viernes, 2 de octubre de 2020

Guadalupe Ángeles. Alfonsina Rivera Cosme

 

Alfonsina Rivera Cosme

 

 

Por Guadalupe Ángeles

 

 

Zarpar del barco materno

emerger como enemigo en potencia

y en claroscuros, aun chorreando sangre,

desprenderse del absurdo de la nada…

 

Y esta es la historia

diríase

no completamente cierta

no totalmente falsa:

microscópicos duendes fallaron al desear iluminar

eran demasiadas luces

(no pensemos en navidades muertas)

–todos estamos muertos de algún modo–.

Alfonsina se comió todos los duendes

si entre ellos estaba su padre

        una lástima.

 

Se largó al mar

 como sucede siempre al final de las malas películas

porque tuvo el capricho de ser Meche Carreño

¿Llegar por lo vulgar a lo trascendente?

Sí, como comerse la mierda

explotar la capacidad de autoescarnio.

 Pero ella se dedicó a ver el mar

  como en las buenas películas mudas

     que solo existen en su mente

      (la locura como posibilidad).

 

¿Quién es ella, más bien qué?

Un hermoso mueble de madera antigua,

sí, amiga de Juana de Arco

¿por qué no fuimos juntas a la hoguera?

 

Ven Afonsina

(se decía en tardes de lluvia)

quemaba en el centro de su vida

todos los papeles, todos los guiones

para moverse.

 

Yo es…

Más bien no es…

 

Ella salió corriendo de la bodega en llamas

Ella asesinó con toda conciencia al atacante

Ella se rompió una pierna

      se comió su propio hueso en la fractura expuesta:

y era tan sabroso saberse así,

carne de su carne,

sangre de su propia sangre,

como si de veras hubiera nacido de un árbol.

Alfonsina es un chayote,

el que creció más alto en la enredadera,

a ella nadie se la come,

Alfonsina se pudre a gusto donde nadie la vea.

Su padre es el sopor de la tarde

Su madre un delfín que se ahogó temprano.

 

Delicias de la soledad vomita,

dulces postres de la posteridad rechaza

nada quiere porque tiene todo:

    un futuro perfecto: la muerte (es decir la nada)

      y un pasado feroz, asesino.

 

Alfonsina posa su torso sobre el barandal

y transita del primero al segundo piso y viceversa

si le gana el peso y el sonido de calabaza hueca que hace su cuerpo al caer

es solo un mal sueño.

Despierta de la pesadilla y se pone el pantalón,

 sale corriendo de sí misma

va hacia el mar y bracea hasta sentirse eco,

apenas un sonido que bombea en su respiración

       y lucha

       y bracea

                     y vuelve.

 

Sí vuela, puede hacerlo

los millones de monedas tragadas por la fuente de los deseos se lo permiten

       ya sus hermanos lo desearon demasiado,

ella es ellos en su cuerpo sin sexo

   toda sexuada se anuda en su vuelo,

    se desenvuelve en su saliva y sale

¿ella es un sueño?

Si Alfonsina es Alfonso y también el hondo hueco de la nada

por eso vuela y se derrite en setecientos nombres

    su vida permite la mía,

no solo es el tambor que toco

llamando a las deidades de cientos de brazos

para que me acaricien.

 

Ella no desiste

Nunca desistimos

Amordazadas lanzamos tarascadas.

 

Hambre es mi tercer nombre

yo la abrazo y me fundo en sus convicciones

      transformándolas en certezas.

 

Ella camina y vende lo que tiene:

  su tiempo

  sus recuerdos

   la ficción de su existencia

y balbucea súplicas y discursos concretos,

ata con ellos el correr de sus días.

Sueña y canta como corresponde a los animales de su especie:

      vulnerables, vertebrados por casualidad,

       dueños de alas inmensas y recuerdos feroces, asesinos.

 

Alfonsina en los bares barre prejuicios de otros

besa bocas para siempre ajenas

     se roba miradas profundas y fugaces.

Ella nació para matarse a sí misma en cada acto cotidiano,

lava ventanas hacia ninguna parte,

    su cuerpo es la orografía de todo desastre.

Amamanta al silencio

y abre la puerta a los animales profundos de la nostalgia,

       juega con ellos Scrable,

así asesina nostalgias incoloras e insaboras

    así respalda (como archivos)

sus vidas posibles.

 

Alfonsina se cansa como Neruda de ser hombre

y repta hacia la que no es,

esa que pronuncia su nombre como un mantra hasta el orgasmo.

 

Alfonso o Alfonsa o Alfonsina se viste de hombre y de camino y de desierto, pero el disfraz que más le gusta es el de nube sobre cielos claros.

 

Ella no llora porque no tiene tiempo ni le interesa.

Grita, abre sus alas como un abanico y se larga,

 ella, como todos,

se está yendo todo el tiempo: en los sonidos, en la narración de sus sueños,

en el silencio que se hace cuando besa,

      ella se pierde en el bosque de su propio pelo,

        se apropia de su calvicie y de su locura, se hace su casa de abismos,

de asesinatos posibles.

 

Ella sabe que no es poema

y no le importa

Alfonsina o Alfonso o Alfonsa no se toma en serio,

no tiene tiempo para perderlo en prosas desdentadas

     que no saben morder,

porque inocula sus venenos de otras formas:

      Adivina de sí

      Falsa memoria.

 

Nació cuando se le dio la gana

al pie de un Asno Desnombrado, 

       rompió a su madre desde el principio

                                                                    su voraz repetición

(vida con vida)

labrando encierros, deslumbramientos.

Una velocidad distinta la acomete:

sostiene muros con sus manos.

Alfonsina o Alfonso o Alfonsa

se ríe por lo bajo y a grito pelado:

de hierros ardientes, de fierros desgastados

porque corre con un tropel de fantasmas

y se amiga con ellos

hacen fiestas secretas donde intercambian

   pieles y nombres

    certezas y sogas

    maneras de quemarse con hogueras y abismos

    de mojarse con lágrimas y cascadas,

        saliva y lumbre.

No tiene límites

usa el cielo como un sueter

     se limpia de sí en el mar y en la oficina.

Grita o sonríe

Alfonsa, o Alfonso o Alfonsina

tiene un gran hoy en el pecho y no le importa

      carga en su caja torácica juguetes viejos.

 

Alfonsina o Alfonso o Alfonsa,

Ernestina o Ernesto u Óscar

  abren los ojos, no se toman de las manos

pero sus miradas son una al contemplar

        el cuerpo en que despiertan.

 

Van a lo hondo del instante

vienen con sed de ahí

van e ignoran distancias, miedos, fríos.

 

Alfonsina o Alfonso, Alonsa y Démeter, Lucía y cientos y cientos

son comidas por un rostro: (el mío) que las subdivide y nombra

       para desnombrarse.

 

Escasos centímetros separan universos

por obra y gracia de palabras léperas o insignes

que hacen su castillo en estos cuerpos

                                                                      Sin nombre Alfonsina o Alfonsa, Óscar, Lucía o Lucrecia se me duermen en los brazos y despiertan y se ríen en mi cara que es la suya,

luego volamos.

 

 

 

 

 

 

Nació en Pachuca, Hidalgo fue directora de la revista Soberbia. Ha colaborado en Ágora, El Financiero, El Informador, El Occidental, La Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y Espéculo. Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación.

3 comentarios:

  1. Hace mucho que no leía un poema tan bueno como éste. Me resulta ejemplaren el sentido más básico del término.

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    1. Muchas gracias por sus comentarios, Rodrerich, se los haré llegar a la autora. Ella vive en Guadalajara, ha publicado varios libros, es premio nacional de literatura y está considerada como una de las más importantes escritoras de Jalisco.

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