Tintadeoquis
Por Javier Flores
Nadie está libre de decir simplezas.
La desgracia es decirlas seriamente: Nae iste magno conatu magnas nugas dixerit.
Terencio Brueghel cuatro Un epígrafe inconsútil
Al verter Tintadeoquis a esta reseña,
viene a cuento el número cuatro de la revista Brueghel, primera época.
Una síntesis perfecta de Silenciosa Elocuencia ante “las ínfulas de la
banalidad y la chabacanería” en el quehacer literario de Delicias, y de todo el
estado de Chihjuahua.
Era el primer semestre de 2001 cuando
nace el primer número de esta revista de a veinte que llegó a quince ejemplares
durante sus dos épocas, en diez años.
Esa publicación tenía representación
en Chihuahua, Ciudad Juárez, Cuauhtémoc, Zacatecas, México, D.F., San Antonio
Texas y Culver City, California. Se sumaron Chiapas y Paris en la segunda época.
Brueghel estaba abierta,
como la agricultura al cielo, a publicar textos de mérito, brillantes, y
presentar literatura local que fuese, en efecto, eso: literatura.
En noviembre de ese mismo año, ante
la ausencia de textos literarios, el Consejo Editorial de Brueghel
decide de todos modos hacer el tiraje del cuarto número, pero con sus páginas en
blanco. “Tierra baldía” ―dice la editorial. Luego se encuaderna una
treintena de páginas en blanco dónde la aristocracia del verbo late con honor.
La palabra del escritor hecha nudo en
las posibilidades de ser.
Cada hoja en sí misma es un espejo
que espera, en franco reto, a la Gorgona literaria. ¿Al hijo bastardo de algún
genio del mal, acaso?
Ahí se constata ‒en claro volumen‒ el papel esencial que juega la
simbólica obra de Kasimir Malévich Blanco sobre blanco. Es el Tao del
primer instante entre el signo y el significado (para clarificar el sentido
interior y sustancial de la palabra), e incluso, en su cadencia silenciosa,
cada hoja encanta la incertidumbre de Orfeo.
Hojear con desdén esas páginas vacías
es ya un epígrafe de insonora melodía al umbral de la duda. No resulta difícil
captar el porqué: este cuarto ejemplar de Brueghel sobrevive como
epígrafe para cualquier intento de revista literaria ante los fragmentos de
verdad que amenazan la corteza de la falsa conciencia.
Es preciso por eso ocultar la Tinta y
a la vez utilizarla. He aquí un porqué del nombre Tintadeoquis, y por qué ésta,
que hoy inicia, se inscribe como miscelánea, que no es un desdén para el
escritor sino una impostura para quien está leyendo.
Francisco Javier Flores, narrador y director escénico, es técnico agropecuario, diplomado en periodismo, promoción y desarrollo cultural. Ha coordinado talleres de lectura y teatro. Publicó el cuaderno Un viaje al páramo –ensayo de historia regional– y, durante diez años, Desierto Guía revista mensual. Su obra escénica comprende montajes de teatro, musicales, tres largometrajes, tres cortometrajes, un documental y más de 70 sketch para televisión.
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