Aprendiz de Abramovic
Por Guadalupe Ángeles
Regulé la temperatura de mi cuarto hasta entender la forma en que debía
caracterizar
a las mariposas invertidas en la bolsa de valores.
Comprendí mi cuerpo como una pared
a mis rodillas y codos como goznes de una puerta.
experimenté lo profundo en, exactamente, ¿cuántos minutos?
de recorrer en el pensamiento kilómetros y kilómetros de la muralla
china.
Jugué a las piedras con mis amigos
quien fuese traicionado por el primer parpadeo
debía comerse una mosca
fui de esa manera vuelos muertos
dulces maldiciones a la lluvia
pretendí devorar las millones de formas de mirar
pero ni una infección estomacal gané.
Robé palabras ingenuamente
pues no sabía que me echaba a la bolsa murmullos de hospital
remordimientos de todos los colores
asombros adolescentes y desdentadas certezas
que reían en la oscuridad luciendo sus abismos.
Decir que comprendí mi cuerpo como un arma
es demasiado decir
más bien experimenté la respiración de un árbol
tomando la posición de una puerta que nadie golpeó,
era tan conmovedora la suavidad de mi madera
pero confieso que tuve miedo
pues ni un centenar de atardeceres grises
pudo prepararme para enfrentar el deseo ajeno,
la mirada que decía:
“¿Puertas? ¡Ni madre!
Esos ojos no son goznes
en tu piel, algo de frío desmiente tu voluntad
de simple objeto,
tu ombligo no es una cerradura
el vacío que finges en tus ojos no es ningún paisaje venusino.
Y aunque no tuve el valor para ofrecer mi cuerpo
como lienzo donde cualquiera dibujara con cuchillos
estuve presente con la mirada ávida de eternidad
presto a la venganza si fuera necesario
o gritaría a todos que aquello era mentira
pues nunca pude pensar verdaderamente como pared ni como puerta
el temor a los comejenes nunca fue superlativo
no temí a los portazos
como a las cortaduras
mi sangre vegetal no pudo abrirse paso
entre los colesteroles bueno y malo
y si bien es cierto pude entregarme a la piedad de otros
no estuve totalmente ahí
cuando el asesinato me rondaba igual que un perro incontinente
se acerca a un árbol sin ninguna idea en específico
solo con su cuerpo animal y sus pulsiones.
Aunque troté muerta de frío
no pude ir más allá,
todo en mi mente eran frazadas y platos de sopa caliente
no aprendí jamás a ser otra cosa que un cuerpo
y aunque la maestra se esforzó
y humildemente me inyecté lo que me dijeron
no puede sacar de mí las ciudades chinas
que doradas me abrazaban cuando caminaba en el espacio oscuro de mi
mente.
Soy todavía las 20 uñas con las que nací
mi pensamiento sigue siendo un acantilado
y aunque sigo usando el lenguaje y los rastrillos
no puedo ocultar que en mis falanges
se dibujan cada tanto paisajes prehistóricos
pero los evaporo (eso sí aprendí)
con un leve movimiento
que quienes me vieran haciéndolo
dirían que acaricio levemente la aleta izquierda de mi nariz
Eso es todo, algunos dirán que es mucho, yo digo que no es nada.
Nació en Pachuca, Hidalgo fue directora de la revista Soberbia. Ha colaborado en Ágora, El Financiero, El Informador, El Occidental, La Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y Espéculo. Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación.
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