lunes, 18 de enero de 2021

Jaime Chavira Ornelas. El pasillo y el jardín oscuro

El pasillo y el jardín oscuro

 

 

Por Jaime Chavira Ornelas

 

 

Camina de prisa, pues ya se le hizo tarde para llegar al hospital. El día es frio, siente las manos, la cara y los pies entumidos, es un tipo alto y delgado, la delgada chamara y los pantalones de polyester no le ayudan para templar el clima; de casa al hospital hay cinco kilómetros y los camina seis días a la semana; lo hace para ahorrar los veinticuatro pesos que gastaría en el camión.

Terminó la carrera de medicina entre becas y prestamos, ahora trata de hacer su servicio social en el viejo Hospital Central. Los últimos cuatro meses han sido de locura, tal parece que toda la ciudad esta enferma, los pacientes pululan; Casimiro no pierde la paciencia y atiende a todo el que le mandan. Su jefe le pide que se quede a cubrir el ultimo turno de la noche porque hace falta personal, no puede negarse a pesar de lo cansado que se siente. Va al comedor a tomarse un café, se sienta por un momento y le parece oír voces en el corredor que esta cerrado para el publico, se levanta y va a ver quien viene.

Nadie

El tétrico corredor está vacío, regresa a su asiento y mira su reloj 11:45 pm‒, de nuevo escucha un susurro, le parece que mencionaban su nombre, y grita:

¿Quién anda ahí?

Todo queda en silencio. Toma su último trago de café, se encoge de hombros y camina hacia la sala de emergencias. Cuando sale del comedor y empieza a caminar por el corredor, siente que le tocan la espalda con algo sumamente frío, lo cual le provoca un salto. Grita:

―Ah cabrón.

Voltea con rapidez y no hay nadie. Camina de prisa, casi corriendo llega a la sala de emergencias. Sentada tranquilamente esta Carlota, una de las enfermeras, Ve entrar a Casimiro y le dice:

¿Qué te pasa? ¿Por qué vienes tan asustado?

Él no contesta; se sienta muy pensativo tratando de comprender qué pasó.

 

*

 

Dieron las tres de la mañana y en la sala de emergencias se siguen atendiendo pacientes. Casimiro está exhausto, pero su vocación de servicio le da fuerzas para seguir. Le dice a Carlota:

―Voy al baño.

Sale apresurado, camina por el lúgubre pasillo y entra; está obscuro, busca el interruptor, lo acciona y no prende el foco.

―Chingada exclama

Busca el encendedor en su bolsillo, con la tenue luz localiza el mingitorio y trata con una sola mano de orinar.

―Pinche zipper.

Hasta que por fin libera el líquido de su inflada vejiga. De pronto siente una presencia detrás, voltea. La tenue luz del encendedor ilumina un rostro pálido y tétrico. Él se queda inmóvil, siente cómo la tibia orina corre por su pierna pero no pude moverse, solo sale un leve gemido de su boca y el rostro aun aluzado abre su espantosa boca de un tamaño espectral tratando de morder el rostro de Casimiro. Por fin grita horrorizado, tira el encendedor y trata de localizar la salida en la obscuridad, sin lógralo. Siente un dolor intenso en la pierna derecha, pero sacando fuerzas de flaqueza logra encontrar la perilla de la salida, corre desesperado por el pasillo, que ahora parece más lúgubre y largo, se mueve de prisa pero no reconoce el lugar, es un pasillo desconocido. Entra la luz de la luna por los viejos ventanales, se detiene y solo puede escuchar su respiración agitada, se ve sus piernas y se da cuenta que aún tiene su pene de fuera, lo mete y cierra el zipper, hace un giro de ciento ochenta grados y todavía no reconoce el lugar, trata de pensar, hace un mapa mental. Grita:

―Dónde chingados estoy? ¡Carlotaaa! pero solo escucha el eco.

Sale al patio por una puerta maltrecha, es un patio con árboles negros y casi secos, la luna les da un tinte de rostros monstruosos. Voltea para salir del patio y la puerta ya no está.

―Ayuda… auxilio… alguien ayúdenme ―grita, pero no hay respuesta, todo parece abandonado.

Pasaron horas o tal vez minutos, Casimiro perdió la noción del tiempo. El patio ruinoso es como un espectro gigantesco que quiere tragarse todo. Trata de gritar de nuevo pero no sale sonido alguno de su boca, el silencio es también una mancha que invade sus sentidos, siente como penetra en su cuerpo, se arrodilla y pide clemencia a un Dios al que nunca antes había tratado de buscar, inclusive llegó a negar su existencia.

Ahora siente lo pequeña y frágil que es la vida. Cae de bruces contra el piso y se desmaya.

Despierta en una cama del hospital, tiene entubado el suero, siente un fuerte dolor de cabeza, trata de moverse, pero el cuerpo lo siente de plomo, la garganta adolorida y reseca.

Llega una enfermera, le toma el pulso, le introduce un termómetro en la boca, lo saca después de un minuto y toca su frente, le dice;

―Tal parece que bajó la fiebre,  doctor.

Casimiro trata de hablar, pero no puede. La enfermera se retira y al mismo tiempo le dice:

―Vaya infección que se pescó. Lo bueno es que ya podemos decir que vivirá. Con un leve sonrisa desaparece, cerrando la puerta.

Luego de diez días, Casimiro sale del hospital. Más falco, más pobre, pero más creyente que nunca.





Jaime Chavira Ornelas tiene licenciatura en manejo de negocios, varios cursos de manejo de almacenes, control de inventario, ventas, negociación y motivación, lingüística, control de emociones e inteligencia emocional, manejo de personal. Desde hace 30 años escribe poemas y relatos. Actualmente se dedica a la venta de automóviles y asiste a un taller literario.

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