Ahí donde el verdadero escritor estaba
Yermo, de Alfredo Jacob
Como la filigrana de este libro rebasa mi capacidad reseñística, tomo ruta circundante, supongo larga, a fin de contextualizar, manoseando lo menos posible el contenido.
El bibliotecario inclinó la cabeza a su derecha, las pupilas se alzaron hacia el otro lado, levantó el mentón y los ojos siguieron hurgando, mientras continuaba su trabajo, ordenando tarjetas; un par de segundos y contestó:
―¿Ya leyó a Évola? Es un autor que aclara bien esas cuestiones, me parece hace una observación más cumplida con la ciencia. ―Quizá consciente de que yo había estado sacando Blavatsky, Flamarión, Fulcanelli, me ahorró mucho viaje y fascinaciones con esa “metáfisica” que tragó a generaciones lectoras.
Me sorprendió que existiera Yermo. Destrocé con mis ansias preguntonas la crónica de quien me lo presentaba. Acaricié la contraportada, antes de leer el comentario a cargo de Mario Arras, quien refiere:
Alfredo Jacob (Chihuahua, 1924) es un poeta de aliento lírico en cuyos versos fluyen los cantares de su tierra. En las formas clásicas encuentra el modo más propio y directo para expresarse... desborda sus emociones en el paisaje que lo rodea bajo la influencia teluria que el infante respirara al lado de su madre, la maestra Enriqueta Suray.
Empecé a reconstruir su imagen y me recordé preguntándome qué escribiría con esa letra del Palmer en hojas sueltas, sin rayas. Yo era un niño de los ochentas, visitando la Biblioteca Municipal, justo frente a mi primaria: La luz entraba generosa y tamizada al segundo piso de la construcción, revestida en cantera color arena y sostenida por pilares cilíndricos, solo la luz que cruza el parque sobre el hombro izquierdo de la biblioteca, entre puntas de pinos y copas ralas de los sicomoros.
Cadencia de la sombra y de la siesta/ que por conjuro del verdor se crea,/ el parque Lerdo es la mejor presea/ de mi ciudad.../
Quizá este hombre, honrado con el trabajo, haya estado cabeceando más de una vez durante su guardia; pero eso apenas es una sospecha, una pregunta:
¿Dónde poner la sien, dónde la vida?/ ¿Dónde el fulgor y el peso
acostumbrado?
(Pregunta, p. 87, Yermo).
Desde dentro solo se ve el cielo reflejado sobre los gruesos e impecables vidrios que cubrían los libreros en tono nogal. A pesar de su sobriedad, era una biblioteca para niñas y niños.
Un día, la bibliotecaria de mi escuela no me facilitó Guerra y Paz, que había solicitado ya antes. “Es un libro algo difícil, de un escritor ruso muy serio, puede ser muy complejo de entender a tu edad y cuenta cosas ya de adultos, lo podrás leer cuando crezcas...” La última vez me había despachado con Miguel Strogoff. Simplemente hice lo que hacen los traidores: crucé la calle, como tenía prohibido, y entré a la democrática biblioteca pública, donde el bibliotecario me dio otra opinión: “No tiene cosas estrictamente de adultos, ni me parece que sea muy complejo, es largo y describe correctamente una época”. Me lo dio. “Trate de leerlo aquí y cuando termine, lo deja en el carrito que está junto a la mesa”. Ya sin mirarme. Así, hablándome de usted, como correspondía entre desconocidos y adultos. Ya imaginan: desde luego, me enamoré de Natasha, que explicaría otras tantas cosas que a nadie importan.
Cuando el editor me pregunta por Alfredo Jacob, me cuesta desandar un mundo para volver a dar con esa figura alta y parca, soltero por siempre, mientras duró el siempre, nacido en 1924, vecino de la fundacional colonia Rosario. Resulta que dejó sus escritos a consigna del editor, quien guardó la delicadeza de ir por las firmas del contrato hasta el domicilio del escribiente. Autor, se llamaría aún a los de su generación. Recibió un presente modesto y trascendente de quién firmaba por su único libro.
Debí comenzar por el primer texto del tomo, situado en la página 11, llamado “Décimas de mi angustia”, donde se presenta haciendo un ejercicio de introspección vertido en enumeraciones declarativas sobre el cajón (honesto: creíble):
Esta soledad inmensa,/este anhelo insatisfecho/ este dolor en acecho/ que no tiene recompensa.
Contiene su ideario, de clara confección jesuita.
esta espera de la ofensa/ que se devuelve caricia,/ ese afán de mi estulticia/ son el mundo que yo sueño
Aquí me brinco un verso a fin de destacar el rasgo identitario que la gente de estos desiertos entiende, pues nunca relativiza el valor de las cosas y a qué ocultar cierta ambición necesaria a la simple sobrevivencia:
la fuerza de mi codicia
Lo del desierto no lo estoy romantizando: dice:
Soy la voz en el desierto/ que clama sin ser oída
Autorizada o no; legítima (recuerde que estamos refiriendo un único libro, que el editor salvó de ser póstumo).
Soy la llama consumida/.../ pues que mi voz desolada/ tiene un sabor de ceniza
Es un libro en el que se concibe todo con ternura, por ejemplo, se nombra “aventurero”, mientras cultiva su jardín de ilusiones; un poema largo y delicioso.
soy lo que no soy, reseco/ clima de un silencio humano.
La primera de las cinco secciones se nombra sin pudor “Elementos de mi alma”. ¿Y pudor de qué, con un alma como esa? Recurrente en la reflexión religiosa católica y sus motivos, da para más de un tipo de lector, de haberlos.
Yo no comencé a leerlo por el principio, sino que lo abrí al azar:
Página 71:
Oh, luna llena/ muchacha mofletuda/ dulce y serena
En toda la página... “mofletuda”, ese término para comparar el espejo lunar con el rasgo núbil de la cara: el galicismo que describe “mi carga” o lo que se carga por sí mismo, utilizado en la vieja descriptiva popular, percute su ruido amortizado de adjetivo con la discreta aliteración que forma al continuar el sustantivo “muchacha”, onomatopeyizando una imagen que ha de vertirse en las cualidades “dulce y serena”, del tercer verso.
Página 71: dos presencias inmediatas me hacen cerrar el libro:
Es mar la noche negra
las nubes una concha
la luna una perla.
Conocido haikú de José Juan Tablada.
Tras su visita a Japón, Tablada introduce en la selecta sociedad del México, aún porfirista, las formas orientales de la literatura, el haikú. Lo oriental sin duda es parte fundamental del ismo en el modernismo. El corte de este haikú de Tablada a mí me parece perfecto, entendiendo, como el autor hizo, que no es oriental, sino consecuencia de la estética centroeuropea en voga.
Desde otro punto del siglo pasado, Alfredo Jacob escribió este otro, también con luna, que a vistas responde mejor a la concepción del haikú y a su origen, siendo aún más profundamente regional en la elección de su lenguaje; logra borrar los márgenes de la factura técnica de su arte. Diría, estando más en contacto con los elementos naturales que le rodean, que, ya expresados en este sutil ejercicio, devuelven la forma de lo humano; que es lo cercano, lo vivido a cuerpo, sin corrupción de las largas cadenas de mensaje.
Luna de día, a punto de oscurecer. Heriberto Frías como soldado haciendo personaje de sí mismo, mientras la mujer que les hace tortillas en un paradero, antes de subir la sierra de Chihuahua en 1890, durante el ataque al pueblo de Tomochic, se enamora. Único pasaje donde la autocomplacencia del escritor romancea la narrativa, mientras abandona el estilo directo y el lenguaje llano. Romance. Esas tardes de luna, adornadas con sotol.
El libro de Alfredo Jacob se extenderá así, dulcemente, testimoniando las relaciones de este paisaje con el alma humana, al menos de quienes le habitan.
No hay desperdicio de papel imprimiendo estos versos de la página 71, sino aprovechamiento. Mire todo lo que dice en esa sola página.
Hugo Gutiérrez hubiera dedicado el tiempo necesario para puntualizar las características y el tipo de verso y diferencias comparativas de los poemas de Alfredo Jacob. Disfruto imaginando la sorpresa que hubiera llevado de leerlos (fueron casi generación).
Alfredo Jacob:
Imagen 52
Tú tienes tu heredad, la voz que colma
el oído angustiado de nostalgias
tienes el brote nuevo de la vida,
toda la inmensa paz de las espigas
Es la primera estrofa de ese soneto contemporáneo no rimado llamado “Contrastes”, impreso en la página 52 de Yermo. Vea cómo de nuevo, apenas siente uno estar habitando la estructura poética, discurriendo por esa suave transición de las imágenes evocadas, por el sentido primero de definición de cada palabra, el sentido del concepto va cobrando forma en la empatía de nuestra emoción; las metáforas son directas y bien conocidas, el resultado singular. Hay melancolías sonoras por la música, por el sonido de una voz del pasado; habla de la angustia que han generado las nostalgias en el oído.
Se puede ser más específico interpretando estos versos, gracias a los significados que puede desprender su polisemanto, significados propios del poema y no sobrepuestos a él, pues, continuando su lectura, uno y otro cobran sentido cabal. Así, borrando los bordes técnicos de su factura de arte, como ocurre en el haikú.
¿Y cuál puede ser la angustia de ese oído?
Entre las lecturas significativas de este poema se encuentran: La vida renaciendo holísticamente: al terreno se le canta como madre, a una mujer joven se le imputa experiencia y se le compara con lo natural.
Un hombre recibe al hijo de un amor perdido mientras reflexiona sobre la vida y como detonante hay un llanto amable –como en off– de un recién nacido.
Una persona reconociendo el presente a costa del pasado. Alguien reconoce al presente mediante el pasado que evoca en su vastedad la efemeridad de la vida humana.
La comparación entre una mujer joven, quien probablemente acaba de alumbrar, con la vida ya madura de un hombre mientras las equipara con la naturaleza. En esta lectura parece probable que la relación no aparezca entre una pareja pretendida, sino de simple cercanía, tal vez familiar. Como el poema aparece dedicado a un hombre, puede que lleve una historia circunscrita en su evocación. (Quizá esta sea su primera lectura, la de impronta más inmediata).
Todo esto es al menos posible sin que en ningún momento se sienta artificial su factura, ni lo pierda una abundancia de abstracción evocativa. Una persona reconociendo el presente a costa del pasado, etc. A golpe de vista se nota que no lo iba a agotar.
Yermo, esa tierra infértil en que sembró y recogió guijarros, le dio título al total del libro. Yermo, que no da frutos, ese matrimonio malogrado en lo divino, elementos celestes y terrenales no han coincidido de nuevo decidiendo la vida, sino frustrándola. El sino del soltero, quien se sabe perdedor de una sola batalla, la más fútil y decisiva. Transcribo completo:
Tu sombra –roca en luz, silencio mío–/ me indaga este minuto consumido;/ arde mi corazón vencido/cuando en las venas me transita el frío.
Va la tarde amistando con el río/ y el valle me devuelve mi alarido;/ vago por mi penumbra, dolorido,/ bajo la luz difusa de mi estío...
Sembré en el yermo y coseche guijarro;/ agua que bebió mi sed –mi sed de barro–/ y el camino acorté con suelta brida.
Me sorprendió el dolor, solo y desierto; quise vivir sintiéndome ya
muerto/ y alcé la frente y me lancé a la vida
(Yermo, p. 46)
Reminiscencias del siglo de oro español aparecen en forma obligada.
Qué distinta historia pudo consignar este volumen si el segundo verso del poema titulado “Yermo” hubiese concluido en “consumado” en vez de comenzar asumiendo esta derrota, esa soledad, aquella tristeza, elementos manifiestos a lo largo del libro, entre títulos como “Ausencia”, “Siembra” “Dolor” “Amar”, “Deseo”, “Despedida”.
Escritor sin saco de coderas ni pipa. De haber imaginado cuan idílicamente miraba el parque, me hubiera dado vergüenza pensar que pasara por ahí y me encontrará peleando a espaldas de la biblioteca, sucio, sudado y diciendo groserías: yo, el niño serio que se sabía comportar en la sala. Y peor: que me viera perdiendo.
Ahora voy a lo que más fácilmente me permite justificar por qué resulta un libro esencial de cierta literatura local. Este bibiliotecario de la ciudad de Chihuahua, injustamente despedido ante un cambio de gobierno, no es muy distinto que otros escritores(as) de los que importan: le canta a su ciudad:
Miraje del desierto calcinado,/ donde mi corazón alucinado,/ se baña en el rocío de la alborada
II
Es urgente el anhelo de nombrarte,/ –cuna de
mis ensueños y mis ansias–./matizar con mis
voces las fragancias/del preludio en el verso al exaltarte.
(“Oda a Chihuahua”, p. 20)
Llego al poema que dedica a su hermana con motivo de su luto. No es épico. Le habla. De pronto puede parecer anticuado por lo formal, lo correcto del discurso, las palabras tan propias del habla de este norte, e incluso cuerpo fundamental de su caló, pero quien pare ahí no está observando lo importante.
Mire con qué ternura y lateralidad le habla, con respeto, condolido, compadecido (el que padece junto a). No es el hermano varón conmiserando a la hermana mujer, casi de su propiedad, ni consolándola como a una niña; sabe que le habla a una viuda adulta, probablemente con un cuerpo de mujer blanco y alto como el suyo.
Usa la palabra “encabritado” del impotente. Entonces resulta bueno tener un hermano y desde luego ser adulta como él y tener a su lado en ese peor momento su voz. Estoy nombrando que es una voz progresista y a ello corresponde su estética, aún con la formación religiosa (no costumbrista, ni conservadora, ni elitista).
Por gozar el placer de los solteros por siempre, extendiendo sus pautas de amor sobre paisajes inmediatos, cotidianos, transcribo el primer cuarteto de “Recuerdo” (p. 47).
La tarde está lluviosa... lentamente/ la sombra sus ropajes humedece/ y en medio de la calma me parece/ oir tu voz, llamarme dulcemente
No puedo dejar de compartirles este otro haikú enigmatico, natural, siniestro –no perverso–:
Grillo
Noche sin sueño
apagado cocuyo
mínimo empeño.
(p. 70)
Sé que debiera parar aquí. El delgado tomo de 127 páginas contiene descripciones de una ciudad evocada y vivida, reclamos a la guerra, revindicaciones eusebitas de lo sacro, elogios a Gabriela Mistral, a Roman Rolland, a Withman.
A diferencia de contemporáneos suyos, como Gaspar Gumaro Orozco, que refiere la cultura clásica desde una escritura actual, Jacob admira los discursos de su actualidad, llegando a manifestaciones antibélicas contra la Guerra del Golfo, consignando su lirismo en estrictas formas clásicas, como señaló Arras. Yermo contiene otra cantidad de poemas llenos de esa intimidad abierta y evocativa y el profundo amor de los condenados al recuerdo: me resulta inabarcable; apenas lograría extender más subjetivaciones injustas.
Sin embargo, Yermo me regala casi al final de sus páginas (106, 107),
otra caricia.
Dora Isella Russell dedicó Los barcos de la noche al bibliotecario en 1955, con tinta azul, en la ciudad de Montevido. La energía con que reafirma su amistad, y el usted respetuoso de la dedicatoria, corresponden a las divas de la literatura sudamericana. Esta es la respuesta en versos que le ofrenda Alfredo Jacob:
A Dora Isella Russell
Saudade tuya que al remanso llega/ de tu mar tan oscuro y taciturno,/ vaga tu luz en mi abrojal nocturno/ y una ronda de auroras entrega.
¿Qué más delicado don podía recibir quien ya había sido tan halagada por sus enigmas en la danza y la belleza?
Continúa:
Ni te doy heredad y ni mi vega
–haza sin surco y sin gavilla henchida–/ mas te doy más: te doy mi bienvenida/ la dulzura que por ti navega
La intensidad crece. Léalo completo.
¿Cómo diablos iba a saber quién era él, si no tenía idea de quién era yo? El escritor Alfredo Jacob, para inscripción en los obsoletos temporamas, también fue contemporáneo de Bukowski.
En todo su libro no se lee odio, apenas una línea donde enuncia el coraje y algunas en que denosta la guerra, pero incluso esto lo hace en una Oda a la Paz:
con qué clamor oceánico/ convencer a las fieras que no entienden razones (pág. 68).
Sin necesidad de escalonar el verso, de neologismos o eventos excéntricos, Alfredo Jacob va revelando la magia de días y noches sobre el terreno yermo, que constituye la esencia de su paisaje, donde los otros sacan su silla al porche de la casa, por el placer de sentarse y estar, no para mirar el mundo, sino su ciudad.
Se imprimieron 1000 ejemplares, seguro aún alcanza usted a adoptar uno de ellos.
Jacob, Alfredo: Yermo. Editorial UACH, México, 2001.
Luis Kimball nació en Chihuahua en 1974. Vivió en Chihuahua, en Veracruz, en la ciudad de México, y ahora reside en Querétaro. Hizo estudios universitarios que no le satisficieron. Se interesa en el conocimiento y escribe desde joven, ha publicado en la revista Solar y en Manual del desierto. Es coautor del poemario Luna de hiel para tres, y autor de Puros de amor. Ha participado en la coordinación de espacios culturales y actualmente coordina el taller literario Escritura al día.
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