miércoles, 6 de enero de 2021

Jaime Chavira Ornelas. El Cri Cri

 

Foto Pedro Chacón

El Cri Cri

 

Por Jaime Chavira Ornelas

 

Es temprano, veo por una ventanita muy débiles los rayos del sol, siento la boca seca y oigo ruidos que no sé de donde provienen. Mi mano derecha está sangrando, siento dolor en el pecho. Llevo tres horas escondido en este cuchitril, entre cajas y muebles viejos. El estúpido de Suárez esta tirado cerca de mí; de seguro está muerto, ya empieza a oler mal. No traigo mi R15, la perdí cuando salimos corriendo. Los de la Ganga del Fuskas llegaron de repente y tuvimos que perdernos entre el desmadre. Si salgo de esta, juro que mataré al pinche Matías, él fue que me disparó y mató a Suárez. Ahora tengo que jugarle al muertito y esperar a que se larguen.

Ya pasaron horas y todavía escucho ruidos, ya no aguanto la mano. Pude parar un poco el sangrado con un pañuelo, pero de seguro traigo quebrada la muñeca por el balazo. El dolor está realmente cabrón, en el pecho debo tener más de una costilla rota, pues caí entre puro pinches fierros.

Tengo que aguantar, o salir y rifármela.

Este día tenía que llegar tarde que temprano. Tantos muertos por más de cuatro años. El que juega con la muerte sabe bien que ella siempre gana.

Me acuerdo del primero que cayó fulminado por mi R15. Fue un bato ya grande, pelo canoso, fornido, cara de niño; se había pasado de lanza con unos miles de dólares y ese día fue cuando se le acabo el corrido, quedó con la cara al cielo como dando gracias por la muerte.

Sentí un vacío en el estómago y dolor en el pecho. Me temblaron las manos no sé por cuánto tiempo, la pólvora es amargosa. Ahora solo me tapo la boca y la nariz para evitar el olor a muerte de todos los demás que torcí, ya perdí la cuenta, como doscientos. Ya soy como un zombi, no siento nada, solo disparo y ya.

Creo que ya no hay nadie afuera. El Suarez ya apesta, voy a salir. Trato de pararme y el dolor del pecho me dobla, me corta la respiración. La mano volvió a sangrar y del dolor casi me desmayo, pero me levanto y veo por la puerta que está todo muy solo.

Salgo. Percibo ese olor tan conocido, olor a muerto. Camino y casi no puedo respirar. Veo a mi alrededor y no recuerdo este lugar, la memoria me traiciona o algo está mal en mi cabeza, por la desangrada.

 

Cruzo otro pasillo y llego a un galerón lleno de leña y madera apilada, atravieso el lugar y llego al portón, busco alguna rendija para ver si hay alguien afuera pero no hay ni una; tengo que abrir poco a poco el portón. La calle esta engañosamente tranquila, me siento débil y agitado, salgo y trato de caminar de prisa y pasar desapercibido. No muy lejos está la calle principal.

Empiezo a recordar el lugar, no es del todo familiar pero hago un mapa mental y sé por dónde dirigirme.

Cada paso es un esfuerzo que me agota, pero tengo que salir de aquí lo más pronto posible. Llego a un puesto de dulces y le pregunto al anciano que atiende que si no hay algún sito de taxis cerca. Se queda pensando y me dice que está uno cruzando la otra avenida, como a quinientos metros.

Sigo caminando y la otra avenida me parece lejísimos. Siento que me desmayaré de un momento a otro. Pasan autos pero no me prestan atención, o al menos es lo que pienso. Casi ya sin poder respirar, llego al sitio, abordo un taxi. Llego al hotel donde me quedo, entro en la habitación y caigo en la cama, ya no sé qué me duele, o mejor dicho, me duele todo.

Me doy cuenta que mi mano está de un color casi negro, no puedo moverla por la gran hinchazón. Como puedo, me levanto y me pongo bajo la regadera sentado en el suelo, abro las llaves y siento como una descarga eléctrica cuando el agua cae y regreso a la conciencia de lo que me pasa. Me quito la ropa y me doy cuenta que mi pecho es un moretón azul.

El tiempo pasa lento o está detenido, pues no recuerdo ni el día ni la hora. Mi mano está cada vez más hinchada y el dolor es como si siempre lo hubiera sentido, como si fuera parte de mí

Ese movimiento natural es ahora un movimiento de esfuerzo antinatural por el dolor de pulmones y costillas; no quiero respirar pero tengo que hacerlo para seguir pero mi pregunto seguir ¿seguir para qué?

No puedo responder, no encuentro motivo, razón ni sentido. El instinto respira por mí, siente por mí, sigue su camino sin importarle el dolor o cualquier otro obstáculo que perciba para suprimirlo de inmediato. Ya no soy una persona, tal vez nunca lo fui, ahora soy una bestia herida, animal maltratado, hinchado y sangrante.

Me despierta un fuerte golpe en la puerta, no sé qué decir o hacer, los golpes son insistentes. Trato de gritar, pero no puedo. La puerta de abre de par en par y veo una figura negra que se aproxima, me toca en los hombros y dice:

¿Qué chingados te pasó, Cri Cri? 

Trato de identificar la voz, porque no veo claramente. Habla de nuevo:

―Te voy a traer al doc. Ahi vengo.

Está obscuro, el dolor es permanente, no hay luz al final del túnel, solo obscuridad, no hay más que decir o hacer. Soy uno más que pierde el juego con la muerte… porque ella siempre gana.

 



Jaime Chavira Ornelas tiene licenciatura en manejo de negocios, varios cursos de manejo de almacenes, control de inventario, ventas, negociación y motivación, lingüística, control de emociones e inteligencia emocional, manejo de personal. Desde hace 30 años escribe poemas y relatos. Actualmente se dedica a la venta de automóviles y asiste a un taller literario.

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