JChM, el caminante de Chihuahua. Reseña del libro Claroscuros de un Chihuahua musical
Por Elko Omar Vázquez Erosa
Leer a Jesús Chávez Marín nunca nos deja indiferentes ya que, a fuerza de caminar por las calles de Chihuahua y por los senderos de su imaginación, él se ha convertido en una pincelada, en un engranaje sin el que no se explica esta ciudad de luces y sombras.
Por las páginas de Claroscuros de un Chihuahua musical transcurren los insomnios, y cito del texto El hotel del insomnio:
El humo placentero y perfumado me consuela. En esta parte del jardín, donde reposo la serena meditación de la madrugada, veo frente a mí una jaula de fierro pintada de blanco: dentro se acurruca en sus alas un perico, resiste al frío y duerme, inmóvil. Se oye muy quedito su respiración: prisionero vitalicio, ya asimiló en el cuerpo sabiduría suficiente para seguir viviendo, a pesar de la crueldad de los humanos que lo atraparon hace muchos años, los que lo vendieron en el mercado de carne viva, los que lo alimentan en una jaula y limpian el humillado estiércol; quizá de alguna manera retorcida y cotidiana lo aman y se sienten orgullosos de tan lujosa decoración.
Es característico de Jesús Chávez Marín su lenguaje coloquial, chihuahuense, donde no se nota el arte porque rápidamente nos olvidamos de las horas lentas que nuestro escritor favorito ha pasado puliendo sus textos límpidos y breves –brevísimos–, pequeñas estampas o espejos de agua cristalina construidos con una sencillez cercana en la que el propio lector se ve reflejado.
Muchos de ellos se entretejen a través de conversaciones, recordadas o imaginadas, y todos ellos están llenos de vida pues, como afirmaba Nietzsche, caminar es uno de los mejores métodos para pensar.
También decía el filósofo alemán que ser bailarín aleja de nosotros el espíritu de la pesadez y, como buen asiduo a los bailes de barriada, el maestro Chávez es experto en arrancarnos una sonrisa, e incluso una carcajada, como podemos leer en el relato El box:
Los sábados en la tarde, cuando llegaba de la obra, Manuel ponía la hielera con cervezas y hielo; se sentaba afuera de la casa al aire libre, viendo pasar la gente. También miraba su hijo, quien jugaba en la tierra con sus primos. Le habló:
—Chumel.
—¿Qué pasó, papá?
—Te voy a dar un peso si te das un tiro con Raúl y le ganas. Y dos, si le sacas el mole (…)
La nariz es escandalosa, mi camisa quedó teñida de rojo y así le hubiera seguido, si no llega Pablo, mi hermano, y me aliviana, por lo menos a que ya no me siguiera surtiendo.
Cuando terminó el pleito, Manuel se sentía muy orgulloso de su hijo, qué muchacho tan bueno para los trancazos. También vio con tristeza que nada más había dos cervezas en la hielera. Y como le había dado lo del chivo a su señora, ya no le quedaba ni un centavo para las otras.
Volviendo a Nietzsche, a quien hemos tomado como hilo conductor para analizar esta obra de Jesús Chávez Marín, el filósofo afirmaba que cuando miramos al abismo, el abismo nos devuelve la mirada; es así como Chávez no teme explorar las profundas simas del alma humana en toda su desnudez, como en el relato Palemón:
Palemón no tenía casa, ni familia, ni el menor asomo de amor propio; a los 55 años vivía con su mamá pero no le ayudaba en nada con los gastos, al contrario, era una carga económica para la pobre anciana, quien sin embargo lo protegía como a un niño viejo, como a una criatura sin alma.
Palemón vio venir el carro de frente pero se iba quedando dormido por la borrachera y la desvelada crónica de insomnio. Entre vapores de sueño pensó, absurdamente: Ahorita se desvía, se quita de mi camino; pero él venía circulando por el carril contrario de la carretera, fue inevitable el choque de frente.
En las líneas de este aedo chihuahuense no pueden faltar los primeros, fulgurantes, preadolescentes destellos del erotismo, como se lee en El manantial:
Con movimientos muy lentos y con actitud seria, casi mística, fue desabotonando su blusa; se tardaba como tres minutos para cada botón y luego seguía con el siguiente. Fue apareciendo poco a poco un brasier blanco de olancitos que parecían flores de durazno. Cuando desabrochó el de más abajo, deslizó la blusa entre sus hombros, la dobló con mucho cuidado y la puso en una parte muy limpia de la roca, como si la guardara en un relicario.
No falta la fina ironía ante el espectáculo de la pijo progresía, esos comediantes involuntarios que llenan las líneas del relato Millonarios con la pena:
A cuál más, a cuál menos, todos eran héroes de antiguas batallas de la izquierda que tanto buscó, por cierto que sin resultados ni eficiencia, el advenimiento de La Utopía (…).
(…) eran típicos nuevos ricos de mansiones, camionetas negras, viajes a Europa; tapizaban las 17 habitaciones de su casa con antigüedades y pinturas de pésimo gusto, aunque originales y caras.
El perro negro de la depresión y las horas amargas del remordimiento también asoman de entre estas líneas, según se puede constatar en Furor.
En la noche helada, el silencio de la nieve, que vuela desde lo alto hasta posarse suavemente en mi peso, me evoca la timidez con que llorabas cuando te abandonó tu esposo. A pesar de que han pasado quince años desde que viniste a la editorial a platicarme aquellos hechos crueles que te marcaron de dolor el cuerpo entero, todavía siento muy viva la confusión de no saber cómo consolarte.
El libro se divide en dos partes, a saber: Primavera, verano, que contiene relatos más cercanos a la juventud y; Otoño, invierno, con narraciones ambientadas en las preocupaciones de la madurez.
La fotografía de la portada es excelente, como que la hizo Nacho Guerrero: en ella aparece un par de carros antiguos del ferrocarril con un marco de hojas verdes, desdibujadas por la cercanía con la lente; en el libro dicha fotografía se encuentra algo desencuadrada por culpa de los editores amateur que contrató el Instituto de Cultura del Municipio de Chihuahua; pero no importa, ya que el libro tiene una textura deliciosa y los colores contrastan lujuriosamente con el fondo negro; acaso ese detalle le dé más valor al volumen, como esos timbres raros que llegan a valer una fortuna por pequeños errores de imprenta.
Esto y mucho más podrá encontrar el lector en este hermoso librito que sin duda le hará pasar tardes amenas para verse reflejado, para soñar… para reflexionar un poco.
Chavez Marín, Jesús: Claroscuros de un Chihuahua musical. Editorial Instituto de Cultura del Municipio de Chihuahua, México, 2019.
Septiembre 2020
Elko Omar
Vázquez Erosa nació en 1974. Estudió ciencias de la información en la
Universidad Autónoma de Chihuahua. Fue reportero en El Heraldo de Chihuahua y en Televisa. Publicó cuatro libros de
poesía, entre ellos El refugio y Signos de agua. En una entrevista, le dijo a una hermosa
periodista: “No he hecho nada importante con mi vida. Solo escribir poemas”.
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