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El cuarto lienzo
Por José Alberto Díaz
I
En un bar limpio y bien
iluminado, tres alumnos de la facultad de artes plásticas discutían
trivialidades mientras tomaban cerveza. La descomunal ingesta de alcohol
provocó en Alonso una necesidad apremiante de ir al baño.
Tras orinar, contempló su rostro un
largo rato en el espejo, pensando en lo guapo que se veía; una premonición se
introdujo en su cabeza y decidió volver con los demás. Cuando regresó a su
lugar, Sergio y Laura cortaron tajantemente la plática. Alonso los miró
suspicaz y alternativamente al preguntarles de qué estaban hablando.
―De nada importante ―le respondieron, casi al unísono, mientras
intercambiaban una mirada de complicidad.
Alonso no se tragó el cuento, mas
no hizo hincapié en su desconfianza. Se puso a tomar como si nada hubiese
ocurrido.
II
En la clase de pintura, Sergio
trabajaba en una obra surrealista. Era el primer lienzo, de cuatro que
integrarían una saga. La saga de su vida. Se valía exclusivamente de dos
colores: blanco y negro. Daba forma a una figura simple y humanoide cuyo cuerpo
se dividía simétricamente por dos tonalidades opuestas; una máscara con ojos
como ranuras y con un signo grabado –como letra de un alfabeto ignoto– cubría
su rostro.
Acostado pecho tierra mientras
apoyaba la cabeza sobre sus brazos, el ser yacía contemplando un tablero de
ajedrez de cuarenta y nueve casillas. Solo había una figura de las dieciséis
que conforman el juego de guerra dentro del tablero, un peón que se ubicaba a
medio camino de coronarse; otro peón permanecía fuera de los escaques.
―¿Por qué el
tablero lleva menos de sesenta y cuatro casillas? ―inquirió Alonso a su amigo.
―Como devoto católico, puse cuarenta y nueve cuadros en
honor a los siete sacramentos de mi religión. ¿Captas? Siete por siete,
cuarenta y nueve.
―¡Eres un pinche gran matemático! ―respondió Alonso con sarcasmo. ―¿Qué con esa figura?
―Representa mi alma. El tablero, mi entorno.
―¿Y los peones?
―El que está dentro del tablero, simboliza a una persona
que me interesa cada vez más; el otro, justamente lo contrario.
Alonso dejó de indagar, al ver que su
compañero, más concentrado que él, continuaba añadiendo trazos a su obra.
III
El segundo lienzo estaba a punto de ser
concluido. La figura enmascarada seguía frente al tablero, sujetando en cada
mano a las piezas de las torres, que tragaban a su vez a peones insignificantes.
―Suelta la sopa ―exhortó Alonso
a su compañero, mientras señalaba el cuadro.
―Esos peones representan a unos viejos
amigos que fueron devorados por la religión.
―¡No chingues! ¿Sacerdotes antropófagos?
―Claro que no. Yo influencié a ciertos
amigos a transitar la senda de mi culto. Estudiaron en el seminario, se
volvieron curas y dejé de ser frecuentado por ellos.
IV
La tercera obra de arte de la saga de
Sergio era muy diferente a las anteriores. En una habitación de tonos
grisáceos, había un pequeño sofá en el que se reclinaba un bello instrumento de
cuerda, un violonchelo. En el centro de la recámara, una esfera no muy grande
contenía el tablero de ajedrez. De pie, yacían dos piezas bajo la esfera: el
rey y la reina. Arriba de la esfera, rematando la habitación, la figura enmascarada.
―¿De qué se trata esto? ―cuestionó
Alonso a Sergio.
―La esfera es mi propio mundo, en el que
solo cabía junto a mi novia. Puse el violonchelo porque era su instrumento
favorito. Duramos juntos mucho tiempo; pero nuestra relación terminó
abruptamente.
―¿Qué sucedió?
―Luego te platico ―respondió,
mientras continuaba dando pincelazos.
V
Jaime, un estudiante más de la facultad
de artes plásticas, conversaba con Alonso en un bar no muy limpio ni bien
iluminado. Tenía años de ser vecino de Sergio. Vivían en la colonia menos
poblada de la ciudad.
―No me gustan sus obras, son tan planas ―confesó Jaime.
―Ni a mí, pero el tema me parece
interesante. ¿Sabes de lo que se trata el tercer lienzo? ―inquirió Alonso.
―¡Cómo no voy a saberlo! ¡Pinche Sergio!
Estaba a punto de casarse con su novia. De hecho, cada quincena le daba dinero
para que fuera comprando los menesteres del hogar. ¿Y qué crees? Mira, no es
que sea chismoso, pero a una semana de la boda, la vieja utilizó el dinero de
mi vecinito para largarse con otro hombre a Estados Unidos. Sí, allá se casó
con él. Desde que se enteró de la infidelidad de su vieja, Sergio le dio duro
al alcohol, todos los días, hasta que su madrecita lo metió a un centro de
rehabilitación.
―¡Qué poca madre! Eso no lo sabía.
―¡Pues haz de
cuenta que no sabes nada! Chitón, hermanito, chitón, porque si le dices a
Sergio que yo te conté esto, ¡te voy a dar la putiza de tu vida!
VI
Con la pistola de su padre, Alonso jugaba al tiro al
blanco, solitario, en un rancho de su propiedad. No sabía qué pintar. Las
botellas fragmentadas en mil pedazos por el impacto de las balas no eran una
buena fuente de inspiración.
Meditabundo en su casa, Sergio tampoco sabía qué hacer
para culminar la saga de su vida. Un peón que avanzaba poco a poco en su
tablero para coronarse consumía cada uno de sus pensamientos. Un dilema moral
complicaba su existencia.
VII
En la clase de pintura, Alonso contemplaba,
consternado, su lienzo vacío. Laura no había asistido a la escuela y, para
colmo de males, tampoco respondía sus llamadas. Asimismo, Sergio había faltado.
Jaime se arrimó junto a Alonso. Su rostro reflejaba incomodidad y pena cuando
usó la palabra:
―Mira, no es que
sea chismoso, pero antes de venir a la escuela vi a tu novia visitando a Sergio
y saludarlo muy cariñosa. Se metieron abrazados a su casa. ¿A poco ya no andas
con ella?
Un dolor atravesó el pecho de Alonso antes de afirmar que
aún era la pareja de Laura. Con el rostro desencajado, lentamente se incorporó
de su banca para salir del salón.
VIII
Alonso conducía a toda velocidad rumbo a la casa de
Sergio. Le faltaban dos o tres cuadras para llegar, cuando vio a su novia pasar
junto a él.
Intercambiaron la mirada en aquel breve encuentro; la
de ella, sorprendida; la de él, colérica. Ninguno detuvo su automóvil.
Alonso aporreó implacable la puerta de Sergio, quien,
al abrirla, reflejó la misma expresión de Laura al ser descubierta por el
supuesto amor de su vida. Estaba despeinado, fumando un cigarrillo. No supo qué
decir.
―Jaque mate ―sentenció Alonso, antes de dispararle en la frente.
IX
Taciturno y satisfecho, Alonso se encerró en su
habitación para terminar la saga de su otrora buen amigo. Pintó un tablero de
ajedrez con cuarenta y nueve casillas; encima de este, abatida, yacía la figura
del rey.
José Alberto Díaz es licenciado en informática. Actualmente organiza el Encuentro de Escritores Letras de Occidente. Su obra aparece publicada en diversas revistas, medios impresos locales y publicaciones colectivas, como Revista de Literatura, lengua y cultura Ariwá, El heraldo Noroeste, y en la antología Cuentos para recuperar la cordura. Es autor del libro de cuentos Carta astral para escéptico, Editorial Solar, 2017. Tiene una novela en proceso de traducción al inglés, La copa de nada. En 2020 ganó el Premio Nacional José Revueltas.
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