miércoles, 2 de diciembre de 2020

Gonzalo R. García Terrazas. Honor ecuestre


 Honor ecuestre

 

Por Gonzalo R. García Terrazas

 

“Querido Amo: Cuando por la edad me encuentre débil o inválido y ya no pueda serte útil, no me condenes a morir por hambre y, si fuera necesario, quítame la vida tú mismo y así evites mis sufrimientos.”

La plegaria del caballo

Anónimo

 

Carlos llegó al rancho una mañana de junio. Dejó su natal Jalisco a causa de su mala fortuna en el sorteo del Servicio Militar Nacional –la bola blanca y la bola negra– que lo obligaba a encuadrarse en el Ejército. Tenía dieciocho años, un espíritu de libertad; el conocimiento, o más exacto, la virtud para la doma y educación de caballos y, sobre todo, un código ético sustentado en el cumplimiento de la palabra empeñada.

Coincidente con el arribo de Carlos fue la llegada de Dick, un bello ejemplar Pura Sangre, oscuro y esbelto, cuyo destino también fue alterado por circunstancias adversas. Nació destinado al hipódromo, pero un toro –negro, de muerte–, fugado del corral, le clavó un cuerno en el flanco izquierdo a la altura del codillo, comprometiendo músculos, hueso y tendones; herida mortal. De forma parcial se dio la recuperación. Sin embargo, quedó inhabilitado para lo que fue concebido, la fama y el éxito en el glamoroso mundo de las carreras, y tampoco como semental, por lo que su dueño determinó el sacrificio.

Mas quiso la Providencia otorgarle el indulto. La llegada de un amigo –mi padre–  quien, al enterarse de tal suceso, movido por el porte del equino y la compasión, propuso su compra. Ante tal solicitud, y dada la amistad, el criador se lo obsequió.

Y así, como si hombre y caballo hubieren establecido un afectuoso compromiso, comenzó la ardua tarea de sanar la herida física totalmente. Con dedicación especial aplicó Carlos los bálsamos curativos, a la par de los ejercicios físicos, hasta volver ese miembro a la normalidad, pero quedaba el trauma del recuerdo doloroso, obstáculo para que Dick ejerciera su nuevo destino, ser un caballo vaquero. Allí estaban de nuevo los cuernos. El reto fue mayor que la sanación corporal, reto superado con verdadero conocimiento del noble oficio que consiste en adiestrar al caballo para compartir esfuerzos y logros en ancestral simbiosis.

La presencia de Carlos no solo fue en las labores campiranas. Su carácter generoso y sensible, su dedicación y bonhomía, le ganaron un cálido afecto. Sus palabras, sus consejos quedaron impresos para siempre consolidando un código de conducta hacía el caballo. Y ¿por qué no?, para la vida.

―Al caballo no le debes de mostrar indecisiones, debes de ser firme, sin titubeos, como se cumple la palabra, firme y sin durezas. Porque el caballo intuye la calidad del amo, y quien respeta su palabra es un hombre de bien, por lo tanto, un buen jinete.

―Recuerda que las espuelas nunca deben lastimar al caballo, son para marcar una orden, nunca para herir. Así como nunca debes maltratar a quien educas.

Dick fue un verdadero caballo vaquero, adiestrado en las faenas requeridas en la cría de ganado bovino. Su eficaz desempeño en los arreos, en el lazo y más, evidenciando así las cualidades de la raza, la casta inconfundible del Pura Sangre, fina intuición, rapidez y resistencia física.

Fue una larga vida de trabajo, su vigorosa salud le permitió desempeñarse por encima del promedio de vida útil de un equino. Al final de sus días, ya dispensado de las faenas del rancho, paciente y afectuoso como un abuelo, fue el generador de la estima y manejo del caballo en los pequeños jinetes. Y llegó el día en que hubo que tomar la fatal determinación, sus dientes severamente ulcerados y gastados, su maxilar inutilizado le llevaron a la anemia perniciosa, el principio del fin. Había que armarse de valor, porque aún por caridad era doloroso quitar la vida al que, en situación comprometida, salvó la mía.

Quiso la Providencia relevarme de ese amargo trance. Una tarde de junio, al comienzo de la época de lluvias, una estruendosa y cercana descarga eléctrica estremeció el tejado de la caballeriza, un rayo fulminó a Dick. Tal vez la Divina Providencia tuvo piedad del noble animal en memoria de Aquél que, como Dick, nació en un pesebre.

 





Gonzalo R. García Terrazas es licenciado en letras españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Es gestor y promotor cultural, fue jefe de la Oficina de Desarrollo Artístico del Instituto Chihuahuense de la Cultura y secretario técnico del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Chihuahua. Es coordinador de sección en la revista Paso de gato, revista de Teatro, profesor de literatura en la UACH y consejero editorial del Congreso del Chihuahua.

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