La labor
Por Heriberto Ramírez
Luján
Todavía la olla
conservaba algo de calor, en su interior se hallaba un suculento chile colorado
con carne y frijoles graneados. Mi hermano Saúl había llegado con esas
provisiones preparadas por nuestra madre desde Ojinaga, hasta esta otra labor donde
mi padre se empeñaba en hacer producir algodón, a las riberas del Bravo o del
río Puerco, como le decían en los alrededores.
Me pareció que nunca
había probado un chile colorado con esa sabrosura suculenta.
Un día antes habíamos
empezado las labores del riego. El tractor Farmall
super M le daba movimiento a la bomba que succionaba el agua para enviarla
por la tarjea hasta los sedientos surcos, pues el viejo sistema de riego por
gravedad ya no alcanzaba a llegar hasta nuestras tierras.
Así transcurrió todo
el día, cuidando de cargar gasolina cada cierto tiempo y procurando que cada
planta recibiera su dotación. Lo mismo fue por la noche, caminando entre los
surcos con una lámpara de petróleo en la mano y la pala en la otra, con los
sobresaltos de descubrir unos ojos rojos que me miraban desde la oscuridad,
hasta darme cuenta de que eran perros de visita. Así fue hasta la llegada del
sol, en que hube de sortear la amenaza pestilente de un zorrillo.
Sin darme cuenta del
tiempo, había pasado mi primera noche en vigilia y trabajando.
Sentí que ya era un hombre.
Heriberto Ramírez Luján, filósofo mexicano, redacta la lógica con precisión de cirujano. En sus ensayos y libros de filosofía y también en sus textos literarios. Sobrio y elegante profesor, el estoicismo es divisa de su estética. Y de su gran estilo.
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