lunes, 31 de diciembre de 2018

Erika Cristina Rodríguez Padrón

Orgullo

Por Erika Cristina Rodríguez Padrón

Quienes te desdeñan por tu tez morena,
huaraches de cuero,
la blusa bordada, rebozo, ancha falda,
camisa de manta y simple sombrero.
Quienes de reojo critican tus trenzas,
o hasta ese lenguaje que no comprendieron:
Tzeltal, Totonaca, Tzotzil o Mixteco,
Zapoteco, Chol, Náhuatl, Otomí, Maya o Mazateco.
Así te prejuzgan sin tener idea
de la comunión del sagrado ancestro,
ni saben leer un cielo estrellado de cosmogonía.
Quien te llamó Indio debió tropezar,
con tu franca risa, pura y singular,
indígena gritan, a modo de insulto,
porque simplemente, no saben pensar.
Ya quisieran miles
tener pies ligeros como el Tarahumara,
o hablar con la luna
que cuida los campos y dicta tus siembras,
comprender el Sol,
cuarzos, Equinoccios,  o viejos Solsticios,
o reconocer en otro el saber:  la gran energía.
Al final tu falda  bordada muestra
los valles pintados de multicolores,
india campesina,
¡levanta la frente y camina digna!,
viste tu pasado
y arranca mil versos, pues eres poesía.
Siéntete orgullosa de las bellas flores sobre tu cabeza,
y airosa presume tu bello rebozo
que deja tus hombros al beso del viento.
Luce tus bordados
con hilos de seda sobre el quechquémel,
y tú, buen paisano, sábete encumbrado
en el colorido
del dulce sarape y el alegre poncho,
pues un mexicano, lo es para el mundo,
en traje de charro, de plata oropel,
llevas en la voz cantos de las sierras
Mezquital, Tepehua y aquella Huasteca.
Y ese que critica neófito y cobarde,
desconoce en ti valores tan nobles
como el Nahui Ollin o el Xinicuilli.
Purépecha muestra
el candor que encierra el buen zagalejo,
Coras y Huicholes
presuman al mundo tejedoras manos,
con dedos de artistas y única destreza.
Y tú, oaxaqueña, muéstranos el Sol
junto a las estrellas de tu posahuanco.
Oh China Poblana,
reluce tu cuello lleno de abalorios
y el negro vestido florido de encanto.
Mujer de los Mayas, 
como la llorona, luce tu huipil,
recoge el fustán y deja admirar tus pies de marfil,
presume Jarocho
esa guayabera blanco pavorreal y baila la Bamba,
que mueran de envidia del traje de gala
que luce una Choca hablando Chontal.
Y cuando el idiota que te llamo así,
mire tu grandeza,
di con pecho henchido,
soy Nahua, Huichol, Yaqui, Tlaponeco,
Mexica, Purépecha...
¡Indio a mucha honra!
Porque eres emblema
de una gran nación de cabeza Olmeca,
porque eres el aire donde transitó
el regio Quetzal,
porque este país,  de serpiente Azteca,
¡le debe a tu raza, nuestra libertad!



Erika Cristina Rodríguez Padrón es licenciada en administración por el Instituto Tecnológico de Villa Hermosa, especialista en recursos humanos. Ha sido locutora en tres programas literarios de radio en línea, en Acrópolis Radio. Ha publicado los libros Púrpura y Azul, Cósmico, Multiversos y Cuántico. Es redactora en la revista Crazy Mate, en México, y Alacrán con sede en Madrid.

Giorgio Germont. San Vasily El Bendito

El secreto de Olga
Novela

Por Giorgio Germont

Capítulo 26. San Vasily El Bendito

Descansaron en el hotel la sobremesa del almuerzo y se dispusieron a asistir a la función de las 06:00 en la Iglesia ortodoxa de San Vasily El Bendito. Era el punto de reunión de los ex patriados rusos de la localidad. Tiene decorada la cúpula un poco al estilo de la catedral de Moscú, con colores rojos y verdes en patrones espirales. El festival ya había dado comienzo. Tuvieron dificultad para encontrar estacionamiento y al fin entraron al recinto. Al pasar por el interior de la iglesia vieron una inmensa fotografía de un templo con siete torres blancas y tres domos dorados. David hizo un alto y le preguntó a Olga que si era San Vasily El Bendito.
—No —le dijo ella, es El Cristo Redentor, la que está a las orillas del río Moskba.
Los fieles se arrodillaban en un pequeño altar en la parte trasera de la nave principal, donde un lector sentado en el suelo con un pequeño micrófono oraba con el público. Se escuchaba su voz gangosa y rítmica que decía:

Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos será el reino de los cielos,
bienaventurados los mansos,
porque ellos poseerán la tierra,
bienaventurados los que tienen hambre y sed de jus-ticia
porque ellos serán saciados...

El festival estaba en su apogeo. Salieron al jardín por la puerta de la sacristía en donde mucha gente ya estaba reunida alrededor del pastor, un clérigo barbón de lentes con un tocado de tres picos y una sotana negra. El jardín tenía setos y mesas de picnic donde ya se colocaban viandas. Le presentaron a David a varios hombres rusos y las mujeres se dirigieron hacia donde estaban los preparativos, los ingredientes en unas mesas. David pensó que reconocía a un barbudo pelirrojo. No estaba seguro pero sospechaba que lo había visto en la página aquella de la computadora que visitaba Olga. Raiza lo introdujo.
—Mira David, él es Boris Rostov, el presidente del grupo.
El pelirrojo era un inmenso fortachón con manos como garras. Le estrechó la mano, casi le quiebra los dedos, y se despidió al instante siguiendo a otros rusos que lo buscaban.
David se quedó donde uno de ellos. Un tal Sasha lo llevó a ver cómo la carne cruda se preparaba.
Te voy a mostrar cómo se prepara la carne asada al estilo ruso le dijo. Se pone desde el día anterior a curar en kefir. ¿Sabes lo que es el kefir?
David contestó que no lo sabía y escuchó la disertación entera. A lo lejos veía cómo Boris saludaba a Olga efusivamente, le daba sus tres abrazos y luego le enroscaba un brazo por la cintura diciéndole algo al oído. Lo que le pasó desapercibido fue que al saludarla Boris le puso en la mano a Olga una nota con un nombre y una dirección. Ella la tomó y se la guardó pidamente dentro del corpiño. En eso Raiza se acercó con ellos y llevaban una conversación muy animada con muchos ademanes entre los tres. También miró David a una mujer muy delgada que vestía una túnica color azul turquesa muy larga. La mujer tenía lentes y pelo largo canoso. David trató de acercarse donde Olga para averiguar de qué hablaba con Boris, pero Sasha lo tomó del brazo y lo arrastró de nuevo a la mesa donde el cocinero sacaba el puerco del tazón lleno de kefir y condimentos.
Mira, David, aquí está el detalle importante le dijo.
Olga estaba muy atenta en la mesa del fondo a lo que decía el pelirrojo Boris. Si David pudiera entender ruso esto es lo que hubiera escuchado, lo que Raiza le dijo al oído a Olga: Dice Boris que era preciso verte en persona. Le tienen intervenido el teléfono ¿entiendes? Está bajo una vigilancia muy estrecha.Ese era el tema que discutían mientras David aprendía a cocinar como si fuera un ruso de verdad.
Muy a su pesar, David observó cada detalle de cómo se preparan las agujas de carne de puerco antes de colocarlas sobre las brasas. El humo se le metía en los ojos, la carne asada ya empezaba a cocerse. El olor a carne al calor de las brasas era intenso. David volteaba donde Olga y apenas la podía ver en medio del grupo que la rodeaba. Solamente se veía el color azul turquesa del vestido de la mujer canosa; alguien más que David no alcanzaba a distinguir estaba detrás de Olga y la tenía abrazada. Raiza se acercó de pronto y le dijo a David:
Aquí está el Chorny perets y lavrovny, gránulos de pimienta negra y hojas de laurel para la carne. Te va a saber a gloria, David.
Raiza acentuaba que solamente faltaba el vodka para darle a todo el punto final, pero no podían tomar alcohol en la iglesia. Así pasó la tarde y finalmente abandonaron el jardín. Después de tomar los refrigerios pasaron de nuevo por la nave principal y aún estaba el sermoneador leyendo a los creyentes, en su mayoría mujeres cubiertas con pañoletas negras con las manos juntas en el pecho y la cabeza agachada. Resonaba la voz adormecedora del lector:

Más tú, Jehová, eres un escudo alrededor de mí;
eres mi gloria, el que levanta mi cabeza.

(Continuará).


Giorgio Germont estudió medicina en la UACH, ejerce su profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad, (2011). Ambas recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA BEST BOOK AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en español de la primera, titulada Mis encuentros con la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en 2012 por Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.

domingo, 30 de diciembre de 2018

Jaime Nubiola. Leer para acercarnos a la verdad

Leer para acercarnos a la verdad

Por Jaime Nubiola

Al acercarse el final del año suele ser frecuente que los periódicos publiquen listas de los 10 mejores libros del año, los más vendidos o los preferidos por artistas, escritores o personas que trabajan en el mundo de la cultura. Una colega me animó a que publicara en Facebook mi lista de libros favoritos del 2018 siguiendo el ejemplo de un profesor de la Facultad de Comunicación. Le contesté que para mí había solo un libro que este año merecía ser destacado por encima de todos los demás. Se trata de Una educación de Tara Westover, publicado por Lumen en septiembre del 2018 en traducción de Antonia Martín.
Había sido publicado unos pocos meses antes en Estados Unidos bajo el título Educated. A Memoir y según se indica en la web de la autora [https://tarawestover.com/book/] está en proceso de traducción a una treintena de lenguas. A mí me recomendó este libro la escritora Sara Barrena y desde que lo leí —casi de un tirón— no he dejado de recomendárselo a otros. Lo he regalado en estas fiestas de Navidad y me gusta escribir sobre él pues pienso que puede ayudar a muchos. Ningún libro me había impactado tanto desde que hace diez o doce años quedé deslumbrado por La carretera de Cormac McCarthy. Quizá por eso me encantó que Amazon lo eligiera también como “el mejor libro del 2018”. Chris Schluep, editor de Amazon, explicaba así esta elección: "Es una joya: sorprende e inspira, y queremos decir a todo el mundo: ¡lee este libro!". Eso es precisamente lo que me pasó a mí.
Su lectura me impactó desde su primera página en la que la autora reúne dos maravillosas citas que merece la pena transcribir, pues expresan con luminosa claridad el sentido más hondo del libro. La primera es de la escritora Virginia Woolf y dice así: "El pasado es hermoso porque nunca comprendemos una emoción en el momento. Se expande más tarde, y por eso no tenemos emociones completas sobre el presente, solo sobre el pasado". ¡Qué interesante es la memoria de los seres humanos que se vuelca hacia atrás para así poder dotar de sentido al presente!
Viene a mi memoria aquel dicho de Kierkegaard: "Vivimos hacia adelante, pero comprendemos hacia atrás". Es así. Quizá lo más sorprendente es que un libro de memorias escrito por una mujer de treinta años pueda enseñar y hacernos pensar tanto: la tensión entre memoria y educación, entre fidelidad a la tradición familiar y verdad, atraviesa su vida... y la nuestra. Aunque el marco vital de Tara Westover se desarrolle en una familia mormona en las montañas de Idaho, su problema es verdaderamente universal.
La segunda cita es de mi admirado John Dewey, el filósofo pragmatista tan relevante en la educación moderna, y dice así: "Creo, finalmente, que la educación debe ser concebida como una continua reconstrucción de la experiencia; que el proceso y la meta de la educación son una y la misma cosa".
Efectivamente, cuando las reformas educativas —siguiendo a Dewey— aspiran a que los estudiantes adquieran experiencia y no solo teoría o memorización, están apuntando a algo realmente muy importante. Parafraseando a Kant puede decirse que la educación sin experiencia está vacía —y por tanto resulta aburrida—, pero también puede añadirse que la experiencia sin educación es ciega. Cuando hoy en día los jóvenes desprecian la teoría, lo que verdaderamente desprecian es la teoría desgajada de la vida; en cambio valoran muchísimo las teorías que encienden su vida y, sobre todo, admiran a las personas que logran aunar coherentemente pensamiento y vida. Este es en última instancia el tema de este libro: cómo la educación puede transformar una vida. Así lo expresa también Tara enlas últimas líneas del libro al advertir el “desarrollo de un nuevo yo”: “Podéis llamarlo transformación. Metamorfosis. Falsedad. Traición. Yo lo llamo una educación” (p. 462).
El hilo de la biografía de Tara que a mí me gusta destacar es su curiosidad por los libros, su afán de leer y estudiar, inspirado probablemente por su hermano Tyler, al que este libro está dedicado y que había abandonado el hogar familiar para dedicarse al estudio. Frente al ambiente familiar opresor, Tara encuentra en los libros y en la educación un ilimitado espacio de libertad. El padre —probablemente un enfermo mental— tiene una enorme chatarrería en la que trabaja con sus hijos, a los que tiene prohibido ir a la escuela o acudir al médico porque son estructuras del corrupto gobierno norteamericano. Se supone que los hijos reciben enseñanza en casa por parte de la madre, herborista y partera, pero resulta del todo rudimentaria. La educación más importante la adquiere Tara estudiando por su cuenta el Libro de Mormón y el Nuevo Testamento. Copio un párrafo (p. 101):

Visto en perspectiva, me doy cuenta de que esa fue mi educación, la importante: las horas que pasé sentada a un escritorio prestado esforzándome por descomponer y analizar las rígidas corrientes de la doctrina mormona a imitación del hermano que me había abandonado. Estaba adquiriendo una aptitud fundamental: la paciencia para leer lo que aún no entendía.

De hecho, Tara abandonará su casa para ir a la universidad. Su educación culminará años más tarde con un doctorado en historia en la Universidad de Cambridge, Inglaterra, y con la ruptura con su familia que, además del desequilibrio paterno, encubre vergonzosamente la violencia doméstica ejercida por otro hermano.
Sin duda la historia de Tara Westover es extrema, pero puede aprenderse mucho de su caso. Como escribe en una nota introductoria, "esta historia no trata sobre el mormonismo ni sobre ninguna otra creencia religiosa", trata sobre "personas, unas creyentes, otras no; unas buenas, otras no". Así es la vida. Lo que quiero destacar por mi parte es que dificultar la educación de los hijos es condenarlos a una mísera esclavitud intelectual y vital: los libros son siempre "peligrosos" porque nos hacen más libres, porque ensanchan nuestra vida, alimentan nuestra imaginación y ponen a prueba las convicciones recibidas al acercarnos a la verdad.

Pamplona, 24 de diciembre de 2018.

Agradezco las correcciones de María Rosa E. y Eva Z.



Jaime Nubiola es profesor de filosofía en la Universidad de Navarra, España. Ha sido visitingscholar en las universidad de Harvard, Glasgow y Stanford. Es autor de los libros El compromiso esencialista de la lógica modal; La renovación pragmatista de la filosofía analítica; El taller de la filosofía; Peirce y el mundo hispánico; Pensar en libertad, así como de numerosos artículos sobre filosofía del lenguaje e historia de la filosofía analítica, metodología filosófica, filosofía americana y pragmatismo. Fue director de la revista Anuario Filosófico.

viernes, 28 de diciembre de 2018

JChM. Arte del cuento en Chihuahua

Foto Raisa Pizarro
Arte del cuento en Chihuahua

Por Jesús Chávez Marín

Las tareas que realiza un escritor son tres: leer, escribir y publicar. En ese orden de importancia. Un artista que no lee, no existe; no solo le faltaría información sino también el juego del lenguaje donde se mezclan visiones de muchos hombres y mujeres que en los tiempos del mundo expresaron en la escritura el dolor y la alegría de vivir, al mismo tiempo que soñaban con la muerte.

Escribir es el objetivo que se proponen los artistas de la palabra, aunque ya se sabe que existieron personas que en su pasado redactaban algunos poemas, ciertos cuentitos, y luego abandonaron aquella vacilante actividad sin dejar por ello de seguir ostentando el dudoso prestigio de ser escritores. Ya no lo son, por supuesto, ya no escriben.

Publicar es quizá la tarea menos importante de un escritor; sin embargo ¿qué sentido tendría comunicar algo a nadie? La pendejada esa de que alguien escriba solo para sí mismo ya no le funciona como pretexto ni al más hermético de los autodidactas. No existen las grandes novelas, los intensos poemas ni los ingeniosos dramas archivados en el escritorio de ningún genio. Los lectores son factor implícito en todo texto y las únicas páginas verdaderamente íntimas son las de nuestras agendas y libretas de teléfonos, porque hasta las cartas privadas son escritas pensando en la persona que habrá de leerlas.

En la literatura de este siglo el arte del cuento, esa tradición milenaria donde existe una conciencia que se expresa al contar historias breves e intensas, es la realización de un texto escrito y reproducido por la imprenta o por la pantalla electrónica para la lectura individual. Los cuenteros, los juglares, los narradores orales se quedaron en los museos de la memoria colectiva. El cuentista escribe; en su expresión se reúne “la conciencia de la multiplicidad del yo, la desintegración del tiempo y del espacio como unidades fijas, la capacidad de simbolización, la desconfianza ante la lógica como instrumento único de conocimiento y la exploración del inconsciente y de lo onírico como revelación de aspectos más profundos de la realidad”, como lo expresa Cristina Peri Rossi.

El cuento es la forma narrativa escrita; existe en la literatura de las grandes naciones de oriente y occidente; su textualidad es material de leyendas y mitos en libros sagrados. Los libros épicos que fundaron la identidad colectiva de los pueblos fueron forjados con la reunión y la mezcla de una infinita cantidad de historias ejemplares que la gente guarda en sus recuerdos y en el lenguaje, y los cuenta a sus hijos y a los amigos en las tardes frescas del descanso. Los primeros libros que respaldaron en letras de molde relatos de la tradición oral fueron esos libros sagrados, epopeyas nobles, llenas de cuentos como un cielo estrellado.

La Biblia, el Corán, el Ramayana, la Ilíada, la Odisea, muchas de sus páginas fueron formadas por cuentos, breves narraciones de “algún incidente central y fresco en la vida de dos o tres personajes perfilados en la acción y el tiempo, al cual inmoviliza y suspende para penetrarlo. Al agotar, por intensidad, una situación, el destello del relato queda grabado en la memoria colectiva y pasa a formar parte de las imágenes del lenguaje mítico que trasciende épocas”, dicho sea por Anderson Imbert.

La tradición literaria occidental señala a la Edad Media como la cuna temporal del cuento moderno, en su forma escrita y autónoma de género literario bien definido cuya convención estética implica brevedad, interés anecdótico, elaborada estructura, impacto emocional y trama rigurosamente construida en un ciclo rematado por un final imprevisto, adecuado y natural. Los cien cuentos de El Decamerón, de Giovanni Boccaccio (Italia, 1313-1375); los relatos de El conde Lucanor, de don Juan Manuel (España, 1282-1348); los Cuentos de Canterbury, de Geoffrey Chaucer (Inglaterra, 1340-1400) y Las mil y una noches, (Arabia, siglo XIV) fundan con poderoso aliento el molde escrito de esta tradición narrativa: la que despierta una capacidad de imaginación y de pensamiento en la infancia; ese impulso natural de contar historias y conocer otras nuevas que es una esencia de frescura de la condición humana.

La palabra cuento, contus, proviene del vocablo latino computare, que significa contar, pero también pensar. Como toda obra estética los factores del cuento son el pensamiento, las ideas, la fortaleza conceptual; las formas vacías pasan de moda, solo trasciende aquello que le interesa al mayor número de personas durante largo tiempo, los objetos que pasan a formar parte de tradiciones colectivas.

Las leyendas, los relatos folklóricos, los personajes simbólicos de una colectividad fueron durante siglos el material con que se cifraba un lenguaje narrativo de la tradición oral, siempre realizada en la música, la dramatización y el espectáculo popular. Aunque el cuento moderno, siempre escrito, es sobre todo obra de un autor individual, el verdadero narrador sigue siendo el trasmisor de ese espíritu colectivo creador que con historias sigue expresando su imagen. Poe, Maupassant y Chéjov son altos ejemplos de esta alquimia del lenguaje.

En América Latina el género se desarrolló con brillantez, con cuidado de su estética, sus formas, su preceptiva, aunque las ediciones de cuentos han sido en realidad escasas en un hábeas donde abundan poemarios y novelas. La narrativa en estas regiones se inició en la crónica: Las cartas de relación, La verdadera historia de la conquista de la Nueva España; podría decirse que también en la épica con La araucana. Fue en el siglo 19 cuando el cuento se cultivó ya como texto independiente. La generación de los románticos junto con sus casi contemporáneos “realistas” llenaron planas de periódicos con cuentos y relatos costumbristas, irónicos o plañideros que gustaban a los lectores.

Ya en este siglo Quiroga, Onetti, Borges, Cortázar y Rulfo son pilares de un género que se escribe con precisión y exactitud. Por supuesto, nadie pretenda ser autor de cuentos sin haberlos leído con la atención que merecen las lecciones altas de la vida.

En Chihuahua el género del cuento ha corrido una suerte similar a toda la literatura que se produce en esta región: escasas publicaciones, pocos lectores, o libros que llegan tarde. En 1976 el escritor Alfredo Jacob hace un retrato desolador: “La ocasión me vale reflexionar, al desaire, sobre nuestra realidad literaria en un jaloneo más que obligado. No sin escaso desaliento volvemos la mirada con limpio atisbo sobre este apartado de la cultura chihuahuense y en más de dos centurias no hemos logrado sino esporádicos, escasos frutos”.

Este mismo autor señala el tipo de textos que se publican aquí: “...los géneros literarios más cultivados han sido la historia, el ensayo; en proporción menor la novela y en cantidad escasa la poesía y el cuento. Este último en número realmente insignificante”.

En su ensayo, que acompaña a la antología Relatos de autores chihuahuenses, Alfredo Jacob se muestra optimista a pesar de todo y expresa que “el amor a la literatura” seguirá vivo. Veinte años después se siente, en efecto, un vigor y una actualización en la cual ha tenido que ver la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua al profesionalizar los estudios literarios, establecer un rigor y una organización académica que incluye materias como lingüística y teoría literaria.

A pesar de las dificultades han aparecido otros cuentistas a sumarse a los 16 que registró la antología de 1976. Algunos de los volúmenes de cuentos o de relatos que se han publicado son:

    Fuego del norte y Relatos de la revolución (1928) de Rafael F. Muñoz.
    La absurda espera (1961) y Corazones no sabemos (1982) de Lourdes Garza Quezada.
    Fruto Prohibido (1963) de Héctor Ornelas.
    El norte misterioso y legendario de Pascual García Orozco.
    Ayer fue...cuentos y recuerdos de Octavio Páez Chavira.
    La muerte congelada de Enrique Hershkowitz.
    Años viejos (1986) y El señor de las palomas (1995) de Benjamín Tena Antillón.
    El hombre habitado (1975) y Muérete y sabrás (1995) de Ignacio Solares.
    La citada antología Relatos de autores chihuahuenses (1976) que incluye textos de José Aragón, Isauro Canales, Alberto Carlos, Sergio Cervantes, Lulú Creel, Fernando Chávez Amaya, Margarita Flores Castillo, Pascual García Orozco, Lourdes Garza Quesada, Miguel Angel Macías, Pedro Medrano, Miguel R. Mendoza, Jesús Miguel Moya, Ana María Neder, Héctor Ornelas y Manuel Talavera.
    Tras un cristal azul (1977) de Manlio Favio Tapia Camacho.
    Viernes de Lautaro (1979), Septiembre y los otros días (1980), De alba sombría (1985), Las luces del mundo (1986) y Difícil de atrapar (1995) de Jesús Gardea.
    Los cuentos gnósticos, El alba y otros cuentos y Las llaves de Urgel de Carlos Montemayor.
    El canto de Quetzaltótotl (1982) de Manuel Talavera.
    Las mil y una noches mexicanas (dos tomos: 1983 y 1984) de José Fuentes Mares.
    Días navegables (1990) de Josefina María Cendejas.
    Cuentas pendientes (1992) de Tomás Chacón.
    Cosas de la mala suerte (1993) de Rubén Alvarado.
    Callejón Sucre (1993) de Rosario Sanmiguel.
    El cuello de Adán (1994) de Guadalupe Salas.
    Remolino (1994) de Micaela Solís.
    El amor entre las ruinas (1994) de Mario Lugo.
    Cuentos sonámbulos (1994) de Héctor Jaramillo.
    El umbral (1995) de Luz María Montes de Oca.
    Volver a Santa Rosa (1996) de Víctor Hugo Rascón Banda.
    Romance de otoño (1996) de Raúl Manríquez.
    Tinta fuerte (1996) de Erasto Olmos Villa.

De esta enumeración de libros y folletos de cuentos que han publicado autores chihuahuenses, siete de ellos han estudiado en la Facultad de Filosofía y Letras de UACh: Chacón, Talavera, Alvarado, Cendejas, Solís, Lugo y Jaramillo, o sea, el 28% del total, el cual es un porcentaje bastante aceptable de cuentistas que además sean profesionales de la literatura o de la filosofía. Un buen escritor se forma donde Dios le dé a entender, en cualquier profesión, en cualquier oficio, en la vida, no necesariamente en una escuela de letras.

En 1996 apareció la antología Rocío de historias, cuentistas de Filosofía y Letras, como una de las expresiones de la fuerza creativa que los autores de Chihuahua han desplegado a partir de los años ochentas en revistas, suplementos y libros. La selección de los textos se hizo conforme a dos criterios: que el autor haya estudiado en Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, y que haya publicado un cuento o relato de buena calidad en cualquier medio.

El material así reunido incluye todo tipo de asuntos, técnicas y estructuras. Los autores nacieron entre 1940 y 1970. La mayoría han desarrollado su actividad profesional en el estado de Chihuahua y aquí publicaron su obra, la de algunos más abundante que la de otros, pues no todos tienen la creación literaria como su actividad principal.

El orden en que aparecen los textos tiene que ver con el azar. No se acudió al remedio fácil del ordenamiento alfabético ni al cronológico, en función de ofrecer a los lectores una composición que le dé al libro unidad, tan difícil cuando se trata de obras diversas como las que aquí se juntan, temáticas, edades y concepciones plurales de la narrativa.

Ese libro resultó ser un buen encuentro de lectores con un buen racimo de autores chihuahuenses.

Gómez Antillón, Dolores y Chávez Marín, Jesús, compiladores: Rocío de historias, cuentistas de Filosofía y Letras. Editorial Universidad Autónoma de Chihuahua, México, 1996.