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Devociones mexicanas
Por Patricia Laurent Kullick
Después de muchos años de enojo, finalmente abracé a México y
el alma se me volvió bastante naca. Me empezaron a gustar las flores de
plástico (azules de preferencia –por si alguien quiere llevarme al panteón), me
fascina oler los huaraches en el mercado y, cual albañila, prefiero los tacos
de fideo y las tortillas de harina manchadas de chorizo con harto chile, antes
que un salmón almendrado.
Lloro con los matachines y con las procesiones huicholas por
el desierto. Me visto bien combinada como la Virgen de Guadalupe y disfruto
manejar por barrios de aceras rotas para ver las casas que tienen altares con
foquitos.
El mestizaje divino que había logrado entre Druidas, Buda,
Elfos, Cristo, arcángeles y vírgenes, empezó a reducirse a un par de velas para
Guadalupe y Judas Tadeo. No tienen mucha injerencia en el Fonca pero no le
hace, ayer por la tarde se lucieron.
Entramos a la cuesta de Mamulique con una borrasca de hielo y
una neblina espesa. No veíamos nada. Mi hermana Ana iba manejando nerviosa y
tampoco veía a más de un metro de distancia entre tanta curva.
Me acordé de Rainer Maria Rilke, que nunca supo qué jerarquía
divina lo escucharía si gritara. Pero yo sí y grité. Y se hizo un sol sin sol,
un amarillo dorado que disipó la niebla y pintó una carretera nítida frente a
nosotros.
Mi hermana dijo: no mames. Luego nos entró un ataque de risa.
Patricia Laurent Kullick, escritora mexicana, ha publicado los libros de cuentos Esta y otras ciudades, Están por todas partes, El topógrafo y la tarántula e Infancia y otros horrores. Las novelas El circo de la soledad, El camino de Santiago (Premio Nuevo León de Literatura 1999) y La giganta. Y otros libros. Su obra aparece también en antologías y revistas literarias.
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