Bajo la luna llena de la última canción de Abdul Machi: una antología de cuentos que
no es de cuentos
Por Yobany García Medina
Existen
cuatro tipos de escritores (a mí parecer, en conjunto se merecerían un círculo especial
en el infierno): los de pensamiento, los de palabra, los de obra y los de
omisión. Todos los que nos dedicamos a la escritura, sin consciencia plena,
hemos cometido, en mayor o menor medida, con cinismo o con ingenuidad, alguno o
todos estos pecados literarios.
Y
como siempre, en el pecado se lleva la penitencia.
Los
primeros, los de pensamiento, son lo más vastos, al igual que los de omisión:
¡Tengo una idea espectacular para una novela, para un cuento, para un poema… te
juro que a nadie más se le ha ocurrido! Enseguida nos distendemos sin freno con
un argumento cercenado que se parece a El
principito; pero con un título “atrayente, contemporáneo”, como si el
espíritu de las casas de doblaje cinematográfico nos hubiese poseído: “El Reguetonerito”.
Luego, si nos jactamos de tener amigos sinceros, nos impedirán cometer tan
atroz barbarie, lo que nos lleva a la omisión, aunque es muy prolífico este
pecado, sin duda es el más digno.
Los
de palabra padecen un mal canino, digamos: ladran, pero no muerden: “Sí, de hecho,
estoy escribiendo un libro de cuentos en donde busco experimentar con las
fórmulas literarias; estoy, además, por concluir un poemario que provocará una ruptura
espacio-tiempo en el universo de las letras… Yo qué sé. Sus amenazas deberían
tenernos sin cuidado, por lo menos los que se quedan estancados en ese pecado.
Finalmente,
los de obra son los más vulnerables, los que ya pecaron hasta el cansancio y el
fruto de tanta insistencia, su obra, es susceptible al verdugo de este
maravilloso infierno: el lector. Este sujeto, pieza cardinal para la maquinaria
de la literatura, funge como boleto de salida al paraíso o como patada de
retorno al círculo al que pertenecemos.
En ese sentido, Abdul Machi, ahora
sí, sin duda alguna, pertenece a esta última taxonomía: es un pecador de obra. Bajo la luna llena de la última canción es
una antología de cuentos, dividida en cinco apartados: “El día que la muerte
murió”, “El jardín de Otneimirfus”, “Presurecciones”, “Un monstruo de tantos” y
“Cuentos sueltos”, que comprenden tiempos distintos de gestación , y conforme
se va avanzando en esta línea del tiempo
enmarcada literalmente en las fechas de cada grupo de textos, asimismo, en la
estructura, en los elementos narrativos que emplea y en la hibridación
genérica, hecho que denota un proceso evolutivo.
Para entender este proceso es
conveniente resaltar las características, primero arquitectónicas de los textos
y después temáticas. En el primer apartado: “El día que la muerte murió”, homónimo
de uno de los cuentos que aparece en este rubro, tienen un corte más
tradicional: predominan los narradores en primera persona: mirada subjetiva que
permite insertar fenómenos sobrenaturales normalizados, propios del realismo
mágico (y cabe destacar, rememoran a Rulfo en la manera en la que el lenguaje
es empleado); o por el otro lado, estos narradores coadyuvan a construir un
tono satírico, a veces filosófico, y empatizar con las desventuras del
personaje-narrador: “No te tortures demasiado. Estas cosas duelen. Pero todo se
olvida. ¿No es acaso eso la vida? Un motón de dolor que va y viene”. (Machi,
2018, p. 39). Además, el empleo del
diálogo, que suspende la articulación narrativa para convertirse en escenas,
contiene intervenciones bien meditadas de los personajes, pensamientos e ideas
ingeniosas que no caen en el tedio que produce la inacción en el texto
narrativo. Por ejemplo, en el cuento “¿Por qué me quitaste mi orgullo?”
– ¿De
qué hablas, José Luis? Dime, con un carajo, ¿qué pasó? –inquirió Leticia, al
borde del llanto.
–
Nada, solo que ya no hay Rómulo pa’ que te acuestes con él y me quites mi
orgullo, lo poco que me queda.
– ¿Qué dices? No entiendo –repuso
Leticia.
–¡Que
me jodí a mi hermano!, como me jodió él a mí… ¡y de pasada te jodió a ti, y a
mí el orgullo! (Machi, 2017, p. 74).
Otro aspecto destacable son las constantes
referencias a textos o personajes ya existentes en la cultura literaria, herramienta
intertextual que funciona correctamente, pues más allá de obligar al lector a
conocer la alusión, construye un universo nuevo. Esta cualidad de la literatura
contemporánea es la más criticada, razón por la que sostengo que Machi es un
escritor de obra, conoce los recursos del sistema literario y no pretende
renovar o proponer una originalidad inexistente, sino que es el resultado de su
labor como lector lo que hace interesante su propuesta.
Los siguientes apartados bien podrían reunirse
en cuentos cortos y en minificciones; no obstante, los criterios de la
compilación son temporales y no genéricos, cuestión que podría evidenciar de
mejor manera el proceso evolutivo de su narrativa. En estos apartados predomina
la hibridación genérica: cartas, fábulas, estampas, anuncios publicitarios,
algunas veces ciertos atisbos de prosa poética. Todo ello gira en torno a la
narrativa, solo que ahora la cooperación del lector es complementaria al acto
de narrar. Asimismo, prevalece el tema de la muerte y se suman otros:
reflexiones sobre el lenguaje, la existencia en sí misma, el cuestionamiento de
la realidad y la metaforización de las emociones humanas; además, claro, de ese
tono satírico-irónico que caracteriza al autor desde el primer texto de su
libro.
Bajo la luna
llena de la última canción no es una
antología de cuentos, sino de experimentación narrativa, cuya finalidad es denotar
la evolución del autor sin que, quizá, se haya dado cuenta. Como bien decía
Hegel: “en el ser de la obra se encuentra el ser del creador;” así pues,
hallamos textualizado los intereses literarios y humanos del autor. E insisto,
agradezco haberme encontrado en el libro de Abdul Machi a un escritor que ha
pecado de obra y si lo ha hecho de las otras tantas formas, que lo atormente el
infierno que no escribió Dante, pero que seguro existe para desconsuelo de
muchos.
Machi,
Abdul: Bajo la luna llena de la última
canción. Tintanueva ediciones, México, 2018.
Yobany García Medina, escritor, docente e investigador, licenciado en lengua y literatura hispánicas por la Facultad de Estudios Superiores Acatlán (UNAM). Tiene maestría por la UNAM. Ha publicado en revistas y antologías nacionales e internacionales. Fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía Rogelio Treviño en 2017 con el poemario Sótanos del insomnio. En 2019 publicó la plaquette La fe del polvo, en la colección Hojas Sueltas, Tintanueva Ediciones. Con el poemario Mal de ojo se hizo acreedor al Premio Nacional de Poesía María Elena Solórzano 2021. Ha obtenido menciones honoríficas en concursos de poesía, minificción y aforismo. Sus más recientes publicaciones son un libro de aforismo titulado La estupidez es un karma, Editorial Libros del Fresno, y Cartílagos del Polvo, libro de poesía con la Editorial Palabrerías.
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