Arte de Alberto Carlos
Cada quien su IVA
Por Alberto Carlos
El recién estrenado sexenio entró muy dado a la
variedad y, como la variedad en las carpas faranduleras, lo hace por tandas. En
la primera tanda, la variedad en el precio del dólar (libre, controlado y
mexdólares) es una terna o trío de opciones degenerado en trifulca, porque la
única sopa disponible es la primera instancia y la rebatinga se perfila con
visos de motín. Se acabaron los dolaritos para la fayuca poquitera. De la
fayuca grande ni nos enteramos, porque es un secreto casi de estado. Los que se
endrogaron en el otro lado traen la cola entre las patas. Si no se caen
cadáveres con el abono, a lo mejor les embargan propiedades y los Estados
Unidos van a agarrar más territorio del que les vendió Santana.
En cuánto al IVA, la cosa es más movida. Ahora sí que
cada quien tiene el IVA que se merece. En esta segunda tanda salimos bailando
todos, unos más, otros menos, pero cada cual al son de la pieza que le guste
bailar y según la bailadora que le haya tocado en suerte como madre de sus
hijos.
Si le salió gastadora de cosméticos, ya tiene IVA para
rato. Si es frijolera, menos mal. Pero si le da por hacer la comida en un abrir
y cerrar de latas, con el IVA correspondiente no van a llegar al postre. En
otras palabras, el que quiera azul celeste, que le cueste. Pero eso sí,
habremos de cargar un instructivo para saber, en esta variedad de IVAS, dónde
el ramalazo es duro y dónde más o menos, con el fin de cuidar el presupuesto.
Difícilmente podemos unificar criterios en una sociedad
de capital tan variable. Lo de capital variable no es ninguna metáfora. Como
están o van las cosas, cualquier hijo de vecino varía su capital de la noche a
la mañana y de abajo para arriba. Le basta con adquirir un kilo de calabacitas
hoy, guardarlas para mañana y amanece con un incremento de capital invertido
con el que no soñó durante la noche. Si se compra un coche, se acuesta
centenario y amanece millonario. En cambio, si guarda sus pesecitos en la
mañana, para medio día ya vale sombrilla el guardadito. Por eso se suelta la
compradera a pesar del IVA. Por eso nuestros hogares están cada vez más llenos
de chácharas, de modo que ya no hay dónde poner un pie. Pero no nos hagamos la
vida pesada, veamos la cosa con optimismo. Agárrenle grano al suspenso
cotidiano. Cruce apuestas, haga sus pronósticos. Láncese a la cacería de
“especiales” y goce las sorpresas del IVA en la cuenta del mandado. Éntrele al
cotorreo quejoso con la vecina. Entreténgase echando números para administrar
el chivo. En fin, sáquele jugo a las variantes, al jaleo de nuestra economía
más que mixta. Póngase a componer tangos o canciones de protesta. Si su marido
no le cumple... con el chivo hágale su cancioncita a la D’Alessio.
Y usted, señor, se las contesta a lo Vargas. La
cuestión es gozar la vida como viene, no aminalarse.
Total, como dijo nuestro ya conocido filósofo don
Cástulo Armagenóstenes, del barrio de las Lumbreras: al mejor bebedor le hace
falta la botana. Lo cual no viene al caso, pero es un digno remate cultural.
Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas,
avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su
vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas
y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la
literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la
calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el
suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de
Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.