Alfonsina Rivera Cosme
Por Guadalupe Ángeles
Zarpar del barco materno
emerger como enemigo en potencia
y en claroscuros, aun chorreando sangre,
desprenderse del absurdo de la nada…
Y esta es la historia
diríase
no completamente cierta
no totalmente falsa:
microscópicos duendes fallaron al desear iluminar
eran demasiadas luces
(no pensemos en navidades muertas)
–todos estamos muertos de algún modo–.
Alfonsina se comió todos los duendes
si entre ellos estaba su padre
una lástima.
Se largó al mar
como sucede siempre al final de las malas películas
porque tuvo el capricho de ser Meche Carreño
¿Llegar por lo vulgar a lo trascendente?
Sí, como comerse la mierda
explotar la capacidad de autoescarnio.
Pero ella se dedicó a ver el mar
como en las buenas películas mudas
que solo existen en su mente
(la locura como posibilidad).
¿Quién es ella, más bien qué?
Un hermoso mueble de madera antigua,
sí, amiga de Juana de Arco
¿por qué no fuimos juntas a la hoguera?
Ven Afonsina
(se decía en tardes de lluvia)
quemaba en el centro de su vida
todos los papeles, todos los guiones
para moverse.
Yo es…
Más bien no es…
Ella salió corriendo de la bodega en llamas
Ella asesinó con toda conciencia al atacante
Ella se rompió una pierna
se comió su propio hueso en la fractura expuesta:
y era tan sabroso saberse así,
carne de su carne,
sangre de su propia sangre,
como si de veras hubiera nacido de un árbol.
Alfonsina es un chayote,
el que creció más alto en la enredadera,
a ella nadie se la come,
Alfonsina se pudre a gusto donde nadie la vea.
Su padre es el sopor de la tarde
Su madre un delfín que se ahogó temprano.
Delicias de la soledad vomita,
dulces postres de la posteridad rechaza
nada quiere porque tiene todo:
un futuro perfecto: la muerte (es decir la nada)
y un pasado feroz, asesino.
Alfonsina posa su torso sobre el barandal
y transita del primero al segundo piso y viceversa
si le gana el peso y el sonido de calabaza hueca que hace su cuerpo al caer
es solo un mal sueño.
Despierta de la pesadilla y se pone el pantalón,
sale corriendo de sí misma
va hacia el mar y bracea hasta sentirse eco,
apenas un sonido que bombea en su respiración
y lucha
y bracea
y vuelve.
Sí vuela, puede hacerlo
los millones de monedas tragadas por la fuente de los deseos se lo permiten
ya sus hermanos lo desearon demasiado,
ella es ellos en su cuerpo sin sexo
toda sexuada se anuda en su vuelo,
se desenvuelve en su saliva y sale
¿ella es un sueño?
Si Alfonsina es Alfonso y también el hondo hueco de la nada
por eso vuela y se derrite en setecientos nombres
su vida permite la mía,
no solo es el tambor que toco
llamando a las deidades de cientos de brazos
para que me acaricien.
Ella no desiste
Nunca desistimos
Amordazadas lanzamos tarascadas.
Hambre es mi tercer nombre
yo la abrazo y me fundo en sus convicciones
transformándolas en certezas.
Ella camina y vende lo que tiene:
su tiempo
sus recuerdos
la ficción de su existencia
y balbucea súplicas y discursos concretos,
ata con ellos el correr de sus días.
Sueña y canta como corresponde a los animales de su especie:
vulnerables, vertebrados por casualidad,
dueños de alas inmensas y recuerdos feroces, asesinos.
Alfonsina en los bares barre prejuicios de otros
besa bocas para siempre ajenas
se roba miradas profundas y fugaces.
Ella nació para matarse a sí misma en cada acto cotidiano,
lava ventanas hacia ninguna parte,
su cuerpo es la orografía de todo desastre.
Amamanta al silencio
y abre la puerta a los animales profundos de la nostalgia,
juega con ellos Scrable,
así asesina nostalgias incoloras e insaboras
así respalda (como archivos)
sus vidas posibles.
Alfonsina se cansa como Neruda de ser hombre
y repta hacia la que no es,
esa que pronuncia su nombre como un mantra hasta el orgasmo.
Alfonso o Alfonsa o Alfonsina se viste de hombre y de camino y de desierto, pero el disfraz que más le gusta es el de nube sobre cielos claros.
Ella no llora porque no tiene tiempo ni le interesa.
Grita, abre sus alas como un abanico y se larga,
ella, como todos,
se está yendo todo el tiempo: en los sonidos, en la narración de sus sueños,
en el silencio que se hace cuando besa,
ella se pierde en el bosque de su propio pelo,
se apropia de su calvicie y de su locura, se hace su casa de abismos,
de asesinatos posibles.
Ella sabe que no es poema
y no le importa
Alfonsina o Alfonso o Alfonsa no se toma en serio,
no tiene tiempo para perderlo en prosas desdentadas
que no saben morder,
porque inocula sus venenos de otras formas:
Adivina de sí
Falsa memoria.
Nació cuando se le dio la gana
al pie de un Asno Desnombrado,
rompió a su madre desde el principio
su voraz repetición
(vida con vida)
labrando encierros, deslumbramientos.
Una velocidad distinta la acomete:
sostiene muros con sus manos.
Alfonsina o Alfonso o Alfonsa
se ríe por lo bajo y a grito pelado:
de hierros ardientes, de fierros desgastados
porque corre con un tropel de fantasmas
y se amiga con ellos
hacen fiestas secretas donde intercambian
pieles y nombres
certezas y sogas
maneras de quemarse con hogueras y abismos
de mojarse con lágrimas y cascadas,
saliva y lumbre.
No tiene límites
usa el cielo como un sueter
se limpia de sí en el mar y en la oficina.
Grita o sonríe
Alfonsa, o Alfonso o Alfonsina
tiene un gran hoy en el pecho y no le importa
carga en su caja torácica juguetes viejos.
Alfonsina o Alfonso o Alfonsa,
Ernestina o Ernesto u Óscar
abren los ojos, no se toman de las manos
pero sus miradas son una al contemplar
el cuerpo en que despiertan.
Van a lo hondo del instante
vienen con sed de ahí
van e ignoran distancias, miedos, fríos.
Alfonsina o Alfonso, Alonsa y Démeter, Lucía y cientos y cientos
son comidas por un rostro: (el mío) que las subdivide y nombra
para desnombrarse.
Escasos centímetros separan universos
por obra y gracia de palabras léperas o insignes
que hacen su castillo en estos cuerpos
Sin nombre Alfonsina o Alfonsa, Óscar, Lucía o Lucrecia se me duermen en los brazos y despiertan y se ríen en mi cara que es la suya,
luego volamos.
Nació en Pachuca, Hidalgo fue directora de la revista Soberbia. Ha colaborado en Ágora, El Financiero, El Informador, El Occidental, La Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y Espéculo. Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación.
Poema ejemplar
ResponderEliminarHace mucho que no leía un poema tan bueno como éste. Me resulta ejemplaren el sentido más básico del término.
ResponderEliminarMuchas gracias por sus comentarios, Rodrerich, se los haré llegar a la autora. Ella vive en Guadalajara, ha publicado varios libros, es premio nacional de literatura y está considerada como una de las más importantes escritoras de Jalisco.
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