Leyendo Los días
que no duermen, de AEB
Por Luis Kimball
Veracruz es la entrada
de México. La garganta, le llamó Santana. El primer arribo de aquel español
morisco y el castellano a tierras continentales. En nada debe extrañar que los poetas
mexicanos, antes de la capital –de siquiera pisar Tabasco– se hayan dado ahí en
forma primigenia.
Algo me dio la
libertad al salir a la calle.
No será tan simple
como venir a presentar a un literato de esas tierras. Aquí se trata del libro
que escribe un poeta de ciudad Cuauhtémoc, nacido y crecido en la ciudad de
Córdova, Veracruz, junto al tintineo de su río, matizando las décimas tan
cercanas y lejanas de una generación que creció escuchando a Cream.
Todos mis hermanos
estaban trabajando,/ a mí me indicaron hacer los mandados.
Saludar a las señoras
oliendo a cilantro,/ oler el aroma dulzón de la carnicería;/ ver sobre el
tronco/ la carne roja aplanada
Poemas de lo
cotidiano, verso libre con sabor a copla (divide y subdivide estos patrones sin
usar los dedos):
y mirar las faldas de
las señoras:/ también olían a algo
El hombre aún joven
nos habla de su recuerdo, por lo cual no es la nostalgia del viejo, sino el
erotismo contemplativo, preparando un arsenal de recuerdos para la vejez.
Me daban su secreto/
me hacían ascender la avenida Tres/ con una tierna sonrisa/ presumiendo mi
camisa escolar
Aquél tierno poeta de
Cuauhtémoc ya iba por buen rumbo:
Seguí a esa señora,/
hasta la ribera del río San Antonio,/ Era el crepúsculo./ Me sentí totalmente
solo. Los nopos se estaban burlando:/ se estaban burlando de mí.
Siempre calculando la
ecuación de sus edades, para que entre lo pasado pasado y el destino, el
presente quede justo en medio del regalo: su poema:
Algo me dio la
libertad, cuando/ en silencio,/ cerré la puerta de ese día domingo./ (páginas 9 y 10; extractos del poema Calle Veinte).
El niño que porta con
cariño la camisa blanca brillante y bien planchada, porta en ello las culturas
de arribo; las ortodoxas de aquellas escuelas que sostenían el sistema inglés
de enseñanza en México, la pulcritud como hincapié moral del catolicismo –¿de
dónde sacaría usted una forma más mórbida o delicada?–
Las voces se escuchan
por encima del aire;/ es otoño, Paula y sus piernas doradas;/ son las voces
oscuras como hojas de árbol,/ duras como piedra del río, finas como el vuelo/
de un avión de papel (p. 11).
¿Ve usted cuanta flora
y cuanto río, pero al final la ligereza con que también vuela? ¿De dónde habrá
sacado esos oros que a todos nos movieron el piso? Entiendo si el nombre de
Paula suena pagano, pero no, recuerde usted a Santa Paula.
...la rubia sacaba
cubetas verde y rosa llenas de basura,/ Mi uniforme de primaria era hermoso. La
respuesta, entonces,/ fue ver sus pechos,/ robustos pechos.
¿Ve como checa la
enjundia revolucionaria? Me inquieta y, sin embargo, quiero seguir hablándoles
de este libro de una sola voz, floral, frutal y perfumada encima de una piedra:
Recuerdo a mi hermano
Juan/ contemplando el sexo de la rubia,/ Jugábamos canicas,/ mi hermano me
exigía ver/ cómo enjabonaba su sexo.../
Por alguna razón,/ las
puertas del patio estaban abiertas,/ Olor a tierra del patio... (p. 14).
Por nada va a quedar
esto en la belleza pastoril urbana. A este niño le tocó crecer y exhaló su
vaho, su voz, dentro del cuerpo de la mujer para madurarlo. Uno imagina rostros
cercanos esquivándose, trayendo todo ese calor frutal de la infancia. El río
querido ha tomado finalmente el rumbo y un hombre fuerte lo navega:
15 de julio en la sala
de tu casa,/ tú misma por vez primera,/ Respiro dentro de tu cuerpo blanco. Mi
vida crece en la tuya, (p. 45).
Firme, apuntando
fechas que despistan entre un estilo contemporáneo: este escritor construye sus
recuerdos sin escatimar ni abundar en materiales. En este poema nombra tres
veces lo blanco de ese cuerpo femenino, el color del cabello queda a elección
del lector, pero también nombra la sal –blanca– como cualidad de ella.
Y sí, está la estética
del poema contemporáneo, muy situada dentro de lo cotidiano, muy heredera de
esa primera persona tan natural al poema como a las narrativas mexicana (esa
literatura silenciosa de grandes párrafos en off, mientras el hombre aprieta la
mandíbula, decidiendo primero cruzar el río y matar después, o una mujer evalúa
todas las circunstancias que recaen entre lo que se espera de ella y lo que
puede verse de su comportamiento para siempre decidir por lo que debe hacer).
Mire:
Hoy es un día como
cualquier otro,/.../ Es el día que cobra venganza en el recuerdo./ Casi con
lujuria camino alrededor de tu casa,/ los botes de basura señalan el camino;/
es una delicia sacar del bolsillo los papelitos/ de las pastillas Halls...
¿Se fija usted cómo
encabalgó los celofancitos esos cuadrados de las pastillas Halls por pura
maldad ante nuestros mórbidos deseos de que hubiera un arma, como en el
bolsillo de El extranjero?
desde este momento,
tomo en serio la noche./ Solo me falta abrir el pequeño baúl de las
condecoraciones,/ a orillas de esta cama,...
(p. 73).
La voz literaria de
Andrés Espinosa Becerra cumple la calma armónica para solventar en el patrón
rítmico e ideario visual de las acciones, en mucho contemplativas, volviendo
una y otra vez a ese primer objeto de estética que es el gusto por la mujer
(tanto lo bello como el deseo se enseñan desde culturas que nos preceden, con
un cuerpo de mujer en la pizarra, no de un hombre –a hombres y mujeres):
Este día Bovary está
alicaída/ Gustav entre tanto come.
No querrá más política
después de esto:
Antes de quedar
dormido quisiera hablarte acerca de tres frases./ Eres tan alta tan frágil tan
cercana al beso (p. 60; Una madriguera).
Pero contando los
recuerdos personales del poeta, su puntualidad, nunca oficinesca, esquiva el
lugar común sin caer en excentricidad o exquisiteces, sino dotando del valor
moral a la voz, sabiendo, como pone en orden el poemario, que se viene de un
origen, que se es expatriado en una fecha, errabundo en las siguientes,
acopiado y acogido en una segunda cultura, la de quien brinda una manzana.
...quedas tú elevándote
despacio, tomando rumbo en la autopista de 35 pesos, y tu largo número
telefónico/ en alguno de mis libros. Solo me queda la rareza que Raúl menciona,
una calle llena de ceniza,/ con voz de mujer a las cinco de la mañana, (p. 53).
Esta poesía amorosa es
también una poética de la desambiguación: no aparece a lo largo de los cinco
episodios ni una duda de amor, ningún dilema, como encontrará en toda la poesía
romántica y en el largo y aún menguante romanticismo tardío, donde la mujer
aparece siempre idealizada. Las dudas son, si mucho, dónde estará su amada (que
a cualquiera le preocupa por la hora), qué recordará de él: extraña lo concreto.
En esta poesía, la mujer existe:
No es posible que tu
cuerpo le impida al aire/ pasar por tu cuerpo;/ no es posible dormir sin tocar
tus nalgas/.../solamente el sonido que aprieta adentro,/ y los grillos; y el
fino ritmo de la lluvia/ no llega en estúpidas metáforas,/ (p. 55).
Entre los moldes
masculinistas en que fuimos vertidos, Espinosa bebe en uno de los más generosos,
donde siempre está al lado de la mujer, no para aconsejar: acompaña y espera y
escupe bajo el árbol junto a la ventana, reposa en su jazz tan querido las
formas del amor:
un foco brilla en esa
casa./ Al frente sobresalen flores blancas/ con su aroma de cobijo./ Camino
pensando en el desconsuelo de Charlie Rouse;”
(p. 62).
Estos poemas también
heredan una copla como el tono suave del habla del cordobés veracruzano, la
jarana más reposada de su estado, en el que también habita una de las lenguas
más fuertes del español, la primera en la poesía del país que nombra las cosas
de menor importancia en una casa:
La ilusión vale lo que
cualquier juguete;/ es posible comprar un teléfono y esperarla/ sentados en
cualquier sala de espera/ sin que se nos exijan días de tortura/ o tener los
zapatos lustrosos (p. 76).
Me agrada ver que
agota su paciencia al llegar a estas líneas: ni modo que la espere por siempre,
que los dos se pondrán feos y ariscos.
Si aún piensa usted
que solo Veracruz es bello, recorra este poemario que ha florecido en la tierra
de la manzana (región de asientos menonita y, por décadas, la región más
productiva de México). Disfrute de sus versos –no sentirá el tiempo batirse en
ellos, sino apenas la melodía generosamente entregada al instrumento de viento
de la voz, esa del vaho–, dilatándose en la armonía de la vida con ese ancho
justo que da el pecho de lo vivo.
Sus apartados se
titulan amablemente: La infancia, La ciudad, El amor, La nostalgia, La amistad,
dando idea de su orden del mundo. Si los capítulos tuvieran nombres concretos,
quizá no le creeríamos;
un amor en cada
esquina...
eso solo hace
prestigio en las canciones. El poeta logra uniformidad, ni una vez monotonía.
Amé cómo va nombrando las cosas; solo faltan los nombres de las amadas, de la
amada, piensa uno, aunque esto ya solo ocurriría de ser una ficción realista.
Con Rubia, Morena o Blanca sigue la implacable tradición de no mancillar el
objeto amado en el cantar que han de oír otros ojos.
Léalo. Yo guardo mucho
respeto a este autor.
Les dejo con Clapton
en la mañana del sábado:
Clapton en la mañana
del sábado
Una imagen bella:/ dos
señoritas en su auto estacionado frente a mi casa.
Las dos solas/ forman
un universo;/ las dos han de platicar que lejano está el mundo.
Son las once de la
noche./ Ellas comparten una vida/ lejos de nosotros.
Dos mujeres bebiendo
cerveza dentro de un auto/ frente a mi casa,/ las once de la noche, los gatos
ya regresan/ Hasta que amanezca el sábado/ seguirá esta canción de Clapton. (P. 81).
Espinosa Becerra, Andrés:
Los días que no duermen. Ed. Aster, México, 2004.
Luis Kimball nació en Chihuahua en 1974. Vivió en Chihuahua, en Veracruz, en la ciudad de México, y ahora reside en Querétaro. Hizo estudios universitarios que no le satisficieron. Se interesa en el conocimiento y escribe desde joven, ha publicado en la revista Solar y en Manual del desierto. Es coautor del poemario Luna de hiel para tres, y autor de Puros de amor. Ha participado en la coordinación de espacios culturales y actualmente coordina el taller literario Escritura al día.
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