lunes, 25 de enero de 2021

Jaime Chavira Ornelas. Darío


 

Darío

 

 

Por Jaime Chavira Ornelas

 

 

Son las cuatro cuarenta y cuatro de la madrugada, acostado recuerdo cuando mi mamá se fue a Los Estados Unidos: su rostro dentro del autobús, su mano diciendo adiós. Ese momento representa para mi cuando la vida se revelo tal cual es: yo era un chavalo entonces, pero ahora, ya viejo, esa misma vida continua revelándose cada minuto, a veces la capto, otras no.

Trato de conciliar el sueño, respiro profundamente, me relajo y el cuerpo lo siento aparte; la mente vuelve de nuevo a pensar en rostros conocidos que van desfilando con diferentes situaciones o eventos, analizo y concluyo tantos hechos y acciones que de alguna manera influyen o afectan mis actos y comportamiento, me quedo dormido.

Son las siete y quince. Poco a poco emerjo de mi letargo, ahora mi cuerpo ya acentúa su presencia, me levanto, la mañana es fría y los pensamientos son de agradecimiento al Creador por una nueva oportunidad de vivir y de nuevo buscar la intensidad de lo cotidiano.

Mi labor de ambientalista, que data desde mil novecientos setenta y tres, es el vinculo para que lo cotidiano sea intenso, pues me dedico a recoger botes, periódico, cartón, cobre y fierro viejo que encuentro en los basureros y tiraderos de la ciudad. Tengo un viejo triciclo con un remolque, el cual es mi medio de trasporte y carga. En el camino a diario conozco gente extraordinaria, desde pordioseros hasta empresarios y políticos, famosos ya sea por sus grandes logros o sus grandes desfalcos, en fin todos y cada uno de ellos me enseñan que la vida es de pequeños momentos y no de lapsos prolongados.

Soy vegetariano, pues llegue a la conclusión de que comer carne sale muy caro y que mi situación económica no esta para despilfarros. Lo poco que mi labor ambientalista me deja no es para darme lujos de comprar algo que me intoxica y que su valor es alto.

Ya desayuné avena con plátano, café y pan casero, me llevaré una manzana y una naranja para más tarde. Ya limpié mi pequeño cuarto, mas tarde voy al baño del supermercado para hacer mis necesidades fisiológicas y buscar entre la basura (que es mucha) algo que se pueda reciclar y obtener monedas o billetes.

Dejo atrás la colonia, o mas bien, el asentamiento donde vivo hace mas de veinte años, mis vecinos también tienen allí viviendo hace mucho tiempo, ya nos hicimos viejos, somos como familia, nos cuidamos mutuamente de tanto melandro y delincuente que vive por la zona, no hay mucho que robar pero sí mucho que cuidar.

Voy haciendo mi recorrido por la ruta ya conocida, tal parece que hoy será un buen día de recolección, veo brillar algo entre los papeles del inmenso contenedor de una empresa industrial donde siempre hay mucho cartón y periódico, es un cofre que brilla mucho, lo saco y parece artesanía, pues sus grabados son de gran calidad. No estoy seguro si es acero o plata, de cualquier manera me lo llevo para verlo mas detenidamente por la tarde. Llego al supermercado y le encargo mi triciclo a Cleofás, el guardia. Camino y veo a mi amigo Graciano recargado en la puerta principal, lo saludo y me pregunta que cómo va la recolección, le digo que pinta muy bueno el día, suelta una carcajada contagiosa diciendo:

–Ah que mi Darío, para ti todos los días son buenos.

Lo dejo riendo y me dirijo al rest rum, o sea, el baño. Después, salgo y voy a saludar a Ponchito, otro vigilante que conozco hace tiempo. Es platicador, me cuenta de su familia, de las ultimas noticias rojas y de todos colores. Me gusta escucharlo porque dura todo el día parado en una de las entradas y solo yo le pongo atención a todo lo que me platica, nos despedimos y salgo para darle su propina a Cleofás por cuidar mi triciclo, sigo mi ruta.

Después de vender todo lo recolectado, me dirijo al puesto de doña Pelos a tomarme un café y una deliciosa esponja de chocolate, me platica de su hijos y del borracho de Pantaleón, su marido. Ya no los aguanta, unos por vagos y flojos y el otro por irresponsable y bueno para nada. El puesto lo abre desde las siete de la mañana y cierra a las diez de la noche, solo descansa los domingos. La observo, parece una vieja de setenta años siendo que tiene como cuarenta y cinco.

Me despido y me voy a mi trinchera. El cuarto esta frío, pongo unos tronquitos en la estufa de leña e inmediatamente cambia la temperatura, saco los diferentes objetos que me encontré y se distingue el cofre artesanal, lo limpio y se pone mas brillante, lo trato de abrir y parece que esta pegado lo veo mas detenidamente y veo un pequeño pasador que es el seguro, lo destrabo y se abre poco a poco.

Despierto en mi catre con un sabor amargo en mi boca, siento mi cabeza pesada y mi cuerpo extrañamente mas ligero, me siento en la orilla del catre y no puedo recordar que paso en los últimos minutos u horas, el cuarto esta muy frio y ya es de día, se siente algo diferente y extraño. Me levanto y trato de recordar qué fue lo que pasó, pero solo viene a mi memoria cuando estaba abriendo el cofre, pero ya no puedo recordar qué paso después de eso.

Salgo a buscar algo de leña, abro la puerta y veo lo sucio que esta el patio. La ciudad esta gris y el hedor llega intenso a la nariz, veo mis manos y las tengo sucias, las uñas están largas y negras, veo el triciclo y es un cacharro viejo y oxidado, corro al cuarto y busco el cofre, esta tirado en un rincón. Lo levanto y sigue abierto como lo deje, lo acerco a mi rostro y puedo ver mi sucia cara, hacía tanto tiempo que no veía mi rostro reflejado en un espejo. Me toco la cara agrietada por el sol y el frío, mi cabello sucio y descuidado, salgo y arrojo el cofre lo mas lejos posible, ahora veo mis ropas, están viejas y sucias, observo a mi alrededor y no lejos esta el tiradero municipal, creo que nunca lo había notado, entro de nuevo al cuartucho y me doy cuenta que es eso un cuartucho frío y mal oliente, me echo en el catre y la realidad es tan cruel y dura como la pobreza que emana por doquier.

Aquí acostado en el viejo catre recuerdo cuando mi madre me dejo en el tiradero con Rogaciano y Tomasa, solo tenia nueve años. Ella se fue. Yo, un niño confundido y triste, quede a la merced de ese par de ancianos que solo me enseñaron a recoger basura, con el tiempo me convertí en la misma basura que recogía todos los días, nunca supe como leer o escribir solo aprendí a matar la realidad y así nació la mía. Hoy frente al espejo del cofre regresé y desperté, soy pobre e ignorante, siento intensamente mi pobreza, quiero vivir así, pobre, pues no tengo opción, pero vivir ahora con mi realidad y no huir mas de ella.

Un día pasé por un templo, entré y escuché al hombre que llaman sacerdote decir “bienaventurados los pobres por que de ellos será el reino de Dios”. No conozco a Dios ni su reino. No sé qué quiere decir bienaventurados, pero suena hermoso, tal vez algún día conozca el reino que menciono el hombre llamado sacerdote.

 






Jaime Chavira Ornelas tiene licenciatura en manejo de negocios, varios cursos de manejo de almacenes, control de inventario, ventas, negociación y motivación, lingüística, control de emociones e inteligencia emocional, manejo de personal. Desde hace 30 años escribe poemas y relatos. Actualmente se dedica a la venta de automóviles y asiste a un taller literario.

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