Cuando Lennon se
fue
Por Sagrario
Silva
Cuando estaba en
la Secundaria Federal Número 1 sucedieron cosas en mi vida que en ese momento
no podría saber el impacto histórico de trascendencia que tenían.
John Lennon nació
el 9 de octubre de 1940, era Libra, igual que yo. Hacíamos referencias a sus
canciones, a la controvertida relación con Yoko Ono, sus pensamientos
pacifistas y el socialismo en su discurso. coreábamos sus canciones en el
taller de electrónica ‒por
cierto, muy divertida‒, y a nuestro maestro
le gustaba que pusiéramos el radio en la estación La Pantera, o la recién
inaugurada Radio Lobo. Le gustaba el rock, y más, Lennon. El taller se llevaba
dos veces a la semana.
Un 9 diciembre de
1980 nos dieron la noticia de la trágica muerte de ex Beatle, ‒5 disparos por la espalda, dijeron en la radio‒. Estábamos soldando y haciendo una resistencia
para una lámpara. Hubo un silencio colectivo, las miradas cruzadas incrédulas
de aquello tan insólito.
¡No lo podíamos
creer!
Nuestro maestro
salió del salón, tomó un respiro ‒no sé cuánto
tiempo transcurrió‒; volvió a entrar y apagó
la radio. Sus ojos húmedos lo delataban, estaba consternado.
En ese momento
todo se detuvo, el tiempo se congeló, nadie tenía voz para decir algo, esas
cosas eran raras en mi tiempo de niñez. Qué raro ¿no? Ahora es tan cotidiano.
Cinco disparos. Se
escuchó una voz quebrada, los murmullos entre las risas nerviosas y voces
quebradas sin saber que decir. El maestro dijo:
―¡Silencio! Pónganse
a trabajar ―y salió de nuevo.
Alrededor de las tres
de la tarde horas fuimos el grupo de chamacas y chamacos con uniformes de
colores rosa, azul y guida ‒por cierto, mi
jumper era azul, de Segundo Año‒. Esperamos
el camión Santa Rosa que manejaba el Junior, un hombre joven de aproximadamente
24 años, y su ayudante de ojos grandes y azules, parecido a Paul McCartney que
nos daba el acceso por la puerta trasera del bus, ya que siempre iba lleno, jejee,
más bien es que nos gustaba aquel chamaco y también el chofer, con su buena
onda rockerosa.
Subimos, y, cómo
era de esperarse, todo el trayecto escuchando a Lennon y la historia de su historia
de vida. Consternados, coreábamos las canciones y escuchábamos los relatos de
ese hombre increíble que promulgaba la paz y la igualdad. No entendíamos el porqué
de su asesinato.
Compañeras y
compañeros bajaban a sus destinos y otra gente subía al camión, pero nosotras ‒un grupo de jóvenes ilusionadas esperando que ese
chico de ojos azules nos viera, buscar quién tenía la suerte de cruzar la
mirada con él‒ seguíamos la vuelta, sin
importar el tempo que transcurría entre la ausencia de Lennon y la ilusión
precoz.
Finalmente llegó
el momento de bajar. NB y yo éramos las últimas. Al momento de que ella se
levanta de asiento, el chico parecido a McCartney voltea y le ve el trasero. Ella
baja sin darse cuenta. Sonrío y encojo mis hombros, no podía competir ante
tremenda muestra de gusto y preferencia de ese muchacho de mirada nostálgica. Él
voltea y me ve, sonríe como nunca lo había visto. Se percató de mi desencanto y
se acercó. Me dio una pluma y un papel y me dijo:
―¿Me
das tú teléfono?
Temblando lo
anote sin decir palabra alguna.
Al bajar del
camión Santa Rosa, en la Ocampo y Jiménez, le entregué su pluma, el papel con
mi teléfono y mi nombre anotado, esquivé la mirada al mismo tiempo que bajaba
los escalones. El camión arrancó y él se quedó en la puerta trasera mirándome
con una sonrisa.
Sagrario Silva Vélez es coreógrafa y bailarina de danza contemporánea, actriz, maestra de danza, guionista y promotora mexicana, licenciada en Danza Contemporánea por la UACH. En 1994 fundó el Grupo de Danza y Teatro Nellie Campobello IASP. Es maestra y coreógrafa de la Casa de la Cultura Arturo Norte García de Ciudad Aldama, Chihuahua. El Congreso de Chihuahua le otorgó el reconocimiento Chihuahuense Destacada y recibió el Premio al Mérito Cultural Víctor Hugo Rascón Banda, otorgada por la Comisión de Educación y Cultura. Ha desarrollado papeles en películas y cortometrajes. También escribe guiones, relatos y poemas.
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