sábado, 23 de enero de 2021

Jesús Manuel Camúñez. Guerra de hormigas

 

Guerra de hormigas

 

 

Por Jesús Manuel Camúñez

 

 

Atrás de la bodega donde trabajo hay cuatro hormigueros, dos de tamaño gigantesco y dos medianos. Por la parte este se ubican los grandes, separados veinte metros de distancia, y entre hormiguero y hormiguero hay fronteras bien delimitadas.

Pongo mucha atención al observarlas: Pobre de aquella hormiga que se distraiga y entre en terreno ajeno, si la descubren las hormigas contrarias hay problemas y son muy crueles cuando las sorprenden. Una la prende por las tenazas y otra le empieza a cortar las patas de una a una, y así sin patas no pueden defenderse y es  cuando le empiezan a cortar la colita, la cual debe de ser muy resistente su unión porque batallan mucho. Cuando por fin logran cortarla, toman la cabeza y tronco y lo llevan a terreno enemigo, lo dejan en la frontera como una advertencia para el resto del hormiguero. Luego regresan rápidamente, cómo temiendo ser sorprendidas por las contrarias. Después toman la colita de la hormiga capturada y la llevan a su hormiguero, quien sabe si lo presentan como un trofeo, o simplemente para justificar en qué gastaron el tiempo.

Es fascinante observar la naturaleza. Hacía tiempo que tenía puesta la atención en esos hormigueros.

Cuando estaba próximo a llover, había cierta clase de hormiga que monitoreaba el clima, pasaban la información al resto de sus compañeras y, mientras todas corrían de un lado para otro pasando la noticia, la hormiga profeta levantaba medio cuerpo y tendía sus patitas y antenas al aire, como descifrando el momento preciso en que empezarían a caer las gotas de lluvia, continuamente limpiaba sus antenas, como para tener más  fidelidad en su pronóstico.

Cierto día de otoño, daba el rondín y, al pasar por el segundo hormiguero, noté algo extraordinario. Hacía tiempo unos trabajadores de bacheo de la carretera habían derramado chapopote muy cerca del hormiguero; lo que me llamo la atención fue cómo las hormigas soldado se impregnaban con él chapopote, las demás cuidaban el entorno. El siguiente hormiguero había desaparecido. Donde debía estar la entrada del hormiguero ahora estaba planito, como si nunca hubiera existido un hormiguero allí.

Busqué una ramita y empecé a tallar donde debía estar la entrada. Después de levantar un poco de tierra empezaron a salir piedritas de hormiguero y descubrí la entrada. Las hormigas, muy enojadas, salieron y empezaron a tapar de prisa, dejando apenas una pequeña ranura. Luego de haber dejado otra vez como si ahí no hubiera hormiguero, se juntaron a conferenciar, digo yo, pues todas se tocaron antena con antena y una por una se fueron desapareciendo por la ranura. Solo cuatro quedaron fuera y enseguida se dieron a la tarea  de cerrar completamente. Cuando terminaron, se retiraron un poco de la entrada, y cómo que se dispusieron a morir: alguien tenía que sacrificarse por la comunidad, bueno eso pensé yo. Seguí mi recorrido. Para mi sorpresa, el último hormiguero, igual que el segundo, también se preparaba para la guerra, pero estas hormigas se impregnaban con la sabia de una planta que si por accidente la toca uno con la piel, causa irritación como la ortiga, pues inmediatamente se llena de ronchas. Me imagine que de esa forma podrían distinguir a qué ejercito pertenecían. Estuve observando un rato y me di cuenta de que era mucha la diferencia en cantidad de hormigas, entre uno y otro hormiguero.  Pensando en esta diferencia seguí mi rondín, dando por hecho que el segundo hormiguero ganaría la batalla por mayoría; le sería fácil el triunfo. Me retiré a la caseta de vigilancia y  como dos horas después del rondín regrese de nuevo y, vaya sorpresa que me lleve: en esas dos horas se había desatado la guerra y en un espacio como de quince metros cuadrados había un reguero enorme de cadáveres de hormigas. Me imagino que las hormigas obreras, que son las que hacen las labores pesadas, eran las que ahora se encontraban recogiendo cadáveres y depositándolas alrededor de las piedras más cercanas a su hormiguero, tal vez para que ningún predador se las comiera, o así forman sus cementerios estas comunidades. Me desplace de un hormiguero a otro haciendo cálculos para saber cuál hormiguero había tenido más bajas y mi sorpresa fue tremenda al descubrir que el hormiguero más grande había sufrido la derrota. Tal vez se debía a que la sabia que habían usado las hormigas contrarias tenía más poder que la química del chapopote, o el hormiguero más pequeño contaba con guerreros más preparados. Hice muchas conjeturas pero me imagino que ninguna acertada, pues en primer lugar ni sé pensar como hormiga para tener injerencia en su vida y organización, después, y por pura curiosidad, me fije en el hormiguero que estaba en medio de la guerra y curiosamente las cuatro hormigas que habían quedado fuera estaban destapando la entrada de su hormiguero, pues ya había pasado la guerra y  no había peligro de que las fueran a confundir. Las obreras de los otros hormigueros que recogían cadáveres le daban vuelta a ese espacio limpio donde ellas laboraban. Cuando por fin abrieron el hueco, empezaron a salir sus compañeras con mucha cautela y sin rebasar los límites del espacio limpio se tocaban sus antenas, tal vez comentando los estragos de aquella guerra para ellas inútil en la cual, me imagino, no estaban de acuerdo, o tal vez pensaban que el respeto al derecho ajeno es la paz. Estaba tan entretenido en mi observación que no sentí cuando una de ellas subió  por mi pierna y me pico en la ingle, la parte más dolorosa. Me retire un poco y haciendo muecas de dolor me fui a meter a la caseta de vigilancia, le puse sumo de ajo al piquete y me quede pensando en los conflictos que causa el no seguir las reglas en cualquier comunidad, de las que habitamos en este planeta, ya sea hormigas, pájaros, peces o cualquier especie. Aunque los humanos buscamos cualquier pretexto para destruirnos y destruir nuestro entorno, como si existiera otro lugar donde habitar después de que hayamos acabado con el planeta que ya se encuentra en terapia intensiva y a punto del colapso, y nosotros sin ninguna voluntad para remediar los males causados, pues en vez de buscar una solución como seres racionales que nos catalogamos, y lo gritamos a los cuatro vientos que somos la especie reinante del planeta, con una inteligencia privilegiada, sí privilegiada para la destrucción hasta de nuestros organismos, porque así lo hacemos; ni siquiera somos capaces de cuidar nuestro propio cuerpo que es el vehículo de tránsito por el corto periodo de vida en este maravilloso planeta. Tal vez las demás especies sí cuentan con un motivo para sus guerras, pero la raza humana ¿qué motivos puede tener?

 

 





 

 

Jesús Manuel Camúñez Ochoa nació el 8 septiembre 1955 en Cahuizore, Municipio de Ocampo, Chihuahua. Estuidió en la Escuela Secundaria Abraham González, en Saláices, Chihuahua. Participó como cuentero en el Encuentro Internacional de Cuenta Cuentos en Guadalajara, en 1989, en la Tercera Feria Internacional del Libro de Guadalajara, FIL. Participó en Yucatán en 1990 como cuentero en el Segundo Encuentro de Asnacc (Asociación Nacional de Cuenta Cuentos), en el Aniversario de la Fundación de la Ciudad de Mérida, Yucatán. Se dedica a dar conferencias y espectáculos de Cuentero en Valle de Allende Chihuahua, donde actualmente radica. Como cuentista, ha publicado relatos y cuentos en la revista literaria Azar y en los suplementos Letras al margen, de El Heraldo de Chihuahua y en Aura y ProLogos, del periódico Novedades de Chihuahua.

1 comentario: