sábado, 12 de diciembre de 2020

José Alberto Díaz. El cuarto lienzo

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El cuarto lienzo

 

 

Por José Alberto Díaz

 

 

I

En un bar limpio y bien iluminado, tres alumnos de la facultad de artes plásticas discutían trivialidades mientras tomaban cerveza. La descomunal ingesta de alcohol provocó en Alonso una necesidad apremiante de ir al baño.

Tras orinar, contempló su rostro un largo rato en el espejo, pensando en lo guapo que se veía; una premonición se introdujo en su cabeza y decidió volver con los demás. Cuando regresó a su lugar, Sergio y Laura cortaron tajantemente la plática. Alonso los miró suspicaz y alternativamente al preguntarles de qué estaban hablando.    

De nada importante le respondieron, casi al unísono, mientras intercambiaban una mirada de complicidad.

Alonso no se tragó el cuento, mas no hizo hincapié en su desconfianza. Se puso a tomar como si nada hubiese ocurrido.

 

 

II

En la clase de pintura, Sergio trabajaba en una obra surrealista. Era el primer lienzo, de cuatro que integrarían una saga. La saga de su vida. Se valía exclusivamente de dos colores: blanco y negro. Daba forma a una figura simple y humanoide cuyo cuerpo se dividía simétricamente por dos tonalidades opuestas; una máscara con ojos como ranuras y con un signo grabado –como letra de un alfabeto ignoto– cubría su rostro.

Acostado pecho tierra mientras apoyaba la cabeza sobre sus brazos, el ser yacía contemplando un tablero de ajedrez de cuarenta y nueve casillas. Solo había una figura de las dieciséis que conforman el juego de guerra dentro del tablero, un peón que se ubicaba a medio camino de coronarse; otro peón permanecía fuera de los escaques.

¿Por qué el tablero lleva menos de sesenta y cuatro casillas? inquirió Alonso a su amigo.

Como devoto católico, puse cuarenta y nueve cuadros en honor a los siete sacramentos de mi religión. ¿Captas? Siete por siete, cuarenta y nueve.

¡Eres un pinche gran matemático! respondió Alonso con sarcasmo. ¿Qué con esa figura?

Representa mi alma. El tablero, mi entorno.

¿Y los peones?

El que está dentro del tablero, simboliza a una persona que me interesa cada vez más; el otro, justamente lo contrario.

Alonso dejó de indagar, al ver que su compañero, más concentrado que él, continuaba añadiendo trazos a su obra.

 

 

III

El segundo lienzo estaba a punto de ser concluido. La figura enmascarada seguía frente al tablero, sujetando en cada mano a las piezas de las torres, que tragaban a su vez a peones insignificantes.

Suelta la sopa exhortó Alonso a su compañero, mientras señalaba el cuadro.

Esos peones representan a unos viejos amigos que fueron devorados por la religión.

¡No chingues! ¿Sacerdotes antropófagos?

Claro que no. Yo influencié a ciertos amigos a transitar la senda de mi culto. Estudiaron en el seminario, se volvieron curas y dejé de ser frecuentado por ellos.

 

IV

La tercera obra de arte de la saga de Sergio era muy diferente a las anteriores. En una habitación de tonos grisáceos, había un pequeño sofá en el que se reclinaba un bello instrumento de cuerda, un violonchelo. En el centro de la recámara, una esfera no muy grande contenía el tablero de ajedrez. De pie, yacían dos piezas bajo la esfera: el rey y la reina. Arriba de la esfera, rematando la habitación, la figura enmascarada.

¿De qué se trata esto? cuestionó Alonso a Sergio.

La esfera es mi propio mundo, en el que solo cabía junto a mi novia. Puse el violonchelo porque era su instrumento favorito. Duramos juntos mucho tiempo; pero nuestra relación terminó abruptamente.

¿Qué sucedió?

Luego te platico respondió, mientras continuaba dando pincelazos.

 

V

Jaime, un estudiante más de la facultad de artes plásticas, conversaba con Alonso en un bar no muy limpio ni bien iluminado. Tenía años de ser vecino de Sergio. Vivían en la colonia menos poblada de la ciudad.

No me gustan sus obras, son tan planas confesó Jaime.

Ni a mí, pero el tema me parece interesante. ¿Sabes de lo que se trata el tercer lienzo? ―inquirió Alonso.

¡Cómo no voy a saberlo! ¡Pinche Sergio! Estaba a punto de casarse con su novia. De hecho, cada quincena le daba dinero para que fuera comprando los menesteres del hogar. ¿Y qué crees? Mira, no es que sea chismoso, pero a una semana de la boda, la vieja utilizó el dinero de mi vecinito para largarse con otro hombre a Estados Unidos. Sí, allá se casó con él. Desde que se enteró de la infidelidad de su vieja, Sergio le dio duro al alcohol, todos los días, hasta que su madrecita lo metió a un centro de rehabilitación.

¡Qué poca madre! Eso no lo sabía.

¡Pues haz de cuenta que no sabes nada! Chitón, hermanito, chitón, porque si le dices a Sergio que yo te conté esto, ¡te voy a dar la putiza de tu vida!

 

VI

Con la pistola de su padre, Alonso jugaba al tiro al blanco, solitario, en un rancho de su propiedad. No sabía qué pintar. Las botellas fragmentadas en mil pedazos por el impacto de las balas no eran una buena fuente de inspiración.

Meditabundo en su casa, Sergio tampoco sabía qué hacer para culminar la saga de su vida. Un peón que avanzaba poco a poco en su tablero para coronarse consumía cada uno de sus pensamientos. Un dilema moral complicaba su existencia.

 

 

VII

En la clase de pintura, Alonso contemplaba, consternado, su lienzo vacío. Laura no había asistido a la escuela y, para colmo de males, tampoco respondía sus llamadas. Asimismo, Sergio había faltado. Jaime se arrimó junto a Alonso. Su rostro reflejaba incomodidad y pena cuando usó la palabra:

Mira, no es que sea chismoso, pero antes de venir a la escuela vi a tu novia visitando a Sergio y saludarlo muy cariñosa. Se metieron abrazados a su casa. ¿A poco ya no andas con ella?

Un dolor atravesó el pecho de Alonso antes de afirmar que aún era la pareja de Laura. Con el rostro desencajado, lentamente se incorporó de su banca para salir del salón.

 

 

VIII

Alonso conducía a toda velocidad rumbo a la casa de Sergio. Le faltaban dos o tres cuadras para llegar, cuando vio a su novia pasar junto a él.

Intercambiaron la mirada en aquel breve encuentro; la de ella, sorprendida; la de él, colérica. Ninguno detuvo su automóvil.

Alonso aporreó implacable la puerta de Sergio, quien, al abrirla, reflejó la misma expresión de Laura al ser descubierta por el supuesto amor de su vida. Estaba despeinado, fumando un cigarrillo. No supo qué decir.

Jaque mate sentenció Alonso, antes de dispararle en la frente.

 

 

IX

Taciturno y satisfecho, Alonso se encerró en su habitación para terminar la saga de su otrora buen amigo. Pintó un tablero de ajedrez con cuarenta y nueve casillas; encima de este, abatida, yacía la figura del rey.

 

 







José Alberto Díaz es licenciado en informática. Actualmente organiza el Encuentro de Escritores Letras de Occidente. Su obra aparece publicada en diversas revistas, medios impresos locales y publicaciones colectivas, como Revista de Literatura, lengua y cultura Ariwá, El heraldo Noroeste, y en la antología Cuentos para recuperar la cordura. Es autor del libro de cuentos Carta astral para escéptico, Editorial Solar, 2017. Tiene una novela en proceso de traducción al inglés, La copa de nada. En 2020 ganó el Premio Nacional José Revueltas.

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