Moribundo
Por Jaime Chavira Ornelas
Oigo los pájaros, el viento sopla en la ventana y
trata de entrar. Luego, el silencio. El ensordecedor silencio que penetra por
mis poros y se aloja en la garganta como lengua muda. Siento mi cuerpo más vivo
y palpitante, el dolor es como una conciencia con vida propia, tiene nombre y
apellido. Mis dientes son pequeños seres mutantes con rostro, mis extremidades
quieren volver al polvo. El polvo original.
El polvo divino con el soplo del alma quieren
transformarse y formar parte del cosmos. Oigo los pájaros cantar, el viento
sopla y entra por la ventana sin permiso y recorre toda la habitación buscando
no sé qué, mis ojos desorbitados lo siguen, pero se pierde entre las sombras,
la ventana se azota una y otra vez y suena como tambor de ritual, un ritual
ancestral. Y de nuevo, el silencio.
Llega el cansancio a consolar órganos viejos y
enfermos, los arropa como una madre amorosa, entre suspiros y gemidos mi cuerpo
se duerme y el dolor cesa y descansa. Los sueños son lluvia que se convierte en
tormenta, la lluvia me limpia y camino por un sendero amarillo a través de la
tormenta.
Mis pies se hunden en una alfombra de carne sonrosada
y suave; en el horizonte hay un sol caluroso, la lluvia sigue limpiando el
rostro y sigo por el camino amarillo cubierto de carne sonrosada y suave. Veo a
mi padre limpiando las pezuñas del ganado, tose, sigue quitando estiércol de
cientos de vacas, sigue tosiendo, sigue limpiando y me saluda con su mano
callosa. Mi madre le acaricia su cabeza y le da un beso, ella también me saluda
cariñosa y sus ojos brillan en la luz del horizonte. Luego los dos se pierden
en el camino amarillo de carne sonrosada y suave.
Amanece. Los pájaros suenan desesperados por vivir, sentirse
amados o porque alguien agradezca su canto, vuelan de un lado a otro. Quisiera
platicar con ellos, preguntarles el nombre o de donde son o a donde se dirigen,
por qué tienen tanta prisa, son tan pequeños y tan hermosos y comprendo que
para mí ya es tarde para conocer la naturaleza o tratar de comprenderla.
Silencio de nuevo. Ensordecedor silencio. El cuerpo
gime y se retuerce por el dolor pero yo ya no lo siento, estoy aparte,
separado, desunido, lo veo allí en su espacio de carne y hueso, consumiéndose,
evaporándose poco a poco, tratando de vivir con el dolor, tratando de auto
destruirse célula a célula, poro a poro, átomo a átomo, sangre, agua y
cartílago peleando contra el oxígeno y los gérmenes, una batalla que nunca
ganará.
La energía se consume a sí misma, el entorno se torna enemigo,
esa región algún día fue su aliada y le dio al vida, ahora le juega rudo y sin
piedad. Cada vez me alejo más y más y la perspectiva tiene un ángulo nunca
visto, ahora mi percepción no es carnal ni tangible, dejo atrás lo que es de
atrás, lo que pertenece atrás y ahora el horizonte es de una simetría
extraordinaria y espectacular.
En mi camino los pájaros me dicen su nombre y su
destino, nunca pensé que fueran tan corteses y educados.
Jaime Chavira Ornelas tiene licenciatura en manejo de negocios, varios cursos de manejo de almacenes, control de inventario, ventas, negociación y motivación, lingüística, control de emociones e inteligencia emocional, manejo de personal. Desde hace 30 años escribe poemas y relatos. Actualmente se dedica a la venta de automóviles y asiste a un taller literario.
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