Por Guadalupe Ángeles
No fue agónico el gesto con el que dibujé tus
órganos internos
luego los cubrí con líneas de tinta negra
Era esa bolsa amniótica otra imagen de tu
sonrisa
Era esa precaria representación de tu fémur
el que oculté
apresando el impulso momentáneo de ver tu
sangre sobre mis brazos
en la palma simple de una de mis manos.
Podría afirmar ahora que dibujé así algunas
de las mil maneras para entender
el violento espasmo que me acomete cuando
con palabras abres abismos
en ese sitio cuyo nombre no conozco pero
me habita enteramente.
No hay en el suelo restos,
ninguna nube ha deletreado en su fisonomía
la forma de ese hondo camino
hacia donde no sé,
es así que con calma recito posibles
transformaciones:
“cámara de gas”, “ilógico artilugio que hace
desaparecer las moscas”,
“verde línea abierta a veranos muertos”.
Todo quizá porque ayer en el espejo
encontré tus ojos.
Mira (tu mirada decía) no somos molinos de
viento.
Pero un poco de café tostado tus ojos sí son
ellos no saben que el sabor irrefrenable de la
totalidad me arrastra
y a veces olvido que tu cuerpo es un
fragmento de eternidad
¿cómo pedirle comportamiento de absoluto a
un joven árbol,
a una rama sin párpados, lo que tu esqueleto
no es?
Pero a cada nombre con que bautizo este
delirio
vuelve la imagen de esa cárcel de líneas
finas
(dentro la sustancia concreta que conecta
todo músculo)
como si dibujarte fuera ennegrecer mi
nombre último
el primero con que por la mañana me nombro
Inútil fabricar intuiciones inexistentes
cuando las palabras hacen el correlato de
tanto abismo que
ver, tocar, oír
(actos a los que pertenecemos)
nos devuelven la certeza:
no de infinitud estamos hechos
no de nombres se arma el entramado de
nuestros cuerpos,
por ello arrebato al instante un cierto miedo
que son varios:
Descombrarse
Desmembrarse
Descolocarse
Antropofágicamente identificarse
Reconvenirse
Resolverse
Denostarse
Hablarse
Hago un solo símbolo con todos ellos
(¿ave deshojada? ¿rayo intermitente?)
y me dispongo alegremente a revolver los
cajones de tus pensamientos
pero nada he de encontrar
acaso solo objetos irreconocibles,
frutos de tu muy particular paraíso, vedado a
los ojos de los demás.
Nació en Pachuca, Hidalgo fue directora de la revista Soberbia. Ha colaborado en Ágora, El Financiero, El Informador, El Occidental, La Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y Espéculo. Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación.
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