Odessa
Por Heriberto Ramírez
Luján
Sentía en mis brazos,
piernas y tórax un calor inmenso. Por más que cambiaba de posición las
mangueras sobre las que estaba tendido, me seguían quemando. Además sentía una
picazón desesperante en la espalda, pues en mi angustia por encontrar dónde
esconderme vacié los restos de una gran caja con residuos de fibra de vidrio
encima de mi cabeza, pensando ocultarme en ella. Al darme cuenta de que no
cabría, corrí hacia la zona de los motores.
Apenas una semana
antes había conseguido ese empleo en las humaredas. Nos dedicábamos a recubrir
pipas o gruesos tubos de metal con fibra de vidrio, papel y chapopote; era de
los trabajos más mal pagados en todo Odessa, pero no había tiempo para esperar
más. Debía trabajar durante el verano para conseguir dinero y comprar los
útiles escolares.
Había podido cruzar la
línea migratoria con un permiso de turista. Antes de partir había pedido
permiso a mi padre para irme de mojado, con la débil esperanza de que él me
conminara a no irme y me dijera “estás muy chico para irte, apenas tienes 14
años”. Pero no, me desarmó con una pregunta sin opción al retroceso:
―¿Cuánto necesitas? ―me
dijo.
Ignoro si en la
compañía creyeron, o no si era mayor de edad. Simplemente me asignaron las
tareas con un mínimo de entrenamiento.
Cuando oímos
“¡Escóndanse, hay un carro de la migra en la oficina!” hubo desbandada, hasta
los que decían tener papeles corrieron despavoridos. Permanecí quieto en mi
sitio hasta que empezaron a salir poco a poco los demás, la chota se había ido.
Cuando todos me vieron, soltaron la risotada. Mi supuesto escondite no era tal,
estaba casi al descubierto. Lo único presumible es nunca haber sido atrapado
por la migra, y haber traspasado una frontera difícil.
Heriberto Ramírez Luján, filósofo mexicano, redacta la lógica con precisión de cirujano. En sus ensayos y libros de filosofía y también en sus textos literarios. Sobrio y elegante profesor, el estoicismo es divisa de su estética. Y de su gran estilo.
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