jueves, 31 de diciembre de 2020

Jaime Chavira Ornelas. Moribundo


 Foto Pedro Chacón

Moribundo                                               

 

 

Por Jaime Chavira Ornelas

 

 

Oigo los pájaros, el viento sopla en la ventana y trata de entrar. Luego, el silencio. El ensordecedor silencio que penetra por mis poros y se aloja en la garganta como lengua muda. Siento mi cuerpo más vivo y palpitante, el dolor es como una conciencia con vida propia, tiene nombre y apellido. Mis dientes son pequeños seres mutantes con rostro, mis extremidades quieren volver al polvo. El polvo original.

El polvo divino con el soplo del alma quieren transformarse y formar parte del cosmos. Oigo los pájaros cantar, el viento sopla y entra por la ventana sin permiso y recorre toda la habitación buscando no sé qué, mis ojos desorbitados lo siguen, pero se pierde entre las sombras, la ventana se azota una y otra vez y suena como tambor de ritual, un ritual ancestral. Y de nuevo, el silencio.

Llega el cansancio a consolar órganos viejos y enfermos, los arropa como una madre amorosa, entre suspiros y gemidos mi cuerpo se duerme y el dolor cesa y descansa. Los sueños son lluvia que se convierte en tormenta, la lluvia me limpia y camino por un sendero amarillo a través de la tormenta.

Mis pies se hunden en una alfombra de carne sonrosada y suave; en el horizonte hay un sol caluroso, la lluvia sigue limpiando el rostro y sigo por el camino amarillo cubierto de carne sonrosada y suave. Veo a mi padre limpiando las pezuñas del ganado, tose, sigue quitando estiércol de cientos de vacas, sigue tosiendo, sigue limpiando y me saluda con su mano callosa. Mi madre le acaricia su cabeza y le da un beso, ella también me saluda cariñosa y sus ojos brillan en la luz del horizonte. Luego los dos se pierden en el camino amarillo de carne sonrosada y suave.

Amanece. Los pájaros suenan desesperados por vivir, sentirse amados o porque alguien agradezca su canto, vuelan de un lado a otro. Quisiera platicar con ellos, preguntarles el nombre o de donde son o a donde se dirigen, por qué tienen tanta prisa, son tan pequeños y tan hermosos y comprendo que para mí ya es tarde para conocer la naturaleza o tratar de comprenderla.

Silencio de nuevo. Ensordecedor silencio. El cuerpo gime y se retuerce por el dolor pero yo ya no lo siento, estoy aparte, separado, desunido, lo veo allí en su espacio de carne y hueso, consumiéndose, evaporándose poco a poco, tratando de vivir con el dolor, tratando de auto destruirse célula a célula, poro a poro, átomo a átomo, sangre, agua y cartílago peleando contra el oxígeno y los gérmenes, una batalla que nunca ganará.

La energía se consume a sí misma, el entorno se torna enemigo, esa región algún día fue su aliada y le dio al vida, ahora le juega rudo y sin piedad. Cada vez me alejo más y más y la perspectiva tiene un ángulo nunca visto, ahora mi percepción no es carnal ni tangible, dejo atrás lo que es de atrás, lo que pertenece atrás y ahora el horizonte es de una simetría extraordinaria y espectacular.

En mi camino los pájaros me dicen su nombre y su destino, nunca pensé que fueran tan corteses y educados.





Jaime Chavira Ornelas tiene licenciatura en manejo de negocios, varios cursos de manejo de almacenes, control de inventario, ventas, negociación y motivación, lingüística, control de emociones e inteligencia emocional, manejo de personal. Desde hace 30 años escribe poemas y relatos. Actualmente se dedica a la venta de automóviles y asiste a un taller literario. 

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