viernes, 2 de octubre de 2020

Victoria Laphond Domínguez. La antesala

 


La antesala

 

Por Victoria Laphond Domínguez

 

Después de tomar un curado en Garibaldi, continuamos el descenso. Nunca me imaginé que, tras ese trago, la vida no me sería suficiente y habría de escaparse.

Estaba con él. Lo conocí, nunca me interesé por su nombre, ni por sus intenciones para ayudarnos. Solo sabía que era muy conocedor de historia y de lenguas. De esas que ahora nadie entiende y a veces se escapan entremezcladas por ruido, haciéndolas inaudibles. Solo él lo hacía con plenitud; les daba su lugar merecido, además del afecto perdido, cuando se declaró que no eran parte del vocablo de Dios.

Al momento de recitar, ellas relucían. Estoy seguro que recordaban su gloria. Aunque nunca le entendí, él siempre les profesó fidelidad. De esa misma manera nos ayudó, guardó en secrecía el plan y nunca soltó un murmullo.

En otro plano, yo venía del norte, bravo por la sequía, pero incauto; desconocía la metrópoli, así como sus aristas. Llegué durante la mañana. Me recibió en su Datsun azul. Tras el reconocimiento por tierra de la ciudad, estacionamos el vehículo. Nos situamos cerca del edificio de relaciones exteriores. A partir de ese momento me dijo que continuaríamos a pie. Ahí comenzó la bajada.

Me llevó al lugar. En el centro de ruinas y edificios de épocas distantes. En cautiverio y sin escapatoria. Permanecían a la expectativa: la tercia de años, así como la bruma con sabor a muerte. Solté una lágrima, pero nuestra estadía cubierta de melancolía fue breve.

Gracias a él, me centré de nuevo en el objetivo. Tomé conciencia. Por esos compatriotas, por otros allá en el norte y aquí en el sur, decidimos entrar en campaña.

Tras nuestro paso por la pulquería, seguimos el trayecto, no sabía si era por redención o directo hacía mi muerte. Llegamos a Santo Domingo. Ahí en los portales de los escribas recogimos los paquetes. Mientras se hacía la transacción: los vi. Junto a su subjetividad y oficio, los cuales no comulgaban con la prosperidad, esa que se pregonaba con fuerza y sangre. Al estar en trance con ellos, recordé la razón de nuestra propia inexistencia. De esa manera nuestra identidad pereció para dar paso a la lucha. No tomamos mucho tiempo. Ya estaban listos, él había hecho el pedido con anterioridad.

Retomamos la bajada. Ahora de manera vertiginosa. Una opresión se apoderó de mí, justo en la boca de estómago. Era algo, como un augurio, así como lo dicen las gentes de acá. Nunca supe la razón. A lo mejor solo era un cúmulo de nostalgia, la cual el pulque desatoró del fondo de mi pecho.

 

 

 

 

 

Victoria Laphond Domínguez es egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Fue parte de la primera generación del programa de validación de ideas de negocios CIET – ICREA, por parte del Instituto de Cultura del Municipio de Chihuahua y la Universidad Autónoma de Chihuahua 2020. Impartió el taller literario Hagámosle al cuento, en el Centro Cultural Universitario Quinta Gameros, de Chihuahua. Participó en el programa de residencias artísticas del Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Noroeste (FORCAN) 2018. Ganadora en el concurso Palabras Migrantes 2017.

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