Sentencia
anunciada
Por
Cristina Corte
Siendo
las cinco treinta de la tarde del diez y ocho de agosto del año dos mil diez y
ocho, se dicta la siguiente sentencia:
Se
declara culpable al Señor Pedro Leila Gutiérrez, por el delito de fraude,
consignándolo a tres años de confinamiento en un Cereso.
Se
levanta la sesión.
*
Fueron
las palabras que emitió el juez.
Recuerdo
el rostro del señor Leila, totalmente descarado. Y hasta, por qué no decir, con
una sonrisa sarcástica. Es increíble lo que pasa por la mente de cada persona.
Saliendo
de los tribunales me encontré con unos colegas; decidimos ir al café de al lado
para compartir los pormenores de los juicios que nos habían tocado.
A uno
le tocó la custodia de un niño de escasos once años, víctima del divorcio.
A otro
se le encomendó la defensa de un asesino a quien sus celos enfermizos lo
llevaron a matar a la esposa.
Mi caso
era diferente: Llevar a prisión al señor Leila, de cincuenta años de edad, por
el delito de fraude. Él alegaba ser dueño de unos bienes inmuebles, quince
departamentos para ser exacta, ubicados en distintas zonas de la ciudad.
*
Un año
atrás conocí a una mujer de cuarenta y cinco años, María Antonieta Romo Álvarez.
Se encontraba en fase terminal debido a un cáncer de matriz. Me contó una
historia de amor y del resultado de ello, que fue su hijo, llamado Alejandro
Leila Romo, ahora un joven de veinte años.
El romance
comenzó por una foto que se encontraba en exhibición en un prestigioso estudio:
ella luciendo un traje hawaiano, exponiendo sus grandes ojos negros, boca roja,
una figura con esas medidas que cualquier mujer envidia, noventa, sesenta,
noventa. Preciosa dama, la verdad.
El
hombre, un maestro de historia de una secundaria federal; un casanova muy hábil
para la conversación y miren lo que es el destino: pasó por dicho estudio fotográfico
y de ahí quedó flechado por la joven maestra de baile.
Consiguió
su nombre y teléfono, ni tarde ni perezoso la llamó para pedirle una cita. Ella
aceptó. Pero como es sabido, algunos hombres se van primero por la atracción
sexual. Este logró su cometido y María Antonieta quedó embarazada. Después de
eso, el tipo perdió el interés.
Durante
la gestación él no se hizo presente, hasta que ella le avisó de los dolores de
parto. Llegó su casa, la subió al carro y la llevó a la Maternidad la Luz.
El
parto fue natural y rápido, así que para el día siguiente ya estaba en su casa
sola con su hijo. El hombre lo registró con el nombre de los dos y ahí mismo le
contó que estaba por casarse, así que por favor no lo molestara más, pues
quería hacer su vida. El muy cabrón.
*
Pasaron
los años. El tipo llegaba de vez en cuando, si bien les iba. Una vez al año. Hasta
que ella le hizo saber del mal que padecía.
―Te pido que seas el albacea de nuestro
hijo ―exclamó
Era
dueña de varios departamentos. Él inmediatamente aceptó, para después cometer
el fraude.
Obviamente
el testamento estaba en litigio, debido a que él alegaba ser el concubino. No
se salió con la suya, soy una litigante muy efectiva. Así que, mis queridos
colegas, me voy tranquila pues se hizo justicia. María Antonieta ya descansa en
paz.
Cristina Corte es contador público, egresada de la UACH desde 1983. Ha ejercido 39 años en la iniciativa privada. Fue maestra del CETIS 86 durante dos años y también fue contadora ejidal en Banrural. Tiene en proceso una novela autobiográfica, que inició hace tres años en talleres literarios.
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