Casa nueva
Por Heriberto Ramírez Luján
Llegamos a nuestra casa nueva hace cinco años. Dejamos el céntrico departamento de la estrecha privada en el centro histórico, que ocupamos por más de veinte años, para instalarnos en la orilla de la ciudad, en un fraccionamiento originalmente concebido para granjas. Aquí nos recibieron toda clase de bichos: ciempiés, alacranes, víboras, arañas, ratones y un esperanzador nido de pájaros con cuatro huevecillos.
Vencer la nostalgia por la comodidad de vivir a una cuadra del Parque Lerdo y de la estación del autobús, a otra de la emblemática tiendita El Demócrata, de don Polo, o de escuchar las campanadas de la catedral metropolitana, de estar a cinco minutos caminando de la Quinta Gamero, para asistir a exposiciones y presentaciones de libros; de abandonar los recuerdos, buenos y malos, acumulados en ese lindo espacio, donde, a pesar del entorno bullicioso que caracteriza cualquier centro de ciudad, esa privada nos daba un cierto aislamiento entrañable. Parecía un asunto difícil.
Acá, significó no escuchar a los vecinos de abajo, de al lado, de enfrente, simplemente porque no tenemos vecinos, ni el dolor mensual de pagar la renta, frente a nosotros encontramos un cerro imponente e impávido, un par de construcciones que se usan esporádicamente y, cada cierto tiempo, nos llegan unos ventarrones que parecen querer arrancarnos la cabellera.
Llegar hasta aquí significó innumerables vueltas, acarreando todo cuanto podíamos en cada ocasión, para caber a como diera lugar en una construcción inconclusa.
La añorada escalera en mi antiguo departamento llegó convertirse en una pesadilla, sus 18 escalones los subí y bajé n veces, cargando cajas y cajas, lo más pesado, como suelen saber los que se han mudado, fueron los libros, llegué a lamentar su acumulación como nunca.
Finalmente, la tarea de traerlos hasta aquí concluyó, sin ninguna caída, ninguno perdido, lo que parecía una misión imposible.
Ahora, en esta cuasi lejanía, de vez en cuando se escuchan aullidos de coyotes, hemos de ahuyentar caballos y vacas que invaden nuestro espacio.
Superamos en un tiempo relativamente corto nuestra añoranza por el centro, adoptamos un par de perros amigables y empezamos una labor de hormigas por ampliar nuestro hábitat.
Fue agradable descubrir el valor de la calma y el silencio, y nuestra adicción familiar a la felicidad genuina.
Heriberto Ramírez filósofo mexicano redacta la lógica con precisión de cirujano. En sus ensayos y libros de filosofía y también en sus textos literarios. Sobrio y elegante profesor, el estoicismo es divisa de su estética. Y de su gran estilo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario