal comportamiento?… y ahora ustedes se portan peor que él. ¡Parecen niños!

Y de verdad lo parecían.

Tuvo que intervenir Emilio, el más viejo de los presentes y que tenía la fama de ser el más sabio, prudente y filosófico de la familia. Aclarándo estridentemente su garganta, comenzó su discurso.

—¡Su atención por favor! Es evidente ‒dijo ceremoniosamente‒ que una monedita no puede ser dividida entre tantos y tantas ‒sonando ahora como político de pueblo‒. Sabiendo que el gallito fue alguna vez trofeo, podemos hacer algún tipo de competencia y el ganador se queda con la moneda. O, tal vez más sencillo, una rifa: el que gane se queda con la moneda.

Pedro, que se había hecho de la moneda la apretaba firmemente en su mano un tanto hinchada por el pisotón que había recibido, miraba con enojo a su primo Emilio, que como que quería que le diera la moneda para proceder con sus planes nefastos.

—Pero en realidad yo propongo otra cosa —continuó Emilio—, llevemos la moneda a la Casa del Oro en el centro y veamos cuanto ofrecen por ella— primer connato de sensatez entre el torbellino de emociones que la dichosa monedita había provocado— y si decidimos venderla pues metemos el dinero en una cuenta bancaria que se usará para financiar ‒enfatizando la palabra‒ la educación de Juanito, que es a quien debemos el fortuito hallazgo.

Sobre todo, los que habían acariciado pensamientos infanticidas gruñeron en desaprobación:

—¡No! ¡Que se rife y ya está!

Pepe Luis, el bufón entre los primos pidió la palabra:

—¡Johnny! ¿Y tú qué dices?

El niño, que no se crea que no por niño no tenía su propia agenda, vio en la intervención de su tío favorito la oportunidad de recobrar su tableta, acceso a la televisión y ‒sobre todo‒ sus domingos. Clavando la vista primero en su madre, Silvana, y luego en los tíos que más claramente estaban favoreciendo su castigo y a los que hemos llamado facción infanticida dijo:

—¡Queridos tíos y tías! ¡Muchas, muchas, gracias por pensar en mi educación! Pero miren —dijo mostrando su tableta electrónica— cuando rodó la moneda le tome una foto y, con un programa que tengo, pregunté cuanto vale la moneda —una cifra en pesos y dólares aparecía en la pantalla del aparatito— y luego, mientras ustedes pelea… discutían, averigüe el costo de la inscripcion en la Universidad, en la de aquí que es baratita y…

—¿Y?

—¡No alcanza! Ni siquiera es la mitad de lo que cobran.

Un sentimiento de vergüenza invadió a los tíos. Es decir, a los que tenían vergüenza. Pero aquel “ya que por ti se encontró la moneda y que manejas la tabeta con tal destreza” nunca llegó. En lugar de esa ansiada sanción, Silvana gritó:

—¡Trae acá ese artefacto!

Mientras esto sucedía, Carola, hermana de Silvana, había traído de la cocina la escoba y el recogedor para juntar los fragmentos y el polvo que había quedado del gallito; Gabriel, con cierta reticencia, colocó en el recogedor los que tenía en sus manos mientras Carola barría con notoria energía los que yacían en el piso. Todos miraron a la mujer sacar el recogedor con lo que quedó de la estatuilla y colocarlo en el bote de la basura. Uno de los primos, tal vez para marcar la conclusión del sainete que se había escenificado en la estancia familiar, empujó el bote por la puerta del callejón. Y providencialmente minutos después apareció el camión recolector que se llevó el contenido del bote, lo cual Emilio certificó dramáticamente:

—Consumatum est!

Tanto Carola como la tía Cirila, de la que no hemos hablado, que eran fervientes católicas, torcieron la boca ante esta falta de respeto: “Mira que usar estas palabras de Jesús crucificado para referirse a estas trivialidades. ¡Que Dios perdone al Emilio y a todos nosotros”. Lo que sigue es no menos dramático:

—¿Alguien sabe como apagar este artefacto? —preguntó Silvana levantando la tableta frente a sus ojos. Emilio la tomó y tocando un punto de la pantalla hizo desaparecer la página que anunciaba las inscripciones universitarias. Un nuevo toque y la página que daba los precios de la moneda apareció. Tocando el mismo botón apareció algo que probablemente ni el mismo Juanito alcanzó a examinar, si no es que lo había callado, pues de saberse lo ahi escrito la ofensa de quebrar el gallito hubiera sido mucho mayor. La página decía:

Los gallitos de barro con una moneda de oro dentro se hicieron

en una cantidad muy limitada al terminar la Guerra Cristera en los

estados mexicanos de Colima y Jalisco. Tanto por lo limitado de

su producción como por su fragilidad tales piezas se venden hoy

día por cantidades fabulosas en los mercados especializados de

Europa y Nueva York.

Silvana no pudo contener su furia y casi se le echa encima a Juanito para ahora sí golpearlo:

—¡Mocoso del demonio! ¿Qué tú sabías que había una moneda dentro del gallo?

—¡Juro por Dios que no mamá! Yo no había visto esa página. De veras: ¡Lo juro!

Carola y Cirila, las tías religiosas, se santiguaron al oir al niño jurar así como así. “Dios lo perdone”, pensaron.

Todas las facciones, infanticidas, gallicidas, y aun aquellos que no tenían una filiación definida en el caso, instintivamente miraron hacia la ventana, como tratando de seguir al camión de recolección de basuras —que ya hacía rato se había marchado—; el hecho es que no había mucho que hacer. El gallito resultó primero no valer nada, después valió mucho, después muy poco y al final representó una gran pérdida. Pobre Juanito llamado Johnny, por el resto de su vida acarrearía la nueva leyenda que diría que fue él quien destruyó al gallito familiar y privó a sus gentes de una pequeña fortuna de la cual se hubieran hecho después de un viaje a Europa o Nueva York, lugares a que ningún miembro de la familia había tenido la fortuna de visitar.

Desde su tumba en el Panteón Municipal el espectro del ancestro que había conquistado el gallito por su buena puntería en las Fiestas de Santa Rita, una noche de un remoto verano, murmuró:

—Las cosas son como son y no de otra manera. Si te liman el cañón del rifle, pues apunta más alto.

 

 

 

 

El famoso médico y explorador Fructuoso Irigoyen Rascón, autor de Cerocahui, avisa que acaba de aparecer su nuevo libro, Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores, publicado por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. En el colofón dice que la edición es de 2019, sin embargo, a causa de la pandemia, apenas acaba de salir de imprenta este agosto de 2021.

martes, 30 de julio de 2024

Me enamoro a diario, del amanecer, del libro que leo, de la música que escucho. Sergio Torres

Me enamoro a diario, del amanecer, del libro que leo, de la música que escucho

 

 

Por Sergio Torres

 

 

Me enamoro a diario, del amanecer, del libro que leo, de la música que escucho, de la sonrisa de los niños con quienes hago música, de la mujer que me elige para compartir el café, el cine, la cama. Me enamoro de la noche, del silencio, del aire que mueve todo, de la vida que me sorprende cada día con su inmensa gama de posibilidades. La vida, que es mi vida, es fantástica.

 

 

 

 

Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

Mimetismo. Guadalupe Guerrero

Mimetismo

 

 

Por Guadalupe Guerrero

 

 

Espejo del objeto

afuera el equilibrio

abre sus ojos

figuras proyectándose

esconde el río

su molicie

el pasto se mueve

apenas por el viento

y cae la luz

en medio de la sombra

un hombre inunda alrededor

de tedio

gira la chapa de la puerta

 

Marzo 1990

 

 

 

 

Guadalupe Guerrero estudió antropología en la ENAH Chapultepec y sociología en la UNAM. Ganó el Premio Testimonio INBA Chihuahua con su novela Notas desde la montaña. Además, ha publicado los libros Redes, La virgen del cholo, A veces la soledad, Intervida, y otros más. Actualmente escribe novelas: tiene una en prensa que se llama Los trece domos genésicos.

lunes, 29 de julio de 2024

Lección 29

Lección 29

 

 

El haikú clásico

 

El copioso cultivo del haikú en México en los años recientes se debe principalmente al certamen “José Juan Tablada” patrocinado por la Japan Airlines, que estuvo vigente durante cinco años, de 1989 a 1993. Se ha calculado que en cada ocasión participaron entre mil y dos mil personas. Al ganador se le concedía un viaje de ida y vuelta a Tokio.

Cuando los jueces del concurso sintieron la alta calidad de los trabajos que participaban, empezaron a otorgar además menciones honoríficas a los finalistas.

Durante la vigencia del certamen figuraron como jurados Octavio Paz, Sergio Mondragón, Jesús Kumate, Salvador Elizondo, David Huerta, Alberto Ruy Sánchez, Jaime Labastida, Ernesto de la Peña y el chihuahuense José Vicente Anaya.

Los ocho poemas que acompañan esta nota son algunos de los trabajos ganadores, junto con otros que tuvieron menciones honoríficas. (Nota de Otto Raúl González).

 

1

Junto a la ola

se convierte en espuma

la luna rota.

―Rafael Riquelme

 

2

Labor del faro:

con hachazos de luz

partir la noche.

―Jorge Hernández Utrera

 

3

Revolotea,

baila al ritmo del aire

el papalote.

―Christina Silva

 

4

El gallo canta

y su alegre aleteo

oro levanta.

―María Elena Cerecero

 

5

Árbol de sombras,

vaso de luz que estalla

en el insomnio.

―JChM

 

6

Fruto maduro

de la fronda más alta

la guacamaya.

―Efraín Bartolomé

 

7

En la laguna

la garza picotea

trozos de luna.

María Teresa Azuara

 

8

La caracola:

remolino de mar,

suspiro de ola.

―Melquiades Durán

 

JChM Taller Literario, junio 2015

Mi historia es una anotación apresurada en una servilleta. Sergio Torres

Mi historia es una anotación apresurada en una servilleta

 

 

Por Sergio Torres

 

 

Mi historia es una anotación apresurada en una servilleta, una feliz ocurrencia de sucesos fantásticos en un mundo donde lo fantástico es tan cotidiano que la gente de aquí no lo ve. El milagro del amor es una de ellas. Nadie necesita de otro para vivir, pero es un gran alivio recibir un abrazo, un beso, una mirada, una sonrisa, una palabra amable, un silencio que acompaña. Estar ahí para confortar a ese otro corazón que se duele es un privilegio de la humanidad consciente. Todo lo demás es un espejismo de buscar latidos, de encontrarnos en la piel, de degustarnos en otros labios. Palpitamos aún mientras la vida nos traspasa.

 

 

 

 

Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

La sinfonía de los despertares. Novela seriada. Almudena Cosgaya

Dintel de Almudena

La sinfonía de los despertares. Novela seriada

 

 

Por Almudena Cosgaya

 

 

En un mundo sumido en la penumbra, donde la enfermedad se cierne sobre la humanidad, tres almas desgarradas luchaban por la supervivencia y la verdad. La sinfonía de sus despertares resonaba en las ruinas de lo que alguna vez fue la civilización.

Elisa, su mente afilada como un bisturí, había dedicado su vida al estudio de la conciencia. Antes del cataclismo, sus investigaciones sobre la meditación profunda la habían llevado a descubrir que la mente y el cuerpo estaban entrelazados como las notas de una partitura. En un mundo donde los infectados acechaban en cada esquina, Elisa no solo luchaba contra las criaturas, sino también contra su propia oscuridad. Cada vez que cerraba los ojos, se adentraba en los pliegues de su mente buscando respuestas.

Nubia, una intrépida periodista, había seguido la pista de un antiguo manuscrito durante años y ahora en el caos no dudaba de su veracidad. En las páginas amarillentas había encontrado un ritual chamánico olvidado que podría ser la clave para revertir la enfermedad. Su misión era más que una búsqueda de la verdad, era una danza con la muerte. Nubia sabía que cada palabra en ese pergamino podía cambiar el destino de la humanidad. Con cada paso que daba sentía el peso de la responsabilidad sobre los hombros.

Y luego estaba Gerardo, el exmilitar con cicatrices visibles e invisibles. En la biblioteca La Casa de los Laureles, o simplemente CIDECH, había descubierto un libro prohibido cuyas páginas narraban un experimento ultrasecreto: un viaje en el tiempo realizado en la Zona de Silencio. Él creía firmemente que en el pasado se guardaban respuestas. Pero también sabía que este podía devorarte si no tenías cuidado. Cada noche, mientras estudiaba las páginas amarillentas del libro, sentía una conexión inexplicable con los hombres y mujeres que habían vivido hace milenios.

Los tres se encontraron en Smart La Villita, un lugar donde las dimensiones se superponían como acordes. Allí, en las ruinas, un portal dimensional aguardaba. ¿Sería la clave para cambiar el destino de la humanidad o una trampa mortal? Los escritos, los enigmas y la conciencia se entrelazaban en una sinfonía profunda. Y mientras los infectados acechaban, los protagonistas se preguntaban: ¿qué melodía resonará al final de todo?

La sinfonía alcanzó su clímax, y en ese instante cada uno de ellos comprendió su papel en la gran partitura de la vida. Elisa, Nubia y Gerardo, unidos por el destino, dejaron que la melodía los envolviera.

Y así, en las ruinas de la civilización, resonó una nueva melodía, una sinfonía de esperanza y renacimiento, la sinfonía de los despertares.

 

 

 

 

Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta de que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa. En 2017 publicó su novela La maldición del séptimo invierno.

El reto de publicar libros. Benito Rosales

Cocodrilo Bit

El reto de publicar libros

 

 

Por Benito Rosales

 

 

Este año he escrito cuatro libros, de los cuales solo he lanzado de manera independiente uno: Metimos la pata. Con los otros tres aún no encuentro la fórmula. La opción de autopublicar siempre está presente, pero particularmente este año ha sido difícil para mí en lo económico, por lo que esa vía está prácticamente descartada.

El segundo libro que escribí este año fue Rastros del innombrable II, el cual terminé casi al mismo tiempo que el primero. Con el deseo de darlo a conocer, lo presenté en una convocatoria local donde, a partir de una evaluación, se seleccionan obras para ser editadas por medio de un área cultural del gobierno. El libro no tuvo suerte y no fue escogido. La convocatoria declaró que, de las cuatro propuestas recibidas, incluida la mía, no se había seleccionado ninguna por considerar que no cumplían con los criterios necesarios para ser publicadas, palabras más, palabras menos.

El tercer libro que he escrito este año está prácticamente terminado, y mi intención es intentar nuevamente probar suerte en alguna convocatoria para su edición. Ya he identificado dónde podría ser.

En cuanto otro que también tengo inédito, no planeo presentarlo en ningún concurso o convocatoria; deseo probar suerte en Amazon e intentar venderlo ahí. Estoy en la última revisión de los cuentos, y en cuanto lo logre intentaré difundirlo por ese medio.

Además de los mencionados, tengo otros proyectos de libros, pero aún no los he finalizado. Están dos de poesía y algunos cuentos infantiles de Árboles en patines. Estos últimos los lanzaré por mi cuenta, como los doce anteriores. También requiere una inversión de mi parte, que, si bien es mínima, no la tengo disponible.

Me queda claro que no he sido lo suficientemente hábil para encontrar el camino adecuado para publicar lo que escribo; también me queda claro que debo seguir mejorando la calidad de mis textos para que sean «competitivos». A fuerza de ser sincero, me siento cansado. Disfruto escribir, más allá de si lo que hago se convierte en un libro o si va más allá de mis amistades y familiares, pero también llega un momento en que las ganas y el deseo menguan por no encontrar la manera de publicar sin desfalcarme.

 

28 julio 2024

 

 

 

 

Benito Rosales Barrientos nació en Monterrey, ha participado en talleres literarios de su ciudad natal. Es autor de los libros: Sobre la cornisa del laberinto, poemas; Cuando estos cielos caigan como ojos de gato, poemas; Las flores del jardín, cuento, 2017; La niña y la serpiente, cuento, Metimos la pata, entre otros.

viernes, 26 de julio de 2024

Lección 28

Lección 28

 

 

El haikú clásico

 

Durante el siglo 15, entre los poetas japoneses que iniciaron el haikú están Sogi (1420-1502), Moritake (1452-1549) y Sokan (1458-1586), pero sus poemas, aunque dentro de la estricta métrica del haikú, están aún muy lejos del sentir propio del género.

Los cien años que siguieron abarcan un oscuro periodo de violencia y guerras civiles, que habrían de acabar con el establecimiento de un nuevo régimen militar: el Shogunato Tokugawa. Fue entonces cuando Japón cerró sus puertas al Occidente y lejos de toda influencia extranjera empezó a cultivar sus características propias.

Durante el periodo Tokugawa (1615-1867) el haikú fue el género literario más importante cultivado por los ciudadanos de Edo (hoy Tokio), Osaka y Kioto, las tres grandes ciudades donde surgió una nueva literatura popular.

 

Kito (1740 – 1789). Buson (1715 – 1783). Issa (1763 – 1827). Shiki (1866 – 1902). Basho (1644 – 1694). Sadaiye (1235 – 1300). (Versiones y nota de Nuria Parés)

 

1

Las algas verdes.

Recogida entre rocas

el agua duerme.

―Kito

 

2

Labrando el campo,

a la sombra del monte

callan los pájaros.

―Buson

 

3

Vivos los dos:

esa amapola roja

y yo.

―Issa

 

4

Es tu sombrilla,

amor, con tanto sol

tan pequeñita.

―Seiho

 

5

Callada calma,

ese jirón de nubes

duerme en el agua.

―Buson

 

6

En los oídos,

hastiado de sermones,

canta un cuclillo.

―Shiki

 

7

A la fuente vieja

salta, veloz, la rana:

el agua suena.

―Basho

 

8

Revoloteo

las flores del cerezo:

borrasca y viento.

―Sadaiye

 

JChM Taller Literario, mayo 2015

Otra vez. Ramón Rangel

Otra vez

 

 

Por Ramón Rangel

 

 

Mamá, volví a llorar.

No en la esquina de mi cuarto,

ni mientras esperaba un semáforo,

lloré mientras dormía

para darme cuenta de que el llanto no tiene descanso.

 

Mamá, ya no llores.

Nos toca llorar a los demás.

 

 

 

 

Ramón Rangel es licenciado en letras españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua, autor de los libros Mortero (Tintanueva, 2016), Sad West o la oración de un vaquero (UACH 2022) y Los amorosos son punks (ICM PECH 2023). Textos suyos aparecen en las revistas Metamorfosis, Punto de Partida y en Tragaluz, suplemento literario de El Heraldo de Chihuahua.

jueves, 25 de julio de 2024

Es como una diosa cada línea de su cuello, el aroma de su cabellera. Sergio Torres

Es como una diosa cada línea de su cuello, el aroma de su cabellera

 

 

Por Sergio Torres

 

 

Es como una diosa

cada línea de su cuello

el aroma de su cabellera

la suavidad de su tacto.

 

Es una mujer de tierra

de fuego de aire de agua.

Mujer de piedra blanca, divina.

Mujer de tierra roja, indómita.

 

Inocente, la llamaba mía.

Insensato, la quería solamente mía.

Pero ella es de aire

cambia de opinión a cada instante.

Pero ella es de agua

se adapta y contiene y atraviesa e inunda.

Pero ella es tierra

un sólido y rotundo fértil campo

de realidades recién descubiertas.

Pero ella es fuego,

luz, calor, muerte, vida.

Transformación perpetua que se autogenera y destruye.

 

Ella es como una diosa

pero mejor:

es Mujer.

 

 

 

 

Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

Una película animada a lo grande. Luis Raúl Herrera Piñón

Rollos cortos

Una película animada a lo grande

 

 

Por Luis Raúl Herrera Piñón

 

 

Otra animación sobre insectos, a nítidos colores y además muda, porque en realidad los diálogos entre los insectos se dan con ruidos, por lo general, graciosos. La música es maravillosa y unida a los ruidos de la naturaleza, le da a la historia un toque de magia, lo que ayuda a que la visión de este filme sea todavía más disfrutable.

La historia que se cuenta es sencillita. Una catarinita se pierde en el bosque, entre los restos de comida ‒abandonada tras un picnic‒, encuentra a un grupo de hormigas negras muy atareadas recolectando comida. El botín mayor es una caja con barritas de azúcar. Pero las hormigas rojas también quieren la caja y eso desatará una guerra. Al final, la catarinita será la heroína de este filme.

Minúsculos es más que una película para niños, se trata de una gran producción, tan llena de momentos emotivos que resulta divertidísima. Paradójicamente, estamos ante una historia muy humana que permite conocer, aunque sin abandonar el mundo de la ficción, la vida de esos seres pequeñitos que viven en ese otro mundo, del que difícilmente nos percatamos.

El director francés Thomas Szabo ya había realizado una serie de cortometrajes sobre la vida privada de los insectos, en la cual combinaba insectos generados por computadora con paisajes naturales. La animación que nos ocupa es una obra muy bien ensayada a través de los años, y eso se nota en la perfección con la cual llegan a ser presentados los movimientos de los seres minúsculos.

Las imágenes reales fueron filmadas en los parques nacionales Ecrins y Mercantour, al sur de Francia. La fotografía, además de mostrar el hermoso paisaje de manera más que nítida, logra poner a los insectos frente al espectador sin que se pierda la noción de que son seres “minúsculos”, por lo que se agradece que no haya insectos gigantescos que ocupen toda la pantalla.

Lo único negativo es el exceso de libertad con que se maneja el asalto al hormiguero, porque llegan a utilizarse en la batalla cosas tan poco naturales como un insecticida en spray, cohetes, resorteras, palillos de dientes, alka seltzers e hisopos de algodón, entre otras cosas, que rompen con la imagen real de la naturaleza que se llevaba hasta ese momento.

Además, para los cinéfilos, hay algunos homenajes “minúsculos”, como una escena calcada de Psicosis de Alfred Hitchcock, dentro de la casa de la araña, y una persecución muy al estilo de La guerra de las galaxias, además de que el hormiguero recuerda a La Torre del diablo de Encuentros cercanos del tercer tipo.

Si lo que quieres es divertirte a lo grande, esta es la película que deberías ver.

 

Título original: Big eyes. Duración: 82 minutos. Año: 2013. País: Francia. Director: Thomas Szabo. Reparto: Muchos insectos. Dónde ver: Disponible en Amazon Prime Video y en Youtube https://www.youtube.com/watch?v=plZ_i7zi3V0

 

 

 

 

Luis Raúl Herrera Piñón es el jefe de la Unidad de Cine de la Quinta Gameros desde hace 19 años, tiempo en el que ha privilegiado la difusión de la cultura, a través de cine de calidad. Durante años publicó en El Heraldo de Chihuahua su columna Rollos cortos, en donde hacía crónicas y crítica de cine.

El astronauta. Jaime Chavira Ornelas

El astronauta

 

 

Por Jaime Chavira Ornelas

 

 

El viaje está turbulento, la nave se estremece al abandonar la atmosfera y mi cuerpo sufre por la presión ejercida. Sé muy bien que pronto pasará y solo espero el cambio en el campo gravitacional. Sigo en el curso trazado; mi nave toma el mando y por fin puedo relajarme, me quito el casco y siento como mis pulmones respiran el aire limpio y seco. Por la ventanilla puedo ver claramente las diferentes constelaciones y la inmensidad abrumadora del universo.

Dormí por tres horas y cuarenta y dos minutos. Reviso los sensores e indicadores, todo está normal. Estoy ya a casi quinientos mil kilómetros de La Tierra y contando. Mi destino es el planeta Marte y llegare en noventa y cinco días terrestres, es un tiempo relativamente largo pues existen otro tipo de naves que llegan en menos de sesena días terrestres. Mi rango y entrenamiento es un nivel siete. Me apego a la ley de viajes interplanetarios y a disfrutar del viaje.

Despierto de un corto descanso y oigo un extraño ruido en el área de la cocina, me acerco y no veo nada, pero se sigue escuchando un rechinido y un clic-clac. No puedo localizar la fuente de los ruidos y ya están más fuertes y me están aturdiendo. Estoy muy temeroso de que sea algo grave. Los ruidos están aumentando y trato de comunicarme a la base, pero es imposible oír que es lo que dicen. Me traslado al área de mando, pero el ruido esta ya por toda la nave. Me pongo los audífonos, pero no escucho nada; la comunicación se ha cortado. Ahora si estoy en pánico, pues ya ni mi dispositivo digital funciona. Abro el compartimiento de emergencias y presiono el botón de S.O.S. Inmediatamente la nave se apaga y yo caigo como una piedra al suelo y el ruido cesa. De pronto el silencio es ensordecedor y lúgubre, mis oídos duelen. Siento el sudor frio por todo el cuerpo y surgen mil preguntas en mi cabeza. Escucho una voz robotizada que me recomienda mantener la calma, dice que ya están trabajando para corregir el problema.

Veo las estrellas y se ven tan indiferentes, tan alejadas, pero tan cerca, el sentimiento de soledad está invadiendo mi pequeño cuerpo. Este cuerpo que en la Tierra se cataloga como grande y atlético, aquí se siente tan pequeño y frágil. Me pregunto: ¿Por qué nos cambiamos a Marte? ¿Por qué soy tan arrogante? ¿Por qué creo que el dinero me dará la libertad en Marte? ¿Por qué se fue primero mi familia? ¿Qué hago aquí perdido en el cosmos y sin esperanzas? ¿Qué es la vida y por qué tan complicada? Me siento tan inútil y vulnerable. Pasaron ya veintiocho horas y aún nada. La frase robótica de “mantener la calma” me tiene harto y la cancele. La nave sigue sin rumbo y mi mente sigue traicionándome, me recuerda una frase que me dijo mi abuela: “A la mente solo dale de comer, pero no le hagas caso.” y creo que eso aplica muy bien en este momento.

Solo quedan ochenta y tres horas de oxígeno y he perdido toda esperanza de ser rescatado. Afuera solo puedo ver la belleza del universo, pero percibo su frialdad e indiferencia; parece estar sin vida, solo ahí, tan solitario, tan triste como un espejismo letal. Recuerdo cuando de niño jugaba en los charcos que dejaba la lluvia de julio, mis pies descalzos refrescándose; esa agradable sensación de tener todo el tiempo para estar vivo y sin problemas, los fieles amigos y la comida casera esperando en la vieja cocina. Después, de adolescente, pensaba que el mundo era solo mío y que nunca me haría viejo, así que me la pasaba de fiesta. Pero el tiempo pasó y sí envejecí; tomé decisiones buenas y malas, disfruté las buenas y pagué caro las malas. Pero ahora, perdido y sin tiempo ni comida casera, los amigos desaparecieron, las fiestas se olvidaron y dejé ir a mi familia a un planeta lejano porque estaba muy ocupado haciendo dinero, dinero que ahora no me sirve de nada. Siento un cansancio agudo y mis párpados pesan una tonelada.

Últimas noticias: El magnate del entretenimiento Pancho Lugo se presume perdido en el espacio desde hace más de 60 días. Despegó de la base de Ávalos el día 5 de mayo de 2037 con rumbo al planeta Marte, pero perdió comunicación días después de su despegue. No se ha podido localizar la nave, por lo tanto, se presume desaparecido. Su gran fortuna, la cual obtuvo por la fabricación de robots payasos, cómicos y actores de renombre (todo con plataforma de inteligencia artificial), está en juego. Su esposa Lupita quedó a cargo de su familia, la cual se creía que estaba en Marte, pero no era así; estaban en casa de los abuelos maternos. Les mandamos un abrazo y resignación por su fatal pérdida.

 

 

 

 

Jaime Chavira Ornelas es administrador de negocios, logística, control de almacenes, importación y exportación, cursos de lingüística e inteligencia emocional, grado de vendedor oro por GMC. Actualmente pensionado por el IMSS.

Lección 27

Lección 27

 

 

El haikú clásico

 

El origen del haikú se pierde en la noche de los tiempos. Sabemos que desde épocas remotas los japoneses se ejercitaron en la composición de versos de 5, 7 y 5 sílabas. Una de las composiciones poéticas que desde muy pronto gozó de gran popularidad fue la tanka, poema de 31 sílabas dispuestas en el orden 5, 7, 5, 7, 7, y que los señores y damas de la corte solían divertirse enunciando los tres primeros versos de la tanka para que otro la completara luego con los dos restantes. Seguramente ese es el origen del haikú, llamado en un principio hokkú: “verso inicial”.

Los primeros poemas de tres pies y 17 sílabas que se conservan datan de los comienzos del siglo XIII. Una prueba más de su relación con la tanka es el hecho de que uno de los haikús más famosos de esa época corresponde a Fujiwara no Sadaiye, compilador de una famosa antología de tankas titulada Hyakunin Isshu (hacia el año 1235 d. C.).

Se han conservado muchos versos de 17 sílabas escritos en gran parte por altos funcionarios o jefes militares durante los siglos XIII y XIV, pero el género solo se popularizó más tarde, al comenzar el siglo XVI.

 

Basho (1644 – 1694). Kyorai (1651 – 1704). Onitsura (1660 – 1738). Chiyo (1701 – 1775). Buson (1715 – 1783). Kyokan (1756 – 1851). (Versiones y nota de Nuria Parés).

 

1

Tiempo otoñal,

todo es del mismo verde,

mar y arrozal.

―Basho

 

2

¡Qué pena! Aquí

en mi mano muere

una luciérnaga.

―Kyorai

 

3

Ya alborea,

en los campos de cebada

un verdor tiembla.

―Onitsura

 

4

Hierba de estío,

sueño de mil guerreros

de tiempos idos.

―Basho

 

5

¿Ahora do posa

mi pequeño cazador

de mariposas?

―Chiyo

 

6

Tarde de otoño

la vida tiene límites

y ratos de ocio.

―Buson

 

7

Nos trae el viento

bastantes hojas secas

para hacer fuego.

―Kyokan

 

8

Date la vuelta

yo también estoy solo

en la hora quieta.

―Basho

 

JChM Taller Literario, abril 2015

miércoles, 24 de julio de 2024

Manzana al óleo. Carmen Julia Holguín Chaparro

Foto Víctor Córdova

Manzana al óleo

 

 

Por Carmen Julia Holguín Chaparro

 

 

En su corazón, en el centro

de su carne palpitante y generosa,

dormita la pesadilla de su origen.

El pecado se le enrosca en su piel

de inocencia profanada

y pervierte sin querer

la mano hambrienta que la toma.

La culpa reside en la esencia

de su semilla fértil,

varada en la garganta de los hombres,

en el sexo abierto de las mujeres,

en la cabeza expuesta

de los cuerpos desnudos

que habitan la ciudad

y huyen esquivando las flechas.

Ha olvidado si hubo un antes

del árbol, del Jardín del Edén,

de la voz de Dios

maldiciendo su virtud

y la de su descendencia.

Ahora da lo mismo ser arrancada

de la rama que la soporta

o caer sobre la cabeza

que inventa leyes para fingir

que ordena el caos del mundo.

Ser cicatriz escarlata en la frente,

sombra del mal o augurio funesto

es el precio de la luz

que cada jugosa mordida

ofrece.

 

 

 

 

Carmen Julia Holguín Chaparro es doctora en literatura hispanoamericana por la Universidad de Nuevo México. Al lado de su trabajo académico, escribe cuento y poesía. Ha participado en encuentros de escritores en distintas partes de México, Estados Unidos y Argentina; hay textos suyos en antologías y revistas de México, Estados Unidos, España y Uruguay. Tiene dos libros de poemas: A tu prójimo amarás (2008) y El que tenga oídos… (2014).

Invitar a la consagración. Lilvia Soto

Invitar a la consagración

 

 

Por Lilvia Soto

 

 

Como la mayoría de los poetas, escribo para sobrevivir, para rescatar la porción de libertad que un ser humano necesita para justificar su tiempo en esta tierra. Mis palabras son una cuerda de salvamento contra los impulsos tanáticos de invasores, dictadores, matones y predadores que destruyen y profanan la vida por su sentido de separación, por su temor a ser abandonados.

En mis diálogos con otros artistas, recuerdo nuestra desnudez, nuestra compartida fragilidad, nuestra necesidad de asilo en esta tierra. Nuestras palabras son una vindicación del espíritu humano que nos mantiene vagando y creando, una llamada a la solidaridad, una invitación a honrar la fuerza vital que crece el cedro, flota el colibrí, poliniza la calabaza, perfuma la madreselva, da sabor al maracuyá y derrama el alma del ruiseñor (John Keats), la fuerza erótica que necesitamos consagrar juntos, pues con cada palabra que hablamos, cantamos, bailamos, pintamos, esculpimos, tejemos, abrimos una ventana a la empatía, la imaginación moral y la sacralización de la vida.

 

 

An invitation to consecration

 

As most poets, I write for survival, for rescuing the sliver of freedom a human needs to justify her time on this earth. My words are a lifeline of defense against the thanatic impulses of dictators, invaders, bullies, and predators who destroy and desecrate life out of their sense of separateness, out of their fear of being forsaken. In my dialogue with other artists, I am reminded of our common nakedness, our shared fragility, our need for asylum on this earth. Our words are a vindication of the human spirit that keeps us wandering and creating, a call to solidarity, an invitation to honor the life force that grows the redbud, hovers the hummingbird, pollinates the zucchini, perfumes the freesia, savors the raspberry, and pours forth the soul of the nightingale (John Keats), the erotic force we need to consecrate together, for with each word we speak, sing, dance, paint, sculpt, weave, we open a window into empathy, moral imagination, and the sacralization of life.

 

 

 

 

Lilvia Soto nació en Nuevo Casas Grandes, emigró a Estados Unidos a los 15 años, reside en Philadelphia, Pennsylvania. Tiene un doctorado en lengua y literatura hispánica de Stonybrook University en Long Island, Nueva York. Ha enseñado literatura y creación literaria en Harvard y en otras universidades norteamericanas. Fue cofundadora y directora de La Casa Latina: The University of Pennsylvania Center for Hispanic Excellence. Fue directora residente de un programa de estudios en el extranjero de las universidades Cornell, Michigan y Pennsylvania en Sevilla, España.

El viernes 19 de julio de 2024. Marco Benavides

El viernes 19 de julio de 2024

 

 

Por Marco Benavides

 

 

Otro día caluroso, las temperaturas alcanzaban los 40 grados Celsius a las diez de la mañana, el aire seco se pegaba a la piel. En su departamento repleto de libros y pantallas, un médico se encontraba inmerso en su trabajo redactando un artículo para su sitio web sobre las últimas tendencias en Inteligencia Artificial.

Desde que se jubiló del Seguro Social había dedicado su tiempo a explorar el impacto de la tecnología en la medicina moderna. El parpadear constante del monitor de su computadora se reflejaba en sus lentes, el murmullo lejano del tráfico formaba la banda sonora de su rutina diaria, una rutina que se vería drásticamente alterada en cuestión de minutos.

El primer signo de problemas apareció cuando su computadora, fiel compañera de su pensamiento, generalmente rápida y eficiente, comenzó a volverse lenta y torpe. Frunció el ceño, culpando al calor sofocante por el comportamiento errático del equipo. Reinició la máquina, con la esperanza de que eso resolviera el problema, como en tantas otras ocasiones, pero al encenderla nuevamente, la pantalla permaneció en color azul claro, con el fatídico mensaje de que había una falla de inicio y un incomprensible código de error.

«¡Chin, el pantallazo azul!» murmuró. Hizo un intento rápido de recordar cuándo había hecho el último respaldo de la computadora, moviendo el mouse con impaciencia. De repente, el teléfono celular vibró con una serie de notificaciones. Varios mensajes de colegas y amigos empezaron a inundar su pantalla, todos con un tema común: una falla masiva en el sistema informático.

Con creciente inquietud, abrió su navegador en el teléfono para buscar información. Las noticias confirmaban que una actualización de software del antivirus de Microsoft había causado una interrupción masiva a nivel mundial. Los sistemas de bancos, aerolíneas, hospitales y empresas energéticas estaban cayendo como fichas de dominó. Chihuahua no era una excepción.

Las calles de empezaron a llenarse de caos. Sin acceso a cajeros automáticos, las personas se agolpaban en las tiendas para retirar dinero en efectivo. Las estaciones de servicio reportaban problemas para procesar pagos; en los hospitales el personal médico luchaba por mantener la atención sin sus sistemas electrónicos de registro. Los semáforos dejaron de funcionar, creando un caos monumental.

Encendió la televisión y ahí estaba. El golpe fue global, involucrando a industrias tan diversas como el transporte y la salud, específicamente en los lugares altamente digitalizados. Pensó en el peligro que mucha gente gravemente enferma, dependiente de esos sistemas para vivir, estaría pasando. A medida que avanzaba el día, el noticiero reportaba que la situación comenzaba a estabilizarse progresivamente.

El personal y los voluntarios en los hospitales y otros edificios públicos habían logrado adaptar sus métodos y continuar brindando atención. Se sintió inspirado por la resiliencia y el ingenio de esas personas. A pesar de las dificultades, demostraron una capacidad admirable para improvisar. El adjetivo “distópico” vino a su pensamiento, por la oposición que lo sucedido implicaba a lo que se suponía debía de suceder con la digitalización.

Alrededor de las dos de la tarde comenzaron a llegar noticias de que Microsoft estaba por resolver el problema. Aunque el caos persistía, había una esperanza tangible de que las cosas pronto volverían a la normalidad. El hombre se sentó, reinició la computadora en modo seguro y navegó por las carpetas de Windows hasta encontrar el archivo C-00000291.sys. Lo eliminó. Reinició normalmente y respiró tranquilo al ver su fondo de pantalla renacer. Comenzó a escribir.

Había tomado notas mentales para describir lo que pasaba en una ciudad pequeña, y compararlo con el caos monumental de lugares como Berlín. Quería capturar la experiencia del día no solo como un relato de los hechos, sino como una reflexión sobre la relación entre tecnología y medicina. El evento había sido un recordatorio de las ventajas y las limitaciones de la digitalización.

«Hoy fue un día extraordinario», escribió. «Vimos cómo una falla en la tecnología puede desestabilizar nuestros sistemas, pero también vimos cómo la determinación y la cooperación humana pueden superar cualquier desafío. Este es un recordatorio de que, aunque la tecnología es una herramienta poderosa, la verdadera fortaleza de la medicina radica en las personas que la practican.»

Con eso, terminó su relato, sabiendo que había presenciado un evento que no solo afectó a la ciudad de Chihuahua, sino que serviría como lección para él, para sus conceptos sobre la medicina y para la tecnología.

 

19 julio 2024

 

https://tecnomednews.com/

drbenavides@medmultilingua.com

 

 

 

 

Marco Vinicio Benavides Sánchez es médico cirujano y partero por la Universidad Autónoma de Chihuahua; título en cirugía general por la Universidad Autónoma de Coahuila; entrenamiento clínico en servicio en trasplante de órganos y tejidos en la Universität Innsbruck, el Hospital Universitario en Austria, y en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Ha trabajado en el Instituto Mexicano del Seguro Social como médico general, cirujano general y cirujano de trasplante, y también fue jefe del Departamento de Cirugía General, coordinador clínico y subdirector médico. Actualmente jubilado por años de servicio. Autor y coautor de artículos médicos en trasplante renal e inmunosupresión. Experiencia académica como profesor de cirugía en la Universidad Autónoma de Chihuahua; profesor de anatomía y fisiología en la Universidad de Durango. Actualmente, investiga sobre inteligencia artificial en medicina. Es autor y editor de la revista web Med Multilingua.

Otros libros. Fructuoso Irigoyen Rascón

Otros libros

 

 

Por Fructuoso Irigoyen Rascón

 

 

En mi columna del miércoles pasado intenté describir lo que es en los Estados Unidos el Mes de la Salud Mental de los Grupos Minoritarios. En la de hoy presento algunas reseñas que he publicado en la página de The Center, Comprehensive Mental Health (mi oficina) en el pasado y que tratan, rozan al menos, el tema de la salud mental a través de la historia.

La primera proviene de la magistral pluma de Jorge Luis Borges[1], que describe la condición física del Almirante Horacio Nelson, quien derrotó en Trafalgar a la Armada Invencible española. Dice de él el literato argentino:

 

Desde el punto de vista médico, (el Almirante Horacio) Nelson era un débil constitucional con paludismo crónico con un pasado de parálisis en el lado izquierdo, mutilado del lado derecho (donde no cuenta con el brazo y con el ojo) y con un estado psíquico en el que predominan la depresión melancólica y la obsesión de una muerte heróica.

 

Y más adelante:

 

…la innecesaria y tenaz exposición al peligro mostrada allí (en Trafalgar) es lícito preguntarse si no buscaba la muerte en su victoria (o su victoria en la muerte). Y entonces: ¿la muerte de Nelson fue un encubierto suicidio?

 

La segunda reseña es la de la novela corta de Andrés González Blanco, La hija muerta. Apareció en 1912 en el Magazine Mundial, cuyo director literario era entonces el insigne poeta nicaragüense Rubén Darío.[2]

Es la historia de don Rodrigo Antuña, vecino de algún lugar en Galicia, a quien el destino arrebata su hija de quince años por medio de una complicada fisiopatología que sería difícil de sostener modernamente:

 

era tal la superabundancia de inteligencia que su cerebro de niño no pudo resistir la balumba y se derumbó a poco… Murió de congestión cerebral.

 

Después de la tragedia, Rodrigo veía en otras niñas a su hija muerta, con un “delirio de metempsícosis” las buscaba “engatusándolas con bombones”.

La ciencia de su tiempo lo definió como “erotómano vulgar” y “monomaníaco” mientras que el vulgo lo consideró un “infame sátiro” y el rumor de su peligrosidad se propagó como pólvora encendida. Mientras sus aproximaciones amorosas se enfocaron en chiquillas anónimas, don Rodrigo pudo salirse con la suya ‒de acuerdo al autor‒ “de forma un tanto platónica”. Pero un día acabó metiendose en camisa de once varas cuando rapta a una niña rica y es acusado de “secuestro y de corrupción de menores”.

Tras un proceso legal, que por supuesto lo encuentra insano, es confinado y muere abandonado en el manicomio de Fabricia.

 

La tercera reseña nos lleva hasta la Turquía otomana:

Mustafá I, medio hermano del sultán Ahmed I [3], ‒aunque calificado de neurótico por algunos‒ la mayoría de los historiadores lo consideran francamente retrasado mental. Una buena parte de su vida lo mantuvieron en una habitación conocida como los kafes (jaulas de oro); algunos autores reportan que Ahmed construyó una pared entre el viejo palacio y los kafes, dejando tan solo una ventanita para pasarle comida a Mustafá. Aun así, fue elevado al trono en 1617 a la muerte de Ahmed. Fue después depuesto y remplazado por Osmán. El 18 de mayo de 1622, Osmán fue destronado y Mustafá subió al poder por segunda vez. El 22 de ese mes, Osmán es ejecutado. Como sultan, Mustafá arrancó los turbantes y les jaló las barbas a sus visires. Otros lo vieron tirando monedas a los pájaros y a los peces. En su segundo mandato, creía que su hermano asesinado continuaba vivo y lo buscaba por todo el palacio. Mustafá quería encontrarlo para pasarle la carga del mandato. Tenía una marcada obsesión o preocupación religiosa.

 Respecto a la génesis de los problemas mentales de Mustafá, los historiadores coinciden en que muy probablemente sufría de un retraso mental cuyas consecuencias se agravaron con su encierro y con las repetidas amenazas a su vida. Respecto a cómo la sociedad veía en aquel tiempo la enfermedad mental, resulta muy sugestivo que Mustafá I fuese conocido tanto como «Mustafá el Loco» como «Mustafá el Santo».

 En la dramatization Muhtesem Yuzyil Kosem, Ahmed sube al trono como un joven veinteañero, mientras que Mustafá aparece como un niño de 9 o 10 años. En realidad, Ahmed tenía solo 13 y Mustafá 12 años. En esta misma representación, Ahmed ordena la ejecución de Mustafá salvándolo en el último momento cuando ya los verdugos tenían la cuerda en su cuello y ‒otra vez‒ Handan, madre de Ahmed, fracasa en un intento de matarlo, impedido por Kosem y la vieja aya de Ahmed, quien pierde la vida en ese atentado.

 En la misma novela televisiva, los guionistas prefieren representar a un Mustafá con fenomenología esquizofrénica: la voz alucinatoria que le dice «Ya vienen por tí los verdugos», que le da órdenes (llega a matar a una esclava y casi mata al sultán Ahmed) y le revela las ocultas intenciones de quienes lo visitan. La voz es materializada como un apuesto príncipe (Beihán) que solo Mustafá puede ver y que le habla constantemente. La dramatización del proceso psicótico es excelente.

 

Finalmente, de lecturas más recientes:

Me he encontrado con dos libros interesantes y singulares: Delirio, the fantastic, the demonic and the réel. The buried history of Nuevo León, de la Doctora Marie Theresa Hernández,[4] historiadora y antropóloga y Healing the Fisher King, a Grail quest, del doctor Scott Sparrow,[5] psicólogo y pescador. Los dos son profesores universitarios, la doctora Hernández de la Universidad de Houston y el doctor Sparrow de la Universidad de Texas Rio Grande Valley.

Curiosamente, a pesar de tratar temas diferentes, ambas obras tienen un trasfondo psicoanalítico. La primera, como el título lo delata, de la escuela de Jacques Lacan, la segunda de la de Carl Jung. Hernandez también examina sus hallazgos relacionándolos con los escritos de Michel de Certeau y los de Michel Foucault.

 Hernández escribe acerca de Nuevo León, con sus dialécticamente opuestos gran desarrollo ‒casi de primer mundo‒ centrado en la ciudad de Monterrey, y el persistente tradicionalismo de los habitantes de los muchos pequeños pueblos que a sí mismos se llaman bárbaros. La historia principal en el libro de Sparrow describe una jornada casi mística de pesca con mosca con la cual aparece entre los capitulos el relato de la evolución de una picadura de mantarraya que, infectada, casi le cuesta la vida. Pero el autor advierte que el libro no es solamente respecto a la pesca con mosca ‒que en gran parte sí lo es‒, sino del “abismo entre la mente y el corazón de los hombres y el proceso que puede curarlo y hacernos enteros de nuevo”. El libro proyecta desde uno de los relatos de la Mesa Redonda las imágenes del Rey Pescador y Percival sobre sus sueños y su propia vida ‒particularmente durante sus aventuras y jornadas en la Laguna Madre‒, incluyendo un número de confesiones personales atrevidas y valientes. En una parte prefiere usar con el mismo fin la figura mítica de Milarepa, un héroe tibetano legendario en lugar de Amfortas y Percival (y en otra utiliza la historia de Henry Suso, un monje que vivió en el siglo 15, y la del jefe indio Crazy Horse).

Como decíamos, el trasfondo psicoanalítico es conspícuo en ambos libros, el primero tratando lo imaginario, lo simbólico y lo real de una manera lacaniana, mientras que el segundo relata encuentros oníricos con la sombra y el ánima de una forma jungiana.

La doctora Hernández plantea su vision en asuntos tan diversos como un programa de television, leyendas locales, un monasterio en construcción, los sefarditas en el México del norte, la familia de un gobernador quemada en la hoguera, historias de brujas voladoras y brujas transformándose en lechuzas, el Oratorio de la Medalla Milagrosa, las emparedadas, la ciudad subterránea, los túneles…

Por su parte el doctor Sparrow navega por los conflictos interpersonales: los suyos propios, los de sus padres, de su hijo, de sus amigos. Entre estos son prominentes la historia de su madre que los dejó, a él y a su padre, cuando él tenía 16 años y el suicidio de la mamá de su mejor amigo, que él consideraba como su segunda madre. Relata el libro los sueños en que aparecen la Luz y otras figuras sagradas. Describe la importancia de tener un equipo de pesca de alta calidad y cuenta historias tanto de accidentes como de hazañas aéreas en su familia.

El libro del doctor Sparrow relata muchos de sus sueños, los cuales son extremadamente importantes en el desarrollo de su historia personal; el de la doctora Hernández describe un solo sueño, pero es este muy importante para atar el nudo final de su narración.

El doctor Sparrow se va de la Laguna Madre una vez que había completado su jornada, no solo de pesca, sino de autodescubrimiento y maduración. Por su parte la doctora Hernández denuncia que la Macroplaza de Monterrey, “una amplia extensión de concreto vaciado” es un símbolo de la historia enterrada de Nuevo León como si “los espectros de las mujeres emparedadas o sepultadas bajo las calles cruzaran hacia el mundo de los vivos y dijeran la historia de el “otro lado” y “la poesía del relato etnográfico mezclándose con la poesía que este representa”.

 

 Y claro, hay mucho más que leer y aprender en estos libros.

 

[1]  Diario Crítica 59, septiembre 2 de 1934. Recopilación Irma Zangara 1995.
[2]  Magazine “Mundial” de octubre de 1912 (Año II # 18)
[3]  Ahmed I fue hijo de Mehmet asesino de sus 19 hermanos. Mehmet fue hijo de Selim II alcohólico, y nieto de Suleimán el Magnífico. Ahmed construyo la Mezquita Azul.
[4]  Hernández, Marie Theresa. Delirio, the fantastic, the demonic and the réel. The buried history of Nuevo León. University of Texas Press. Austin, 2002.
[5]  Sparrow, Scott. Healing the Fisher King, a Grail quest. Kindle Edition 2023.

 

 

 

 

El famoso médico y explorador Fructuoso Irigoyen Rascón, autor de Cerocahui, avisa que acaba de aparecer su nuevo libro, Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores, publicado por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. En el colofón dice que la edición es de 2019, sin embargo, a causa de la pandemia, apenas acaba de salir de imprenta este agosto de 2021.

Lección 20

Lección 20

 

 

Novedades de la ortografía

 

  1. La palabra “solo” ya no lleva acento escrito, en ningún caso.

  1. Los pronombres demostrativos este, ese, estas, aquellas, estos, aquellos, ya no llevan acento escrito, en ningún caso.

  1. Las mayúsculas solo se usan en dos ocasiones: Una: para nombres propios. Dos: después de punto o a inicio de párrafo.

  1. Nombres propios de personas: Pedro. Alejandra.

  1. Nombres propios de lugares: Chihuahua. Francia.

  1. Nombres propios de instituciones: Instituto Mexicano del Seguro Social.

  1. Nunca se usan mayúsculas para subrayar la importancia de algo: Licenciado no: licenciado. Filosofía no: filosofía. Don Chuy no: don Chuy. Chihuahuense no: chihuahuense

  1. Nunca pongas coma rompiendo la frase ni separando el sujeto del predicado.

  1. El muchacho que llevaba la pelota, azotó como res. No. Lo correcto: El muchacho que llevaba la pelota azotó como res. Sin la coma.

  1. Las comillas solo se usan para citar palabras de otro contexto. Es su único uso. Solo ese.

  1. Ejemplo bueno: Y entonces Neruda dijo: “yo soy el gran poeta casamentero, tengo novias para todos los hombres del mundo; tengo novios para todas las mujeres del pueblo”. Al escucharlo, nos quedamos un rato muy pensativos.

  1. Ejemplo malo: Había yo venido “medio pensando” puras cositas porno. Se quiere dar un énfasis irónico a la expresión y se agregan esas comillas. Esas comillas, aquí, no van.

  1. El punto y aparte se pone al concluir un párrafo, o sea: un asunto completo dentro del tema del texto.

  1. El punto y seguido se pone al concluir un argumento dentro del asunto completo, pero que no concluye, sino agrega otros subtemas.

  1. Por hoy, es todo. No pongo demasiados preceptos, porque la ortografía, estudiada en forma de reglamento, es fastidiosa. Mejor es practicarla constantemente en la vida diaria de la comunicación escrita.

 

JChM Taller Literario, junio 2002

martes, 23 de julio de 2024

Incólume. Guadalupe Guerrero

Incólume

 

 

Por Guadalupe Guerrero

 

 

El silencio dejó sus señales

entre los pliegues de las

costuras, hombros de tierra

caminan por la calle

pies de espanto han dejado

huella

en la sala  cuadro de hielo

la familia  abanico ha roto

sus lazos fieles

unge

 

Marzo 1990

 

 

 

 

Guadalupe Guerrero estudió antropología en la ENAH Chapultepec y sociología en la UNAM. Ganó el Premio Testimonio INBA Chihuahua con su novela Notas desde la montaña. Además, ha publicado los libros Redes, La virgen del cholo, A veces la soledad, Intervida, y otros más. Actualmente escribe novelas: tiene una en prensa que se llama Los trece domos genésicos.

Martes 4 de julio de 2023. Jesús Vargas Valdés

Martes 4 de julio de 2023

 

 

Por Jesús Vargas Valdés

 

 

Hoy es un día triste, ha muerto Adolfo Gilly, un amigo al que encontré y traté como tal en los últimos diez años. Lo conocí e interactué con él desde la medianía de los años noventa en los eventos de Chicago con el doctor Katz, pero fue el general Felipe Ángeles quien nos condujo a tratarnos como amigos.

Lo acompañé en diversos momentos de la investigación que él estaba haciendo para la biografía que nos dejó como su última gran obra. Le debemos mucho, no solo por este libro sino también por otros que se han convertido en clásicos de la historiografía de la revolución y de los movimientos sociales contemporáneos.

Un día le dije en su casa que su libro La Revolución interrumpida había sido determinante en mis primeros pasos como historiógrafo. Esto lo he mencionado en cada ocasión que lo he considerado oportuno.

Hay mucho que escribir de lo que nos deja, no solamente en los libros, como gran historiador, sino como ser humano, como el ideólogo, como el revolucionario congruente.

El 17 de noviembre de 2015 participamos juntos en el homenaje al doctor Katz que organizó el INAH en ciudad Juárez. Adolfo hizo recuento de la posición antinazi de la familia Katz, de la emigración forzada a E U, de la llegada a México donde hizo sus estudios y de la amistad entrañable que los unió.

Después del evento viajó a Chihuahua donde Impartió una conferencia con un grupo de estudiantes. De allí se iba a regresar a México. Lo invité a conocer la ciudad donde asesinaron al general Villa; para interesarlo le dije que muy cerca de Parral estaban Santa Barbara y San Francisco del Oro, dos de los centros mineros más antiguos de México, con gran tradición de lucha sindical. No la pensó mucho, nos fuimos.

En el camino me platicó de sus experiencias juveniles en la organización de los mineros, su participación en las guerrillas, de la cárcel, de Yon Sosa, del asesinato de varios guerrilleros en Guatemala, como el del joven mexicano Aguilar Mora. Tengo la idea de que era difícil para Adolfo platicar de su experiencia revolucionaria, pero en todo el camino fue recordando mientras yo escuchaba emocionado. En algún momento le dije que me gustaría hacerle una larga entrevista, pero no se llegó a realizar.

En cada lugar le hice fotografías con mi cámara, incluso en casa de mi hermana, donde comimos algunas de las delicias que ella sabe hacer (Carmela le cayó muy bien, él estuvo feliz haciendo preguntas, por eso cada vez que lo visitaba en su casa de Coyoacán me preguntaba por ella, Tessa, su compañera se reía, y yo también lo celebraba).

De las fotos que conservo en mi archivo, me gustan especialmente las que registré en el Museo con los niños. Adolfo está feliz y su cara, rebosante de ternura, lo demuestra plenamente. Siempre me gustó en la que Gilly se está despidiendo con su gran sonrisa. Ahora la relaciono con estos momentos.

Vayan estas palabras para manifestar a Tessa que estoy, que estamos con ella, en estas horas definitivas.

 

Martes 4 julio 2023

 

 

 

 

Jesús Vargas Valdés estudió la carrera de biología en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional. Es coordinador del Programa Biblioteca Chihuahuense. Publica la página cultural La fragua de los tiempos y es autor de varios libros, entre ellos: Madera rebelde (2015), Consuelo Uranga La Roja (2017), Villa bandolero (2018) y Nellie Campobello Mujer de manos rojas (2020), este último en coautoría con Flor García Rufino.

La revelación de la vida sucede por pasos. De ser sustancia a reconocernos presencia. Sergio Torres

La revelación de la vida sucede por pasos. De ser sustancia a reconocernos presencia

 

 

Por Sergio Torres

 

 

La revelación de la vida sucede por pasos. De ser sustancia a reconocernos presencia. De ser apariencia a reconocernos energía, un suceso entre todos los sucesos de esta realidad. Somos amor, nuestra manifestación máxima es el amor. La compasión entre hermanos es un mandamiento ineludible, de otra manera, el mundo se convierte en un caos de egoísmo y dolor. Hagamos el amor en nuestra persona, en el prójimo, en la vida entera. Somos un chispazo de energía en el tiempo. El momento para transformar el mundo es este. Somos un solo latido. Somos amor.

 

 

 

 

Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

Rubén Rey. Jesús Chávez Marín

Rubén Rey

 

 

Por Jesús Chávez Marín

 

 

Es poco frecuente que alguien se llame Rubén Rey, ese nombre más parece un seudónimo, pero así se llamaba el joven que se presentó al sencillo examen de ortografía que acostumbro hacerles a los candidatos que responden a la convocatoria para hacer su servicio social en la editorial pública donde trabajo como jefe (es un decir) de producción editorial.

Pasó el examen con facilidad, con rapidez. Su talante de muchacho muy serio y hasta algo solemne contrastaba con los textos ingeniosos y descarados, algunos al filo de la vulgaridad, que suele publicar en su blog de Facebook, donde yo habría de leerlo de vez en cuando, algunos meses después.

―¿Estudió usted letras?

―No. Ciencias de la comunicación. Pero quiero ser escritor.

―¿Por qué?

―No sabría muy bien decirle por qué. Desde chico leía mucho y pensé que también podría haber escrito los libros que me gustaban, y hacerlos hasta más divertidos.

Todo esto lo decía con firmeza y hasta con un leve toque presumido.

Desde el primer día desplegó magníficas habilidades en el manejo de estas nuevas tecnologías de la información. Tenía una rara habilidad para concentrarse en el trabajo y a la vez interrumpirse cada vez que le daba la gana para escribir mensajes en su teléfono celular; hacer una que otra llamada a sus amigos, muerto de risa; abrir una libreta donde escribía notas de todo tipo en las páginas siguientes, en medio, al reverso; mirar fotos que ponía en la pantalla, algunas muy exóticas y una que otra pornográfica, y luego volvía al trabajo, que básicamente era la corrección de ortografía y de redacción del libro que yo le había asignado como la parte inicial de un oficio de editor.

También poco a poco nos fuimos haciendo amigos. Le pedí que dejara su actitud respetuosa, que me había parecido un tanto artificial y hasta algo burlona, como la que suele ser típica en la conversación entre un joven de su época y los adultos que por alguna razón se ve obligado a frecuentar, y nos tratáramos como colegas. Todos los días desayunábamos juntos en alguna de las fondas del barrio, a veces solo un par de burritos o una torta, otras ya más en forma en algún restaurante. Poco a poco su actitud hermética y desconfiada fue cediendo hacia una conversación más cómoda, en la que empezaron a fluir los recuerdos, algunas discretas confidencias, las preguntas y la confianza.

Le pareció muy raro que yo no usara la computadora más que como una máquina de escribir, que solamente abriera un solo programa, el de word, y nada supera de poner imágenes, ni diccionarios, es más, casi ningún tipo de recursos como subrayados o tablas. Lo que ya de plano le pareció rarísimo es que no tuviera yo un teléfono celular ni usara el internet, a pesar de que la editorial tenía una buena conexión.

A pesar de mi tozuda resistencia, me fue planteando sugerencias muy prácticas que me deslumbraban. Sin hacerme sentir la ignorancia en que vivía, yo que era todo un editor de los de antes, con tantos años de experiencia, que corregía a punta de pluma roja sobre el papel impreso poniendo señales ortotipográficas que luego una secretaria aplicaba al original electrónico; con su refinada discreción se fue convirtiendo en un joven profesor para mí, a la vez que con sus preguntas de tipo literario y algunas hasta personales, me fue también estableciendo como una especie de maestro suyo, elegido.

 

Diciembre 2013

 

 

 

 

Jesús Chávez Marín es editor de E M