domingo, 9 de marzo de 2025

Templanza

 


Templanza

 

Por Guadalupe Ángeles

 

 Quienes estarán en el estrado no son puntuales, se puede entender: andarán atorados en el tráfico que en estos días se pone más endemoniado que de costumbre.

Cuando al fin se ven satisfechos nuestros esfuerzos por llegar aquí a esta hora, vemos entrar por una puerta trasera a los participantes: Y aunque es un solo miembro de ese pequeño conglomerado por quien estamos presentes, conservamos la mesura y escuchamos a la maestra quien nos cuenta al tomar la palabra, por puro protocolo creo, que esta Cátedra que ella dirige, y hoy nos trae a la querida escritora, existe gracias a la generosidad de dos escritores quienes, al obtener becas vitalicias por parte del gobierno de este país, donaron las mismas y con ambos montos se creó la Cátedra que lleva el nombre de otro gran escritor.

            Enseguida escuchamos a otra escritora y, si esto fuera un concierto, podríamos decir que es la telonera, y lo que mejor se le ocurre hacer es hablarnos de su síndrome de abstinencia, ya que se declara adicta a la lectura de las novelas de la otra grande, a la que venimos todos a escuchar, y como su mal es curado cada dos años con la aparición de una nueva novela de esta autora, no tiene demasiado que decirnos, lo cual nosotros le agradecemos profundamente.

            La invitada inicia su conferencia refiriéndose a sus bisabuelos y nos dice que precisamente, “Escribir es mirar el mundo”, una toma de posición, y atribuye esta noción a que en su infancia fue de esas niñas que siempre fue elegida para ser árbol y no ángel en las pastorelas que las monjas organizaban en su escuela, de ahí que no mira igual el mundo un árbol que un ángel. Así, como lectores, sentimos una profunda alegría cuando un libro habla de nosotros (afirma), lo que, dicho sea de paso, es lo que hace todo buen libro. Ella da una especial importancia a las imágenes que capta al ver el mundo, pues se vale de estas visiones para crear historias a partir de esa mirada atenta a la realidad. Nos comparte su recuerdo al recibir esa gran obra, La Odisea, en un cumpleaños como regalo de su abuelo, y empezar la lectura en primera persona; así, ella vivió todas las aventuras narradas en esas páginas junto a Ulises, y fue así que al matar Odiseo a los pretendientes de Penélope, ella fue feliz, pues también ella mataba a todas las monjas que en su infancia la condenaron a ser árbol y no ángel como toda niña soñaba, pero no solo esa muerte ocurría, sino todas las muertes que la injusticia del mundo necesita para transformarse en justicia.

Nos refiere que también vivió en su imaginación ese momento inolvidable, en el que Robinson descubre la planta de trigo en su isla, y luego hace un horno, y luego hace pan. Frente a nosotros reflexiona que leer, ese lujo de la imaginación, puede transformarse en escribir. Y cuando ello ocurre, nos dice, es hacer lo mismo que hizo al cruzar el espejo Alicia; es en este momento que nos confiesa que la Memoria es palabra clave en su escritura, porque la memoria es una creación, pues cada quien construye su propia memoria. Afirma rotundamente que es sabido que el robo de recuerdos se da no por maldad, sino por la belleza y emoción de esos recuerdos robados. Concluye que el trabajo de un narrador es construir la memoria, pues roba, invade, manipula la memoria de los demás.

            Sí, el gran tema de su obra es la memoria, la personal y la colectiva, pues escribir, aquí y en China, es luchar contra el olvido, y como las herramientas son el pensamiento y la historia, mantener el pensamiento ocupado en cosas como cocinar o construir pequeños muebles para las casas de muñecas, deja la mente libre para dar luz a esas historias que a ella le ha sido dado escribir a través de los años. Su homenaje fue entonces a otra gran escritora, quien fue carpintera de esos muebles diminutos hechos para habitar casas de muñecas, y agrega que ella misma cocina con su madre, pues esa pequeña parte del cerebro que procura no cortarse los dedos mientras corta verduras, da la libertad necesaria a la otra gran parte del cerebro que hace al novelista.

            Nos cuenta una anécdota que, según todo lo que hoy nos ha dicho, pudiera ser cierta o no (sin que ello importe demasiado): siendo niña, una vez vio en una de esas revistas llamadas “femeninas” la fotografía de una mulata nada atractiva y le preguntó a su madre qué hacía ahí esa persona sin el brillo necesario para figurar en tal publicación. Su madre le dijo el nombre de esa singular mujer: Josephine Baker, una bailarina a la cual su abuela vio en un teatro bailando con una falda de plátanos. Al escuchar esto, ella comprendió que la más moderna de entre ellas tres resultó ser la abuela, debido al mundo lleno de secretos y formas sociales para cuidar en el que por esos años las tres vivían; secretos que los niños querían saber al mirar sobre los muebles de la casa fotografías de personas que no conocían, que habían muerto, y de cuyas historias no era permitido hablar. Seguramente de esa prohibición nació su inquietud por dar forma a la historia de su país, a partir de esas anécdotas y de las imágenes de esas personas desconocidas fue que se fue creando su memoria, pues, afirma, la memoria define quiénes queremos ser, a quién nos queremos parecer, y ante ello, nuestra autora ha escrito sobre los conflictos de identidad de las mujeres de su generación.

Para finalizar, menciona que, como en las obras de teatro, aquellas en las que el público aplaude con gran entusiasmo y luego se va a cenar, tales obras son olvidadas muy pronto, en cambio, aquellas obras en las que el público aplaude no muy convencido, pensando en que no sabe muy bien qué siente, son las obras que tienen “una sustancia afín al corazón humano”, frase dicha por  un autor norteamericano a propósito de la obra de Stanislavski; por tanto, es aspiración de todo escritor lograr novelas hechas con esa sustancia.

            Aplaudo respetuosamente, me retiro en silencio, hago tiempo dejando pasar a la muchedumbre hacia afuera. No es que no esté convencida de haber sido víctima de una o varias mentiras, da igual, vine como los demás a ser testigo del encanto de la escritora. Aprender o no de ella es otra cosa, estar de acuerdo con sus afirmaciones también es opcional. En esta ciudad, durante dos semanas al año, se nos ha convencido de que es importante contemplar lo más cerca posible el “espectáculo de la inteligencia”. Lo confieso, vine a eso. El culto a la personalidad me trajo también, no niego que reconozco el talento de la invitada, sería necio de mi parte. Me voy en paz, aunque la novela de mi vida sigue dormida en mi interior. No tengo prisa por escribirla. Su tiempo de gestación no depende de mi voluntad, y como quiero que sea un ser vivo que venga al mundo saludable, espero lo que se tenga que esperar.

 


Guadalupe Ángeles nació en Pachuca, Hidalgo. Fue directora de la revista Soberbia. Entre sus obras se encuentran Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995), Devastación (2000), La elección de los fantasmas (2002), Las virtudes esenciales (2005), Raptos (2009) y No es luz, mas enceguece (2023). Ha colaborado en ÁgoraEl FinancieroEl InformadorEl OccidentalLa Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y EspéculoPremio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación. Actualmente radica en Guadalajara.

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