lunes, 28 de diciembre de 2020

José Manuel García-García. Y el humilde fragmento se refugió en la casa de los aforismos

lunes de JMGG

Y el humilde fragmento se refugió

en la casa de los aforismos

 

 

Por José Manuel García-García

 

 

I

José Ramón González, Pensar por lo breve. Aforística española de entresiglos. Antología, 1980-2012 (2013). Hasta la fecha, la mejor antología española de aforismos.

Pocas veces una compilación reúne tantos aciertos como en este caso: hay una extensa y bien informada teorización del tema, una bibliografía completa y una selección de aforistas / aforismos de gran calidad literaria.

 

II

González da una detallada historia de la evolución editorial del género: de 1980 a 1989 hubo 9 libros de aforismos, de 1990 a 1999 hubo 26 libros, y del 2000 al 2012 se publicaron 88 libros de ese breve género.

Las casas editoriales como Lumen y Tusquets se interesaron y surgieron colecciones como Edhasa y A la mínima (editorial Renacimiento), Cuadernos del vigía, Pre-texos y Biblioteca Nueva. Amén del interés de revistas como Quimera y la atención de la prensa nacional al tema.

España, concluye González, está viviendo el Renacimiento del aforismo.

 

III

¿Qué es un aforismo? González responde (y concuerda con Neila): el aforismo está “anclado en un territorio fronterizo entre la literatura y la filosofía, entre la prosa de pensamiento y la poesía” en él confluyen “diferentes fórmulas sentenciosas de tradición oral y escrita”.

Retoma las ideas de Roukhomovsky: el aforismo es una forma breve, un género literario autónomo, con su propia evolución histórica. Es una rama de la paremia; contrasta con el refrán popular anónimo y la máxima profesional, de autor.

Anota una breve evolución histórica del aforismo: tiene dos antecedentes:

(a) La fase mnemotécnica que resume breves observaciones y deducciones (a la manera hipocrática), es decir, la máxima, que es herramienta, “regla, principio o proposición generalmente admitida por quienes profesan una facultad o ciencia”.

(b) La frase de contenido moralizante, el apotegma, la frase ética, el dictado de la buena conducta, el tono normativo (La Rochefoucauld, etc.).

La máxima clásica tiene un sentido descriptivo-prescriptivo, habla de “verdades universales e intemporales, cuya validez es independiente de la voz que las formula”, lo que Roukhomovsky llama frase “transpersonal”.

Para Marie-Paule Berranger: la máxima es “una afirmación de autoridad. Se enuncia en tono perentorio. Plantea verdades, no las propone para su discusión. Menos aún trata de demostrarlas”.

Hay “una dictadura del espíritu” que “generaliza lo particular”. [Algo similar ocurre con el apotegma moral, pero este se sostiene por la autoridad (profesionalmente) ética, experimentada, ensimismada en su purismo (moralistas religiosos y comentaristas político-sociales).

Tanto la máxima como el apotegma utilizan la jerga encrática de la profesión, de la aristocracia la dictadura de los mejores que no dialoga: dicta].

De la máxima y el apotegma emerge el estilo Lichtenberg, la frase subjetiva que enuncia paradojas y opiniones. [Lichtenberg es para el aforismo lo que Montaigne es para el ensayo].

 

IV

El aforista moderno, dice González, renuncia a la impersonalidad y a la intemporalidad, y citando a Roukhomovsky, señala: “se ofrece ante el lector como la palabra de un sujeto singular”, como en los diarios de Lichtenberg, donde “el yo” emerge, y como señala Werner Helmich, con ese yo aparecen las dudas, los consejos, las confesiones, las preguntas y opiniones individuales, las observaciones extravagantes y los experimentos mentales. [Aparecen las opiniones ambiguas, contradictorias y sobre todo: se inserta en el aforismo la conciencia de la ficcionalidad literaria].

Helmich anota algunas características del aforismo moderno:

el fragmentarismo,

la escritura lúdica con observaciones “poéticas” [curiosamente, Helmich cree que la poesía no pertenece al campo de la ficción],

las percepciones espontáneas.

Son pues “verdades parciales y provisionales, propias de un autor y de un momento y una circunstancia concreta”. O como dice Roukhomovsky, los aforistas utilizarán una “enunciación formulística”, “condensada, concentrada, escueta, precisa y breve”, y “una escritura fragmentaria: pensamiento plural, intermitente, vagabundo, abierto” para expresar su visión personal del mundo.

 

V

González traza la evolución del fragmento literario (tan importante para entender al aforismo):

[a] Existe el fragmento clásico, que es una “perspectiva proyectiva” hacia dos tiempos: por una parte, señala “hacia un pasado y hacia una totalidad ya ausente”, y por otro, apunta hacia un plan, una futuridad, es el “esbozo, boceto, proyecto de una obra inconclusa”.

El fragmento no es estático, en un devenir funcional en el que se “somete una totalidad a un proceso de escisión y ruptura, cuyo resultado será un conjunto de fragmentos” y recontextualización. Y

[b]: existe también el fragmento de la aforística moderna, en la que hay una “sucesión de piezas independientes y autónomas separadas por espacios en blanco” que “no aspiran a la totalidad ni la implican”.

En la aforística moderna “no hay una integridad ideal que gobierne” el proceso de creación, la imagen del “rompecabezas” sale sobrando, solo es importante “apresar una sucesión en proceso”.

Las frases sentenciosas “se convierten en evidencias frágiles y efímeras”. [Serían las partes de un todo fraccionadas].

Para Varo, Groarke y otros autores, el fragmento, como el aforismo, debe producir una súbita iluminación, que “genera un excedente de sentido y desvela un aspecto inédito de lo real”.

González habla de una “epifanía” que nos da una línea o “vector de sentido existencial”. [En otras palabras: el fragmento aforístico, como el minimalismo literario, insinúa una línea de pensamiento; el lector debe determinar cuál será ese derrotero, qué añadidos hará a la alusión reflexiva abreviada o intencionalmente mutilada, a la manera Ciroan. No pocas veces asistimos a la fusión del fragmento y el aforismo].

 

VI

González utiliza cierta jerga posmoderna para hablar del aforismo como una “expresión del pensamiento nómada o trashumante, o de un pensamiento fluido, líquido, no acumulativo”, “el pensamiento que se esfuerza en escenificar su propio proceso”.

Lo hace para establecer la diferencia entre el aforismo tradicional y el aforismo contemporáneo: “si el pensador tradicional acota un territorio, impone sus normas, traza mapas, edifica y distribuye títulos de propiedad, el aforista [¿posmoderno?] funda en cada instante y es un ser sin memoria constructiva o arquitectónica para quien solo cuenta el momento de la revelación, el descubrimiento que trata de apresar con palabras”.

Es lo que Groarke llama el “salto comprensivo” que es “intuición, comprensión, intelección o visión”, una “reacción directa de la mente ante la vida” [¿el buen vivir predicado por la Ética tradicional?], “un tipo de mecanismo cognitivo alternativo” al pensamiento metódico, continuo, que se basa en la acumulación de argumentos.

Para Goarke, el aforista actual “precipita, condensa, una proposición adecuada y una correcta economía expresiva”, “así como la poesía visita al poeta, los aforismos visitan al aforista”.

 

VII

El aforismo, reflexiona González, es la “suma de un instante” personal, se aproximan a la autobiografía y a la escritura diarística, al diario íntimo. Es así, una “enunciación lírica”.

Y agrega: “las prácticas del aforismo contemporáneo revelan una visión muy actual del yo, como una entidad relacional, inestable y en última instancia inasible”. Es “una conciencia en proceso, que se nos revela en su actuación”, “sin perder su naturaleza temporal”. [Estas palabras nos recuerdan a las características del ensayo a la manera Montaigne: un acto performativo del yo fragmentado].

 

VIII

El autor cita otras perspectivas para darle una suma de características funcionales al aforismo:

(a) Helmich dice: el aforismo es “una forma literaria en prosa, concisa, aislada de un contexto, privada de ficción narrativa [aunque le otorga “visiones poéticas”, es decir, ficcionales] y provista de pointe, esto es, de un efecto estilístico destinado a producir en el lector una sorpresa estética o gnoseológica”. [Helmich creerá, sin embargo, que la forma prosística, el pointe y la narratividad son solo características electivas”].

(b) Ana Bundgaard señala: el aforismo es una “unidad inseparable”, con uso de palabras precisas para “alcanzar un efecto sugestivo”, es el “súbito descubrimiento de algo insólito que invita a la reflexión a la vez que produce fruición estética”, tiene “pretensión de verdad, paradójico e irónico”.

(c) Kurt Spang dice: la aforística utiliza los mismos recursos retóricos de la poesía: “los poetas aforísticos tienen cierta predilección por la palabra polifacética, la formulación connotativa, la metáfora sugestiva, la antítesis, la paradoja, el quiasmo”.

[El aforismo es (entonces) literatura: tiene estrategias retóricas, incluso voces ficcionales propias el “yo” poético, es un corpus estético con un mensaje agnitivo].

 

IX

González enfatiza la característica autónoma del aforismo, lo que en términos mereológicos sería un holón, es decir, una “unidad autónoma y a la vez dependiente”, recordemos que el holón es “simultáneamente totalidad y parte” (cf. A. Koestler, The Ghost in the Machine).

El aforismo (como el fragmento) es un devenir cíclico: de pieza integrada a un contexto primordial, pasará a ser una pieza mutilada o descontextualizada, y luego, será integrada a un nuevo contexto (recontextualización): pasará de ser construcción, a deconstrucción y luego a reconstrucción contextual. O como diría González y Roukhomovsky: “el aforismo se presenta, pues, como un enunciado autosuficiente, coherente y autónomo (posee autonomía gramatical y autonomía referencial, lo que supone que puede ser leído como forma exenta)”. Pero, paradójicamente, siempre en búsqueda de -nuevos- contextos.

 

X

González vuelve a retoma las ideas de Roukhomovsky para afirmar que el aforismo procede como una “fórmula sintáctica cerrada” que permite “una máxima expansión semántica empleando un mínimo de palabras posibles”, es minimalista, pues utiliza la “máxima condensación verbal (sintáctica y léxica), la máxima apertura semántica, la máxima capacidad expansiva y proyectiva”, esto para lograr un mayor impacto epifánico en el lector: “el rigor, la concisión, la rotundidad, la capacidad de sugerir nuevos sentidos, la tensión y la intensidad”, su “economía formal aspira a sorprender”, “aspira a ser singularmente memorable, lo mismo que un poema”.

También cita a Manuel Neila que propone el “carácter fronterizo del aforismo”, es liminal, pues, por un lado, ofrece una propuesta filosófica y, por el otro, una propuesta poética: “su carácter sapiencial [lo] acerca al discurso filosófico” y la “subjetivación y la fragmentación del pensamiento” lo hace “esencialmente poético”.

Neila coincide con Helmich que habla de aforismos “metafóricos” y “aforismos conceptuales”.

 

XI

Posibilidades:

(a) El aforismo actual es un género “híbrido” (que incluye alternativamente diversos géneros y fórmulas: la máxima, el apotegma, el ensayo, la sapiencia reflexiva).

(b) Es un género liminal (donde existe una tensión dialéctica entre la reflexión y la emoción, entre la filosofía y la poesía).

(c) El aforismo es (principalmente) brevedad (formato de menos de 12 palabras), momento fugaz (literatura de menos 30 segundos), mensaje agnitivo (de impacto trascendental).

(d) Es una esfera cerrada (mónada).

(e) Es una esfera abierta (fragmento o segmento).

(f) Es una esfera mereológica (holón) a manera de mensaje y link a otros mensajes de trascendencia epifánica.

(g) Es una esfera mereológica encontrada en un texto extenso (inserciones) o en una antología aforística (selecciones).

 

XI

Pensar por lo breve es un libro de riquezas extraordinarias, la Introducción es para los iniciados un ramillete de reflexiones: el aforismo (bien construido) será artefacto de lo sublime extraordinario, paradigma contra los mitos de lo cotidiano.

El aforismo es (sobre todo) la espora que ilumina el pensamiento.

 






José Manuel García-García es autor de muchos libros, la mayoría de ellos publicados, entre ellos estos: Estados de asombro. Entre aforismos y micropoemas (2016), GUARDA-QUIMƎRAS (2016), Microagniciones (2015), Piezas para un poemario (2014), El libro de las islas perdidas (2012) Guardamemorias (2005), Literatura juarense (Inicios de modernidad) 2017, Literatura juarense (Escenas de guerra) 2017, La obra de Jesús Gardea. Hacia una mereología estética (2017) y Ciudad Juárez, versiones de una Toma, 1911 (2011)Fue coordinador del Taller Literario del Museo de Arte (INBA, 2000-2007) y lo es del Taller Literario Pizca a las 6:30, Las Cruces, desde 2011. Ha sido editor de una veintena de libros de diversos autores, de Armario (suplemento cultural de Semanario, ciudad Juárez, 2000-2007), de las revistas Noesis (UACJ) y Arenas Blancas (NMSU). jmgarcia@nmsu.edu

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