Mar de Cortez
Por Sergio Torres
Salimos a media tarde con para
contemplar el atardecer. La isla se llama Maviri, parte de la sierra de
Navachiste, en la Bahía de Ohuira, la segunda bahía natural más grande del
mundo, donde concurren miles de personas de todos los rincones del planeta. En Topolobampo
atracan embarcaciones nacionales e internacionales, de diferentes calados. Los
agentes portuarios, entre ellos mis primos Gaby y Manuel, atienden su llegada,
revisan sus cargas y reciben toneladas de materias primas y productos de
ultramar.
Esta región es un reflejo de
la contradicción humana: todo el bullicio de la actividad y el trabajo, toda la
fiesta concentrada en los fines de semana, en los días de vacaciones, y toda la
calma que provoca a contemplar el movimiento del mar, a observar cómo el sol se
va despidiendo, tragado tras las aguas del océano.
En aquel día preciso, el
viento soplaba suave y firme, sin prisa, sin calma, con unos agradables 16ºC
que bajaron rápidamente a 8⁰C en cuestión de cuatro horas. Los niños jugaron
con la pelota en la playa, los adultos nos sentamos a escuchar al mayor entre
nosotros, Edi grande, y a platicar. Edi me recitó un poema en inglés porque
quería que se lo tradujera. Me platicó que, por esa misma playa, sus hermanos y
él tiraban de la panga de su padre para llevarla a una segunda isla, más al
norte, donde conseguían huevos y compraban queso y leche para llevar a casa,
allá en el puerto.
Disfruto de ver el mundo y
las peculiaridades humanas. El diáfano resplandor de la inteligencia en un
niño, la pasión que se desborda en la mirada de una joven enamorada, la ternura
condescendiente con que la abuela nos mira.
Amo estar vivo, conectar con
el hijo, la mujer, los amigos, los extraños conocidos y los desconocidos
familiares. Estoy muy agradecido por estar aquí y recibir tanto amor.
Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.
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