domingo, 27 de diciembre de 2020

Jesús Manuel Camúñez. Velador


 

Velador

 

Por Jesús Manuel Camúñez

 

Un personaje singular. La mayoría de las veces son abuelos colmados de conocimiento; no son tomados en cuenta por eso, sino por el servicio que prestan. Es una suerte ser velador, se goza del privilegio de conocer el movimiento estelar, ver estrellas fugaces y meteoritos, cómo se encienden al contacto con la atmosfera terrestre. Fascinante ver la constelación del arquero apuntando su flecha a las cabrillas, o voltear al norte y mirar la osa mayor persiguiendo a capricornio alrededor de la estrella polar.

Es maravilloso escuchar en el ocaso los ruidos de los dueños de la noche, que en la obscuridad forman una red de comunicación en sintonía y secuencia perfecta. Ruido ensordecedor, atemorizante en la soledad; viene de una y de todas partes.

Si logras serenarte y prestas atención a tu entorno, conocerás lo maravilloso de la vida nocturna me dijo mi abuelo cuando yo era un niño y me había llevado tremendo susto un día que un hermano de mi papá, que se decía mago, y como yo le decía, que nomás nos hacía majes, de magia no sabía nada, me agarro tirria.

 

*

 

En cierta ocasión, que andaba entrado en tragos, mi tío Socorro llegó a la casa y me dijo delante de mis hermanos y primos.

Así que nomás los hago majes, pos ahorita verás.

Saco su botellita y se tomó un trago.

Era septiembre y estábamos cociendo elotes en un balde de lámina, ya les faltaba poquito para quitarlos del fuego.

Toma estos cinco pesos y vas a traer unos cigarros para tu mamá a la tienda del cuate siguió diciendo con su voz aguardentosay para que veas que sí hago magia, cuando vengas de regreso se te va aparecer el diablo  cuernudo termino diciendo, y se fue a la cocina donde mi madre hacia tortillas.

Mi hermana la más grande se acercó y me dijo:

Si quieres, te acompaño. Pero no le hagas caso a mi tío Socorro, es bien mentiroso.

Yo sabía que el ofrecimiento de acompañarme era nomás de apoyo, si aceptaba, buscaría la forma de evadirse.

No, gracias le dije yo no tengo miedo de nada.

Me fui brinca y brinca por la rodada que dejaba la troca del tío Monserrat. Él vivía más abajo, y pasaba la troca por la orilla del maizal. La tienda del cuate quedaba como a seiscientos metros de distancia. Compré los cigarros y, cuando salí de la tienda, ya había oscurecido. Empecé a caminar lo más rápido posible, pase por la casa de mi tío Monserrat y nadie estaba afuera, de ahí en adelante era lo difícil: por un lado el maíz, y por el otro el arroyo, todo lleno de encinos, pinos, alamillos y demás bosque.

Empecé a sentir miedo. Cómo no le dije a Bertha que me  acompañara, en fin ella lo que quería era ver aunque fuera de lejos a José, su novio, aunque si se daba cuenta mi mamá la desgreña.

Pero ya ni modo, me fui caminando por el centro de las rodadas de la troca, echando miradas rápidas al maizal y al arroyo al mismo tiempo, temiendo que el tío mago hubiera hecho un trato con el diablo para que viniera y se me apareciera ahorita mismo, no sabía por dónde.

Ya se miraba cerca la casa, como a cincuenta metros, casi veía el partidero. Sentí un pequeño alivio, pensé que ya había triunfado, cuando de repente escuche el ruido que hace el maíz al abrirse para los lados cuando pasa algo. Voltié automáticamente y sentí cómo subía por mi columna un cosquilleo, mi cuerpo se paralizo, esperando ver lo que aparecería de un momento a otro. Pensaba muchas cosas y no podía moverme, un vientecito helado, que venía no sé de dónde, recorría mi cuerpo y me ponía la piel de gallina, sentía los latidos del corazón como golpes de tambor gigante. Quise gritar y no pude, mi boca estaba abierta pero sin voz, los ojos querían perforar el maizal y saber de una vez por todas que había allí.

Entonces se abrieron las matas y aparecieron unos enormes cuernos, unos ojos descomunales; de las fosas nasales y del hocico parecía que lanzaba fuego del infierno. Fue entonces que se destrabaron las cuerdas vocales y lance un grito pavoroso que se escuchó por toda la ranchería.

Aquella cabeza infernal desapareció y a mí me encontraron engarrotado por el susto, así fue como me hallaron mi mamá y todo el resto de la familia.

Mi tío Socorro me tomó en brazos y me llevo a la cocina y mi mamá me dio agua con polvo de coral para el susto y para destrabarme la voz. Después no podían parar mis berridos, pues el susto fue tremendo.

Cuando mi padre llego del trabajo, yo todavía estaba haciendo pucheros. Mi mamá le platico lo que había sucedido y, muy enojado con Socorro, se metió al maizal y saco al diablo.

Era un torete colorado retinto con mucha hambre.

No me podían convencer, hasta que el abuelo me llevo a verlo de cerca y tuve que sacarme el miedo.

Después el abuelo me estuvo enseñando el mundo que se vive de noche, me enseñó a disfrutarlo y respetarlo.

Porque algún día, cuando estés viejo como yo, puedes elegir ser velador, y convivir en armonía con los amos de la noche.

Hoy en día, tengo el privilegio de admirar las maravillas nocturnas, mientras todos descansan. Soy un velador muy feliz.

 





Jesús Manuel Camúñez Ochoa nació el 8 septiembre 1955 en Cahuizore, Municipio de Ocampo, Chihuahua. Estuidió en la Escuela Secundaria Abraham González, en Saláices, Chihuahua. Participó como cuentero en el Encuentro Internacional de Cuenta Cuentos en Guadalajara, en 1989, en la Tercera Feria Internacional del Libro de Guadalajara, FIL. Participó en Yucatán en 1990 como cuentero en el Segundo Encuentro de Asnacc (Asociación Nacional de Cuenta Cuentos), en el Aniversario de la Fundación de la Ciudad de Mérida, Yucatán. Se dedica a dar conferencias y espectáculos de Cuentero en Valle de Allende Chihuahua, donde actualmente radica. Como cuentista, ha publicado relatos y cuentos en la revista literaria Azar y en los suplementos Letras al margen, de El Heraldo de Chihuahua y en Aura y ProLogos, del periódico Novedades de Chihuahua.

1 comentario:

  1. Me encantó este cuento, fue recordar a mis tíos, e imaginar esos momentos, gracias por tan bellos recuerdos

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