Darío
Por Jaime Chavira Ornelas
Son las cuatro cuarenta y cuatro de la madrugada, acostado recuerdo cuando
mi mamá se fue a Los Estados Unidos: su rostro dentro del autobús, su mano diciendo
adiós. Ese momento representa para mi cuando la vida se revelo tal cual es: yo
era un chavalo entonces, pero ahora, ya viejo, esa misma vida continua
revelándose cada minuto, a veces la capto, otras no.
Trato de conciliar el sueño, respiro profundamente, me relajo y el
cuerpo lo siento aparte; la mente vuelve de nuevo a pensar en rostros conocidos
que van desfilando con diferentes situaciones o eventos, analizo y concluyo
tantos hechos y acciones que de alguna manera influyen o afectan mis actos y
comportamiento, me quedo dormido.
Son las siete y quince. Poco a poco emerjo de mi letargo, ahora mi
cuerpo ya acentúa su presencia, me levanto, la mañana es fría y los
pensamientos son de agradecimiento al Creador por una nueva oportunidad de
vivir y de nuevo buscar la intensidad de lo cotidiano.
Mi labor de ambientalista, que data desde mil novecientos setenta y tres,
es el vinculo para que lo cotidiano sea intenso, pues me dedico a recoger
botes, periódico, cartón, cobre y fierro viejo que encuentro en los basureros y
tiraderos de la ciudad. Tengo un viejo triciclo con un remolque, el cual es mi
medio de trasporte y carga. En el camino a diario conozco gente extraordinaria,
desde pordioseros hasta empresarios y políticos, famosos ya sea por sus grandes
logros o sus grandes desfalcos, en fin todos y cada uno de ellos me enseñan que
la vida es de pequeños momentos y no de lapsos prolongados.
Soy vegetariano, pues llegue a la conclusión de que comer carne sale muy
caro y que mi situación económica no esta para despilfarros. Lo poco que mi
labor ambientalista me deja no es para darme lujos de comprar algo que me
intoxica y que su valor es alto.
Ya desayuné avena con plátano, café y pan casero, me llevaré una manzana
y una naranja para más tarde. Ya limpié mi pequeño cuarto, mas tarde voy al
baño del supermercado para hacer mis necesidades fisiológicas y buscar entre la
basura (que es mucha) algo que se pueda reciclar y obtener monedas o billetes.
Dejo atrás la colonia, o mas bien, el asentamiento donde vivo hace mas
de veinte años, mis vecinos también tienen allí viviendo hace mucho tiempo, ya
nos hicimos viejos, somos como familia, nos cuidamos mutuamente de tanto
melandro y delincuente que vive por la zona, no hay mucho que robar pero sí
mucho que cuidar.
Voy haciendo mi recorrido por la ruta ya conocida, tal parece que hoy
será un buen día de recolección, veo brillar algo entre los papeles del inmenso
contenedor de una empresa industrial donde siempre hay mucho cartón y periódico,
es un cofre que brilla mucho, lo saco y parece artesanía, pues sus grabados son
de gran calidad. No estoy seguro si es acero o plata, de cualquier manera me lo
llevo para verlo mas detenidamente por la tarde. Llego al supermercado y le
encargo mi triciclo a Cleofás, el guardia. Camino y veo a mi amigo Graciano
recargado en la puerta principal, lo saludo y me pregunta que cómo va la
recolección, le digo que pinta muy bueno el día, suelta una carcajada
contagiosa diciendo:
–Ah que mi Darío, para ti todos los días son buenos.
Lo dejo riendo y me dirijo al rest rum, o sea, el baño. Después, salgo y
voy a saludar a Ponchito, otro vigilante que conozco hace tiempo. Es platicador,
me cuenta de su familia, de las ultimas noticias rojas y de todos colores. Me
gusta escucharlo porque dura todo el día parado en una de las entradas y solo
yo le pongo atención a todo lo que me platica, nos despedimos y salgo para
darle su propina a Cleofás por cuidar mi triciclo, sigo mi ruta.
Después de vender todo lo recolectado, me dirijo al puesto de doña Pelos
a tomarme un café y una deliciosa esponja de chocolate, me platica de su hijos
y del borracho de Pantaleón, su marido. Ya no los aguanta, unos por vagos y
flojos y el otro por irresponsable y bueno para nada. El puesto lo abre desde
las siete de la mañana y cierra a las diez de la noche, solo descansa los
domingos. La observo, parece una vieja de setenta años siendo que tiene como
cuarenta y cinco.
Me despido y me voy a mi trinchera. El cuarto esta frío, pongo unos
tronquitos en la estufa de leña e inmediatamente cambia la temperatura, saco
los diferentes objetos que me encontré y se distingue el cofre artesanal, lo
limpio y se pone mas brillante, lo trato de abrir y parece que esta pegado lo
veo mas detenidamente y veo un pequeño pasador que es el seguro, lo destrabo y
se abre poco a poco.
Despierto en mi catre con un sabor amargo en mi boca, siento mi cabeza
pesada y mi cuerpo extrañamente mas ligero, me siento en la orilla del catre y
no puedo recordar que paso en los últimos minutos u horas, el cuarto esta muy
frio y ya es de día, se siente algo diferente y extraño. Me levanto y trato de
recordar qué fue lo que pasó, pero solo viene a mi memoria cuando estaba
abriendo el cofre, pero ya no puedo recordar qué paso después de eso.
Salgo a buscar algo de leña, abro la puerta y veo lo sucio que esta el
patio. La ciudad esta gris y el hedor llega intenso a la nariz, veo mis manos y
las tengo sucias, las uñas están largas y negras, veo el triciclo y es un
cacharro viejo y oxidado, corro al cuarto y busco el cofre, esta tirado en un
rincón. Lo levanto y sigue abierto como lo deje, lo acerco a mi rostro y puedo
ver mi sucia cara, hacía tanto tiempo que no veía mi rostro reflejado en un
espejo. Me toco la cara agrietada por el sol y el frío, mi cabello sucio y
descuidado, salgo y arrojo el cofre lo mas lejos posible, ahora veo mis ropas,
están viejas y sucias, observo a mi alrededor y no lejos esta el tiradero
municipal, creo que nunca lo había notado, entro de nuevo al cuartucho y me doy
cuenta que es eso un cuartucho frío y mal oliente, me echo en el catre y la
realidad es tan cruel y dura como la pobreza que emana por doquier.
Aquí acostado en el viejo catre recuerdo cuando mi madre me dejo en el
tiradero con Rogaciano y Tomasa, solo tenia nueve años. Ella se fue. Yo, un
niño confundido y triste, quede a la merced de ese par de ancianos que solo me
enseñaron a recoger basura, con el tiempo me convertí en la misma basura que
recogía todos los días, nunca supe como leer o escribir solo aprendí a matar la
realidad y así nació la mía. Hoy frente al espejo del cofre regresé y desperté,
soy pobre e ignorante, siento intensamente mi pobreza, quiero vivir así, pobre,
pues no tengo opción, pero vivir ahora con mi realidad y no huir mas de ella.
Un día pasé por un templo, entré y escuché al hombre que llaman
sacerdote decir “bienaventurados los pobres por que de ellos será el reino de
Dios”. No conozco a Dios ni su reino. No sé qué quiere decir bienaventurados,
pero suena hermoso, tal vez algún día conozca el reino que menciono el hombre
llamado sacerdote.
Jaime Chavira Ornelas tiene licenciatura en manejo de negocios, varios cursos de manejo de almacenes, control de inventario, ventas, negociación y motivación, lingüística, control de emociones e inteligencia emocional, manejo de personal. Desde hace 30 años escribe poemas y relatos. Actualmente se dedica a la venta de automóviles y asiste a un taller literario.
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