Cuando el círculo se cierra
Por Lucila May Peña
Fue a mediados de mayo que hice arreglos para encontrarme con alguien que
me vendería licor durante la ley seca. Quedamos de vernos en el estacionamiento
de una plaza, y de ahí lo seguí hasta su barrio. Se detuvo frente a una lujosa
residencia y me invito a pasar.
Más que un acto clandestino, se trató de un intercambio donde ambos
saldríamos beneficiados: yo necesitaba algo que aligerara la tensión e hiciera
más llevadero el confinamiento, y él, deshacerse de una gran reserva de licores
sobrantes de la boda de su hija.
El hombre, impecablemente vestido, me invito a ocupar un amplio sofá gris
que armonizaba con la estancia minimalista, sobriamente decorada. Dispuso en la
mesa del comedor una muestra de los productos a la venta.
Realizada la transacción, el elegante personaje inició una charla cordial,
para mí, inesperada, dado que no nos conocíamos.
―¿Cómo están pasando la cuarentena?
No había caído en la cuenta de los acontecimientos, pues me negaba a
escuchar las palabras engañosas de todas las tardes y las repeticiones en los
noticiarios de las mañanas.
―Estamos bien ―respondí con una
sonrisa, tratando de convencerme que era así.
Ansiosos, tanto él como yo, de compartir un momento en compañía, se fue
dando la charla. Abordamos los sectores sociales que considerábamos desamparados,
sufriendo las consecuencias del necesario paro de actividades. Coincidimos en
que al principio lo tomamos como unas vacaciones obligadas, pues cayó cerca de
semana santa. Trajimos a colación los ajustes que el gobierno estaba realizando
en la movilidad vehicular y de las personas en el trasporte público y, desde
luego, el establecimiento de la Ley seca que nos puso en comunicación.
Consecuentemente salió la pregunta que cada día se hace más cotidiana.
―¿En su familia ha fallecido alguien?
El No de mi respuesta fue rotundo.
―Salvo el deceso de un sobrino muy joven, al principio
de la pandemia, que no tuvo relación con ella.
―¿No cree usted que cada día el circulo se va
cerrando?
Esta pregunta nos la hacemos cada día no sin una gran carga de temor. Mi
respuesta brotó mecánica:
―Sí.
No estoy segura si lo dije, pero con la pregunta caí en la cuenta de que
en mi familia la mayor soy yo. Que, aunado mi peso y la diabetes, podría
decirse que, si el virus llega, seré un buen receptáculo para su desarrollo.
Un escalofrío recorrió mi espalda, pero lo disimulé, empacando mi
reciente adquisición. Platicamos un buen rato sobre nuestras ocupaciones
actuales, y las estrategias para cuidar a nuestras familias y mantenernos
alejados del riesgo de infección.
Al despedirnos intercambiamos teléfonos y prometimos seguir en contacto.
Desde ese día no he podido sacar de mi mente esa frase que logró hacer
que ponga los pies en la tierra: El
círculo se va cerrando.
La cuarentena se ha prolongado seis veces más, y aun con la vacuna, no
tiene para cuando terminar. La máquina no puede seguir detenida, so pena de
oxidarse, perder dirección y estrellarse sin remedio. Lentamente cada uno se ha
ido ajustando a una realidad nueva, donde se debe salir lo menos posible evitando
el contacto físico. Guardando una “sana distancia” para mantener a raya lo más
lejos posible al virus que, al momento, ha causado miles de muertes. Labores a
distancia, escuela virtual, espectáculos, ¡ejercicio! Todo a través de una
pantalla y con el favor del Internet.
La ciencia ficción registrada en libros y recreada en películas taquilleras
del futuro, hoy, es una realidad. Un enemigo microscópico, invisible, acecha, solo
hace falta un pequeño descuido y hará presa de cualquiera de nosotros.
Estamos viviendo un encierro voluntario. Un alejamiento de amigos,
familiares, de nuestros seres queridos. Alarmándonos ante un dolor de cabeza, un
reflejo de tos. A diario batallamos con ataques de pánico, tratando de dibujar
una sonrisa para convencernos que estaremos bien. Las rutinas se han
transformado. Volvimos a lavar en casa, es mejor que en la lavandería y, aunque
cansado, ¡más barato!
Ahora comprendo a las cocineras que se pasan el día preparando el
desayuno y lavando trastos. Cocinar la comida y, después de comer, lavarlos de
nuevo. Inventar la cena y de nuevo, los inacabables platos que hay que volver a
lavar.
Otra vez juntos (los que pueden), con los inconvenientes que conlleva:
trabajar con la paciencia, la tolerancia, carencias y los malos modos.
Rencores, frustraciones, viejas rencillas que parecían olvidadas. Dentro del
silencio del toque de queda, el choque de los puños rebota en rostros de
mujeres que no aprendieron a defenderse, a huir del enemigo. Niños
aterrorizados conviviendo con sus torturadores. Destellos de metales afilados que
bailan en la oscuridad, se aloja en la caja torácica de alguien, troza cuellos,
abre abdómenes, se sumergen en ríos que buscan su cauce llevándose el último
aliento de seres perdidos entre alcohol, drogas y bajas pasiones, sin importar parentescos.
Se vuelven hechos que alimentan las notas rojas de los periódicos, que ya no tienen
nada que contar.
El ángel cubierto de negro, ese piadoso guardián que recoge almas, se ha
multiplicado para cubrir el orbe, desde donde nace el Sol, Wuhan. De día y de
noche, sin tregua para el descanso. Recorre calles y avenidas, el barrio y la
zona residencial, hogares de hombres y mujeres que cedieron al tedio, de
quienes tuvieron que salir en busca del sustento; de quienes perdieron la
esperanza ante un mundo al que no le importan los demás.
Esposos/as, amigos y conocidos, van aumentado la lista que invoco a la
hora del rosario. Este pecho se ha convertido en un campo repleto de cruces con
nombres que al repetirlos duelen. Mis ojos rebosan ante la impotencia de poder
abrazar, de dar un poco de aliento y consuelo a las/os viudos, a sus huérfanos,
mientras el circulo, sigue cerrándose.
María Lucila May Peña es egresada de la Escuela de Escritores Leopoldo Peniche Vallado de la Sociedad General de Escritores de México, autora del libro De lo más íntimo con un toque de rebeldía y amor, Rodrigo Porrúa Ediciones, y de la Plaquette Oro Verde, Edit. Luz Vesania 2018. Compiladora de la antología Alquimia de aguas decantadas, De amores imposibles, Editorial Tintanueva 2019. Antologada en la revista Panoptica Observando la Cultura y las Artes, Guadalajara Jalisco, 2015. La autobiografía en América Latina 2017. Canta letras 63 de la Fundación Cultural Amaya, Durango en 2018. En 2019: Vuelo de Mujer Antología Homónima Capítulo México, Edit. Nido del Fénix. y Nostalgia de los sentidos, manual de dramaturgia testimonial de Conchi León. Biguié´, Xandú VI. Poesía-fotografía y cuento. Casa Panteón y Taller de lectura Chituguí. Ixtepec Oaxaca y Cuentos para leer en el W.C. Media Luna. Minilibros de Sonora, 2020. Representante en Yucatán de la Asociación Mexicana de autobiografías y Biografías A.C. (AMAB).
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