Velador
Por Jesús Manuel Camúñez
Un personaje singular.
La mayoría de las veces son abuelos colmados de conocimiento; no son tomados en
cuenta por eso, sino por el servicio que prestan. Es una suerte ser velador, se
goza del privilegio de conocer el movimiento estelar, ver estrellas fugaces y
meteoritos, cómo se encienden al contacto con la atmosfera terrestre. Fascinante
ver la constelación del arquero apuntando su flecha a las cabrillas, o voltear
al norte y mirar la osa mayor persiguiendo a capricornio alrededor de la
estrella polar.
Es maravilloso
escuchar en el ocaso los ruidos de los dueños de la noche, que en la obscuridad
forman una red de comunicación en sintonía y secuencia perfecta. Ruido
ensordecedor, atemorizante en la soledad; viene de una y de todas partes.
―Si logras serenarte y prestas atención a tu
entorno, conocerás lo maravilloso de la vida nocturna ―me dijo mi abuelo
cuando yo era un niño y me había llevado tremendo susto un día que un hermano
de mi papá, que se decía mago, y como yo le decía, que nomás nos hacía majes, de
magia no sabía nada, me agarro tirria.
*
En cierta ocasión,
que andaba entrado en tragos, mi tío Socorro llegó a la casa y me dijo delante
de mis hermanos y primos.
―Así que nomás los hago majes, pos ahorita verás.
Saco su botellita y
se tomó un trago.
Era septiembre y
estábamos cociendo elotes en un balde de lámina, ya les faltaba poquito para
quitarlos del fuego.
―Toma estos cinco pesos y vas a traer unos
cigarros para tu mamá a la tienda del cuate ―siguió diciendo con
su voz aguardentosa― y para que veas que sí
hago magia, cuando vengas de regreso se te va aparecer el diablo cuernudo ―termino diciendo, y
se fue a la cocina donde mi madre hacia tortillas.
Mi hermana la más
grande se acercó y me dijo:
―Si quieres, te acompaño. Pero no le hagas
caso a mi tío Socorro, es bien mentiroso.
Yo sabía que el
ofrecimiento de acompañarme era nomás de apoyo, si aceptaba, buscaría la forma
de evadirse.
―No, gracias ―le dije― yo no tengo miedo de
nada.
Me fui brinca y
brinca por la rodada que dejaba la troca del tío Monserrat. Él vivía más abajo,
y pasaba la troca por la orilla del maizal. La tienda del cuate quedaba como a
seiscientos metros de distancia. Compré los cigarros y, cuando salí de la
tienda, ya había oscurecido. Empecé a caminar lo más rápido posible, pase por
la casa de mi tío Monserrat y nadie estaba afuera, de ahí en adelante era lo difícil:
por un lado el maíz, y por el otro el arroyo, todo lleno de encinos, pinos,
alamillos y demás bosque.
Empecé a sentir miedo.
Cómo no le dije a Bertha que me acompañara, en fin ella lo que quería era ver
aunque fuera de lejos a José, su novio, aunque si se daba cuenta mi mamá la desgreña.
Pero ya ni modo, me
fui caminando por el centro de las rodadas de la troca, echando miradas rápidas
al maizal y al arroyo al mismo tiempo, temiendo que el tío mago hubiera hecho
un trato con el diablo para que viniera y se me apareciera ahorita mismo, no sabía
por dónde.
Ya se miraba cerca la
casa, como a cincuenta metros, casi veía el partidero. Sentí un pequeño alivio,
pensé que ya había triunfado, cuando de repente escuche el ruido que hace el
maíz al abrirse para los lados cuando pasa algo. Voltié automáticamente y sentí
cómo subía por mi columna un cosquilleo, mi cuerpo se paralizo, esperando ver lo
que aparecería de un momento a otro. Pensaba muchas cosas y no podía moverme,
un vientecito helado, que venía no sé de dónde, recorría mi cuerpo y me ponía
la piel de gallina, sentía los latidos del corazón como golpes de tambor
gigante. Quise gritar y no pude, mi boca estaba abierta pero sin voz, los ojos
querían perforar el maizal y saber de una vez por todas que había allí.
Entonces se abrieron
las matas y aparecieron unos enormes cuernos, unos ojos descomunales; de las
fosas nasales y del hocico parecía que lanzaba fuego del infierno. Fue entonces
que se destrabaron las cuerdas vocales y lance un grito pavoroso que se escuchó
por toda la ranchería.
Aquella cabeza
infernal desapareció y a mí me encontraron engarrotado por el susto, así fue
como me hallaron mi mamá y todo el resto de la familia.
Mi tío Socorro me tomó
en brazos y me llevo a la cocina y mi mamá me dio agua con polvo de coral para
el susto y para destrabarme la voz. Después no podían parar mis berridos, pues
el susto fue tremendo.
Cuando mi padre llego
del trabajo, yo todavía estaba haciendo pucheros. Mi mamá le platico lo que
había sucedido y, muy enojado con Socorro, se metió al maizal y saco al diablo.
Era un torete
colorado retinto con mucha hambre.
No me podían
convencer, hasta que el abuelo me llevo a verlo de cerca y tuve que sacarme el
miedo.
Después el abuelo me
estuvo enseñando el mundo que se vive de noche, me enseñó a disfrutarlo y
respetarlo.
―Porque algún día, cuando estés viejo como yo,
puedes elegir ser velador, y convivir en armonía con los amos de la noche.
Hoy en día, tengo el
privilegio de admirar las maravillas nocturnas, mientras todos descansan. Soy
un velador muy feliz.
Jesús Manuel Camúñez Ochoa nació el 8 septiembre 1955 en Cahuizore, Municipio de Ocampo, Chihuahua. Estuidió en la Escuela Secundaria Abraham González, en Saláices, Chihuahua. Participó como cuentero en el Encuentro Internacional de Cuenta Cuentos en Guadalajara, en 1989, en la Tercera Feria Internacional del Libro de Guadalajara, FIL. Participó en Yucatán en 1990 como cuentero en el Segundo Encuentro de Asnacc (Asociación Nacional de Cuenta Cuentos), en el Aniversario de la Fundación de la Ciudad de Mérida, Yucatán. Se dedica a dar conferencias y espectáculos de Cuentero en Valle de Allende Chihuahua, donde actualmente radica. Como cuentista, ha publicado relatos y cuentos en la revista literaria Azar y en los suplementos Letras al margen, de El Heraldo de Chihuahua y en Aura y ProLogos, del periódico Novedades de Chihuahua.
Me encantó este cuento, fue recordar a mis tíos, e imaginar esos momentos, gracias por tan bellos recuerdos
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