sáb/jad
Corre Lolo corre
Por José Alberto Díaz
Teodoro corre de prisa, desnudo, por una de las avenidas de la
ciudad. Algunos transeúntes se quedan perplejos; otros lo compadecen,
suponiendo que fue víctima de asalto.
―¡Pinche
exhibicionista! ―le
grita alguien.
El velocista es el tema del momento, está en boca de los que ven
su carrera. La mayoría se cuestiona los motivos. ¿Es una protesta en contra del
gobierno? ¿Anuncia el arribo del verano? ¿Perdió una apuesta y lo obligaron a
correr como vino al mundo?
Ignorando quienes le rodean, Teodoro mira hacia atrás con
nerviosismo, luego prosigue sin aflojar el paso. Ciertas mujeres evalúan el
pedazo de carne que cuelga en su entrepierna, oscilando, como un blando
péndulo, de izquierda a derecha. Un par de maricones le gritan piropos mientras
le reparten besos. No falta quien hace escarnio de él, ni quien capture su
imagen en fotografía o video para proyectarlo en Internet y que el mundo lo
conozca.
Cuando dos policías, que al salir de un restaurante se percatan de
Teodoro, la gente sabe que su carrera pronto terminará.
El oficial Mauricio es el primero en perseguirlo, deteniéndose a
los pocos metros de haber iniciado la cacería por su falta de condición física,
y por los tacos de barbacoa que recientemente ocupan un lugar en su profuso
estómago.
El agente Luis, habituado a correr durante las madrugadas, además
de confiar en sí mismo, le deja un poco de ventaja al velocista desnudo para
que la persecución se torne interesante. Al distinguir que entre él y su
objetivo hay una distancia prudente que se alarga, echa a correr con ímpetu.
Mientras reduce el trayecto, surge una remembranza.
Se ve en aquel juego de fútbol americano de preparatoria, cuando
su equipo perdió el campeonato por la diferencia de una anotación. Luis corría
detrás de un mariscal de campo, quien se fugaba con el balón en sus manos. No
había ningún obstáculo al frente, solo el amplio terreno y la línea de
anotación, la franja divisoria que no era otra cosa más que la frontera entre
el cielo y el infierno, la gloria y la derrota.
El recuerdo deviene en realidad, y el mariscal de campo se
convierte en Teodoro.
A Luis le da risa cómo su rival repentinamente deja de tener
uniforme, y cómo sus glúteos se bamboleaban al ritmo de sus pasos. Luis se
siente capaz de revertir el resultado del juego, ahora tiene una segunda
oportunidad.
Mengua la distancia entre ambos.
Teodoro percibe la jadeante respiración del cazador a sus
espaldas. El oficial ha dejado de ser un novato jugador de fútbol; se
transforma en un tigre saltando con toda su energía sobre su pequeña presa,
tacleándola. Y el juego acaba.
Los espectadores son los transeúntes que aplauden y critican la
hazaña de Luis. Mientras esposa a Teodoro por exhibicionismo y faltas a la
moral, le pregunta por qué corría desnudo.
―Desperté
sin ropa, acostado en la morgue. Lo supe al ver otros cuerpos desnudos e
inmóviles. Tres tipos con bata blanca y guantes de látex discutían. Uno de
ellos me declaró muerto. No tuve otra opción que saltar de la plancha y huir de
sus garras…
José Alberto Díaz es licenciado en informática. Ha publicado los libros Cuentos para recuperar la cordura y Carta astral para el escéptico. Desde 2007 ha participado en eventos culturales y encuentros de escritores en el municipio de Cuauhtémoc, así como en la capital del estado de Chihuahua. Sus cuentos han aparecido en medios impresos, siendo el más reciente la Revista de literatura, lengua y cultura Ariwá. Durante algunos años participó como articulista en el periódico El Heraldo del Noroeste. Tiene una novela en proceso de traducción al inglés, La copa de nada, misma que se haya en Amazon en formato digital.
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