jueves, 22 de octubre de 2020

Heriberto Ramírez Luján. La acequia


La acequia

 

Por Heriberto Ramírez Luján

 

Una mañana fría empezaron a llegar hombres que nunca había visto, venían provistos de herramienta de todo tipo, cubiertos con viejas chamarras. Algunos montaban sus viejos tractores, costales de lona utilizados para la pizca de algodón dispuestos a los lados para guardar el calor. Desde lejos podía ver el vaho de su respiración.

Habían cortado el agua de la acequia y en una labor comunal había venido gente de La Esmeralda, San Francisco y Tierras Nuevas hasta las partes altas de El Tecolote, y más allá, a limpiar la acequia, que era la arteria principal que abastecía de agua a estas comunidades.

Durante el día, las tareas de limpieza pusieron al descubierto una sorpresa, para mí inusitada. En las proximidades del viejo puente hecho de cal, arena y piedra que llamábamos el calicantre, atraparon un extremo animal, mitad pez y mitad víbora, provisto de una punta dentada, al que llamaron aguja. Según dijeron, era capaz de romper las redes y los cordeles de pesca. Cuando le comenté a alguien de este espécimen se burló como diciendo “estás loco”, por suerte ahora pueden apreciarse ejemplares vivos en el Museo del Desierto en Delicias.

La labor de mantenimiento empezaba río arriba, en el nacimiento de la acequia, con una presilla hecha con piedras y tercios de jarachimas que se cortaban en las inmediaciones para crear un rebalse que levantara el agua y la condujera por la acequia. Les decían los muertos. Ya en la tarde los hombres se retiraron, seguramente continuaron al otro día corriente abajo.

Esa vieja acequia hecha de pura tierra fue por mucho tiempo nuestra fuente de abastecimiento, hasta que fue sustituida por un moderno canal de riego hecho de concreto y compuertas, inerte, sin peces y sin el ritual de los hombres para reunirse y trabajar en comunión.

 

 

 

 

Heriberto Ramírez Luján, filósofo mexicano, redacta la lógica con precisión de cirujano. En sus ensayos y libros de filosofía y también en sus textos literarios. Sobrio y elegante profesor, el estoicismo es divisa de su estética. Y de su gran estilo.

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