El Cri Cri
Por Jaime Chavira Ornelas
Es temprano, veo por una ventanita muy débiles los
rayos del sol, siento la boca seca y oigo ruidos que no sé de donde provienen.
Mi mano derecha está sangrando, siento dolor en el pecho. Llevo tres horas
escondido en este cuchitril, entre cajas y muebles viejos. El estúpido de Suárez
esta tirado cerca de mí; de seguro está muerto, ya empieza a oler mal. No traigo
mi R15, la perdí cuando salimos corriendo. Los de la Ganga del Fuskas llegaron
de repente y tuvimos que perdernos entre el desmadre. Si salgo de esta, juro
que mataré al pinche Matías, él fue que me disparó y mató a Suárez. Ahora tengo
que jugarle al muertito y esperar a que se larguen.
Ya pasaron horas y todavía escucho ruidos, ya no
aguanto la mano. Pude parar un poco el sangrado con un pañuelo, pero de seguro traigo
quebrada la muñeca por el balazo. El dolor está realmente cabrón, en el pecho
debo tener más de una costilla rota, pues caí entre puro pinches fierros.
Tengo que aguantar, o salir y rifármela.
Este día tenía que llegar tarde que temprano. Tantos
muertos por más de cuatro años. El que juega con la muerte sabe bien que ella
siempre gana.
Me acuerdo del primero que cayó fulminado por mi R15. Fue
un bato ya grande, pelo canoso, fornido, cara de niño; se había pasado de lanza
con unos miles de dólares y ese día fue cuando se le acabo el corrido, quedó
con la cara al cielo como dando gracias por la muerte.
Sentí un vacío en el estómago y dolor en el pecho. Me
temblaron las manos no sé por cuánto tiempo, la pólvora es amargosa. Ahora solo
me tapo la boca y la nariz para evitar el olor a muerte de todos los demás que
torcí, ya perdí la cuenta, como doscientos. Ya soy como un zombi, no siento
nada, solo disparo y ya.
Creo que ya no hay nadie afuera. El Suarez ya apesta,
voy a salir. Trato de pararme y el dolor del pecho me dobla, me corta la
respiración. La mano volvió a sangrar y del dolor casi me desmayo, pero me levanto
y veo por la puerta que está todo muy solo.
Salgo. Percibo ese olor tan conocido, olor a muerto. Camino
y casi no puedo respirar. Veo a mi alrededor y no recuerdo este lugar, la
memoria me traiciona o algo está mal en mi cabeza, por la desangrada.
Cruzo otro pasillo y llego a un galerón lleno de leña
y madera apilada, atravieso el lugar y llego al portón, busco alguna rendija
para ver si hay alguien afuera pero no hay ni una; tengo que abrir poco a poco
el portón. La calle esta engañosamente tranquila, me siento débil y agitado,
salgo y trato de caminar de prisa y pasar desapercibido. No muy lejos está la
calle principal.
Empiezo a recordar el lugar, no es del todo familiar
pero hago un mapa mental y sé por dónde dirigirme.
Cada paso es un esfuerzo que me agota, pero tengo que
salir de aquí lo más pronto posible. Llego a un puesto de dulces y le pregunto
al anciano que atiende que si no hay algún sito de taxis cerca. Se queda
pensando y me dice que está uno cruzando la otra avenida, como a quinientos
metros.
Sigo caminando y la otra avenida me parece lejísimos.
Siento que me desmayaré de un momento a otro. Pasan autos pero no me prestan
atención, o al menos es lo que pienso. Casi ya sin poder respirar, llego al
sitio, abordo un taxi. Llego al hotel donde me quedo, entro en la habitación y
caigo en la cama, ya no sé qué me duele, o mejor dicho, me duele todo.
Me doy cuenta que mi mano está de un color casi negro,
no puedo moverla por la gran hinchazón. Como puedo, me levanto y me pongo bajo
la regadera sentado en el suelo, abro las llaves y siento como una descarga
eléctrica cuando el agua cae y regreso a la conciencia de lo que me pasa. Me
quito la ropa y me doy cuenta que mi pecho es un moretón azul.
El tiempo pasa lento o está detenido, pues no recuerdo
ni el día ni la hora. Mi mano está cada vez más hinchada y el dolor es como si
siempre lo hubiera sentido, como si fuera parte de mí
Ese movimiento natural es ahora un movimiento de
esfuerzo antinatural por el dolor de pulmones y costillas; no quiero respirar
pero tengo que hacerlo para seguir pero mi pregunto seguir ¿seguir para qué?
No puedo responder, no encuentro motivo, razón ni
sentido. El instinto respira por mí, siente por mí, sigue su camino sin
importarle el dolor o cualquier otro obstáculo que perciba para suprimirlo de
inmediato. Ya no soy una persona, tal vez nunca lo fui, ahora soy una bestia
herida, animal maltratado, hinchado y sangrante.
Me despierta un fuerte golpe en la puerta, no sé qué
decir o hacer, los golpes son insistentes. Trato de gritar, pero no puedo. La
puerta de abre de par en par y veo una figura negra que se aproxima, me toca en
los hombros y dice:
―¿Qué chingados te pasó, Cri Cri?
Trato de identificar la voz, porque no veo claramente.
Habla de nuevo:
―Te voy a traer al doc. Ahi vengo.
Está obscuro, el dolor es permanente, no hay luz al
final del túnel, solo obscuridad, no hay más que decir o hacer. Soy uno más que
pierde el juego con la muerte… porque ella siempre gana.
Jaime Chavira Ornelas tiene licenciatura en manejo de negocios, varios cursos de manejo de almacenes, control de inventario, ventas, negociación y motivación, lingüística, control de emociones e inteligencia emocional, manejo de personal. Desde hace 30 años escribe poemas y relatos. Actualmente se dedica a la venta de automóviles y asiste a un taller literario.
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